La traición de los objetos

José Antonio Millán

 

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El inventario
Vivimos materialmente sepultados en objetos, y objetos que nos ayudan a abrirnos paso entre los objetos. El más pobre de nosotros, el mendigo más desamparado, arrastra por toda la ciudad bolsas de plástico repletas de sus tesoros, porque las nuevas posesiones que entran constantemente en nuestros hogares arrojan otras al exterior, y siempre hay quien se apresura a recogerlas. Csikszentmihalyi y Rochberg-Halton [1] estudiaron dos mil objetos acumulados por ochenta familias de Chicago, desde pobres hasta muy ricas, y trazaron una cuidadosa tipología de por qué la gente las mantenía en su entorno; una de las razones más esgrimidas: sencillamente "Me gusta tener esto".

Pues bien, los objetos nos han traicionado; todos. Los que sirven para hacer algo, porque no lo hacen, o lo hacen mal, o durante poco tiempo; los que nos prometían estatus, tranquilidad o goce, porque mentían.

En las edades preindustriales, el manso mar de las cosas sólo contenía unas escasas, aunque dilatadas, pertenencias (el vestido gastado, dado la vuelta, luego hecho retales para capas, después trapos, por fin hilachas para vendas). Estas cosas habitaban categorías permeables, porque se podían transformar las unas en las otras (las rejas del arado hechas espadas), hasta el extremo de que, como ha recordado Carlo Cipolla, la pobre economía de los siglos oscuros estaba basada en el aprovechamiento minucioso, en el reciclado avant la lettre. En la industrialización las cosas sufren una crispación íntima que las lleva a ser sólo ellas mismas, para llegar en nuestros días a otras que no son, directamente, nada.

Los objetos que en décadas pasadas enunciaban sin aspavientos: "¡Hola! Soy un (...), sirvo para (...), y estaré muchos años a tu lado", han sido sustituidos por aberraciones opacas, maridajes contra-natura de formas, materiales y funciones divergentes, y evocaciones de universos que no vienen a cuento. El museo Robert Opie de Gloucester (Inglaterra), la mayor concentración mundial de objetos domésticos de tiempos pasados, se ha convertido en el lugar de peregrinación, el útero donde los mayores reencuentran los enseres de su niñez transmitiendo mensajes de durabilidad y fe. Leer el libro donde los visitantes anotan sus impresiones es tener acceso a una elegía coral sobre lo que fue y no volverá...

 

Versión ampliada de lo publicado en El País, el 6 de marzo de 1993 [1] Mihaly Csikszentmihalyi y Eugene Rochberg-Halton, The meaning of Things: Domestic Symbols and the Self , Cambridge, Cambridge University Press, 1981 arriba

 

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