Promesas y realidades

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El fracaso del ordenador

José Antonio Millán

 

Lamento irrumpir con un jarro de agua fría en un ambiente generalmente tecnófilo. Los medios de comunicación han desarrollado una labor muy importante en la divulgación de la cultura informática, y llevan años guiando prácticamente de la mano al consumidor en el uso de estos medios.

Las nuevas tecnologías están propiciando logros reales y en ocasiones asombrosos en muchos campos, también en la cultura o la educación… Sin embargo, puede que haya llegado la hora de decir que en muy gran medida, los ordenadores están defraudando a una parte considerable de su público. Éste está compuesto ahora también por el ciudadano de a pie, el usuario doméstico y profesional, aparte del mundo de la empresa, de la producción o de la administración en los que empezaron a usarse. Se nos ofrece un futuro con un ordenador (como mínimo) en cada hogar para usos de ocio, de educación en el seno de la familia, de administración de la casa, de desarrollo profesional o teletrabajo de alguno de sus miembros.

En los hogares normales no hay el apoyo técnico que tienen las empresas o las administraciones (aunque frente a algunos de los problemas que voy a tratar, éstas están también inermes). La meta que acabo de delinear supondría ordenadores y sistemas operativos fiables, programas que responden a lo que ofrecen y entornos estables donde desarrollar tareas que suponen grandes inversiones de tiempo y esfuerzo. No es así. Pero vayamos por partes…

Gran parte de los esfuerzos del sector informático tienen por objeto lanzar al consumo. Eso significa que la obsolescencia es algo no sólo previsto, sino forzado e insoslayable. Cada año y medio, como mínimo, sale al mercado una nueva versión de los programas de más uso. Esta nueva versión introducirá variantes (muchas veces caprichosas) en los comandos y menús que ya conocíamos. Por otra parte, casi con toda seguridad ocupará más espacio de disco que la versión anterior, y probablemente exigirá también más memoria y velocidad de procesador y --si se tercia-- una nueva versión del sistema operativo. Con frecuencia hará más cosas que las que hacía antes, con independencia de si el usuario las desea o no. No es extraño que pierda también algunas de las funciones de que disponía. Y en alguna ocasión, la nueva versión impedirá que se utilicen herramientas personales que el usuario se construyó con las antiguas, por ejemplo macros (esos pequeños programas que simplifican tareas concretas).

Y un grave problema de comunicación: a menudo los ficheros creados con la nueva versión no podrán ser utilizados con las versiones anteriores (sí: siempre se podrá dar la orden explícita de guardarlos para una versión anterior, pero lo más simple será no hacerlo). Por otra parte, si se comparten ficheros con otros usuarios (¿y quién no lo hace hoy en día?) la presión sobre el que pretenda "hacer durar" un poco más la versión antigua se hace pronto insostenible.

Resumo: más tamaño, más consumo de hardware y de software, al servicio de mejoras que uno no necesariamente desea, con dificultades para la comunicación con quienes no tienen la última versión y pérdida ocasional de trabajos realizados… No parece un panorama muy animador.

Si contemplamos al usuario de varios tipos de programa la cuestión se agravará con comandos y procedimientos distintos en cada uno de ellos, y problemas para la transmisión de datos entre sistemas que no sean del mismo fabricante. Además, la coexistencia de distintos programas (cosa, en teoría, perfectamente factible) crea unos ambientes inestables donde las catástrofes son frecuentes, y sus causas arcanas.

Voy a contar brevemente una experiencia reciente …con la que muchos usuarios podrán identificarse. Un día, mientras instalo un programa, mi ordenador --un ordenador de marca, lleno de programas legales-- queda muerto. Los esfuerzos de expertos de las principales casas mundiales de software y hardware se revelan ineficaces para saber qué pasa. Tras muchísimas comprobaciones mi máquina (como el pobre HAL de 2.001) debe volver a la infancia, sufrir un reformateo de todo su disco, y una nueva instalación de los programas. Es inútil: la muerte se repite. Expertos cambian componentes físicos del aparato, por si acaso. Sigue sin solución. Al final, penosamente, instalo y desinstalo en mi ordenador cada uno de los programas (y son muchos), comprobando qué pasa. Es el controlador de un escáner, que colisiona, Dios sabe cómo, con Dios sabe qué. Lo suprimo, y aquí no ha pasado nada… excepto varios meses.

Los sistemas operativos (¿o debería decir el sistema operativo?: ¿tenemos realmente elección?)se adornan con nubes y dibujitos animados: quiero copiar un fichero, y ya están las hojitas saliendo de una carpeta, dando volteretas, y entrando en otra. Ayudantes (o wizards) intentan hacer que parezcan fáciles operaciones avanzadas de los programas, a base de ocultar su complejidad. También el sistema operativo (incluso el de Mac, lamento decirlo) ocultan sus características más complejas, pero ni los programas ni el sistema logran hacerlas fáciles o innecesarias; y cuando inevitablemente hay que acudir a ellas, el resultado es muchas veces, y paradójicamente, más abstruso que al principio. Todos quisiéramos que los ordenadores fueran algo inteligentes; pero los fabricantes parecen haber decidido que, ya que no lo son, que por lo menos lo parezcan. Y esto no beneficia en absoluto al usuario…

Y todos ellos deben pasar por el mismo aro: el niño que usa el ordenador para hacer los deberes, el oficinista en su puesto de trabajo, la enfermera que lo usa para controlar los historiales y la empresa puramente informática que desarrolla programas. No hay, en el mundo del PC, la menor posibilidad de elección: es como si en materia de automóviles, estuviera a la venta un único modelo, que debieran usar tanto las familias para ir de vacaciones como los industriales para cargar paquetes, los pilotos para correr y los guardabosques para transitar las sendas de montaña. Y esto en el ordenador, ¡la máquina adaptable por antonomasia!

Mientras tanto, el problema básico no está resuelto: mañana instalaré otra cosa, y dentro de seis meses chocará con no sé qué otra, y volverá a cascar todo. La Red se llena de parches con los que puedo remendar los programas que ya tengo…, si tengo suerte, y en los fallos que se han localizado. Los fabricantes de software mantienen en la Malla Mundial grandes bases de datos de problemas detectados y parches para solucionarlos… pero yo no soy un hacker: no quiero pasarme la vida navegando a la búsqueda de remiendos para construirme con trabajo exactamente aquello que me han prometido. Ya se alzan muchas voces, en distintos lugares del mundo, contra todo este estado de cosas: en Le Monde (como recogía este mismo periódico) se leía hace pocos meses: "Cuando los constructores de automóviles gastan miles de millones para la reparación de modelos que presentan un defecto, la informática se contenta con repartir camisetas a los ‘aficionados’ que detectan y resuelven los errores".

No es un problema de técnicos. Ahora que se puede hacer la declaración de la renta por Internet, que en la mayor parte de las disciplinas es dífícil ser un profesional al día si uno no utiliza la informática; cuando no sólo la ciencia, sino las humanidades están experimentado una gran y silenciosa revolución; ahora, cuando se perfila un mercado mundial, y podríamos vender libros en Australia o crear en el Ampurdán programas que use el mundo entero, podemos descubrir que estamos construyendo sobre una base endeble. La práctica cotidiana está generando usuarios insatisfechos; quienes creyeron a los que les prometíamos más facilidad en sus tareas habituales y nuevos mundo que explorar están perdidos en una maraña de cables y estándares, jergas y fenómenos inexplicables, mientras los ordenadores despliegan sus dibujitos y miran hacia otro lado. Volverán oleadas de compufobia y los usuarios se plantarán. Con razón.

* * *

Es dífícil separar los problemas técnicos de los políticos en el caso de la industria informática. Y hablar de informática suele equivaler a hablar de Microsoft, cuyos sistemas están casi en el 90% de los ordenadores personales del mundo.

Si uno consulta la base de datos de la megalibrería Amazon, los registros donde consta la palabra Microsoft rebasan ampliamente los cinco millares. Entre ellos hay novelas, estudios, libelos y análisis de todo tipo. Pero quizás uno de los más influyentes sea Le hold-up planetaire. La face cachée de Microsoft ("La extorsión planetaria. La cara oculta de Microsoft"), que apareció editado en Francia por Calmann-Lévy a finales del año pasado. Los autores son Roberto di Cosmo y Dominique Nora, periodista del Nouvel Observateur. El primero es un especialista italiano, nacido en 1963, profesor en la École Normale Supérieure de París, que escribió a finales de 1997 el texto "Trampa en el ciberespacio" (http://www.mmedium.com/dossiers/piege/; traducción española en http://usuarios.iponet.es/casinada/31trampa.htm). A partir de sus ideas surgió la larga entrevista que ahora constituye el libro.

La entrevista recorre varios de los problemas que hemos esbozado, de una forma muy crítica. Lo interesante es que proviene de un punto de vista protecnológico. Di Cosmo es especialista en teoría de la programación, lógica y teoría de juegos: "Amo profundamente la tecnología, y precisamente por eso no puedo soportar verla pervertida por una empresa que concibe malos productos, que hace pagar caro a los consumidores a los que sirve, una sociedad que defrauda a sus clientes, engaña a su competencia y ahoga la innovación" (p. 23). Éste es el tono, generalmente muy fuerte, que emplea Di Cosmo.

Su crítica a Microsoft se despliega en varios frentes. Uno es, por supuesto, el de la obsolescencia programada y la inestabilidad de los sistemas. Pero otro es el de la posición entreguista de las administraciones públicas y las instituciones europeas. "Parece urgente que Europa desarrolle una política activa e independiente en el dominio de la informática y del tratamiento de la información en general. Dispone de los medios técnicos, pues no olvidemos que Europa tiene competencias iguales o superiores, en muchos dominios, a las que se encuentran al otro lado del Atlántico" (p. 169).

La clara apuesta de Di Cosmo es a favor de los sistemas operativos gratuitos y abiertos, como Linux, por lo menos para las instituciones que puedan apoyar tecnológicamente esta opción --hoy por hoy minoritaria. En Linux se han hecho los efectos especiales de la película Titanic, pero también existen procesadores de textos. Pagar muy cara una opción imperfecta y ajena, o trabajar en un medio más fiable, pero que hay que construir entre todos, esa es la disyuntiva que Di cosmo plantea para Europa.

[Publicado en La Vanguardia, en junio de 1999]  

Agradezco a Rafael Millán ram arroba textodigital.com sus cuidadosos comentarios y propuestas de ideas para este artículo

 

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