Aparecida en el Boletín
informativo de CEDRO,
29, marzo-abril 2002. |
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- Desde su experiencia, ¿qué posibilidades le ofrece la Red a un autor?
La principal es la inmediatez de la puesta a disposición del
público. Mi último libro ha tardado dos años desde que fue escrito hasta que ha salido
a la calle. Eso no ocurre en las ediciones digitales, ni siquiera en las que son peer-reviewed,
es decir, en las que tienen un comité de selección. Voy a dar un ejemplo, de una
revista excelente: First Monday (http://firstmonday.org). El día 1 de abril recibo una
notificacion por email de que está disponible el último número. Voy a un
artículo que me llama la atención: "Second-Level Digital Divide: Differences in People's Online
Skills". En su historia editorial se cuenta que fue sometido a la dirección de la
publicación el 21 de marzo, y aprobado el 22 de marzo, ¡los dos del 2002! Es decir, una
docena de días para recibirlo, evaluarlo, editarlo y publicarlo.
En el caso de los autores que disponemos de una web propia (como ésta)
el lapso puede ser aún menor. A veces hay algo que concibo, redacto, me apruebo y publico
en diez minutos. Normalmente no son cosas muy elaboradas, claro, sino noticias de algo que
he visto o he leído, típicas de un blog, o bitácora de
navegación.
Hay otro aspecto interesante, que es la respuesta por parte del
público. Yo la clasificaría en dos tipos, la anónima y la personal. Las respuestas
anónimas son las visitas a una página concreta (mensurables por número de descargas que
tiene), y también las webs que dirigen enlaces hacia ella. El equivalente en el mundo del
libro, de las revistas, serían respectivamente los ejemplares vendidos (no sabes si te
han leído exactamente, pero al menos sabes cuántas personas se han sentido interesadas)
y las recomendaciones que has tenido (algo que en el mundo tradicional nunca se puede
medir). En la Red la ventaja es que puedes saber ambas cosas para cada artículo, de cada
página.
La respuesta personal es la de aquellos que se dirigen a ti para
contarte algo, para pedirte ayuda, para animarte... No diré que son legión, pero sí que
es un goteo constante, y muchas veces muy útil, porque proponen correcciones, dan nuevas
fuentes de información...
- ¿En qué medida el editor digital realiza las mismas funciones que el editor
"tradicional"?
El editor digital realiza todas las funciones que hace el editor
tradicional, y además algunas más. Quiero decir que además del encargo o la selección
de las obras, su corrección, su edición (comunes con el papel), tiene los aspectos
propios del medio: diseño de la interactividad, de las herramientas de consulta,. etc.
Hay funciones comunes a la edición digital y a la tradicional, como el análisis de la
demanda o la promoción, que en el medio digital exigen un conocimiento bastante
específico.
- ¿Cree que el concepto de obra debe cambiar en el entorno digital?
Yo diría que en el entorno digital son obras todas aquellas cosas
que lo son en el mundo tradicional, y además algunas más. Por ejemplo: una recopilación
de enlaces de una página web tiene todo el derecho a ser considerada una
"obra".
- ¿Qué tendencias existen actualmente en el campo de la edición digital? ¿Podría
citar algún ejemplo de ellas?
Puff... De nuevo, habría que decir que existen tantas tendencias
como en la edición en papel, y algunas más. Y sólo en papel, pensemos en la edición de
la Guía telefónica, del libro de cuatro páginas Osito se divierte, de un
manual de geriatría y de la novela de Cercas... Cada sector, casi cada subsector es un
mundo...
En la edición digital, para mí la mayor revolución se está llevando
a cabo en el sector científico-técnico, con dos flancos muy curiosos: uno es la edición
abierta y gratuita por parte de los mismos científicos (que ahora está alentando George
Soros con la Budapest Open Access Initiative); otra es la aparición de editores que lo
que venden no son obras, sino herramientas de búsqueda en un conjunto de libros. Sobre
ambos aspectos se puede leer mi reciente artículo "Edición
científica y difusión libre".
Donde las cosas no parecen muy claras todavía es en la edición
literaria pero, si apareciera un lector con una buena pantalla a, digamos, 100 euros (cosa
técnica y empresarialmente posible), con posibilidad de descargarse obras de la red, el
cambio iba a ser gigantesco... Y no olvidemos la impresión bajo demanda: la posibilidad
de imprimirse libros o periódicos en cualquier esquina, y con una calidad normal.
- ¿En qué medida piensa que sigue vigente y continuará vivo el paradigma de la
gratuidad en Internet?
Bueno: más que un paradigma, es un hecho: en la Red hay muchas
cosas, y la inmensa mayoría gratuitas, y probablemente va a seguir habiéndolas (como la
iniciativa Budapest, que comentaba en la pregunta anterior). La gratuidad no es algo
exclusivo de la red: ahí está la radiotelevisión en abierto, o el fenómeno creciente
de la prensa gratuita...
Probablemente en la Red también habrá servicios especializados que
uno prefiera pagar. Al fin y al cabo, si un desembolso te puede ahorrar tiempo y esfuerzo,
lo normal es que lo hagas. Ahora bien: es curioso que incluso alguien que, como yo, vive y
trabaja prácticamente en la Red, no use ni un solo servicio de pago. Claro que no soy broker,
ni analista financiero: entonces tendría que usarlos.
- ¿Qué posibilidades ofrece la tecnología actual para reproducir y transmitir textos,
o, en general, creaciones protegidas por el Derecho de Autor?
La mezcla de cámaras digitales, escáneres, reconocedores ópticos
de caracteres (OCR), ordenadores, palms, e-books, teléfonos móviles, etc. (y digo
etc. por no saber qué se nos inventará para mañana) crea en la práctica un universo
fluido en el que cualquier cosa (textos o no textos) puede ser captado, usado,
transmitido, reutilizado, o incluso leído...
Lo último que ha llegado a mis oídos es un software que comunica una
consola de juegos (Game Boy) con una máquina de coser Singer, para transmitirle dibujos y
patrones, que luego la máquina bordará. Me recuerda al proverbial encuentro surrealista
entre una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección. Si las máquinas de
coser ya hablan con las consolas, y estas se conectan a Internet y proyectan DVDs,
bueno... casi cualquier cosa es posible.
- ¿Cree que es posible hallar un equilibrio adecuado en el entorno digital entre la
protección de los derechos de los creadores y productores de las obras y los intereses y
derechos de quienes desean acceder a ella?
Hoy en día existen sistemas que restringen la posibilidad de copia de
una obra digital, por ejemplo limitando el número o la extensión de fragmentos que se
pueden copiar; o vendiendo obras con un tiempo limitado para ser leídas (por ejemplo, 48
horas); u obras que sólo se pueden leer en un equipo determinado, etc.
El problema es que eso restringe tremendamente el uso de la obra por
parte del comprador legítimo. ¿Por qué sólo puedo copiar diez fragmentos de este
libro, si necesito veinte? ¿Por qué no voy a poder leer el e-book que he comprado
en mi Palm, además de en mi PC? En un mundo, además, tan tecnológicamente inestable
como el nuestro, ¿por qué no voy a poder hacerme una copia de seguridad (backup)?
O si el fabricante de mi cacharro lector decide no cuidarlo más, ni repararlo, ni ofrecer
repuestos ("discontinuarlo"), ¿voy a perder las obras que he comprado para él,
porque no se pueden pasar a otro cacharro? A lo mejor, si cerramos tanto las capacidades
del usuario, este no querrá serlo, y con razón...
La esencia del medio digital es que las obras pueden producirse y
consumirse en cualquier parte del mundo, y además que su copia es siempre posible,
virtualmente gratuita, e idéntica al original. Muy probablemente las dinámicas que
relacionan a autores, productores y compradores no puedan seguir los mismos caminos que en
la época en que la obra estaba "pegada" a un soporte material. Ahora bien:
cuál sea la nueva formulación que exija esta relación es algo que no puedo ni
imaginarme. Aunque me arriesgaría a decir que no se va a parecer mucho a lo que hemos
estado viendo en las décadas pasadas.
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