Elogio del hacker

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Cómo nos irá en eso de las redes

José Antonio Millán

 

¿Qué oportunidades tiene España ante el nuevo panorama económico que empiezan a dibujar las redes de comunicación? Las nuevas tecnologías crean de facto unos mercados sin fronteras: aparecen nuevos servicios y mercancías, sectores tradicionales se van orientando y reconfigurando ante las nuevas posibilidades: turismo, periodismo, banca, venta directa, ediciones, información y documentación…

Las posibilidades de un país como el nuestro, periférico en los grandes desarrollos técnicos de nuestros días, son contadas. Podríamos tener una ventaja competitiva en el hecho de servirnos de una lengua de importancia mundial, el español; pero, según analicé hace poco (y nadie, desde la empresa o la investigación, me lo ha desmentido) lo más probable es que acabemos pagando a otros por hacer uso de nuestra lengua en las redes.

Aumenta el número de usuarios de la Internet en España, crece la cultura de las redes entre nosotros, pero quizás estemos únicamente creando generaciones de usuarios que serán no sólo consumidores de tecnologías ajenas, sino además compradores de mercancías y servicios fuera de nuestras fronteras, a través de esas mismas tecnologías. En otras palabras: ¿no estaremos preparándonos sólo para que nos vendan mejor más cosas?

Aparentemente (y eso forma parte de la mitología de las nuevas tecnologías, pero no por ello es falso), la situación actual puede favorecer la aparición de nuevas ideas, nuevas empresas que desarrollen técnicas, contenidos o servicios que se difundirán sin trabas por un mundo ávido de nuevos productos y soluciones. Estamos en un universo nuevo, donde todo es posible y la fuerza bruta no es garantía de nada: la principal compañía de programación, Microsoft, despreció en principio la importancia de la Internet, para meses después volcar todos sus esfuerzos en ella… ¿Quién sabe qué pasará? Jóvenes estudiantes desarrollan un buscador, auténtico hilo de Ariadna de la Red, que hoy cotiza millonariamente en la bolsa; una pequeña empresa crea el programa dominante para navegar, que copa el mercado mundial… ¿Podríamos nosotros generar algo así?

Depende… ¿De dónde brotan los nuevos saberes que podrían propiciar una intervención competitiva en la Red? ¿De las universidades? ¿Tal vez de academias privadas? En absoluto. ¿De las empresas? Sólo parcialmente. La formación de técnicos, de programadores, de profesionales con ideas en el nuevo universo es en gran medida autónoma e informal. Tenemos un valioso conjunto de jóvenes que se compran sus ordenadores, leen revistas o rastrean información por la red, prueban nuevos programas apenas están disponibles, navegan interminablemente a la búsqueda de novedades, se intercambian información por todos los medios posibles, jóvenes que, en dos palabras, autofinancian su autoformación.

Su cultura es una mezcla de juego y aprendizaje, de admiración tecnológica, y herencia del espíritu hacker unida a un sano afán de éxito económico que da como resultado una constante puesta al día en los grandes vaivenes de la técnica. No hay formación formal (ni privada ni pública) que pueda tener esta flexibilidad. No hay instancia alguna que financie semejante inversión de tiempo y esfuerzos. La sociedad y las empresas están haciendo buen uso de esta cualificación: proyectos enteros descansan en personas formadas de esta manera irregular, porque no hay otra…

Parece, pues, que deberíamos cuidar este caldo de cultivo flexible e informal. ¿Cómo? En primer lugar, y hay que decirlo muy claro, con el abaratamiento de las comunicaciones: la gran cultura de la Internet pudo surgir en Norteamérica en un medio con llamadas urbanas gratuitas y acceso a la Internet gratis desde las instituciones educativas… En España la autoformación y la colaboración, el teletrabajo, van a sufrir enormemente –ya están sufriendo– en un ambiente de costes crecientes de la telefonía y mala calidad de comunicaciones. Se desmantela un proyecto realmente igualitario, como Infovía, después de meses de deteriorar su servicio: vendrá otro más caro. Suben las tarifas, mientras las simples llamadas telefónicas experimentan problemas (¿cuántas veces hemos oído, "por saturación de nuestras líneas …"?).

Hay además una creciente presión fiscal sobre los trabajadores autónomos –que es la forma típica de funcionamiento en este sector–: las retenciones sobre sus ingresos son las que más han subido. Además, si una persona que ya trabaja en una empresa (y por tanto cotiza a la Seguridad Social) desea realizar paralelamente una actividad remunerada tiene que pagar de nuevo sus seguros sociales, sin aumento de prestaciones. Lo que trasluce que cada vez más el Estado concibe el pago de la Seguridad Social (¡cuya bancarrota ya se nos anuncia!) como el de un peaje que hay que satisfacer para poder facturar legalmente, y que en este caso sólo grava al profesional que quiere trabajar.

Los proyectos en el mundo multimedia y de Internet (como ocurría antes en otros como el cine) surgen en la unión coyuntural –con frecuencia mediante teletrabajo– de muchos profesionales diferentes: programadores, grafistas, editores, técnicos en comunicaciones y figuras nuevas, como los integradores. Confluyen durante unos meses –en dedicación total o parcial–, cooperan y se separan. Pues bien: todo conspira para dificultar esta necesaria flexibilidad.

Mientras tanto, la creación de empresas sigue siendo algo altamente burocratizado, así como la obtención de subvenciones. No es sólo problema de las administraciones españolas: el fárrago de requisitos para aspirar a una subvención de la Comunidad Europea, y el hecho de que los sectores profesionales no arbitren sistemas de autoayuda para solicitarlas, está creando una situación grave: el dinero comunitario no revierte hacia nuestras empresas y profesionales, sino hacia los de otros países.

El enorme sector público podría ser un importante motor de este sector, además con gran beneficio para sus servicios al ciudadano, y reducción de costos (he ahí un tema que de por sí merecería una reflexión). Pero la Ley de Contratos del Estado trata del mismo modo la contratación de una autopista y la de unas simples páginas web: los pequeños agentes (autónomos o empresariales) que quieran trabajar para la administración se encuentran enfrentados a multitud de trabas. A esto se une que los sistemáticos retrasos en los pagos comprometen la viabilidad de los proyectos profesionales de los menos poderosos.

Las estructuras legales inadecuadas, la burocratización de mecanismos no sólo son un engorro para el ciudadano: han creado un medio asfixiante para la creatividad y la iniciativa más ágil y flexible, para la única fuente real de donde podemos esperar logros en la sociedad mundial de la información.

[Publicado en El País, el 8 de septiembre de 1998]

 

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