Difusión nacionalJosé Antonio Millán
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¿Qué habrías hecho tú, lector o lectora, en su caso? Supongamos por un momento que has sabido de buena fuente (una convicción repentina, tal vez unas palabras que te llegaron de ningún sitio) que tú, precisamente tú, puedes solucionar los conflictos del planeta, trayendo la paz al mundo. ¿Qué harías? Naturalmente, decírselo a todos. Este mensaje es demasiado importante para dejarlo al albur de la exposición urbana fijado a alguna edilicia [1], al azar de la hoja volandera. Se impone, con fuerza (aunque sea pagando), la inserción publicitaria en diario de difusión nacional. Ahora bien: ¿qué haremos para que nuestras palabras sean creídas? O, más bien (ya que, como veremos, se trata de una exhortación), ¿para que sean seguidas? La solución, una vez más, sólo puede ser estilística, y así, empieza...
Hay cosas muy gordas, que no se pueden decir de cualquier manera... Distinguen quienes entienden de estas cosas entre un "estilo común" y otro "elevado". Al parecer, este último se ha ido forjando en las lenguas occidentales a través de la traducción de las Escrituras. En España, por lo tanto, no llegó a constituirse del todo: oscilamos entre el garbanzo y el éxtasis. Pues bien: Manuela, la autora de este anuncio, hace un meritorio esfuerzo por elevar el tono de sus palabras. Apela para ello a todo tipo de recursos. El mensaje comienza con un imperativo en su forma más sintética e hiperbática: en vez de "Que la mirada del hombre vea...", tendremos "Vea la mirada del hombre...". Esta construcción vulnera el orden SVO (sujeto - verbo - objeto) propio del español para aterrizar en el extraño VSO. Usa también otro recurso cadencioso, propio de escrituras sagradas (o de la poesía, pero no estamos en ese ámbito): el paralelismo: "No se la conquista...", "no se la conquista..." La obviedad, la transparencia de los hechos que constituyen los prolegómenos es tal, que no es algo que preocupe en exceso el eludir las repeticiones o las circularidades:
Anuncia más adelante (y resuena un cierto eco apocalíptico): "Los tiempos ya están cambiados". No "los tiempos están cambiando", esa vaciedad repetida que ya constituye parte de nuestro ideología de progreso, no: "ya están cambiados". No hay tiempo, por tanto. Sigue luego un interludio poético, que se apoya en la frecuente elisión del artículo, lo que da lugar a periodos solemnes como los siguientes:
Vayamos rastreando la estirpe filosófica de la comunicante: neopanteísmo, cientifismo, renovacionismo, más alguna influencia de Pascal:
"Se caiga a cuatro patas": he ahí un descuido momentáneo, un descenso, que no turbará el curso del discurso, que se remonta remachado ahora por los rasgos erguidos (ya que de eso vamos) de las mayúsculas: "Entramos en la Vía del Bien Común Universal". Estamos en la mitad de la carta y aún no sabemos nada de a quién va destinada. Pero habrá que esperar poco:
Bien, ahí están: "los hombres todos" (nueva retorsión), especialmente los poderosos, aunque (ecos evangélicos) sólo sean "temporales". Y lo más importante: la oferta. El emisor del mensaje, se desvela altruista donante de entendimiento. Seguirán más pruebas de su capacidad:
Ahora el discurso se ha ido lamentablemente hacia un misticismo galáctico a lo J.J.Benítez. Obsérvese el nuevo paralelismo, unido a la terrible dislocación enfática de las frases. Haremos gracia al lector de nuevos argumentos, un poco espesos, para acercarnos al final.
Vemos la traducción al estilo elevado del sujeto del mensaje subyacente "nadie puede poner paz": "no nació de mujer hombre", etc.. Resumamos: ni políticas, ni gobiernos, ni nadie puede traer la paz. ¿entonces?
Un momento, un momento (podríamos decir): ¿cuál es exactamente la oferta? Pocas líneas atrás leíamos "en mí, está darles todo el entendimiento que se requiere, lo ofrezco". Ella misma, la firmante, es la "Piedra angular". Recordemos:
El uso de esta expresión crística, la renuncia absoluta que encarna ("sin pedir nada a cambio"), nos dice muy claro quién o qué cree que es la firmante de esta carta. Y concluye:
Lamentablemente, cierra este documento un cierto eco de folklórica en despedida, un aire eurovisivo, que desdice un poco de la adecuada elevación general del estilo. No podemos dejar de notar, de paso, la enumeración y la jerarquía de los destinatarios en resumen: la ciencia (así, en abstracto), los gobiernos, el pueblo, en orden descendente de poder. Y firma. Nada más: ni un número de teléfono, ni un apartado de correos, ni unas señas postales. ¿Qué haremos, Manuela, cuando movidos por tus palabras, dislocados por tus hipérbatos, elevados con tus versales, por fin queramos llamarte, contar contigo?
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última modificación: octubre de 1999 |
[1] Juro que he oído dar este nombre a los objetos --farolas, buzones, papeleras...-- también llamados de "mobiliario urbano" (que, bien pensado, también se las trae...)
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