El derecho a husmear

José Antonio Millán

 

El derecho a husmear

¿Se trata de una disputa gremial entre historiadores, o hay una importante cuestión política en juego? El libro de Sonia Combe Archives interdites [Archivos prohibidos], cuyo subtítulo es "Los miedos franceses frente a la historia contemporánea", está levantando un fuerte debate en Francia, pero la cuestión que plantea podría haber surgido en cualquier país democrático del mundo. Se trata de saber quién es el dueño de nuestro pasado inmediato: ¿el Estado, la comunidad de investigadores autoproclamados como tales, quienes custodian los archivos, o el hombre y la mujer de la calle? En el caso francés, ¿quién debería poder consultar los documentos relacionados con el gobierno colaboracionista de Vichy, o los horrores de la represión en Argelia? "Cualquier ciudadano", responde Sonia Combe, pero parece ser la única en opinar así.

Según una ley promulgada en 1979, transcurridos treinta años desde los hechos, cualquiera puede consultar los archivos públicos. Pero paralelamente a la ley apareció un decreto que duplica el plazo en el caso de documentos que afecten a la vida privada, a la defensa nacional o a la seguridad del Estado, todas ellas nociones vagas donde las haya, como señala la reseña de Bertrand Le Gendre en Le Monde des livres.

Se puede obtener la dispensa de la regla de los sesenta años a condición de portarse bien y no provocar escándalos, lo cual significa sobre todo andar con pies de plomo en ciertos temas (la colaboración policial en la aplicación de la "solución final" a los judíos, las torturas efectuadas por militares en la guerra de Argelia...). Sonia Combe señala las dificultades que se encuentran los investigadores demasiado curiosos, o no provistos de los suficientes credenciales universitarias, y concluye: "el modo de gestión de nuestros archivos constituye un enclave de totalitarismo en nuestro espacio democrático".

Si las autoridades no parecen interesadas en facilitar las consultas, tampoco lo están los archiveros, que tienen una formación más orientada a los archivos medievales que a la historia contemporánea. No debe extrañar que los principales libros publicados sobre el régimen de Vichy hayan sido escritos por historiadores no franceses. Archives interdites está provocando un considerable revuelo, y tras la publicación de esta reseña, claramente favorable, Le Monde ahondará en el tema mediante una encuesta amplia entre historiadores.

Hic et nunc

Después de años de constante retroceso en los institutos norteamericanos, el latín está resurgiendo. En 1976 sólo unos 150.000 alumnos (de un total de 14 millones) lo estudiaban en escuelas públicas, pero en la actualidad son más de 500.000. El International Herald Tribune señala que los alumnos que cursan latín obtienen mejores resultados en una serie estándar de pruebas, y sobre todo destacan en las de vocabulario.

Un imprevisto efecto colateral que tiene la cultura clásica es aumentar la facilidad de comunicación en las redes electrónicas. Recientemente los alumnos de un instituto de Oregón tuvieron que apelar al latín para charlar vía módem mediante el ordenador con unos colegas de Bélgica, que sólo sabían francés o flamenco. "¡Como en la Edad Media!", declaró su profesor, excitado.

Sólo para tu piel

La revista alternativa norteamericana In These Times (En estos tiempos) acaba de publicar un durísimo artículo contra la empresa Body Shop, que comercializa cosméticos en 1.110 establecimientos de 45 países. El impresionante despegue de Body Shop se ha debido a la creación de una imagen progresista y ecológica: usa sólo productos naturales, compra ingredientes tradicionales a sociedades tribales, no emplea nada que haya sido probado en animales, no contamina y no favorece a regímenes dictatoriales. Esta imagen le ha permitido alinearse con Amnistía Internacional o Greenpeace en campañas internacionales.

La realidad, corroborada por una multitud de fuentes diversas, según David Moberg, autor del artículo, es que nada de esto es verdad: cremas que pretenden tener acacia y mantequilla, al uso de Etiopía, no tienen ni rastro de ello. El acuerdo que hizo Body Shop con los indios kayapo del Brasil central para comprarles aceite de nuez ha provocado más problemas que beneficios a la comunidad. Regateos vergonzosos con proveedores indígenas, importaciones de países dictatoriales, uso de ingredientes petroquímicos, vertidos contaminantes: Body Shop es tan perversa --o tan normal-- como cualquier otra compañía de cosméticos de la actualidad. Pero más allá de que su historia suponga un fraude más, un caso más de creación artificial de imagen, lo que ha entrado en crisis para cientos de miles de consumidores de todo el mundo (sobre todo cultos, conscientes, bienintencionados) es la idea, o el deseo, de que pueda existir una empresa capitalista con beneficios que no lesione el medio ambiente y que ayude a los necesitados del planeta. Hoy por hoy, ambos objetivos siguen siendo contradictorios.

Lo importante es participar

Del exacerbado mercantilismo de nuestra sociedad no se libra ni el submundo de lo minúsculo, que parecía predestinado a permanecer virgen por inaccesible: ahora se patentan microorganismos con toda tranquilidad, o se inscriben genes en el registro de la propiedad intelectual.

Y como para demostrar que aún no hemos tocado fondo, el New York Times describe lo que tal vez sea el primer ejemplo de merchandasing atómico. Un equipo de químicos británicos ha creado una molécula que consiste en cinco anillos entrelazados, formando el emblema olímpico. El nuevo producto, olympiadane, no sirve absolutamente para nada, pero quizás logre extender entre bacterias y otros bichos microscópicos los ideales de fraternidad y emulación que despierta la contemplación de la enseña entre nosotros.

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