José Antonio Cordón
La
edición electrónica |
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En una reciente obra publicada en España sobre la relación entre
literatura y mercado (López de Abiada, et al. Entre el ocio y el negocio:
industria editorial y literatura en la España de los 90. Madrid, Verbum, 2001)
hablaba el coordinador de la misma, en la introducción, del alto nivel demostrado en las
ponencias y encuentros de investigación, pues de un seminario sobre la materia se
trataba. Dada la infrecuencia, cada vez menor, de estudios sobre el particular, un
análisis de la literatura mas reciente a la luz de las tendencias y movimientos del
mercado, y de las propuesta de intenciones manifestada en cuarta de portada e
introducción, el lector interesado, o el meramente curioso, no puede menos que lanzarse
con avidez a la lectura de sus contribuciones. La obra, en general, no carece de interés,
en algunas de sus capítulos hay ideas originales, intuiciones sugestivas, y propuestas
novedosas, pero cuando intentamos rastrear los fundamentos de la investigación, los
sustratos metodológicos, las fuentes de autoridad, nos encontramos con las misma
contundente realidad que caracteriza el escaso abanico de obras publicadas en los últimos
años sobre cualquier aspecto de la edición contemporánea en España: la ausencia de un
programa metodológico y de investigación basado en una tradición bien fundamentada de
carácter heurístico. En su mayoría, los autores de los ensayos invocan fuentes de
carácter periodístico, opiniones personales o derivadas de entrevistas, ensayos
prospectivos de tinte especulativo y parco empirismo, etc. Es abundante la presencia de El
País, ABC, El Mundo, y otros periódicos, así como sus respectivos
suplementos culturales, de revistas de divulgación literaria o editorial como Delibros
y de abundantes páginas web donde se promocionan y publicitan autores y obras. Todo lo
mas se citan fuentes estadísticas como las elaboradas por la Federación de Gremios de
Editores, El Ministerio de Cultura o el Instituto Nacional de Estadística. Se habla de
producción pero no hay estudios de producción excepto los comentarios que esta deviene
en fuentes indirectas, como las mencionadas estadísticas; se habla de recepción pero en
ningún momento se han hecho estudios de lectorado seriamente fundamentados; se habla de
edición pero a través de entrevistas y literatura secundaria, incluso en un sector tan
novedoso como el de los libros electrónicos aún esta por hacer un estudio serio de
recepción y consumo fuera de los comentarios habituales sobre sus posibilidades de
implantación y su futuro.
Muchos de los análisis e investigaciones que se desarrollan en la actualidad sobre cualquier aspecto del saber o cualquier campo del conocimiento tienen lugar en las universidades. Sin embargo es muy significativo cómo en las instituciones académicas este elemento nuclear en los sistemas de comunicación no ha merecido ningún interés, y si lo está recibiendo en la actualidad es en tanto que sistema en fase de desaparición, colapso o suplantación por tecnologías emergentes como la electrónica, para las cuales los sistemas de producción, distribución, comercialización y consumo tradicionales les sirven como referente para establecer contrastes favorables a los nuevos medios. Paralelamente a este fenómeno nos encontramos con que existen poquísimos programas de formación en el sector de la edición dentro del ámbito académico, y sólo una minoría de universidades ofrecen titulaciones especificas orientadas a este campo. Por alguna extraña razón la edición contemporánea reviste una mera presencia fantasmal entre los rincones académicos. Las facultades de Documentación han enseñado tradicionalmente a los estudiantes a controlar y gestionar, controlar y conservar la información mediante distintas técnicas. La orientación fundamental se dirige a las obras de todo tipo y en todo tipo de soportes una vez que estas han sido publicadas. De tal forma que queda al margen todo el proceso previo que caracteriza a lo que tradicionalmente denominamos cadena primaria de la información. En términos generales muy pocos estudiosos de Ciencias Sociales se han aproximado a la edición como disciplina de investigación. La rama de Sociología del Conocimiento o la de Sociología de la Ciencia rara vez se ha preocupado por la publicación de libros como un aspecto nuclear de sus investigaciones. En todo caso, cuando lo ha hecho y referido sobre todo a la producción científica a través de artículos de publicaciones periódicas, se ha preocupado por la creación y uso de la investigación, pero raramente con la formas de transmisión de este conocimiento. Incluso el estudio académico del uso del conocimiento, desde el punto de vista de la bibliometría o de la cienciometría, únicamente ha considerado como los científicos e investigadores utilizan el conocimiento pero muy infrecuentemente como esta información es comunicada. Tampoco las propias empresas ligadas al sector editorial han estado interesadas en el análisis del mismo. Durante muchos años la edición ha sido considerada como una profesión selecta para la cual no era necesaria una formación especifica aunque si una amplia educación liberal. El conocimiento de la edición podía ser aprendido en el trabajo y, éste era el argumento, los libros constituían un producto tan singular que una comprensión sistemática del proceso de edición no era abarcable ni posible. Recientemente, las propias editoriales en los países industrializados se han visto dominadas por gestores, más que por editores tradicionales, y esta "nueva hornada" de profesionales a menudo considera la formación en economía o negocios, en gestión empresarial, mas útil que el tradicional aprendizaje en la empresa editorial misma. Parecen mas interesados por los aspectos financieros de la industria que por la comprensión de su complejidad y del papel social que ésta desempeña. A ello se ha unido otro factor, en el campo de la edición electrónica: la entrada en el sector de la producción de obras de profesionales que provenían ahora del campo del software, de las bases de datos, o del diseño multimedia. Mientras los editores están en el negocio de producir libros, parecen estar poco interesados en expandir la bibliografía sobre su propia profesión. En una obra publicada no hace mucho con el significativo título de Ou va le livre?, coordinada por Ives Mollier (París, La Dispute, 2000), el autor de uno de los capítulos, dedicado al análisis del sector editorial francés, advertía de que los datos ofrecidos habían sido extraídos de fuentes indirectas dada la renuencia de los editores a suministrar información sobre el funcionamiento de sus empresas. Esta reticencia es lógica cuando se trata de aportar datos de actualidad sobre una empresa en funcionamiento que pueden, en la lógica del mercado, aportar informaciones estratégicas a la competencia, pero se hace incomprensible cuando se trata de indagar sobre la dimensión histórica del sector editorial. Paradójicamente, el sector editorial no deja de suscitar una irreprimible curiosidad, no exclusivamente investigadora, fruto de esa condición híbrida entre el espíritu y el negocio, entre lo sublime y lo canalla, entre la improvisación y el cálculo, que caracteriza este ámbito. Y los últimos años han sido testigos de una eclosión de obras en las que, directa o indirectamente se abordaban algunos aspectos relativos al mismo, obras sin duda interesantes para el investigador, pero completamente insuficientes para efectuar estudios sistemáticos como los que requiere una investigación coherente. Algunos editores se han lanzado a la arena editorial relatando sus experiencias, en escritos de carácter memorialistico, autobiográfico o cronificador. Mario Muchnick (Lo peor no son los autores, Banco de pruebas, en el Taller de Mario Muchnick), Jorge Herralde (Opiniones mohicanas, El acantilado) obras que siguen la estela de la inolvidable Cuando las horas veloces de Carlos Barral, última parte de su memorias (Años de penitencia, penúltimos castigos, Los años sin excusa, Cuando las horas veloces) y, en menor medida, las de Ruiz-Castillo Basala El apasionante mundo del libro : memorias de un editor publicadas por Biblioteca Nueva en 1979 y reeditadas por la Fundación Germán Sánchez Ruipérez en 1986. Poco más destacable en este terreno excepto la traducción de la obra de Carlo Feltrinelli, hijo del magnate italiano, biógrafo y cronista de la andadora editorial y política de su progenitor en Senior service: biografía de un editor, publicada por Tusquets en 2001. Algunas obras de carácter biográfico podrían completar esta parca nómina como las dedicadas a José Janés, como editor de literatura inglesa ( Jacqueline Hurtley, PPU, 1992) o a Martín Cañellas (Bernando Martín Cañellas, 2000) . En este mismo terreno memorialístico podríamos apuntar los apuntes biográficos de Rafael Conte (El pasado imperfecto, Espasa, 1998) y Miguel García Posada (La Quencia, Península, 1998 y Cuando el aire no es nuestro, Península, 2001) que, en su condición de críticos literarios ofrecen una perspectiva interesante de ese elemento fundamental del campo editorial, en palabras de Pierre Bourdieu. Línea que podemos vislumbrar en obras como las Noticias de libros (Península, 2000) Informes de lectura de G. Ferrater, o en la traducción de los sorprendentes informes que Italo Calvino efectuó para Einaudi (Los libros de los otros, Tusquets, 1994). En este sentido, aunque como traducciones, podíamos incluir las memorias de George Steiner, Fe de erratas, magníficamente editadas por Siruela o las del crítico alemán Marcel Reich-Ranicki, Mi vida editadas por Galaxia Gutenberg en el año 2000. Sin embargo muy escasos, por no decir prácticamente inexistentes son los estudios sobre las editoriales como empresas, si exceptuamos los de Philippe Castellano (Enciclopedia Espasa, Historia de una aventura editorial, Espasa Calpe, 2000), centrado en la edición de la monumental enciclopedia, o los de Albert Forment sobre Ruedo Iberico (José Martinez: la epopeya de Ruedo ibérico, Anagrama, 2000) o el más literario de Gonzalo Santonja sobre Séneca la editorial que fundara Bergamín en Mexico (Al otro lado del mar: Bergamín y la editorial Séneca, Círculo de Lectores, 1996), ejemplos estos últimos de iniciativas editoriales pero en el exilio, y el primero gestado desde una universidad francesa. En 2002 han aparecido dos monografías, de diferente calado y orientación, pero interesantes por colmar una inmensa laguna histórica y documental. La primera de ellas (Historia de la edición en España: 1836-1936) publicada por Marcial Pons y dirigida por Jesús A. Martínez, recoge aportaciones sugerentes, pero carece de una revisión sistemática de los distintos subsectores editoriales, además de cubrir solo parcialmente la cronología que anuncia en su título. La segunda, que ha aparecido hace unos días, es la que el escritor y periodista Xavier Moret acaba de publicar en Destino con el titulo de Tiempos de editores: historia de la edición en España, 1939-1975. Xavier Moret es un buen conocedor del mundo editorial, como demuestra habitualmente en sus crónicas periodísticas y como, desde la parodia, evidenció en su divertida El impostor sentimental. En esta historia de la edición se aborda un proyecto muy ambicioso que puede constituir un buen precedente para una autentica historia de la edición en España. A través de los capítulos traza una trayectoria de las principales editoriales españolas del momento como Plaza y Janes, Destino, Bruguera, Planeta, Barral, Alianza, Alfaguara, Ariel, Taurus, Ruedo Iberico, Lumen, Tusquets. Anagrama, etc. Repasa catálogos, políticas editoriales, movimientos estratégicos, biografías de autores y editores, esbozando lo que podríamos considerar como una historia cultural de la edición. Pero se queda justamente en el momento o punto de partida en el que habría que plantear una historia empresarial en la que se manejen todas las coordenadas que intervienen en el campo editorial. El estudio de la edición contemporánea carece todavía de monografías científicas que nos permitan trazar panoramas parecidos a los que el grupo liderado por Pedro Cátedra y Maria Luisa López Vidriero están desarrollando para el Libro Antiguo Español (véase la magnifica serie de estudios sobre el libro antiguo español que publica desde hace varios años la Universidad de Salamanca), y cuando los hay son iniciativas aisladas carentes de continuidad y sin canales científicos formalizados para su difusión dada la inexistencia de revistas especializadas de carácter científico sobre la materia. En el ámbito de la edición electrónica en España, tenemos por el momento un solo estudio, que proviene también, curiosamente, de una universidad francesa: la tesis doctoral de Laetitia Philippe: Ledition multimedia en Espagne: identités, langues et cultures dans la production de cédéroms des origines a laube des années 2000 (París 8), cuyo apéndice documental, por ejemplo, presenta un elenco de entrevistas con responsables de edición electrónica en distintas empresas, con un aporte de datos único. Por otra parte tampoco existe la posibilidad de conformar cuerpos de investigadores que analicen el amplio espectro que articula la cadena editorial, dada la inexistencia de formación universitaria en el ámbito de la edición. España de nuevo constituye una curiosa excepción con respecto a los países de nuestro entorno. Siendo la actividad editorial una de las mas importantes desde el punto de vista económico, revistiendo una proyección social que trasciende claramente los intereses particulares del sector, y poseyendo una antigüedad de siglos, se trata de una disciplina ausente de las aulas universitarias. La formación en este campo se reduce a la reducida oferta de máster y cursos especializados cuya finalidad, como casi toda la formación de postgrado, es la inserción laboral, pero en modo alguno la investigación. En estas ofertas formativas se carga la docencia, con mayor o peor fortuna, según los casos, en el conjunto de destrezas y técnicas que ha de poseer el editor para crear, desarrollar y mantener una empresa editorial, pero no existe ningún módulo o lección sobre las posibilidades de la investigación en el sector. De cualquier modo no es la formación de postgrado el lugar donde han de insertarse estos programas, debido al componente pragmático que ha de poseer la misma, aunque no les vendría mal a los futuros editores el conocimiento de las fuentes de información e investigación existentes en su campo. Pero es el tercer ciclo el que ha de canalizar la investigación en estas disciplinas y es ahí donde, con excepción de alguna iniciativa aislada, se percibe la flagrante ausencia de programas de investigación consolidados. En este sentido los responsables académicos y políticos se debían de plantear, con urgencia, la puesta en marcha de una titulación de segundo ciclo dedicada al estudio y la formación en edición, que permitiera el desarrollo de terceros ciclos que articularan una investigación seria sobre la gran cantidad de zonas aun inexploradas y desconocidas de nuestra realidad editorial. Pero ninguna iniciativa puede fructificar sin la colaboración del sector profesional que ha de reconocerla y aprobarla y la Federación de Gremios de editores ha ser la tercera columna donde se apoye este edificio. Porque, además, únicamente los editores, con su colaboración, permitirán un desarrollo sólido de la investigación. Las fuentes primarias para el desarrollo de ésta son los documentos generados en el curso de la actividad editorial que, normalmente, se han de conservar en los archivos de la empresa. Los archivos editoriales representan una parte importante de la memoria colectiva y del patrimonio cultural del mundo contemporáneo, entrando de lleno en las definiciones y declaracions de intenciones de programas como los de World Heritage y Cultural Heritage desarrollados en estos momentos por la UNESCO, cuya pretensión es la preservación y conservación de la memoria cultural de la humanidad: http://www.unesco.org/general/eng/programmes/index.shtml Desgraciadamente, los archivos de numerosas editoriales ya desaparecidas están dispersos o simplemente han sido destruidos, y los que se conservan en editoriales vivas están igualmente amenazados de correr la misma suerte. Los editores carecen del tiempo y de los medios para explotar por si mismos estos registros, así como de conservarlos en unas condiciones adecuadas. La indiferencia o simplemente la negligencia motiva que muchos de estos archivos se pierdan irremisiblemente con el cierre continuado de empresas editoriales. A los problemas clásicos de identificación y conservación de los documentos de la actividad editorial se unen los que provienen de los nuevos medios: programas o bases de datos que sirvieron para la confección de obras electrónicas, versiones beta, premásters, etc., que exigen una política específica de conservación. Por otro lado, una gran parte de la correspondencia actual está en forma de correo electrónico, y muchos documentos anejos (borradores de contratos, normas para la presentación de originales, etc.) se encuentran también en forma electrónica. De las diferentes etapas que Laufer (Diez Borque, J.M. Métodos de estudio de la obra literaria, Madrid, Táurus, 1989) distingue en la evolución de los escritos (estado preparatorio: notas, borradores, proyectos, etc; estado divulgatorio: representado por los preoriginales, los originales y los paraoriginales; estados parciales: comprende las modificaciones surgidas durante la composición tipográfica; estadios no superponibles: cuando el autor reelabora el texto hasta el punto de crear dos versiones diferentes) todos han sufrido un proceso de traslación, más o menos acelerado según los casos, hacia los formatos electrónicos, de tal manera que su preservación y conservación se hace imprescindible si se quiere seguir el rastro de la creación escrita en el futuro. De ahí la necesidad de crear un organismo o institución de garantizar la conservación de estos documentos que constituyen una parte importantísima de la memoria cultural de la sociedad y que son imprescindibles para documentar y fundamentar las investigaciones futuras, permitiría la reconstitución y comprensión del acto de publicación y de difusión del escrito en la sociedad contemporánea, inscrito en un contexto científico y cultural que daría lugar a Interpretaciones y discusiones extraordinariamente fecundas, amparadas en información consolidada y no en meras especulaciones o literatura secundaria.
Un Instituto de esta naturaleza ya existe en Francia. Fundado en París en septiembre de 1988, el Institut Memoires de ledition Contemporaine (IMEC: http://www.imec-archives.com/) tiene como finalidad reunir los archivos de la edición francesa y de reunir alrededor de ella un conjunto de actividades. La misión de conservación del IMEC es indisociable de su misión de información, de difusión y desarrollo de la investigación. Persigue un doble fin: 1.- Reconstituir y difundir el patrimonio de las editoriales y de la vida del libro en el siglo XX, mediante la recogida y explotación de los archivos (literarios, jurídicos, económicos, etc.) de las editoriales. 2.- Suministrar a la comunidad científica, nacional e internacional, así como a todos aquellos interesados, los instrumentos documentales y de investigación sobre la profesión y vida del libro. El éxito de la fórmula radica en una estrecha colaboración con los editores y los autores. Las relaciones del IMEC con sus depositantes se organizan sobre la base de un contrato de conservación y de explotación. El depositante permanece como propietario de sus archivos. Mediante ese contrato, el IMEC se compromete a realizar el inventario, la valoración y la conservación de los fondos que le han sido confiados. Establece con cada uno las condiciones de consulta de sus fondos y asegura el seguimiento y control de las investigaciones efectuadas a partir de los mismos, haciendo respetar las reglas de confidencialidad y propiedad literaria. Por otro lado todo depositante se compromete a enriquecer regularmente los archivos históricos y a favorecer el desarrollo de investigaciones sobre sus fondos. El objetivo de este Instituto no es solamente la salvaguarda del patrimonio de la edición sino, al mismo tiempo que reúne y recompone esa memoria dispersa, asegurar su explotación científica y editorial. Por esto, el organismo debe emprender desde su creación un programa de difusión del patrimonio del que es depositario gracias al desarrollo de investigaciones, de exposiciones y publicaciones en colaboración con los depositantes. Estas actividades han de tener una perspectiva internacional en colaboración con otras instituciones similares existentes en el mundo, así como la organización de coloquios internacionales en colaboración con distintas universidades. El conjunto de los documentos conservados al IMEC se estructura básicamente en torno al concepto de "Fondo". La organización documental del Instituto obedece estrictamente a la lógica de constitución intelectual de cada uno de los fondos y no a una distribución de los documentos por categoría documental (impresos, manuscritos, audiovisuales, periódicos, ): un documento así es calificado prioritariamente por su pertenencia a un fondo de ficheros. Cualquier fondo de ficheros conservado en el IMEC se constituye sobre la base de uno, o de varios depósitos. Cada uno de estos depósitos es encuadrado jurídicamente por un contrato que regula las condiciones de explotación y consulta e instaura una estrecha relación de asociación entre el Instituto y los beneficiarios y depositantes interesados. A cada fondo se asocia una biblioteca de estudios ordenada y enriquecida por el IMEC. Cada una de las bibliotecas de estudios reúne no sólo el corpus de las publicaciones del autor sino también el conjunto de los documentos vinculados a la recepción de la obra: archivos de prensa, trabajos universitarios, pruebas críticas, producción audiovisual, cuando estos documentos existen. Todo fondo de ficheros que pueden siempre completarse por nuevos depósitos y toda biblioteca de estudios por nuevas adquisiciones, el repertorio se pone actualiza regularmente. Cada presentación indica, si fuere necesario, los vínculos documentales que existen entre fondos mediante reenvios que dan fe de la circulación de las obras y las ideas. El Directorio reenvia igualmente, a las instituciones, tanto francesas como extranjeras, poseedoras de fondos complementarios a los depositados al IMEC. Muchas de entre ellas son socios del IMEC y colaboran regularmente con el Instituto. Los fondos con que cuenta el instituto son:
Cada uno de ellos posee una clasificación propia por ejemplo los fondos de autores responden a la estructura del ejemplo que sigue, tomado al azar.
Los fondos de editores respondiendo a una lógica similar revisten una estructura diferente. Por ejemplo en la entrada dedicada a Paul Hartman figura lo siguiente:
Una estructura, como se puede apreciar, muy flexible, que permite a los editores adaptarse al modelo de entrega que mejor les parezca. El grupo de trabajo sobre la investigación literaria de la Universidad de Sherbrooke (http://www.grelq.qc.ca), en Canadá, en colaboración con la Biblioteca Nacional de Canadá, está desarrollando un proyecto similar. Este grupo de investigación, liderado por Jacques Michón, ocupante de la primera Cátedra de Historia de la Edición creada en Canadá, e impulsor de numerosos estudios sobre la edición contemporánea de este país, ha planteado, con el apoyo de las asociaciones de editores de Canadá un formato similar al desarrollado en Francia, que comienza a dar sus frutos. En España se hace imprescindible la creación de un centro que revista estas características, en asociación con el Ministerio de Cultura y la Federación de Gremios de Editores. Dada la reciente creación del Instituto de Historia del Libro y de la Lectura que recientemente ha celebrado su primer congreso internacional, en el seno del cual se han desarrollado dos mesas dedicadas a la investigación en edición contemporánea y edición digital, constituiría el lugar idóneo para albergar una iniciativa de esta naturaleza. Los objetivos de un archivo de la edición en España serían: 1. Conservación y gestión de los archivos editoriales y de los fondos de escritores directamente relacionados con la historia del libro y de la edición. 2. Organización de exposiciones creadas a partir de estos fondos y de coloquios destinados a difundir la riqueza documental de los datos recogidos 3. Organización de seminarios especializados sobre la profesión del editor. 4. Convocatoria de becas para la investigación en las especialidades de la edición y la lectura. 5. Desarrollo de actividades de difusión y de información sobre los trabajos en curso: publicación de un boletín de información, repertorios sobre los fondos, creación de una base de datos, etc 6. Creación de una biblioteca especializa en investigación editorial que como mínimo comprendiera:
Pero la investigación en edición contemporánea no
puede detenerse en la memoria documental representada por los formatos convencionales. La
edición electrónica que, con timidez en el ámbito del libro, con gran pujanza en el de
las publicaciones científicas periódicas, ha hecho su irrupción hace pocos años,
requiere igualmente el mismo tipo y nivel de atención que la edición convencional. En
este terreno nos encontramos con problemas adicionales que no existen en el ámbito de la
edición convencional. El primero de ellos es la ausencia de control de la información
publicada al no estar sujeta a ningún tipo de imperativo legal que prevea su
conservación. La legislación de depósito legal existente en el mundo está, en este
terreno, completamente desfasada, y no parece que en un plazo breve resuelva la
insostenible contradicción que representa tener entre sus objetivos programáticos la
defensa y conservación del patrimonio cultural de la humanidad y obviar lo que ya
constituye una parte inseparable de éste. El segundo es la volatilidad o fugacidad, al
estar constituida en muchas ocasiones por publicaciones de carácter efímero que
desaparecen con gran rapidez. En tercer lugar nos encontramos ante problemas de fragilidad
lógica. Muchas de estas publicaciones están elaboradas con sistemas difícil de
recuperar aunque se disponga de los Se hace necesario por lo tanto la conservación a
largo término de la información digital, la creación de archivos digitales con la
infraestructura y la capacidad suficiente para permitir investigaciones futuras en este
ámbito. En marzo de 2000 el grupo formado por la Research Library Group y la OCLC
elaboraron un informe (http://www.rlg.org/longterm/repositories.pdf)
en
Se trata de una iniciativa en la línea de la desarrollada por Open Archives (http://www.openarchives.org/) de crear sistemas homogeneizables de intercambios de información que permitan su conservación y transferencia. Al hilo de estas han surgido una gran cantidad de proyectos y propuestas que participan de la misma filosofía. Algunas de ellas se pueden consultar en http://www.eprints.org/ y en http://www.longnow.org/10klibrary/TimeBitsDisc/links.html#L_I. La conservación de la documentación y las publicaciones electrónicas representa otro de los retos que es preciso abordar para conformar el ciclo completo de la investigación editorial contemporánea. Aun está por definir la forma y el modo en que esto se haga, pero las administraciones públicas no pueden permanecer indiferentes ante la previsible desaparición para las investigaciones futuras de este contingente de informaciones que serán irrecuperables si no se adoptan medidas urgentes.
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© 2002, 2003 José Antonio
Cordón Creación, enero del 2003 |
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