Avellaneda irrumpe en el año Quijote

Poliedro rescata la obra que irritó a Cervantes y le hizo escribir la segunda parte de las aventuras de su hidalgo:
"El Quijote son tres volúmenes; guste o no, no se entiende bien sin leer a Avellaneda", afirma la editora

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XAVI AYÉN - 22/03/2005
BARCELONA

El Quijote tal vez no hubiera nunca pasado por Barcelona si no hubiera sido por el escritor que se escondía tras el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, quien, al publicar en 1614 el Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, irritó tanto a Cervantes, que éste no sólo se decidió a concluir una segunda parte, sino que en ésta introdujo notables elementos que hacían referencia a las aventuras del apócrifo. Aprovechando el cuarto centenario de la primera parte del Quijote y el Any del Llibre i de la Lectura, la editorial Poliedro acaba de publicar con todos los honores El Quijote apócrifo, en una edición dirigida al gran público y prologada por el lingüista José Antonio Millán.

Para Julieta Leonetti, editora de Poliedro, la cosa está clara: "El corpus quijotesco queda incompleto sin la obra de Avellaneda. En realidad el Quijote son tres. La intrincada intertextualidad que existe entre el de Avellaneda y la segunda parte de Cervantes hace incomprensible la obra cervantina para quien no esté familiarizado con el apócrifo. Esa intertextualidad ha sido negada por los académicos patrimonialistas -los dueños del Quijote- por temor a que la figura de Cervantes se vea menoscabada, pero la imitatio, en el siglo XVII, no tenía connotaciones de plagio, un temor a todas luces romántico o moderno. Cervantes se sirvió del Quijote de Avellaneda para construir la casi totalidad de los episodios de la segunda parte".

Asimismo, afirma Leonetti: "Barcelona fue la que vio nacer la obra en las prensas de Sebastián Cormellas, ya que el pie de imprenta de Tarragona es tan falso como el nombre del autor. Por eso, en el capítulo 59, el Quijote cervantino cambia de rumbo -no sólo para no repetir el viaje de su imitador- y llega a nuestra ciudad a ver las correcciones de pruebas de su ´historiador enemigo´".

Aunque utilizar a unos personajes ajenos supusiera una relativa herejía -tengamos en cuenta que en el siglo XVII no existía la SGAE-, lo cierto es que Avellaneda se despachó a gusto contra Cervantes en el breve prólogo de su obra, donde le llama manco ("confiesa de sí que sólo tiene una (mano)"), "agresor de sus lectores", bocazas ("tiene más lengua que manos"), vejestorio arisco ("por los años tal mal contentadizo, que todo y todos le enfadan, y por ello está tan falto de amigos") y envidioso. Eso sí, opina que "disculpan los yerros de su primera parte (...) el haberse escrito entre los de una cárcel; y así no pudo dejar de salir tiznada de ellos, ni salir menos que quejosa, murmuradora, impaciente y colérica, cual lo están los encarcelados".

La identidad real de Avellaneda sigue dividiendo a los expertos, aunque Martín de Riquer afirma desde 1972 que era el aragonés Jerónimo de Pasamonte. Para Millán, "Cervantes debía de saber muy bien quién era el autor de la continuación de su novela, y mucha gente de la época también; tanto, que nadie consideró necesario consignarlo por escrito, como sucede hoy con los amantes de ciertos personajes públicos. Aquel era un entorno cultural rico, con varias personas capaces de escribir una obra semejante". A su juicio, se trate de quien se trate, ha sido "injustamente valorado, pues estamos ante un libro divertido y, en mi opinión, bien escrito, por alguien que demuestra sentir un gran aprecio por la obra original, a la que guarda gran fidelidad".

El Quijote apócrifo no gozó, ya en su día, del éxito del original, y estuvo más de un siglo sin volverse a publicar en España (1732), aunque sí se tradujo a cuatro idiomas. En 1805, la censura arrancó de él cinco capítulos -por eróticos y tenebrosos-, que no volverían a ver la luz hasta 1905, en la edición que Marcelino Menéndez y Pelayo realizó para la Librería Científico Literaria. Sin embargo, el libro siguió sufriendo la crítica de los cervantistas, para quienes Avellaneda empobreció notablemente a los personajes originales. Para los defensores del apócrifo, sin embargo, no resulta justo comparar su calidad con una obra maestra de la literatura universal. Lionetti añade que "otra leyenda negra es que estuvo inspirado por la Inquisición porque vio El Quijote demasiado liberal".

En fin, para la editora, "hace falta un poco de aire fresco en este cuarto centenario, que amenaza más a Cervantes y a su Quijote que cualquier libro que haya imitado a sus personajes. Ojalá hubiera menos Quijotes en papel gris y tipografía minúscula con leyendas como 1 Quijote, 1euro, menos actos, menos filólogos patrimonialistas y muchos, muchos más lectores de esta obra que, guste o no, consta de tres volúmenes".
 

 

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