El diccionario por antonomasia
La nueva edición del Diccionario
de la Academia lo mejora sensiblemente, José Antonio Millán |
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Real Academia Española |
Hace
poco, la Audiencia Provincial de Vizcaya condenó a unos jóvenes por llamar cipayos a
unos ertzainas. En primera instancia habían sido absueltos por una juez que no vio en
ello insulto alguno, dado que el Diccionario de la Academia definía el término
como: "Soldado indio de los siglos XVIII y XIX". Pero la Audiencia recordó que
la segunda acepción rezaba: "Secuaz a sueldo". Por esas mismas fechas, una
sentencia venezolana apelaba al Diccionario para precisar el sentido de individuo,
y una corte chilena lo usaba para deslindar qué era exactamente un perjuicio.
El Diccionario (por antonomasia) de la Academia (también por antonomasia) es un fruto curioso. Sin tener ningún carácter legal, es utilizado por los tribunales de todos los países de habla hispana. Se supone que debe dar claves para la comprensión de textos escritos desde hace cinco siglos, pero no quiere renunciar a incluir el término airbag. Su autoridad última son un conjunto de personas (a veces sin relación profesional con la ciencia del lenguaje) que se han elegido a sí mismas, pero muchos hablantes se ven reconocidos en sus decisiones. No es un diccionario del lenguaje científico, pero contiene desoxirribonucleótido. Está hecho desde España, pero cada vez tienen cabida más palabras americanas. Contiene las voces que todos deben usar, pero no se recata en incluir denominaciones malsonantes, vulgares e incluso infantiles del miembro viril. En 1780, cuando la Academia compendió los seis volúmenes de su Diccionario de Autoridades en uno solo ("para su más fácil uso"), nació su obra más famosa, que ahora ha presentado su vigésima segunda edición. Básicamente, lo que se hizo fue suprimir los ejemplos de cómo empleaban las palabras ciertos escritores (las autoridades) y dejar las definiciones. Progresivamente, a lo largo de más de dos siglos, el diccionario se fue apartando de su propósito inicial de ofrecer modelos de buen uso, y fue incorporando informaciones complementarias (etimologías, notas de uso...), voces vulgares y las palabras nuevas que acudían a la lengua y que los académicos consideraban suficientemente implantadas. ¿Qué aporta esta 22ª edición? Ante la imposibilidad de revisar sistemáticamente una obra tan vasta (lo que sólo será posible con la aparición de la esperada edición electrónica), nos limitaremos a comentar algunos fenómenos detectados, y aportaremos las cifras generales que da la propia Academia. Por una parte, se han suprimido un gran número de voces anticuadas o dialectalismos españoles o americanos caídos en desuso (más de 6.000 en total). En lo que respecta a la revisión de las entradas existentes, ha habido intervenciones en 55.000 artículos, lo que demuestra la amplitud de la tarea. El intento ha sido responder, parcialmente, a los planes contenidos en la "nueva planta" (o líneas generales para la creación del futuro Diccionario) que la Academia aprobó en 1997. Aunque la labor de reescritura y uniformización de las entradas ha sido nutrida, quedan muchos aspectos sin resolver, como reconoce la misma institución. Sobre todo están pendientes de revisión muchas definiciones, y el orden en que aparecen las distintas acepciones o sentidos de una palabra (la parada de autobús es la acepción 16ª, mientras que las que ocupan los puestos 12ª a 15ª son sentidos desusados referidos al mundo de los caballos y la tracción animal). Igualmente, muchos usos exclusivos del español de España y ausentes en América no están marcados como tales. La cuidadosa revisión ha resuelto cuestiones enojosas como los envíos o remisiones internas mal resueltos, ha deshecho duplicaciones y circularidades y también ha despojado a ciertas definiciones de la hojarasca de una jerga que tristemente se había convertido en el rasgo de estilo identificador del Diccionario. Por ejemplo, el famoso "dícese", suprimido en muchas entradas, como en zona verde. Definiciones confusas como la de aparentar, acepción 2ª ("Hablando de la edad de una persona, tener esta el aspecto correspondiente a dicha edad") se han arreglado: "Dicho de una persona: Tener el aspecto correspondiente a la edad expresada". Algunos cambios, guiados tal vez por un principio de corrección política, han contribuido también a simplificar las entradas: engañar a alguien como a un chino: "expr. fam. que se usa hablando de persona muy crédula, aludiendo a la opinión, infundada, de que los chinos son simples" (edición anterior) pasa simplemente a "Aprovecharse de su credulidad". Esta edición ha avanzado hacia la meta que persiguen los diccionarios llamados "de uso": guiar al hablante nativo en la utilización de las palabras. A ello se dirigen la inclusión de la conjugación de los verbos, y el aumento de observaciones de construcción y ejemplos de uso ("incurrir. intr. Caer en una falta, cometerla. Incurrir EN un delito, EN un error, EN perjurio"). Se ha perfeccionado también el llamado contorno de la definición, o condiciones semánticas del contexto ("a trasquilones. loc. adv. Dicho de cortar el pelo: con desorden, feamente y sin arte"). Sin embargo, no se indica la pronunciación de los extranjerismos, con lo que el hablante tendrá que ir a otra fuente para saber cómo pronunciar hegeliano o blues. En total se han añadido más de 10.000 artículos nuevos. Los americanismos se han duplicado, con respecto a la edición anterior, gracias a la colaboración de las academias americanas. Las nuevas definiciones por lo general son claras y acertadas, aunque no falta ocasionalmente un aire arcaizante, incluso en neologismos: "jogging. Paseo higiénico que se hace corriendo con velocidad al aire libre". Quizás uno de los principales problemas de esta nueva edición sean los neologismos y extranjerismos incorporados, así como los ausentes. ¿Cómo los trataba anteriormente la Academia? En 1927 se creaba, paralelamente al dicionario habitual (o usual), un Diccionario manual que suprimía "las voces anticuadas o desusadas" y añadía muchas otras comunes o técnicas "que no hay motivo para censurar", pero que son demasiado recientes y "no puede presumirse si llegarán a arraigar en el idioma". En 1950 y 1983-85 se hicieron nuevas ediciones, guiadas por los mismos criterios. A falta de esta reserva de voces nuevas hoy algunas de ellas han entrado (tal vez inmerecida, o desproporcionadamente) en el Diccionario, al lado del léxico de Cervantes o de Clarín y de palabras muy extendidas. Recordemos que la actualidad da notoriedad momentánea a vocablos (hoy talibán, ayer fue fletán) antes confinados a textos etnográficos o ictiológicos, pero ¿durarán en la lengua? Los numerosos tecnicismos que asume una sociedad crecientemente versada en nuevos artefactos y usos plantean muchos problemas: se ha incorporado a clic la acepcion de pulsación en el botón del ratón del ordenador, pero falta toda referencia a la construcción hacer clic, y no están ni cliquear ni clicar. Esta nueva edición del Diccionario ha contado con la ayuda de un buen Banco de datos informatizados del español, pero hay que tener en cuenta que hoy en día los buscadores en la Red proporcionan un plebiscito inmediato sobre el uso real: Google da, sólo para los infinitivos de las variantes mencionadas, 132.000, 5.600 y 4.490 usos en páginas web en español, respectivamente. Junto a la presencia de algunos tecnicismos tal vez superfluos, faltan otros (sólo en el terreno de la Internet, está página web, pero no sitio web ni dominio). En la obra siguen faltando voces comunes y acepciones extendidas. Está DNA, siglas inglesas del ADN, pero falta el DNI, con mucha más frecuencia en boca de los españoles. Las acepciones han aumentado en más de 24.000, pero a botón le falta la acepción común de "pieza que se oprime en un mecanismo". Etcétera. Faltan usos propios y muy divulgados de grandes regiones no sólo de América, sino de la misma España. A este respecto, hay que decir que probablemente la Academia no pueda sino recoger la investigación sobre nuestra lengua de universidades y otra instituciones, y ésta es muy irregular en cobertura y alcance. Todo diccionario es perfeccionable, y la Academia lo sabe y lo ha proclamado muchas veces. En cualquiera de ellos se pueden encontrar fallos y ausencias (¡cómo no, a través de decenas de miles de palabras y décadas de redacción!). Pero la Academia debería ahora decidir el tipo de Diccionario que quiere, o más bien, el que la sociedad de los países hispanohablantes necesita, y luchar por devolver con creces a los hablantes la confianza que estos han depositado en ella. |
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Publicado originalmente en El País en noviembre del 2001 Última versión, 10 de septiembre del 2003 |