La piel hierve:
esa débil membrana, la que impide
que se mezcle a los fluidos interiores,
la gelatina helada,
sucia que constituye su elemento.
¡Vejigas planas llenas
de jugos ordenados, defendiéndose
de millones de litros que gravitan
sobre nuestras cabezas! Y ese casi imposible
comezón, y esas oblicuas perspectivas cambiantes,
y el palido vientre indefenso.

La vibración del banco:
un sabor a disgusto se extiende por las aguas
como gotas de tinta, y retroceden
los otros habitantes como ante un olor fuerte.
Ninguno quiere tratos con esos alterados,
esos lenguados locos que sufren temporadas
de desorientación y de inquietudes
en la época de la emigración de los ojos.


(y acabó)