Seres de exterior, al fin y al
cabo, los timbres se ven expuestos a las agresiones de la intemperie. Algunos cuidadosos
artesanos (antes) y diseñadores (hoy día) han previsto esta eventualidad, dotándoles de
un saledizo que oficia de protección contra las aguas del cielo.
Cubiertos por la visera de ladrillo o por la capucha de hojalata adquieren, respectivamente, un aire chulesco o acechante.
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