La cosa fue así: estaba un día hablando con Juan José Saer sobre el insulto y
el desafío entre gauchos, y me recomendó la lectura del Evaristo Carriego,
de Borges. "A propósito", me dijo, "Este libro tiene un ensayo sobre las inscripciones en los carros". Y acto seguido me citó sus últimas palabras: "Me gustan las inscripciones de carro, flores corraloneras" ¡Flores corraloneras! Saer ¾que con muy buen juicio nunca se ha asomado a la Red¾ ignoraba todo acerca de mi sección "Flor de farola", pero su instinto le había hecho llamarme la atención sobre esas páginas. Corrí a comprarme el libro (Madrid, Alianza Editorial, 1998) y leí, asombrado: |
VII Las inscripciones de carro [1] [...] Hace tiempo que soy cazador de esas escrituras, epigrafía de corralón [2] que supone caminatas y desocupaciones más poéticas que las efectivas piezas coleccionadas, que estos italianados días ralean. No pienso volcar ese colecticio capital de chirolas [3] sobre la mesa, sino mostrar algunas. El proyecto es de retórica, como se ve. Es consabido que los que metodizaron esa disciplina comprendían en ella todos los servicios de la palabra, hasta los irrisorios o humildes del acertijo del calembour, del acróstico, del anagrama, del laberinto cúbico, de la empresa. Si esta última, que es figura simbólica y no palabra, ha sido admitida, entiendo que la inclusión de la sentencia carrera es irreprochable. Es una variante indiana del lema, género que nació en los escudos. Además, conviene asimilar a las otras letras la sentencia de carro, para que se desengañe el lector y no espere portentos de mi requisa. ¿Cómo pretenderlos aquí, cuando no los hay o nunca los hay en las premeditadas antologías de Menéndez y Pelayo o de Palgrave? [...] No hay ateísmo literario fundamental. Yo creía descreer de la literatura, y me he dejado aconsejar por la tentación de reunir estas partículas de ella. Me absuelven dos razones. Una es la democrática superstición que postula méritos reservados en cualquier obra anónima, como si supiéramos entre todos lo que no sabe nadie, como si fuera nerviosa la inteligencia y cumpliera mejor en las ocasiones en que no la vigilan. [...] Me gustan más las inscripciones de carro, flores corraloneras. |
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Hace tiempo escribí sobre Borges que "aparentemente tuvo la habilidad de poner el dedo en todos los lugares, de la literatura o de la filosofía, donde podía caber el asombro" (fue aquí). Hoy tendría que añadir a la literatura y la filosofía ese espacio abismal de la creación popular. |
[1] Carro de caballos, claro, y
no, a lo americano actual, "coche": estamos en 1930. [2] Según el excelente Nuevo diccionario lunfardo, de José Gobello (Buenos Aires, Corregidor, 1997), corralón es "Sitio cerrado donde se guardaban los carros" [3] También según Gobello, chirola es voz popular con el sentido de: "Moneda de poco valor" |