Del sur y de norte

Dos nuevos diccionarios mejoran el conocimiento de las palabras que nos aportaron la cultura árabe y francesa

 

José Antonio Millán

 

Federico Corriente
Diccionario de arabismos y voces afines en iberorromance
Gredos. Madrid. 1999. 592 págs.
7.200 ptas

Valentín García Yebra
Diccionario de galicismos prosódicos y morfológicos
Gredos. Madrid. 1999. 324 págs.
4.400 ptas

 

Aparte del inicial legado del latín (y de la irrupción reciente del inglés) las dos principales aportaciones al léxico del español han sido, en épocas muy diferentes, la del árabe y la del francés. Una coincidencia pone ahora en las librerías los diccionarios que necesitábamos para explorar estos dos legados. Ambos aparecen en una editorial antigua e independiente, Gredos, con una trayectoria feliz de publicaciones sobre nuestra lengua.

El arabismo en español no acababa de estar bien estudiado, a pesar de su importancia para nosotros: la comprensión de algunos pasaje de nuestros clásicos, del Libro de buen amor al Buscón, aún tiene que esperar a la aclaración de un término árabe. 1.285 palabras del Diccionario de la Academia llevan alguna marca de origen relacionada con esta lengua. Pero, ¡ay!, entre ellas abundan los "fantasmas lexicográficos" y las etimologías erradas (hasta el extremo de que Corriente añade como apéndice al suyo un "Diccionario de falsos arabismos").

Henos ante una obra que explora los arabismos del castellano, catalán, gallego y portugués, y lo hace en diálogo con Corominas-Pascual y otros especialistas. La indagación etimológica que alguien definió como "arqueología del viento" es siempre penosa y conjetural, un trabajo de aproximaciones sucesivas, a lo que en esta ocasión se unen la falta de un auténtico diccionario etimológico del árabe, y los problemas derivados de la peculiar forma que tomó esa lengua en la península.

Entre los arabismos, los oficios y la ciencia están, como era de esperar, bien representados: alifafe, enfermedad de los caballos; cénit, la dirección de la cabeza…. Hay también algunos nombres propios, como el de la estrella Fomalhaut, "boca del pez". Pero quizás la más sorprendente aportación de la obra sea la etimología árabe de una serie de vocablos de germanía (las gurapas de los galeotes del Quijote), del vocabulario infantil (alhiguí, alirón este último que Corriente echa en falta en los principales diccionarios, pero que ya se encuentra en el de Español actual de Seco) y vulgares. Efectivamente: no sólo tienen raíz árabe cipote, picha, gilipichi y otros muchos vugarismos, sino que incluso la interjección popular jodó petaca parece provenir del árabe andaluz xúdu bitaqa, "¡tomad por fuerza!". Por no mencionar el curioso origen del vulgarismo (echar un) polvo, que Corriente relaciona con la expresión mudéjar o morisca rabáh hírr búlb ("conseguir una vulva"). Tres registros al margen de la lengua dominante los delincuentes, los niños y el habla vulgar donde se refugiaron los últimos rescoldos del árabe.

En el caso del francés, la obra de García Yebra viene igualmente a completar y sobre todo a poner en su sitio numerosas etimologías, hasta el extremo de que sus entradas suelen comenzar negativamente. Por ejemplo: "No procede megaterio del gr. mégas, grande, y theríon, bestia. Se habrá tomado del fr. mégathérium, voz formada por Cuvier en 1797". Estas precisiones que suelen completar las etimologías académicas no son algo baladí: la recepción de voces a través de otras lenguas dice mucho sobre la historia de una cultura. Una gran parte de los neologismos científicos y de los préstamos de lenguas asiáticas entró desde el francés (ni la ciencia ni las exploraciones españolas de siglos pasados dieron para otra cosa). La Academia da calambac (un árbol), como procedente del persa. Pero no tuvimos contactos directos con el persa, y la palabra se encuentra en francés e inglés desde el siglo XVI. En inglés es esdrújula, con lo que la forma española, aguda, es probable que provenga del francés (lo que explicará los "galicismos prosódicos" del título).

La influencia morfológica se ve también por doquier. Por ejemplo: el nombre de la isla Chipre (giego Kypros) habría dado Cipro(s), pero la ch inicial y la e final delatan el origen francés. En ocasiones es una terminación (-tud) la que se revisa, en un artículo muy bien documentado, como son todos los de este preciso diccionario.

Publicado originalmente en El País, el 24 de diciembre de 1999
Última versión, enero del 2000

 

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