JOSÉ ANTONIO MILLÁN

Lingüista especializado en cibernética

 «En “El Quijote” de Avellaneda despuntan la frescura,
la amenidad, la comicidad y la lascivia
»

 

«La crítica oficial no le dio la más mínima oportunidad a este “Quijote”»

«La novela de Avellaneda es un homenaje a la obra de Cervantes»

José Luis Campal

 

1x1c3.gif (41 bytes)
 

Aparecida en el suplemento "Cultura" del periódico asturiano La Nueva España, mayo del 2005

La celebración cervantina de este 2005 cuajado de fastos de pequeña, mediana, grande y monumental envergadura ha traído de nuevo a las estanterías una pequeña joya como es la reedición del principal contrincante que tuvo la primera parte de El Quijote: el apócrifo libro continuador de las andanzas del hidalgo manchego, una novela compuesta por un tal Alonso Fernández de Avellaneda que se proclama licenciado y natural de Tordesillas, y que se imprimió en septiembre de 1614 en Tarragona (según se lee en la edición príncipe) bajo el título Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras

El libro desvelaba en su dedicatoria el pretendido solar de don Quijote, Argamasilla de Alba: «Al Alcalde, Regidores, y hidalgos, de la noble villa del Argamesilla, patria feliz del hidalgo caballero don Quijote de La Mancha».

Del estudio introductorio de una de las recuperaciones contemporáneas del libro de Avellaneda se ha ocupado el lingüista José Antonio Millán (Madrid, 1954), reputado especialista en edición electrónica, redes telemáticas y multimedia, además de asesor de numerosas empresas editoriales y, según una encuesta del diario El Mundo, una de las 25 personalidades más influyentes del universo internet.

José Antonio Millán es, igualmente, novelista (en 1990 publicó El día intermitente y en 1995 Nueva Lisboa) y narrador para adultos (Sobre las brasas, La memoria (y otras extremidades)) y para niños (C., el pequeño libro que aún no tenía nombre, El árbol de narices). Trabaja en campos poco explorados como la cuantificación del sector digital de la lengua española, los iconos de Internet, la metáfora y la ideología en el lenguaje, etcétera.

En la siguiente entrevista, sin embargo, reflexiona sobre la obra del ficticio Avellaneda, a la que ha rescatado de la indiferencia y el rechazo que impone la costumbre del tópico alimentado durante siglos por el espíritu inquisitorial de cierta crítica academicista, empeñada en oscurecer las flaquezas de la obra más que en aventar claridades sobre sus evidentes aciertos.

–¿Por qué recuperar «El Quijote» de Avellaneda en el IV Centenario del de Cervantes?

–Fue una iniciativa editorial, de la editorial Poliedro, y concretamente de su directora, Julieta Lionetti. Es una idea editorial excelente, y por otra parte editora y prologuista nos tomamos esta edición como una especie de «antídoto» contra la sobredosis quijotesca de este año... Por otro lado, es curioso que, siendo la fecha que es, se conmemore «todo El Quijote»: estamos, en todo caso, en el IV Centenario de la primera parte (1605), pero se está hablando también de la segunda parte (1615). ¿Por qué no hablar también del apócrifo (1614)?

–La obcecación de algunos conspicuos cervantistas en negar los valores de la segunda parte «no autorizada» de las aventuras del caballero de la triste figura, ¿tiene base que la sustente?

–Bueno, es claramente una cuestión ideológica. Todos los «valores», incluso (o sobre todo) los literarios, tienen una raíz de ideología. No hay ninguna conexión directa entre juicios de hecho (está escrito así y así, a los protagonistas les pasa esto y lo otro) y juicios de valor. En el caso del Quijote de Avellaneda la cosa está más clara aún: a esta obra no se le dio ninguna oportunidad; los escasos juicios positivos que despertó vienen de gente que está al margen de la crítica académica, de gente como Azorín.

–Usted sugiere en su prólogo que tal vez Cervantes alentara una «apropiación» del personaje por otros autores. ¿Intuye usted que el escritor madrileño pudo sentirse entonces halagado cuando apareció, por mano ajena, esta segunda parte de los sucesos de sus criaturas?

–Yo distinguiría dos cosas en la edición del apócrifo: el prólogo es claramente insultante, es una pieza de rencor, y ni puede sino ofender. La novela en sí, a excepción de un par de líneas, es respetuosa, y llega hasta el extremo de lo que hoy día llamaríamos un «homenaje» a su antecedente. Sin embargo, molestó mucho a Cervantes, y por motivos básicamente literarios. Aunque tampoco hay que descartar el daño económico que Avellaneda le pudo hacer a Cervantes (bajo la forma de «lucro cesante», o ejemplares no vendidos de su segunda parte a quienes habían comprado la de Avellaneda).

–¿Se atrevería usted a hacer cábalas sobre la identidad de Avellaneda, sobre quién pudo escribir este «Quijote»?

–Tuvo que ser, claramente, un hombre de letras, y uno muy hábil... pero estamos en una época en que se escribía mucho, y se escribía muy bien. La atribución de Riquer (Gerónimo de Passamonte) no me parece muy fundada, y de hecho el propio Riquer la plantea casi como un juego. Otra cosa es que sea una atribución perfecta... desde el punto de vista novelesco. No conozco en profundidad las razones de las otras atribuciones (aunque tengo pendientes algunas lecturas sobre el tema), pero creo que no debería ser difícil, sobre la base de argumentos internos, de estilo, frecuencias, etcétera, localizar una paternidad verosímil. El estilo de Avellaneda tiene bastantes idiosincrasias que chocan al lector: rastrearlas no debe de ser muy difícil en esta era de textos electrónicos.

–¿Qué méritos considera usted que deben colocarse en primer plano para valorar sin prejuicios la obra del licenciado Avellaneda?

–La frescura, la amenidad, la comicidad, la lascivia...

–No comulga usted con la corriente de opinión que afirma que El Quijote de Avellaneda rebaja hasta la ridiculización a los personajes cervantinos de la primera parte.

–Los personajes de Avellaneda no están ridiculizados... o al menos no más que los de Cervantes (recordemos a Alonso Quijano con los requesones resbalándole por la cabeza). Sancho Panza es algo más comilón, pero eso es todo. En cualquier caso, y como suelo señalar, no hay por qué comparar los personajes de Avellaneda con los mucho más desarrollados de la segunda parte de Cervantes...

–¿Tendríamos una segunda parte cervantina de El Quijote si Alonso Fernández de Avellaneda no hubiera dado a las prensas su particular continuación, el falso Quijote del que tanto se ha hablado?

–Hay opiniones al respecto. Yo personalmente creo que la aparición del apócrifo le sirvió de estímulo o acicate, porque le enfadó mucho.

–Se ha subrayado la inclinación escatológica de algunos pasajes de El Quijote de Avellaneda pero no su veta lúdica. A su entender, ¿a qué cree que puede deberse?

–Lo escatológico se señaló como crítica: Menéndez Pelayo decía de la obra del falso tordesillesco que «todo eran batanes», aludiendo al pasaje más escatológico de la primera parte. Señalar los aspectos juguetones habría sido algo positivo, cosa que la crítica oficial nunca quiso hacer...

–Si el apellidado Avellaneda hubiera otorgado otros nombres y biografías a sus entes literarios, ¿se habría armado tanto revuelo en los cuatro siglos precedentes?

–Claramente, la única razón de que hoy estemos usted y yo hablando de una obra pseudónima del XVI es porque recoge los personajes de Cervantes. Si no, dormiría el sueño que están durmiendo otras muchas obra coetáneas, incluso del mismo Cervantes (!).

 

Creado 25 de noviembre del 2010

salida