Los diccionarios del siglo XXI
José Antonio Millán
La próxima generación de diccionarios sobre soporte electrónico va a suponer toda una revolución comercial y de uso. Los diccionarios son herramientas para trabajar con palabras, y lo esperable es que acaben unidos a los grandes programas de procesamiento de textos, dentro de una panoplia de herramientas destinadas a ayudar al usuario, como correctores de estilo, programas de búsqueda de información, resumidores automáticos de documentos y demás. La pérdida de importancia de los soportes locales (disco duro, CD-ROM) a favor de las conexiones por línea va a provocar una situación nueva: el usuario obtendrá de la red solamente la información que necesite, y por supuesto sólo pagará la que use.
Podemos suponer la revolución editorial que supondrá no vender a priori toda la obra (como es ahora el caso), sino sólo una licencia de consulta. En vez de depender de la distribución en librerías, el editor dependerá probablemente de acuerdos con los fabricantes de procesadores de textos, que facilitarán la interfaz de consulta con determinados diccionarios, y quizá no con otros. Por último, cabe también la posibilidad de que los grandes productores de programas textuales desarrollen sus propios bancos de datos lexicográficos, o bien compren su uso a los editores tradicionales (y ambas cosas ya están ocurriendo). Ello significaría la pérdida de una importante cuota de mercado para los editores en papel, aunque no necesariamente un peor servicio para el usuario final.
Pero uno de los aspectos más apasionantes del futuro inmediato es la relación que establecerá el usuario con el diccionario. Por supuesto, la consulta de una palabra será instantánea a partir de cualquiera de sus formas: desde condujiste se tendrá acceso a la entrada de conducir (ahora muchos extranjeros y no pocos españoles se preguntan por qué en el diccionario no viene conduje). Los homógrafos y las distintas acepciones serán aclaradas sobre la marcha por programas de análisis del contexto: consultar planta desde un artículo sobre vegetales nos llevará a la acepción botánica, y en un contexto de edificación a su acepción arquitectónica.
Las consultas de sinónimos o antónimos no arrojarán una lista ciega entre la que el lector ha de escoger, sino que también responderán contextualmente: "Te condujiste con corrección" llevará a "Te comportaste con corrección", mientras que "Condujiste con temeridad" llevará a "Guiaste con temeridad" (por supuesto, el programa diccionario ajustará las concordancias de la frase para cualquier sustitución o paráfrasis).
Nuevas interfaces ayudarán en la toma de decisiones, haciendo uso de todos los recursos necesarios: indicadores, colores... Podemos imaginar a alguien que necesita un equivalente para molestar: al pedirlo surgirá una "barra de aceptabilidad" dotada de un cursor. Éste aparecerá situado en un punto intermedio (indicando que molestar pertenece a un registro neutro). Si se mueve el cursor hacia la parte de arriba, rotulada como FORMAL, aparecerá importunar. Si se desplaza hacia abajo, hacia VULGAR, irá apareciendo l fastidiar l chinchar (de color rosa, para indicar que es familiar) l jorobar l hacer la cusqui (en estas dos últimas el color rosa se hace más fuerte, para indicar que son vulgares), y por último l joder (que, en rojo, nos indicaría su inaceptabilidad).
Las ayudas para buscar un término apropiado harán uso del conocimiento activo del análisis componencial, las solidaridades léxicas y fraseologías. Para localizar lo que necesita, el usuario actuará con naturalidad: podrá utilizar la paráfrasis o el término general que tenga más a mano, o bien dejar indicado su deseo de completar una expresión. Podrá dejar escrito "hacer entrar" (porque no atina con la palabra exacta) y obtendrá introducir. Si escribe "Crece el número de delitos que se hacen en las grandes ciudades", y pide ayuda se le ofrecerá una lista: l cometen, l perpetran. Podrá escribir: "Era la primera vez que *ba una conferencia" (porque no sabe qué se hace con las conferencias, si se dicen o cuentan o qué exactamente...), y el programa le sustituirá el comodín: pronunciaba. La información de régimen preposicional estará igualmente disponible, y escribir "pienso de que" despertará alguna alarma del programa.
Pero no pensemos en una presencia intromisoria y regañona: la interfaz será lo suficientemente ergonómica para que el programa de apoyo tenga la presencia que desee el usuario, ya sea la de un censor constante que mira por encima del hombro, o la de un consejero agazapado a la espera de que se le llame. Habrá rutinas que funcionen constantemente en el trasfondo, que examinen cada palabra y cada combinación de palabras y que además tengan una visión global del texto (por ejemplo, calibrando el registro o nivel global de un escrito para poder señalar una intromisión formal en un contexto coloquial, o viceversa). Pero todo ello, insisto, de forma tan patente o tan subterránea como desee el usuario.
Muchas cosas cambiarán en la forma y en el contenido de los diccionarios. Habrá presentaciones gráficas e interactivas de campos semánticos, que darán acceso a palabras, giros y expresiones, y que utilizarán descendientes avanzados de las técnicas hipertextuales para permitir al usuario afinar conceptos y deslindar matices. Pienso en el nuevo tratamiento de las metáforas que se abre en contextos electrónicos, y me imagino el campo semántico de la lucha desplegado, y cómo podremos acotar sus usos metafóricos. Al elegir LA DISCUSIóN ES UNA LUCHA se destacarán "atacar", "defenderse", un "argumento acorazado", "no abandonar las posiciones", "atrincherarse en las opiniones de uno"... Al escoger EL AMOR ES UNA LUCHA aparecerían las "armas de mujer" "asedio amoroso", la "resistencia", el "rendirse a los encantos de alguien"... Y de esta forma nuestra comprensión de la lengua, y las posibilidades de usarla se desplegarán de forma asombrosa.
Como es evidente, no sólo los hablantes nativos se beneficiarán de estas ayudas: quienes aprenden una lengua extrajera tendrán al alcance de la mano una información preciosa que activará de forma explícita muchos mecanismos interiores de los hablantes.
¿Cuándo veremos todo esto? Aunque estos diccionarios futuros suponen un reto informático y de diseño, sobre todo tienen que partir de un conocimiento de nuestra lengua que hoy estamos lejos de poseer. Dicho de otra manera: si (según recordaba hace poco José Antonio Pascual) nos faltan los equivalentes españoles de obras como The BBI Combinatory Dictionary of English, el Collins Cobuild Dictionary, o el Longman Language Activator, ¿cómo vamos a emprender sus equivalentes electrónicos? Mientras las instituciones (públicas o privadas) que deberían crear estas obras no cumplan con su deber, este futuro portentoso no comenzará en nuestra lengua.
[publicado originariamente en Cuadernos Cervantes, nº 11, noviembre-diciembre 1996]