Escuchar con los ojos
Donde se revela la existencia de un
lenguaje silente,
y se inicia al lector en sus rudimentos
Existe en medio de nosotros una familia de lenguas que dominan centenares de miles de personas, con un amplísimo vocabulario y una estructura que poco tiene que ver con la nuestra. Son unas lenguas que sorprendentemente se han mantenido al margen de las grandes construcciones de la "cultura": sin poesía o narrativa explícitas, pero perfectamente adecuadas para la comunicación entre las personas. Y además se trata de un caso único en que lenguas artificiales se han aceptado y han venido evolucionando (ya "naturalmente") desde hace siglos.
Quienes creen que los sordos se comunican entre sí deletreando trabajosamente nuestros verbos y conjunciones se equivocan por completo. Los sordos trazan en el aire un sistema sígnico equivalente al del chino escrito: ideogramas complejos con reglas de yuxtaposición propias. El lenguaje de los signos comprende en todo el mundo unas cincuenta lenguas prácticamente ininteligibles entre sí (el gestual norteamericano y el español, por ejemplo) y numerosos dialectos, algunos que coexisten dentro de una misma ciudad. Se trata de un medio de expresión que ha tenido una intrincada evolución histórica (el gestual norteamericano, por ejemplo, desciende del gestual francés, y no del inglés), y que ha incorporado neologismos a medida que los ha ido necesitando (hace años "cassette", hoy tal vez "SIDA")... Se trata, en suma, de uno de los sistemas de comunicación más apasionantes que se puedan encontrar.
Quienes, hace dos siglos, se plantearon la educación de los hombres privados del sentido del oído, partieron de los sistemas de comunicación en uso entre las minorías de "sordomudos" que sobrevivían de la mendicidad en las grandes ciudades, y crearon un sistema más extenso. Ante su asombro, los niños expuestos al lenguaje de signos lo adquirían con altísima velocidad (a los seis meses ya puede "balbucear" signos un niño sordo), y llegaban a un desarrollo cerebral equivalente al de los oyentes, que les permitía insertarse en un mundo de comunicación pleno, aunque aparte. El sistema se extendió, y en el siglo pasado, la época de los nacionalismos y la realización de las utopías, hubo quien planteó la necesidad de un estado independiente habitado sólo por sordos...
Las "palabras" del lenguaje gestual de los sordos se han construido sobre bases muy variadas: la imitación, por supuesto ("cerveza" se signa fingiendo la acción de retirar la espuma sobrante de la cima de un hipotético vaso), pero también el señalamiento: para "Portugal" se marca el perfil de la cara (identificando, pues, la cabeza con la Península). O bellas descripciones visuales: la acción de "irse" se indica haciendo con el pulgar y el índice el gesto de algo que empequeñece al alejarse. No faltan, claro, signos arbitrarios, aunque extrañamente apropiados: el de "divertido", que yergue los dedos meñiques, y solamente ellos, de ambas manos en un movimiento de agitación.
Que confluyan metáforas verbales y visuales no es nada extraño, como el signo de "depresión" (en sentido anímico) que indica también, como la palabra oral, algo que se hunde. Hay asimismo metáforas fósiles (como nuestra "pluma" de escribir, que hace mucho que nada tiene que ver con las aves). En sordo, "ferrocarril" se mima como un penacho de humo que avanza, en la era del Talgo y del TAV.
También tiene el lenguaje gestual especificidades de que carece el hablado: por ejemplo formas distintas para "masturbación" masculina o femenina. Lo mismo ocurre con los parentescos entre palabras: en gestual español "bruja" y "galopar" se parecen (porque para la primera se alude al acto de montar sobre una escoba). La homonimia por lo general desaparecerá: "carrera" de estudios tiene un signo diferente de la "carrera" deportiva, pero encontraremos homosignias: la prenda femenina "sostén" y la ciudad de Sitges se signan igual, sólo Dios sabe por qué...
Palabras que en la lengua hablada son simples, en la gestual pueden ser compuestas, y viceversa ("cucaracha" se signa como "bicho" + "negro"). Es, sin embargo, posible que el sordo que signe el nombre de este animal no sea consciente de sus componentes, lo mismo que el lector, unas líneas más arriba no ha reparado en que usaba un compuesto de "hierro" más "carril" para designar al tren.
No está ausente la ideología de la formación de los signos (como tampoco lo está entre los hablantes: intente el lector buscar un vocablo para la "mujer muy dada a la vida de relación", que no sea peyorativo). "Pecado", por ejemplo, se signa con el signo inconfundible (incluso para los oyentes) de cortar el cuello a alguien: ¿el pecado por antonomasia?, ¿alusión a la muerte moral? La escurridiza ciencia de la etimología tiene en el lenguaje gestual su reto máximo.
El lector que quiera ponerse en contacto con este medio de comunicación probablemente tenga en su vecindario algún sordo con quien bien podría ensayar un diálogo. Eruditos y misántropos pueden también apelar a la única obra que existe para el gestual español [1]. Exigua representación de un vocabulario mucho más rico (presenta sólo dos mil voces, y piénsese que un buen diccionario de uso del español debe llegar a las sesenta y cinco mil) incluye en su limitado repertorio, sin embargo, términos como "benefactor", "bizarro" y "denodado". Tampoco faltan en él veleidades oralistas, como propugnar el uso de signos para las conjunciones "e", "u", variantes puramente fonéticas de "y", "o". Ordenado alfabéticamente, proporcionará el equivalente gestual de una palabra dada, aunque quien quiera conocer el significado de subir la mano derecha de canto frente a la cara, hasta que sobresalga por encima de la cabeza, deberá recorrerse una a una sus más de ochocientas páginas.
Pero con mucho la más bella introducción al mundo de los sordos es la obra de Oliver Sacks, Seeing Voices [2], título que podríamos parafrasear con una expresión de Quevedo (aludiendo a una realidad bien diferente, la lectura): "Escucho con mis ojos a los muertos".
[1] Félix-Jesús Pinedo Peydro, Nuevo Diccionario Gestual Español, Madrid, Confederación Nacional de Sordos, 1989, 856 págs.
[2] Oliver Sacks, Seeing Voices, Berkeley, University of California Press, 1989. Hay edición española en Muchnik Editores, Barcelona, Veo una voz.