Norman Narotzky y "El cuervo"

 

José Antonio Millán

 

Pocas obras han inflamado tanto la imaginación lectora como El cuervo de Edgar Allan Poe. Su ritmo obsesivo, las rimas internas y las aliteraciones configuran, al lado de un poderoso despliegue verbal, un mensaje extrañamente triste y brillante. ¿Como volcar este poema, esta materia de sonidos en imágenes?

Además, situados a un siglo y medio de su creación, los versos de Poe han llegado hasta nosotros revestidos de tal carga de interpretación e iconografía (entre la que abundan nombres ilustres, como el de Manet), que la tarea de darles nueva forma es todo un reto.

Norman Narotzky ha asumido este reto, y lo ha resuelto con una fresca penetración en el texto, desde un medio que domina a la perfección: el grabado. Nueve aguafuertes que cristalizan momentos clave del poema, y un frontispicio gofrado que los precede. La naturaleza fantasmática --pero real-- del cuervo se desarrolla en toda una serie de metamorfosis gráficas que van de una existencia virtual (en el frontispicio, donde sólo una determinada luz puede invocarlo entre el relieve del papel) a su presencia aleteante, su contemplación a través de los visillos o un primer plano estremecedor, pero fiel al pie de la letra al texto ("ojos fieros que ardían")...

Y al texto hemos de volver. Es bien sabido que el poema alberga toda una serie de relaciones, casi cabalísticas, entre palabras: raven --'cuervo'-- es casi un anagrama especular de never --'nunca'--; el eco del nombre de la amada --Lenore-- es prácticamente el siniestro more que cierra la plática del ave. Narotzky ha integrado la palabra en varios de los grabados, hasta el extremo de erigirla a veces en protagonista. En el tercer aguafuerte ("un eco devolvió en murmullos la palabra Lenore") son las propias letras las que se agitan y vibran, y el espectador asiste a una transmutación de los signos: el nombre de la amada se fragmenta, y entre los pedazos asoma el de la bestia y la profecía siniestra.

O el sexto grabado ("ave y busto y puerta"): las palabras malditas crean con su repetición una textura que sirve de fondo y límite a la silueta fatal. ¿No es toda una alegoría?: la figura crece en los intersticios del texto, y a él se debe.

Es una ventaja que la muestra de Tórculo acoja también los bocetos y pruebas con que Narotzky preparó el camino del libro definitivo. El proceso artístico es una decisión, y en el camino hacia el fiat quedan muchas huellas valiosas: bocetos a lápiz de escenas que no llegaron a ser, pruebas alternativas de color que nos abren mundos paralelos

... La impecable tirada de los 30 ejemplares de The Raven (Poe & Narotzky) queda, así, como el terso emergente de un mundo de posibilidades: las voces del poema refractadas en la visión del artista plástico.

 

[Escrito para el catálogo de la muestra de los grabados de Norman Narotzky en la Galería Tórculo, Madrid, 1993]