Mucho se equivocan los que
atribuyen a los viejos timbres una expresión monocorde; en su uso cabían numerosos
matices: el suave roce para no perturbar las casas en las que se sabía que había un
enfermo; el timbrazo perentorio de la llamada de la autoridad; el toque justo, ni muy
corto ni muy largo, del que sabe que se espera su venida; el pulsar tímido de quien no va
a ser bienvenido...
Abundaban antaño los códigos: el del cabeza de familia, el del proveedor con la leche o el carbón, el del novio o la chica. Había también toques festivos, con cuyo son el visitante anunciaba su regocijo, como el famoso de la "copita de ojén":
Hoy sin embargo, la chicharra de los interfonos es sólo el prolegómeno del mensaje oral. Y los timbres de balancín o din-don, condenados a dos notas, siempre en la misma secuencia, siempre de duración fija, poco pueden enriquecer el universo de la comunicación...
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