El arte de las medianeras
[party walls art]

Las tripas al descubierto

José Antonio Millán

 

Marika: intervencion en medianeras en la calle Ginebra, 6 de la Barceloneta (Barcelona, España), junio del  2005

Fotografías hechas en noviembre del 2005 (gracias, N.P., por el paseo) y febrero del 2006 (gracias, B.M. por el paseo).

La pintura de Marsans me la descubrió S.N.

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Son frecuentes los derribos de casas en el casco antiguo de Barcelona (y de otras ciudades): la presión especulativa o el estado de decrepitud de los inmuebles fuerza a su desaparición. Pero el tiempo que media entre el derribo y la construcción de la nueva casa genera un espectáculo insólito, melancólico... Las paredes de los edificios colindantes lo que en la jerga técnica se llaman las medianeras permanecen, como es lógico, pero con la huella de los hogares idos.

Las medianeras conservan la pintura de las habitaciones, el empapelado, los azulejos de baños o cocinas, el interior de armarios empotrados y alacenas, el cono negruzco de las chimeneas y el hollín de conductos ya desaparecidos, el perfil de los escalones y la huella de los pasamanos en las escaleras, sendas de hilos eléctricos y cañerías, vestigios de váteres y fregaderos... En medio de estas ruinas planas y verticales, algunos elementos sobresalen: clavos en la pared, muñones de grifos, interruptores o enchufes, o el casquillo donde se enroscó una solitaria bombilla.

Además de contar la historia de décadas de uso y de reflejar un presente para siempre detenido, estas paredes también son un palimpsesto. El empapelado a rayas abatido por la intemperie revela debajo una pared de un verde extraño, que a través de los desconchones descubre un friso dieciochesco. Las medianeras hablan también de la presión inmobiliaria, de la especulación del suelo, porque un nuevo inmueble, retranqueado junto a las huella de la casa antigua, muestra cómo se han encajado cuatro pisos allá donde sólo había tres en la primitiva...

Si el Diablo Cojuelo levantaba los techos de las casas del XVII para observar a sus habitantes como quien sobrevuela una maqueta ("Y levantando a los techos de los edificios, por arte diabólica, lo hojaldrado, se descubrió la carne del pastelón de Madrid"), las medianeras cuentan más bien la historia en vertical, a lo "13, rue del Percebe", aunque cada viñeta involuntaria de este tebeo trágico sólo está abierta a las mentalidades avezadas en la lectura de vestigios. La vida que albergaron esos muros es sólo un eco, patente en las huellas de grasa allá donde estaba la cocina, el roce de muchas manos en la escalera, rastros de actividad y estampitas clavadas a la vera de un lecho... Hay mucha miseria en los barrios antiguos de Barcelona, y lo que las fachadas velan púdicamente, las medianeras lo descubren.

De todos los elementos de la vida de las casas quizás los que más obscenamente aparecen ante los ojos del viandante sean los relacionados con las funciones corporales: la ingesta, la excreción, la higiene. Los baños y las cocinas reductos de la intimidad doméstica aparecen ahora expuestos, en plano de igualdad con las zonas públicas escaleras o con los salones. Cañerías y azulejos señalan ya desde lejos la naturaleza diferencial de esas zonas, dispuestas para las humedades. Mientras que las manchas de grasa a la cabecera de una antigua cama pueden inspirar ternura, las interioridades de un baño abierto o una cocina despanzurrada más bien provocan repulsión.

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Por eso la instalación que ha hecho en la Barceloneta la artista suiza Marika con la colaboración del Centro Cívic Barceloneta y de Foment Ciutat Vella tiene un especial valor. Marika ha rehecho sobre una medianera una casa de pesadilla, toda ella (salvo escaleras) compuesta de retretes y cocinas, poblados de baldosines azules, blancos o floreados y sobre todo con los elementos de loza sanitaria o culinaria que la piqueta de los derribos no suele conservar: lavabos, tazas de váter, duchas, calentadores. La disposición no es naturalista, y un váter puede estar por encima del nivel de un lavabo. El hecho de que todos estos elementos sean nuevos (a diferencia de las auténticas medianeras, desgastadas por el uso) les otorga una calidad más trágica, como si respondieran a la fractura provocada por un terremoto, más que por un derribo. Y por otro lado la exposición a la intemperie, al agua y al viento ha creado espontáneos compañeros de instalación, como las plantas que brotan de los grifos de una ducha.

El viandante apresurado que haya pasado por la Barceloneta delante de esta obra tal vez no la habrá reconocido como tal, considerándola en una ojeada descuidada como uno más de las muchos espacios que pronto serán edificados. Quien haya reparado en su singularidad de trabajo planeado, a lo mejor no ha llegado a comprender que se puedan movilizar andamios, albañiles e instaladores para crear no una casa, sino la ruina de una casa. El váter excéntrico de Marika es bisnieto de la fuente/urinario de Duchamp, y representa un modo de intervención artística que tal vez todavía no ha llegado a calar en el público general.

En el momento de publicar estas líneas permanece aún la intervención de Marika en la Barceloneta. Estoy seguro de que quienes la ven han ganado no sólo la contemplación de esa pared trágica y humorística al tiempo, sino también la percepción de que la vida y la muerte de las ciudades crean por sí solas, con ayuda tan solo de la mirada del transeúnte, espacios tan elocuentes y melancólicos como las medianeras.

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La naturaleza imita al arte (Huesca, marzo del 2006)

 

Las medianeras han llamado la atención de distintos artistas. Desde hace al menos 25 años, el pintor barcelonés Luis Marsans las ha venido reflejando en sus cuadros. Luis Marsans es un pintor que ha recogido en su obra figurativa elementos cotidianos tratados con una gran sensibilidad y un manejo del color qeu los dota de un aura particular. Sus cuadros de lomos de libros, por ejemplo (no necesariamente libros antiguos con encuadernaciones de cuero, sino incluso usadas ediciones en rústica) , han quedado como un ejemplo de pintura eficaz de objetos de la vida diaria. Dentro de este mismo espíritu están los cuadros sobre medianeras. Los colores desvaídos y las composiciones aleatorias de estas paredes han encontrado en el pincel de Marsans un lugar propio. Quizás (porque, aun conociéndolas, había olvidado las pinturas de medianeras de Marsans durante años) ellas me guiaron inconscientemente en mi recorrido fotográfico.

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Luis Marsans, La casa desaparecida (1997), Galería Claude Bernard

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Creado el 7 de marzo del 2006.
Una versión de este artículo apareció en El País en diciembre del 2005
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