Duby, o el crucero de la historia
José Antonio Millán
Entré en relación con Georges Duby a través de la edición. Taurus había estado publicando historia medieval durante mucho tiempo, cuando le sorprendió el éxito de la Historia de la vida privada, que coordinaron Philippe Ariès y el mismo Duby. En pocas ocasiones el éxito editorial ha acompañado tan justamente a una obra rigurosa de investigación.
Duby visitó España hace años, invitado por ese gran promotor cultural que es Antonio Bernabéu, y, como director de Taurus, entré en relación con él. Juntos compartimos un viaje a Cuenca (una de los pocos lugares de España donde aún no había estado), y allí surgió no solo el medievalista enciclopédico que ya conocíamos, sino también el gran conocedor del arte contemporáneo, que visitó en seguida el Museo de Arte Abstracto y que apreció la obra de Millares. Duby era además un pintor secreto, y sus textos sobre artistas actuales (el catálogo de Agueda de la Pisa o lo que preparaba sobre otro pintor secreto, Severo Sarduy) demostraban su sensibilidad y conocimiento. Tenía también un conocimiento asombroso de la novela contemporánea francesa, italiana, inglesa o española. Era un gran historiador porque era sobre todo un hombre muy culto, y porque conocía y apreciaba muy bien su época.
En la obra de Duby los proyectos editoriales fueron siempre una forma de creación. Así, sus primeras experiencias con Skira, o la idea de colección sobre días señalados en la historia, que condujeron a alguna de sus obras más curiosas. Fruto de este viaje y de la relación que establecimos fue la idea de incorporar al proyecto de Historia de las mujeres toda una serie de historiadores de España e Hispanoamérica, encabezados por Reyna Pastor, que compartían su marco intelectual e ideológico.
De estudiante, hijo de campesinos, recorrió a pie los monasterios cistercienses para conocer sus archivos. Podía alabar el tacto de los pergaminos, aunque luego fue pionero en el uso de los ordenadores para la investigación histórica. Como joven profesor se embarcó en cruceros culturales por el Mediterráneo para explicar a un público (que podemos adivinar ocioso) los aspectos más destacados de la historia de sus ciudades ribereñas. Cuando alababa El Danubio de Claudio Magris evocaba ese ritmo lento y soñador en que el viaje se funde con el relato. Recibió las más altas distinciones: la Legion d'Honneur, y el doctorado honoris causa por Oxford, aunque siempre se declaró marxista y althusseriano. El año pasado acudió a la exposición de Cezanne, que congregaba unas larguísimas colas. Como invitado especial, se le franqueó el paso por un acceso lateral, de inválidos. Azorado ante la presencia del público que aguardaba paciente, penetró en la exposición cojeando.
[publicado, lamentablemente, como necrológica, en El País, el 4 de diciembre de 1996]