Índice

Introducción

Epílogo

 

Epílogo

La hora de comenzar

Al lector que haya seguido hasta aquí el recorrido de este libro no se le ha escamoteado ninguna consideración negativa, pero tampoco se le ha ocultado ninguno de los sueños que permite alentar la revolución digital para el mundo de la cultura y de la educación.

A lo largo de estas páginas tal vez haya logrado transmitir el convencimiento de que estamos ante varias oportunidades únicas: en la expresión de nuestras inquietudes intelectuales, en la posibilidad de comunicarnos con otros, y en la facilidad de indagación de lo que nos interesa. ¿Qué falta, pues? Ejercer nuestros derechos.

El ciudadano de a pie debe saber que el acceso a la Internet (y me atrevería a añadir que el acceso gratuito) es un derecho del ciudadano del siglo XXI tan claro como el derecho a transitar por la calle, o a entrar en una biblioteca pública y pedir un libro. La persona que está trabajando en una institución (y más si es una institución cultural o educativa) debe conseguir que el derecho a hacer uso de la conexión a Internet –derecho que con frecuencia existe… teóricamente— sea una realidad, y realidad es cuentas de correo electrónico y espacio de publicación en la Malla Mundial para cualquiera de sus miembros; pero realidad es también contar con personal de apoyo efectivo que les ayude en sus necesidades, tanto las relacionadas con gestión de programas como las que tienen que ver con comunicaciones e Internet.

¿Y por donde empezar? Una buena manera es comenzar aplicando programas sencillos a nuestros objetos de estudio: usar programas de concordancia con textos digitales de obras literarias, aplicar datos necesarios a cartografías preexistentes o convertir en gráficos datos cuantitativos de cualquier naturaleza. La forma de estos trabajos ya puede ser hipertextual.

A continuación, subir a la Red los trabajos en curso y realizados, convertir la página de la institución o del profesor en un punto de trabajo en colaboración, entre partes de la misma institución o entre instituciones distintas. Luego, colocar en la Red los recursos que con frecuencia existen recopilados… y al alcance sólo de un puñado personas: bibliografías, enlaces a recursos, bases de datos, transcripciones electrónicas de obras… En tercer lugar: entrar en contacto con quienes –hablen nuestra lengua o no— están haciendo lo mismo, algo parecido… o algo que sencillamente nos interesa.

En dos palabraas: exigir los derechos universales de conexión; utilizarlos. El resto surgirá por añadidura: ¿para qué ponernos límites a priori? Recogiendo una consigna que a estas alturas no se sabe bien en quién comenzó, pero que conserva toda su fuerza: "Démonos prisa, antes de que ocurra lo que con la televisión"…

 

salida