El botón es el alma del timbre. Pocas cosas reflejan mejor su naturaleza enhiesta y pulsable. Un botón saliente está pidiendo, exigiendo un contacto, y pocas personas serán inmunes a ese hechizo. Los niños, desde luego, no...
Hay timbres timoratos, con el botón rodeado de un reborde que impide la pulsación accidental. Aparte de vetar uno de los modos pulsantes más definitivos (apretar con la palma abierta), esta configuración priva al timbre de ese aire desafiante tan connatural a su esencia.
Comparémoslo, sin embargo, con la siguiente imagen eréctil del timbre de botón comme il faut: "¡No te entretengas!", parece decir, "Ven y púlsame...".
El tiempo ejerce una acción especialmente destructiva sobre estos expuestos miembros de la comunidad, y para ello no hay más que ver los avatares del recambio.
Una modernidad mal entendida se cebó hace años con la idiosincrasia del timbre, privándole de su rasgo más difrenciador:
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