Bibliotheca Altera.
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Bibliografía complementaria |
Antecedentes
AntecedentesA lo largo de la primera mitad de los años noventa, en distintas ocasiones tuve la oportunidad de presenciar varias demostraciones de las cualidades y prestaciones que presentaba la máquina Docutech, realizadas por la compañía Rank Xerox, su inventora. En tales ocasiones lo que la empresa nos mostraba era la posibilidad de llevar a cabo la edición de nuestras novedades, nuestros títulos nuevos, mediante ese revolucionario medio de producción, que efectivamente tenía una ventaja sobre otros ya presentes en el mercado: la posibilidad de realizar tiradas bajo demanda, es decir, imprimir de un título concreto únicamente aquellos ejemplares necesarios en cada momento según los pedidos que recibiera la editorial. En cualquier caso, en esos primeros momentos no teníamos el convencimiento de que la nueva posibilidad se prestara a nuestras necesidades, por varios motivos: (1) su calidad de impresión era buena, excelente, pero nuestra exigencia pedía más; (2) imprimía a una tinta, pero no a varias, lo que reducía la posibilidad de imprimir libros con fotografías a color; (3) las cubiertas tenían que ser -como acabamos de señalar- a una tinta, sin posibilidad de cuatricromías; (4) el formato entonces era el DIN A4, no el 17 x 24 cms., el más habitual de nuestros libros académicos; y (5) la imposibilidad de adquirir en propiedad, como entonces nos proponía Rank Xerox, una máquina de tales características, ya que su coste era demasiado alto para el ritmo de producción de una editorial universitaria como la nuestra, por lo que su amortización se presentaba a un plazo demasiado largo, aun cuando se nos plantease por su parte la posibilidad de que toda la producción de documentación universitaria, no solamente los libros, se realizara con el sistema; conociendo la dispersión de la propia universidad, aunque la voluntad nos llevara a inclinarnos por esa máquina, sabíamos que nunca arrastraríamos hacia ella toda la producción documental de nuestra universidad.
El planteamientoHacia mediados de 1995, sin embargo, recibimos una propuesta de trabajo de la imprenta Celarayn, ubicada en León, que nos ofrecía producir nuestros libros con la misma Docutech de Rank Xerox, pero con la posibilidad de combinarla con el sistema de offset. Esto era novedoso y nos llamó la atención, ya que tras ese planteamiento intuimos que se podían salvar algunas de las dificultades que veíamos en años anteriores: cabía la posibilidad de trabajar el formato 17 x 24, la fotografía en el interior, impresión a más de una tinta, unas cubiertas más atractivas, etc. Por aquellos mismos días recibimos en la editorial un pedido que nos solicitaba un ejemplar de un título ya agotado. Se trataba del Fuero de Béjar editado por el profesor Juan Gutiérrez Cuadrado en 1975. Aprovechamos la coincidencia para profundizar en la idea y decidimos hacer una prueba: encargamos a la imprenta Celarayn que nos hiciera cinco ejemplares de aquella obra. Se trataba de un libro en formato 17 x 24, de 568 páginas de texto corrido, sin ilustraciones y con una cubierta simple de cartulina, impresa a dos tintas. Queríamos un libro exactamente igual. Y queríamos solamente cinco ejemplares. El resultado ciertamente nos sorprendió: no era fácil distinguir el viejo ejemplar de 1975 de los cinco entregados por la imprenta en 1995. Le pedimos a Celarayn que guardara el fichero digital de ese libro. Teníamos que pensar. Antes de final de año estábamos dándole vueltas a esa oferta, pero invirtiendo el valor que originariamente nos había ofrecido en años anteriores Rank Xerox. Es decir, la posibilidad de utilizar la Docutech no para producir nuestras novedades de baja demanda, sino para rescatar algunos títulos descatalogados con el fin de volver a ponerlos en el mercado no ya realizando una baja tirada, sino yendo más allá: nos planteamos la posibilidad de volver a incluirlos en nuestro catálogo sin necesidad de realizar tirada alguna. Es decir, editar sin imprimir. Hacer de ellos literalmente una edición virtual en tanto no se produjera una petición de compra. Habitualmente recibíamos pedidos de nuestros distribuidores, e incluso de particulares, en los que se incluía algún título ya inexistente en nuestro catálogo, pero eran pedidos cuya discontinuidad nos hacía dudar sobre la posibilidad de volver a reimprimirlo. No teníamos un registro de las veces que un libro agotado nos era pedido, pero sí notábamos que algunos títulos se repetían con alguna frecuencia, aunque no tanta como para decidirnos a realizar una reimpresión en offset de, al menos, quinientos ejemplares. No teníamos entonces noticias de nadie que hubiese pensado un proyecto como el nuestro en España, y tan sólo teníamos vagas noticias de alguna cosa parecida en el extranjero: sabíamos de alguna editorial en Suiza que servía libros agotados mediante reproducción en fotocopia, el mismo sistema que utilizaba y utiliza la University Microfilm International, en Estados Unidos, para libros descatalogados, pero no sabíamos cómo eran esos libros materialmente, qué calidad tenían, si conformaban un catálogo o era una prestación personal única a un cliente, cómo se adquirían los derechos de edición, etc. Posteriormente supimos de algunas universidades norteamericanas y alguna francesa que trabajaban en proyectos similares al nuestro, pero siempre con libros novedades, no con libros descatalogados. Con todo, trabajando intuitivamente y sin datos de experiencias previas, nos decidimos a explorar nuestro fondo de títulos agotados para ver hasta dónde podía llegar nuestra idea de reimpresión virtual.
La selección de títulosDe entre los muchos títulos editados por nuestra universidad que ya no estaban presentes en nuestro catálogo pudimos rastrear algo más de un millar en nuestros archivos. De ellos partimos para hacer la selección de los que nos interesaba rescatar. En primer lugar debíamos localizar no sólo la existencia de una obra editada por nosotros en nuestros viejos catálogos, sino la existencia en alguna parte de al menos un ejemplar en perfecto estado de conservación que nos permitiera realizar la reproducción digital sobre la que se habrían de hacer posteriormente los ejemplares impresos que se demandaran. Esa fase nos deparó el interés por cerca de dos centenares de títulos que constituyeron nuestro primer listado de trabajo. Se trataba de libros publicados entre 1943 y 1993, los cincuenta últimos años de la editorial. Una parte de ellos fueron desechados rápidamente del proyecto por la imposibilidad de encontrar un ejemplar disponible, ni en ese momento ni en fases posteriores en las que todavía se hubiesen podido incluir en el listado definitivo.
Cómo llegar al públicoHabíamos seleccionado y teníamos ejemplares en condiciones de reproducción de un centenar y pico de títulos, pero ahora no sabíamos exactamente qué hacer con ellos. ¿Cuánto nos iba a costar editarlos? ¿A qué precio se iban a poder vender? ¿De qué forma? ¿Dónde estaban los autores? En la editorial de la Universidad de Salamanca consideramos que nuestro catálogo, como cualquier editorial que tenga una cierta cantidad de títulos en existencias, es un instrumento fundamental de organización interna y de presentación ante el público. Había que pensar cómo volvíamos a incluir esos libros de nuevo en nuestro catálogo. En primera instancia pensamos que lo más fácil era crear una colección específica con todos ellos, con un nombre que la identificase, e incluirla sin más en el catálogo. Sin embargo, nos dimos cuenta de que lo que pretendíamos era realizar no una nueva edición de tales obras, sino una reimpresión simple sin ningún dato nuevo que hiciera pensar en una edición actualizada o algo similar: nuestro propósito era hacer más ejemplares de aquella edición original. No era más que una reimpresión, quizá veinte o treinta años después. No podíamos permitirnos el lujo de ofrecer a los autores que actualizasen sus obras porque entonces técnicamente el proyecto se venía abajo por motivos económicos: admitiendo eso, no se trataría de hacer una reproducción digital de un libro ya compuesto, sino de componerlo de nuevo, con lo que los costes serían completamente diferentes. Nuestra propuesta a los autores, en su momento, había de ser cerrada: el mismo libro ya editado, sin cambiarle una coma. En esta situación, consideramos que la idea de incluirlos en una nueva colección era contraproducente, porque bibliográficamente ya eran conocidos con una referencia expresa y cambiarla era crear confusión sobre la realidad de la obra. Pensamos entonces que lo obvio era rescatarlos con la referencia que tuvieron en el catálogo y volverlos a poner en su sitio. Si el Fuero de Béjar había estado en la colección «Estudios Filológicos» con el número 71, ahí volvería a estar. Pero proyectándonos hacia el futuro vimos que tampoco sería posible porque nos crearía problemas de carácter comercial: los usuarios no suelen leer con atención las indicaciones que el editor pone en su catálogo para la adquisición, así que mezclar sin solución de continuidad títulos de los que teníamos ejemplares en el almacén con títulos cuya existencia es virtual, puesto que sólo su petición en firme nos llevaría a su impresión, iba a crearnos verdaderos problemas a la hora de servir los pedidos. Para disponer de un ejemplar hecho con Docutech necesitábamos de un mínimo de tres semanas desde el momento del pedido hasta el momento de poder servirlo. Eso nos obligaría a servir los pedidos de forma incompleta: primero enviando los ejemplares de los títulos de los que disponíamos de existencias en el almacén, y después dando explicaciones del plazo en el que serviríamos los restantes títulos. Vimos que era complejo y que crearía confusiones sobre nuestra capacidad para servir nuestros pedidos, puesto que el proyecto que queríamos poner en marcha era pionero y tardaría algún tiempo en comprenderse la diferencia entre ambos tipos de libros. Pensamos en la posibilidad de marcar esos libros de alguna forma, mediante tipografías distintas, mediante recuadros de resalte, mediante iconos que llamasen la atención, pero nada nos hacía salir de la duda de la propuesta, así que la abandonamos.
Un catálogo específico para el proyectoFinalmente dimos con la solución haciendo una mezcla de las dos ideas de presentación que habíamos manejado: se podía conservar para cada título la vieja referencia que había tenido en el catálogo, pero dotando al conjunto de obras de una presentación separada del resto del catálogo. Es decir, pensamos que había que presentárselas al público en un catálogo propio que resultaba una suerte de catálogo-espejo de la propia editorial: sería un catálogo «bis», estructurado en las mismas colecciones que el catálogo general. Así, el Fuero de Béjar seguiría siendo el número 71 de la colección «Estudios Filológicos», pero el usuario no lo encontraría en el mismo catálogo que el resto de títulos en existencias de esa colección. Esta solución nos permitía solventar múltiples dificultades que se nos planteaban, no sólo el de su presentación al público sin problemas de confusión. En primer lugar, incluir todos estos títulos en un catálogo exclusivo nos permitía darle noticia al lector del tipo de libros que se trataba, de su forma de adquisición, del plazo de entrega, etc. En segundo lugar, nos clarificaba la tremenda duda de cómo se iba a enterar el público de la existencia y la disponibilidad de las obras, ya que siendo nuestra intención no imprimir ni un sólo ejemplar iba a ser no difícil, sino imposible, que lo pudieran encontrar en las librerías. ¿Cómo hacer entonces que supieran que se podía volver a comprar? Confeccionar un catálogo exclusivo nos permitía diferenciar netamente tales obras de las del resto que iban en nuestro catálogo general, pero sobre todo nos iba a permitir difundir su existencia. Podíamos pensar en alguna campaña de publicidad en determinadas revistas especializadas, en catálogos de librerías con amplia difusión... pero se trataría de una información muy puntual y voladiza, que desaparecería en poco tiempo. Realizar un catálogo propio nos permitía dar a conocer de forma conjunta todo el proyecto, pero también de forma más permanente. Un catálogo propio dura hasta la edición del siguiente catálogo y eso nos permitía no sólo enviarlo en un momento determinado a un librero, sino poder ofrecerlo también en cualquier momento a cualquier interesado. Pensamos, por ejemplo, en el uso que podríamos darle cuando entregamos nuestros catálogos a los asistentes a los congresos científicos que se celebran en Salamanca. Había un par de aspectos más que nos decidieron por esta fórmula, y eran de carácter administrativo. No existía el problema de la ubicación física en el almacén, ya que en un principio no íbamos a tener ejemplares impresos, pero en todo caso cabía la posibilidad de que decidiéramos más adelante, a la vista del nivel de ventas que tuviera cada uno de los títulos, disponer de cinco o diez ejemplares impresos de forma permanente, sin necesidad de que se produjera un pedido, para que cuando éste tuviera lugar pudiera ser servido con mayor agilidad. Eso, entonces, sí nos llevaba a pensar en su ubicación en el almacén, aun cuando sólo se tratase de diez ejemplares que no ocuparan mucho espacio, pero que evidentemente hay que tener rigurosamente localizados como cualquier otro título del que puedan existir varios centenares. Optar por conservar la vieja referencia nos permitía llevarlos sin más a la estantería que le correspondía en la que se ubican los títulos de una colección determinada, sin necesidad de tener que habilitar un espacio propio dentro del almacén. Por otra parte había que estudiar cómo se incluían estos títulos en nuestro sistema informático de gestión. En la editorial trabajamos con un excelente programa de la casa AGC, muy utilizado en el sector editorial español, en el que hay que dar de alta cada título con una serie de datos que, lógicamente, son los que luego permiten saber el movimiento que se produce con ese libro, el gasto que produce, el beneficio que genera, los pedidos que se sirven, los derechos que hay que abonar al autor, etc. En ese programa tenemos dado de alta cada título mediante un código compuesto por dos letras, que identifican la colección, y tres números que identifican el que un título tiene dentro de una colección. Así, volviendo al ejemplo que ya hemos puesto, el Fuero de Béjar estaba codificado en nuestros ordenadores como «EF071». Según esto, haber creado una nueva colección para los libros virtuales nos hubiese deparado el problema de la duplicidad de registro de un mismo libro, algo que nos resultaría engañoso en algún momento e incluso problemático con los mismos datos del libro. Por el contrario, haberlos incluido sin más con la vieja referencia que tuvieron no nos hubiera permitido extraer de forma rápida datos de seguimiento, de contabilidad, de existencias o de cualquier otra índole que en un momento determinado hubiéramos necesitado de los libros incluidos en el proyecto, teniendo que hacerlo entonces mediante un rastreo individual que llevaría mucho tiempo y una cierta dosis de error. La opción de crear un catálogo específico, pero respetando la misma estructura de colecciones que el catálogo general, nos permitía volver a dar de alta en el ordenador la nueva reimpresión sin tener que hacer grandes cambios que alterasen la infomación de cada título. Decidimos que ese nuevo catálogo de libros virtuales, que había de tener una identidad particular que lo marcase, llevase el nombre de «Bibliotheca Altera». Ese título reproducía nuestra tendencia a latinizar los nombres de nuestras colecciones, una marca de la editorial salmantina, y al mismo tiempo resultaba un hermoso juego de palabras con lo que en definitiva era el proyecto en sí: era «otra biblioteca» compuesta por el mismo fondo que había estado en nuestra «biblioteca» general. De esta forma resolvimos el problema del ordenador: cada título sería dado de alta con su vieja referencia, pero añadiéndole delante la letra «A», que lo identificaba como perteneciente al fondo «Altera». Así, el Fuero de Béjar pasaba de ser el «EF071» a ser el «AEF071».
El precio de ventaParecía, con lo que hemos contado, que teníamos bien encaminado el proyecto y que tomaba visos de poder hacerse realidad. Disponíamos de un centenar y pico de títulos, disponíamos de los ejemplares para su reproducción, sabíamos ya cómo estructurar todo eso, cómo presentarlo al público y cómo organizarlo en el almacén y en el ordenador. Nos guiaba la intuición y cada paso era debatido por el equipo de responsables de la editorial en reuniones en las que cada cual tendía siempre a hacer de abogado del diablo, un poco por forzar la imagen mental que teníamos del proyecto con el propósito de someterlo a todo tipo de situaciones extremas y ver si respondía adecuadamente a ellas, y un poco también con el ánimo de ver si definitivamente había un aspecto que hacía insalvable el seguir adelante y nos obligaba a abandonar una idea peregrina que no tenía cabida en la realidad de nuestra situación editorial. Ese punto pudo llegar cuando a principios de 1996 estábamos ya en situación de tener que ponernos en contacto con los autores para proponerles la reimpresión de sus obras. Hasta ese momento todo el proyecto no había pasado de un debate interno de la editorial, sin que trascendiese sus puertas. Desde el momento en que entrásemos en contacto con los autores se suponía que ya no había marcha atrás y que el proyecto comenzaría a ser difundido y conocido por alguien más que nosotros. Nos quedaba un paso previo que dar antes de lanzarnos a la búsqueda de los autores: ¿a qué precio íbamos a vender los libros? ¿Resultarían unos precios adecuados para el público potencialmente comprador de unos libros hacía años, en la mayoría de los casos, ya agotados? Para responder a estas preguntas no nos quedó otra opción que la de tabular los precios de coste de digitalización, impresión y encuadernación que nos había ofrecido la imprenta Celarayn, con la que pensábamos llevar a cabo la realización de los libros, y saber uno a uno a qué precio podríamos vender cada libro. Evidentemente, el resultado fue dispar, puesto que dispares eran las obras en su extensión, que en definitiva era lo que marcaba el coste del libro. Desde el primer momento habíamos pensado que una de las dificultades del proyecto era, como ya apuntamos antes, la de dar a conocer al público la existencia de nuevo de estos títulos. En los primeros momentos, cuando nos movíamos en la creencia de que la no presencia física en las librerías iba a hacer muy difícil su difusión y venta, adoptamos la idea resignada de que los libros estarían únicamente a la venta en la propia editorial, es decir, imprimiríamos un ejemplar de cada título, que estaría a disposición del público que suele pasar por nuestras dependencias y sólo allí se podría comprar, renunciando por nuestra parte a una difusión y venta mayor. Eso nos permitía marcar unos precios en los que la editorial no debía tener beneficios, lo que los haría ciertamente asequibles. Pero rápidamente nos dimos cuenta de que la más mínima difusión que tuvieran, ya fuera mediante la inclusión en un catálogo o simplemente su correr de boca en boca entre los profesores con la noticia de que el libro estaba otra vez disponible, nos llevaría a la situación de que las librerías acabarían realizando pedidos a nuestros distribuidores, con lo que nos encontraríamos en el trance de o bien no servirlos o bien hacerlo con notables pérdidas, puesto que no podíamos pedir a libreros y distribuidores que renunciaran al beneficio económico del servicio de venta que nos prestan. Ante esta inevitabilidad, que ya notamos cuando estábamos decidiendo la forma de presentación, optamos por seguir el camino habitual y establecer los precios de los libros con el mismo margen comercial que marcamos para los que van en el catálogo general. Precios de mercado sin más, saliesen los que saliesen, no en vano se trataba de volver a poner a disposición de los interesados una serie de títulos que, por su carácter universitario, no son libros de capricho, sino libros profesionales que, de una forma u otra, son necesarios en su trabajo. Todos sabemos que en este sector el precio no es el factor determinante para la compra de un libro, por lo que le perdimos el miedo a que ese aspecto fuera precisamente el que acabara con el proyecto. No resultaron, sin embargo, una vez que decidimos marcarlos con el margen comercial, excesivamente elevados, contra lo que nos habíamos imaginado. Los precios fueron desde las 1.600 hasta las 12.300 ptas., siendo el precio medio en torno a las 4.000 ptas. Según la Panorámica de la edición española de libros que edita el Ministerio de Educación y Cultura, el precio medio de los libros de ese año en el mercado eran de 4.245 ptas. en Derecho, 2.179 ptas. en Filología, 2.801 ptas. en Historia o 4.049 ptas. en Geografía, algunas de las materias que estarían incluidas en nuestra «Bibliotheca Altera». El único cambio que se produjo en el proyecto, cuando abordamos el aspecto del precio, fue que de la lista del centenar largo de títulos que queríamos incluir en el proyecto algunos tuvieron que ser eliminados porque, efectivamente, el precio salía disparatadamente alto.
El contrato de ediciónHacia marzo de 1996 tuvimos que contratar a una persona para que se hiciera cargo de la búsqueda de los autores y la firma de los correspondientes Contratos de Edición, porque el proyecto ya se metía en caminos de envergadura y parecíamos entrar en el camino de no retorno. Volvíamos aquí a tener dificultades que no sabíamos si íbamos a poder sortear, como en todo el proceso de gestación del proyecto. En primer lugar había que redactar el Contrato de Edición que íbamos a ofrecerles a los autores. Al tratarse de una absoluta novedad en el mercado editorial nos encontrábamos con que teníamos que explicarle al autor, previamente a ofrecerle el contrato, el sentido de la edición que queríamos hacer. Había que explicarle que no se trataba de una nueva edición y que por lo tanto no tenía ninguna opción de actualizar el texto con contenidos nuevos, sino que queríamos hacer sin más una reproducción facsímil, puesto no otra cosa es, aunque se haga por un procedimiento digital. No se trataba más que de una reimpresión en las mismas condiciones, sin cambiar una letra, en que había sido editado en su día. No le podíamos permitir ni siquiera incluir un nuevo prólogo, o una addenda final, o un repaso bibliográfico o una simple corrección de erratas comunes, puesto que cualquiera de esas cosas hubiera significado por una parte una alteración de los costes previstos, y por otra una alteración de la obra, con lo que ya no sería exactamente aquélla que una vez editamos, lo que nos hubiese obligado a hablar de una segunda edición, o de una edición corregida, o de una edición actualizada, con el cambio bibliográfico que ello podía comportar. Como ya dijimos más atrás, el proyecto consistía en recuperar los libros tal cual fueron editados. Esto había que explicárselo a los autores. Y había que explicarles también que el libro se iba a reeditar, pero que no se iba a imprimir ningún ejemplar, lo cual resultaba paradógico con los hábitos del mercado. Hasta hace poco no se podía hablar de editar un libro sin imprimirlo. Lo uno era consustancial con lo otro. La nueva tecnología que supone una máquina como Docutech permite hoy ya disociar ambas cosas. Y no era fácil de explicar una cosa así por carta, puesto que esa fue la forma en que nos pusimos en contacto con los autores. Y había que explicarles también, por ejemplo, que no habiendo impresión de ningún ejemplar evidentemente tampoco le podíamos ofrecer a él unos pocos, como regalía de la edición. El propio autor no tendría ni siquiera un ejemplar de su obra, años ha agotada. Este aspecto fue el que hizo que algunos títulos más se nos cayeran del listado inicial, que iba mermando a medida que avanzaba el proyecto. Algunos autores no tenían ningún interés en que su obra volviera a circular, puesto que consideraban que ya estaba plenamente desactualizada. Otros se negaron desde el momento en que no se les permitió hacer ninguna modificación a la obra. Algún otro estaba sumamente descontento del aspecto tipográfico que tenía su obra en aquella primera edición, por lo que no quería que volviera a salir igual. Y alguno más se cayó porque tenía ya cedidos los derechos a otra editorial o estaba en trance de hacerlo. Y había que explicarle también al autor un aspecto que nos parecía insalvable, puesto que ni siquiera la misma Ley de Propiedad Intelectual vigente en España desde 1987, y que era y sigue siendo una de las más avanzadas que hay en el mundo, lo reflejaba: la tirada. La Ley exige que en el Contrato de Edición se especifique la tirada mínima y máxima que se contrata con el autor. Pero nos encontrábamos con que la nueva tecnología nos situaba en un escenario en el que no existe tirada. O dicho de otra forma, existe en tanto existe demanda. Los ejemplares se imprimer de uno en uno, de cincuenta en cincuenta o de mil en mil, según la demanda de cada día. Esto no estaba en la Ley vigente, con lo que no sabíamos qué ofrecer. En primera instancia redactamos un contrato en el que se estipulaba que, ante la inexistencia de impresión de la obra, no cabía otra opción que la de la confianza del autor en el editor y que éste se comprometía a liquidarle rigurosa y fielmente los ejemplares que se llegaran a imprimir y vender cada año, pero el autor no tenía ciertamente forma de comprobar las existencias del almacén ni al inicio del contrato ni en ningún momento. La consulta que hicimos con el Servicio de Asesoría Jurídica de la propia Universidad nos ofreció una solución que fue la que finalmente se reflejó en los contratos: el autor y el editor pactaban una tirada mínima de 1 ejemplar y máxima de 1.000 ejemplares. Dado el carácter de las obras que se iban a incluir en el proyecto, que ya habían estado una vez en el mercado, ciertamente no era previsible que de pronto hubiese una demanda intensa, por lo que una cantidad máxima de 1.000 ejemplares nos daba un márgen amplio para ver el resultado de la obra en este formato de edición. Y, desde luego, si en un plazo breve se vendían ese millar de ejemplares, lo que entonces significaba era que habíamos cometido un error y que ese libro no debería estar en la «Bibliotheca Altera», sino en el catálogo general. Por lo demás, el contrato tipo que preparamos, y que nos sirvió para prácticamente la totalidad de los autores, no presentaba mayores diferencias que las de un contrato normal para otras ediciones standard, con alguna salvedad como por ejemplo no reflejar la posibilidad de corregir pruebas, por lo que ya contamos, o la disposición de la editorial de ejemplares que no devenguen derechos de autor porque sean destinados a promoción. Si no había ejemplares para regalar al autor, tampoco los había para hacer promoción. Sólo habría ejemplares para ser vendidos. La búsqueda de los autores Redactamos, pues, una carta explicativa del proyecto y un Contrato de Edición que habrían de ser enviados por correo a cada uno de los autores. ¿Pero dónde estaban los autores? Teníamos algo más de un centenar de títulos editados entre 1943 y 1993, pero de muchos de ellos ya no se conservaba en la editorial dato alguno. Desconocíamos no sólo dónde vivían actualmente muchos de esos autores, sino incluso en más de un caso si seguían vivos. Una parte de los autores no significó problema, porque se trataba de profesores que seguían trabajando en nuestra universidad. Otros pudimos localizarlos, preguntando por aquí y por allá, en otras universidades. Algunos, efectivamente, habían muerto, pero pudimos dar con sus herederos. Con alguno hubo que intentarlo en más de una dirección. Otros libros eran actas resultado de congresos, por lo que se carecía de interlocutor válido. Finalmente, de algunos no pudimos encontrar su rastro y tuvimos que prescindir de sus obras, puesto que en todo momento queríamos atenernos a la legalidad y a la ética universitaria, que no nos permitía editar una obra sin el consentimiento del autor. A finales del verano de 1996 disponíamos de 99 contratos firmados. Con más de un autor hubo que mantener conversaciones telefónicas explicativas y algún tira y afloja por las condiciones de reproducción o de contratación, pero finalmente 99 era una cifra bonita para cerrar el proceso y pasar a la imprenta. Uno más hubiese estado mejor. La fase de la imprenta Habíamos pasado el ecuador del proyecto y comenzábamos a ver la luz de salida en el túnel por el que, tanteando a ciegas sobre un terreno no explorado en la edición española, habíamos venido caminando. Había llegado el momento de pasar a la imprenta. Hacía ya un año que habíamos recibido una sugerente propuesta de trabajo de la imprenta Celarayn, de León, que había puesto en nuestra imaginación la posibilidad de llevar a cabo un proyecto de estas características. Desde el momento en el que le habíamos pedido aquella prueba práctica de impresión de un ejemplar de nuestro Fuero de Béjar y habíamos quedado altamente satisfechos de su resultado no habíamos perdido el contacto con quienes habrían de ser nuestros colaboradores y correalizadores del proyecto. Hasta ese momento la gestación de los pasos dados nos había correspondido exclusivamente a nosotros, pero fueron constantes las consultas con la imprenta y los consejos de ésta sobre cómo seguir adelante en más de un momento. Ahora le tocaba intervenir a ella. Se trataba de realizar de un golpe cien libros. No es ése un encargo habitual. Para Celarayn, tanto como para nosotros, el proyecto resultaba una exploración de un terreno nuevo en el que su interés residía más en saber a dónde podía conducir que el de obtener un instantáneo beneficio económico. Esta actitud facilitó notablemente que fuera cómodo y rápido llegar a un acuerdo de condiciones que se plasmó en un convenio de colaboración válido no solamente para ese centenar de libros, sino para la segura continuación del proyecto en los próximos años. La editorial de la Universidad de Salamanca tenía y tiene por tradición exigir a las imprentas con las que trabaja la entrega de los fotolitos de un libro contratado, una vez terminado éste, que pasaban de esta forma a nuestro archivo. No sólo se trata de un material pagado por la editorial que es de su propiedad y debe ser entregado por la imprenta, sino que eso nos permitía y nos permite la libertad de contratar posteriormente a la imprenta que más nos interese en el momento de una eventual reimpresión futura de esa misma obra. Nos encontrábamos aquí con una situación distinta, en la que no existían fotolitos ni material alguno que sirva de matriz para una edición futura de una obra que pusiéramos en manos de Celarayn. Existe, ciertamente, el archivo informático, pero éste es necesario que esté permanentemente en su poder porque los ejemplares se iban a solicitar de uno en uno y en cualquier momento, por lo que era absurdo que con el pedido les remitiéramos a su vez el archivo informático del libro en cuestión, que habrían de devolvernos con el libro impreso, y así una y otra vez. No era operativo. Esa era la única cuestión, de entre las que se acabaron reflejando en el convenio de colaboración, que en principio era susceptible de discusión. ¿Cómo podíamos garantizar en el futuro nuestra propiedad sobre la digitalización de una obra que estará siempre depositada en los archivos informáticos de Celarayn y no en los nuestros? ¿Cómo podíamos evitar que puesto en marcha el proyecto hubiera un abuso por parte de la imprenta por la exclusividad actual y futura sobre el material que permitirá hacer el libro? No encontramos una solución óptima, pero sí por lo menos buena. Celarayn se comprometió a mantener en el futuro los precios ofrecidos en ese momento, con la simple actualización del IPC anual tanto para el coste de almacenamiento digital como para el coste de impresión de los ejemplares en cada momento. Y se comprometía, en caso de denuncia del convenio, a la destrucción de nuestro almacén digital, para que no pudiera ser utilizado para otros fines que no fueran los estipulados por nosotros con los autores en los contratos. Por nuestra parte, renunciamos a la entrega del depósito digital. Celarayn, por su parte, había implicado a la empresa Rank Xerox en el proyecto, que manifestó un vivo interés por la originalidad que suponía respecto a las posibilidades de uso de la Docutech, de tal forma que cada una de las tres partes aportábamos a la aventura común aquello de lo que disponíamos: Celarayn la materialización de los libros, Rank Xerox la tecnología y la promoción pública del proyecto y Ediciones Universidad de Salamanca las obras concretas que lo conformarían. Algo habíamos de perder, no obstante, en este pasaje del proyecto, y era la integridad física de los ejemplares sobre los que se iba a hacer la digitalización, muchos de ellos únicos en nuestros archivos de la editorial. Era preciso desencuadernarlos para poder hacer la más correcta digitalización y después volverlos a encuadernar, pero en el camino perderían su integridad física, algo que nos importaba, puesto que su conservación en nuestro archivo tenía un carácter histórico, pero no había otra solución. Posteriormente los hemos vuelto a encuadernar y reintegrar a nuestro archivo, pero si alguien algún día los precisa para alguna exposición, para algún estudio o por cualquier otro motivo, se encontrará con que hacia 1996 los responsables de la editorial los sacrificamos y quizá no sepa que fue por una buena causa. Había otro problema que solventar, y era el de las cubiertas que habían de llevar los libros cuando se imprimiesen. La selección de títulos que habíamos hecho correspondía a un período muy amplio, cincuenta años, en los que el diseño de las cubiertas de la editorial había variado notablemente. Los libros de los años cuarenta y cincuenta no tenían mayor problema, porque por aquella época la editorial los realizaba con unas cubiertas muy simples de cartulina impresa a una o dos tintas, sin ilustraciones. Éstas comenzaron a incluirse en los años sesenta y a principios de los setenta se comenzaron a incluir cuatricromías. Nuestra intención, ya lo hemos dicho, era reproducir los libros tal cual fueron editados en su momento. Realizar las cubiertas que iban a color nos planteaba ahora un gasto no previsto: para la impresión de un único ejemplar de una obra en un momento dado, habría que pasar por una máquina de offset una única cubierta para mancharla con las cuatro tintas de la cuatricromía. Era un gasto excesivo e innecesario. Pensamos en la posibilidad de mandar imprimir un centenar de cada una de aquellas cubiertas que llevaran color y conservarlas para las futuras demandas, pero desconocíamos el ritmo de la demanda y significaba disponer de un pequeño depósito de cubiertas, de varias decenas de títulos, que no estaba en nuestra intención, así que abandonamos la idea. Por otra parte, era preciso también dotar de alguna identidad física a la «Bibliotheca Altera». Así que el encarecimiento innecesario de la cubierta y la necesidad de homogeneizar su aspecto externo nos llevó a decidir que todos los libros fueran impresos con unas cubiertas uniformes a una tinta, que llevaran externamente únicamente el nombre del autor, el título de la obra y el pie editorial. Al mismo tiempo, para que el comprador tuviera cuando menos noción de cómo era la cubierta original, fuera ésta en blanco y negro o en color, optamos por reproducir ésta, pero a una tinta, en el interior, antes de la portadilla. Por lo demás, salvo el cambio de la cubierta, el libro no llevaría ninguna otra cosa que pudiera hacer pensar en una edición nueva. Incluso la página de créditos sería idéntica, fuera como fuera en su edición original. Los libros posteriores a 1972 llevarían el mismo número de ISBN que tuvieron en su día, por supuesto, pero para los anteriores a esa fecha se les ha adjudicado uno del código actual de la editorial, de tal forma que todos cumplieran esa obligatoriedad legal que hoy se exige y pudieran entrar en el circuito comercial. Pero no se les ha incluido ninguna referencia alusiva a que sean una reimpresión, o un nuevo prólogo del autor o cualquier otra cosa que pueda hacer pensar en una novedad. Seguramente estemos ante la necesidad de tener que inventar una nueva palabra para denominar este tipo de puesta en circulación de una obra que no es una nueva edición ni estrictamente una reimpresión, puesto que puede suceder que alguno de los títulos incluidos en el proyecto no sea demandado nunca por ningún comprador y por lo tanto no llegue nunca a imprimirse ningún nuevo ejemplar, existiendo ese título únicamente de forma virtual en nuestro catálogo. Teníamos dudas, por otra parte, respecto a la calidad con que serían reproducidas digitalmente las fotografías que incluían algunos libros y de las que no podíamos prescindir, puesto que eran consustanciales al texto; por ejemplo, en determinados libros de historia del arte. Prescindir de las fotografías o haberlas reproducido con mala calidad nos hubiese llevado a eliminar del proyecto las obras afectadas, pero afortunadamente las pruebas de esas páginas que nos presentó Celarayn resultaron magníficas, por lo que no hubo que hacer ninguna nueva supresión de títulos por ese motivo. Una de las dificultades que habíamos visto en la máquina Docutech antes de arrancar este proyecto era la imposibilidad en aquel momento de realizar los libros en formato 17 x 24 cms., el habitual de nuestros libros, ya que la máquina imprimía únicamente en aquel momento en formato DIN A4. Lo que nos decidió a poner en marcha la iniciativa con Celarayn fue el hecho de que ésta nos ofrecía imprimir en 17 x 24 cms. y encuadernar con máquinas ajenas a la Docutech. Los noventa y nueve títulos, finalmente, fueron impresos y encuadernados de esa forma. Le pedimos inicialmente a Celarayn que nos imprimiese dos ejemplares de cada una de las obras. Uno de ellos iría destinado a la propia editorial, para tenerlo disponible para el primer pedido que nos fuera realizado. El segundo ejemplar fue destinado a los propios autores, aun cuando en el contrato con cada uno de ellos se había especificado que no le sería entregado ninguno, pero consideramos que además de una deferencia por su contribución a la puesta en marcha del proyecto, era también una forma magnífica de empezar a hacer circular la «Bibliotheca Altera», puesto que los propios autores son en muchas ocasiones los mejores divulgadores de sus obras. E incluso son magníficos compradores de las mismas.
La confección del catálogoMientras Celarayn nos estaba digitalizando e imprimiendo esos primeros ejemplares, en la editorial nos pusimos a elaborar el catálogo que serviría para que el público conociera la existencia de las obras, puesto que no iba a haber posibilidad de encontrarlas en las librerías. En Ediciones Universidad de Salamanca habitualmente hacemos grandes tiradas de nuestros catálogos. Encontrar un libro de «Bibliotheca Altera» en una librería es imposible, pero encontrar cualquier otro libro de nuestro fondo tampoco es fácil. Lo reconocemos, pero no es culpa nuestra, evidentemente. El exceso de oferta editorial en España y la reducción progresiva de librerías de fondo son dos factores que hacen inútil la lucha de una editorial universitaria por la presencia física de sus ejemplares en unas librerías que no disponen de espacio para obras de rotación lenta como son las nuestras. Así que hemos optado por difundir todo lo posible nuestro catálogo en aquellos ámbitos donde consideramos que se puede encontrar nuestro público comprador. Si no podemos provocar el encuentro del libro y su comprador en la librería, hagamos lo posible para que la información sobre el libro llegue directamente al posible comprador. Con esa intención, nuestra previsión era la de hacer una tirada del catálogo que nos sirviera para enviarlo a todas las librerías que habitualmente trabajan libros nuestros, a las bibliotecas, a los asistentes a los congresos sobre materias que están representadas en nuestro fondo... Pero también nos dimos cuenta de que ese procedimiento iba a resultar lento y poco impactante. Teníamos que encontrar alguna forma de envío masivo y simultáneo a un público más amplio. Desde hace varios años un grupo de algo más de veinte editoriales universitarias, del que forma parte la de Salamanca, distribuye entre sus profesores, cada tres meses, un boletín que incluye sus últimas novedades, pero que llega también a muchos más destinatarios ajenos al cuerpo profesoral de esa veintena de universidades, tanto dentro como fuera de España. Consideramos que el boletín de «UnivEspaña», que es el nombre del grupo que lo puso en marcha, era el medio idóneo de llegar de forma mucho más rápida y personalizada a un considerable número de posibles interesados en unos libros de la Universidad de Salamanca que ya no estaban en el mercado. El boletín de «UnivEspaña» permitía la inclusión de encartes por un coste determinado. Estudiamos ese coste y llegamos a la conclusión de que merecía la pena la inversión con el objeto de comprobar qué alcance real podía tener un proyecto de estas características entre el público. En total llegamos a tirar 50.000 ejemplares el catálogo, cuyo coste fue patrocinado, como otros gastos de promoción del proyecto, por Rank Xerox y Celarayn. La mayor dificultad que veíamos a la hora de poner en circulación la información sobre la «Bibliotheca Altera» era cómo hacer ver al lector del catálogo que se trataba de una modalidad nueva de edición y que no se podía dirigir sin más ni más a una librería o a la propia editorial y esperar que le fuera servido inmediatamente el ejemplar que le interesaba. Había que expresar de forma muy evidente que su interés por un título significaba solicitarlo en firme y esperar de tres a cuatro semanas para tener en sus manos el libro. Hoy en día ése es un plazo demasiado largo en España, por lo general, para servir un libro a un cliente, que puede obtenerlo de su librero en dos o tres días a lo sumo. Había que hacer entender este problema tanto a los libreros como a sus clientes. No nos quedó otra solución que abrir el catálogo con una página en la que se le daban explicaciones al lector de las especiales características del fondo que tenía en sus manos, con un párrafo destacado en letra negrita en el que se decía:
La verdad es que no sabemos muy bien si los lectores han llegado realmente a detenerse en esa página, porque somos conscientes del hábito que todos tenemos cuando manejamos catálogos y boletines editoriales de ir directamente a los títulos incluidos sin deternernos mucho en esas cosas ajenas al listado de obras, pero era lo menos que podíamos hacer para guiar bien al lector sobre las circunstancias de lo que en él se contenía. Nuestra intención con el catálogo de «Bibliotheca Altera», una vez que habíamos desechado al inicio del proyecto la posibilidad de vender las obras exclusivamente en la editorial y habíamos asumido la inevitable (y bienvenida) intervención de los libreros, puesto que los clientes se dirigirían a ellos con toda seguridad, era que éstos asumieran, a su vez, esta nueva forma de venta. No era fácil. Aunque ya teníamos decidido que fuera así, pensábamos que iba a ser confuso y difícil de llevar a cabo. Se tratata de que a partir de ese momento los libreros y nuestros distribuidores nos pasarían pedidos mixtos, en los que habría títulos que les podríamos servir al día siguiente y títulos que tardaríamos en servirles un mes. Hemos de confesar la magnífica actitud de nuestros distribuidores y de los libreros con los que consultamos hacia las peculiaridades comerciales que entrañaba esta nueva forma de edición, asumiéndolo como un reto nuevo y una posibilidad atractiva de seguir ofreciendo servicios a sus clientes. Parecía que, como en ocasiones anteriores en la gestación del proyecto, allí donde surgían dificultades todo el mundo estaba dispuesto a salvarlas para que «Bibliotheca Altera» se hiciera realidad. También los libreros y distribuidores. Pero no nos bastaba esa buena actitud de aquellos libreros con los que consultamos. En definitiva, nos íbamos a encontrar con que el catálogo iba a ir a parar a manos de mucha gente muy dispersa y muy diferente, en España y en el extranjero, que a su vez iban a dirigir sus pedidos a cualquier librero, y no sabíamos si cualquier librero iba a saber exactamente qué era «Bibliotheca Altera» y cómo era la forma y el plazo para obtener los libros. Ante el temor de que muchos pedidos se pudieran quedar perdidos en el camino por falta de facilidades para comprender lo novedoso del sistema, optamos por centrar de alguna forma los canales de pedidos en puntos concretos que sirvieran de referencia para los compradores. Queríamos ofrecerle al cliente la garantía de que en determinados puntos de España le sabrían conseguir su pedido. ¿Pero cómo hacíamos eso? ¿Cómo seleccionábamos una serie de librerías de toda la geografía nacional que no ofendiera a otros libreros que no estuvieran en ese selecto grupo? No era fácil tomar esta decisión. Tomábamos el ejemplo de la misma ciudad de Salamanca, en la que está la editorial, y nos resultaba imposible decidir una, dos o tres librerías y dejar fuera las demás. El grupo «UnivEspaña», en el boletín que difunde cada tres meses, incluye en sus últimas páginas un listado de librerías asociadas a CEGAL y que, a través de acuerdos, están comprometidas con la difusión del libro universitario. Pensamos que esa era la solución neutra para nuestro propósito: era un listado de librerías no seleccionado por nosotros, sino por el propio gremio de libreros españoles, y con el que estábamos comprometidos a través de nuestra vinculación con el grupo «UnivEspaña». Así lo hicimos. En las últimas páginas del catálogo de «Bibliotheca Altera» incluimos los nombres y direcciones de las 48 librerías que aparecían en el boletín de «UnivEspaña». El lanzamiento del catálogo El catálogo, con una ilustración en la cubierta de un cuadro de Joaquín Sorolla que representa a la actriz María Guerrero interpretando «La Dama Boba» de Calderón, se puso en la calle con el título de «Bibliotheca Altera 1997» en febrero de ese año. Habíamos llegado a puerto, casi dos años después de haber zarpado. Con el catálogo en la calle todavía nos quedaba una duda que no habíamos podido resolver en todo ese tiempo y para la que no disponíamos de respuesta: llegados ahí, no teníamos ni idea del éxito que podía tener nuestra propuesta. Habíamos sido capaces de hacerlo, pero no sabíamos si esos libros le interesaban a alguien. El sistema era bueno y habíamos encontrado el procedimiento para ponerlo en marcha, pero ¿tenía interés volver a poner en la calle noventa y nueve títulos agotados años antes? La selección de obras que habíamos hecho, evidentemente, estaba condicionada, como ya apuntamos más atrás, a la localización de su autor, al interés de éste por volverla a editar o a la disposición de un ejemplar para poder digitalizarlo y reproducirlo, entre otros hechos. Pero no era ése, lógicamente, el principal motivo por el que habíamos seleccionado aquellas obras y las demás que se fueron cayendo por el camino y finalmente no salieron. La condición básica para ser incluidas en «Bibliotheca Altera» era la de la actualidad, todavía hoy, de sus contenidos. Es decir, la validez científica permanente de esas obras, bien porque sus contenidos y su tratamiento científico fueran atemporales, bien porque se tratase de «obras históricas» de una materia determinada, obras de obligada consulta y cita en una disciplina determinada aun cuando hoy ya estuviesen superadas por investigaciones superiores. Sin ese requisito, no tenía sentido ofrecerlas de nuevo al público. Pero es cierto que llegamos a poner el catálogo en la calle y culminamos el proyecto en febrero de 1997 sin haber hecho previamente algún tipo de estudio, algún tipo de sondeo, algún cuestionario de intereses sobre nuestro fondo, que nos permitiera hacer la mejor selección. Hubiéramos debido, de haber hecho algo así, listar todo nuestro fondo agotado y consultar con un amplio número de potenciales clientes para saber sus intereses, que aun cuando fueran uniformes no nos hubiesen garantizado que las obras demandadas hubieran podido ser incluidas en el proyecto, por motivos ya expuestos. Nos guió la propia experiencia de ver la ocasionalidad con que se nos pedían ciertos títulos y la intuición de otros que creímos oportunos, pero no era tan importante ni cuántos ni cuáles sino el hecho de arrancar el proyecto, con una cantidad lo suficientemente representativa, y esperar a ver qué pasaba. El proyecto en sí, o la forma de llevar a cabo el proyecto, podrían no funcionar y para eso nos bastaba una muestra de un centenar de títulos. Si el sistema no funcionaba una vez puesto en la calle, el proyecto se cerraba ahí mismo. Si funcionaba, en el futuro se le irían agregando otros títulos antiguos no seleccionados ahora u otros títulos recientes que se fueran agotando en el futuro en nuestro catálogo general. Si hasta el momento de poner el catálogo en la calle, que era el punto de no retorno, habíamos pasado por dificultades y dudas de toda índole, con él ya en nuestras manos y en las de nuestros lectores creímos que el milagro se había producido y que habíamos sabido conjugar todos los factores hasta encontrar la fórmula que nos garantizaba si no el éxito, sí por lo menos el feliz resultado de verlo culminado y esperar resultados. Y fue ahí, con el catálogo ya en la calle, cuando descubrimos que no todo había sido perfecto. Por una parte nos encontramos con que la inclusión como encarte de nuestro catálogo junto con el boletín del grupo «UnivEspaña» no fue del agrado de todos los miembros de este grupo. Dos editoriales universitarias se negaron a hacer el reparto de nuestro catálogo entre sus profesores por considerar que era una publicidad excesiva para la Universidad de Salamanca. Es cierto que era la primera vez que uno de los miembros del grupo se lanzaba a hacer una promoción de este tipo a través del boletín común, pero en todo caso era una promoción pagada por la Universidad de Salamanca al resto del grupo. Frente a esa incomprensión de un par de ellas, tenemos que agradecer la buena acogida del resto, que de la observación de esta experiencia ajena pueden llegar a servirse para fines propios. Por otra parte, bastaron unas breves semanas para encontrarnos con la queja y el rechazo de un determinado número de librerías amigas y con las que tenemos una sólida relación. Su protesta venía por el listado de librerías que incluíamos al final del catálogo, que consideraban inadecuado y contraproducente. Nos fue fácil comprobar que era cierto. Nuestro interés por fijar unos puntos de referencia pero manteniendo una actitud neutra con el gremio nos había llevado a incluir los nombres de algunas librerías que mantienen una relación de preferencia con el libro universitario a través de los acuerdos con «UnivEspaña», pero que no eran las más acertadas para el caso. Tomamos la decisión de que en los futuros catálogos no se incluiría nada parecido. De acuerdo con nuestros compañeros de aventura en el proyecto, Celarayn y Rank Xerox, se quiso en aquellos primeros meses de 1997 que el lanzamiento del catálogo fuera acompañado de un acto público de amplia repercusión que sirviera como puesta de largo de la iniciativa. Se pensó primero que tuviera lugar en Salamanca, para lo que Rank Xerox se responsabilizaría de movilizar a todos los posibles interesados, ya fuera prensa o profesionales del sector, a los que pudiera interesar el experimento que entre todos habíamos cuajado. Finalmente, por problemas de fechas, la puesta de largo se retrasó hasta el 2 de octubre de 1997 y tuvo lugar en la Biblioteca Nacional de Madrid, cuyo director, don Luis Alberto de Cuenca, acogió la idea con el entusiasmo de quien era consiente de lo ambicioso del proyecto. El acto, que estuvo organizado por Rank Xerox, fue presidido por el director de la Biblioteca Nacional y en él intervinieron don Ignacio Berdugo Gómez de la Torre, Rector Magnífico de la Universidad de Salamanca; don Antonio López-Valdueza, Gerente de Celarayn Artes Gráficas; don Douraid Zaghouani, Director General CBU Regiones de Rank Xerox; don David Pione, Director del Área de Educación para Europa de Rank Xerox; y don Luciano González Egido, que expresó en nombre de todos los autores lo que una experiencia de este tipo significaba para él como escritor. Algunas anécdotas fueron los primeros indicios de que no nos habíamos equivocado y de que la idea había sido feliz. Habíamos invitado, por cortesía, a todos los autores al acto de presentación en Madrid. No esperábamos su presencia, pero algunos se desplazaron desde sus residencias, fuera de Madrid, para estar allí para felicitarnos por la iniciativa, lo que confesamos que nos emocionó. Un autor, don Manuel Alvar, uno de los más eminentes lingüístas españoles, nos envió una carta manuscrita en la que nos expresaba su agradecimiento por haber vuelto a ver impresa su Tesis Doctoral, leída en Salamanca... 50 años antes, y la emoción que le iba a producir decírselo a su novia de entonces. Un colega de la Universidad de Cádiz nos dijo que recibir el catálogo le había permitido comprar algunos títulos que nunca había podido adquirir porque ya cuando él hizo sus estudios universitarios tales títulos estaban agotados, pero incluso había podido encargarlos para la biblioteca del Departamento de su Universidad, porque cuando esos libros se agotaron... su Universidad todavía no había sido fundada. El resultado después de dos años Sabíamos que si queríamos que nuestros lectores se enteraran de la existencia de los libros había que enviarles la información directamente. El catálogo tenía esa función. ¿Pero qué pasaba dos meses después de haberse difundido el catálogo? El impacto de esa publicidad habría de quedar sepultado inmeditamente por la aparición constante de nuevos libros en el mercado de los que son informados por la prensa, los boletines de librerías, los agentes comerciales de las editoriales potentes, etc. Calculábamos que la curva de venta podría ser interesante durante los primeros meses, pero que transcurridos entre tres y seis esa curva comenzaría a descender porque el catálogo se habría perdido en la papelera, en un cajón o en una estantería. Y a partir de ahí no sabíamos qué había que hacer. ¿Se agotaban ahí las posibilidades de venta de ese centenar de títulos? ¿Había que estar enviando la misma información cada seis meses? ¿Había que lanzar otros cincuenta títulos y un catálogo ampliado para que sirviera de relectura del fondo? No sabíamos qué hacer, salvo esperar. La falta de experiencia de un proyecto de estas características nos permitía refugiarnos en la excusa -ignorancia, más bien- de que cualquier resultado sería bueno. ¿Pero qué es «cualquier resultado»? La curva inicial, efectivamente, fue la esperada. Empezaron a llegar los pedidos que considerábamos normales, pero vimos que los meses pasaban y que no decrecía la demanda. A la vuelta de dos años hemos comprobado con satisfacción que recibimos de veinticinco a treinta pedidos mensuales, cada uno de ellos de pocos ejemplares, por lo que acabamos de sobrepasar apenas los dos millares. Desde la perspectiva del mercado normal de novedades resulta una cifra quizá ridícula vender apenas dos mil libros de un centenar de títulos, pero hay que situar la mentalidad de la venta en un plano completamente distinto del del mercado normal: el riesgo económico de la editorial es nulo, puesto que no hay inversión en ejemplares impresos, ni en adelantos de derechos de autor, ni en devoluciones de invendidos en librerías, ni en la necesidad de hacer saldo para conseguir liquidez, pero se ha ampliado el fondo total de la editorial en cien títulos más y, sobre todo, por encima del rendimiento económico, se está cumpliendo una de las premisas que deben guiar a los responsables de la edición en las universidades: estamos aportándole a la sociedad nuevas experiencias que deben de servirle, a la luz de la nuestra, a otro tipo de empresas. Y estamos sirviéndole a la comunidad científica, cuyo instrumento de trabajo por excelencia sigue siendo, hoy, el libro. Y hemos enristrado la lanza, como don Quijote, contra el molino de la fotocopia, que era ya el único tipo de existencia que les quedaba a esos libros.
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© José Antonio Sánchez Paso, 1999. Una versión muy abreviada se publicó en la revista Delibros, nº 123 (julio/agosto 1999), págs. 30-33 | Salamanca, 20 de abril de 1999 |