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La geografía del enemigo

Eduardo Manzano Moreno
Instituto de Historia
Consejo Superior de Investigaciones Científicas

dirección de correo: emanzano arroba ceh.csic.es

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Ilustración: interpretación del santuario de Husayn en Kerbala

(La dirección de correo del autor tiene esa extraña forma para evitar los sifones)

 

Desde el inicio de la guerra las informaciones de los corresponsales de guerra y las conferencias de prensa de los militares estadounidenses y británicos nos han familiarizado con una serie de ciudades iraquíes cuyos nombres, Nayaf, Basra, Kerbala, nada dicen al ciudadano occidental, cada vez más preocupado por el curso de los acontecimientos y posiblemente extrañado por la enorme resistencia que las tropas anglo-americanas están encontrando en esas tierras. Para millones de musulmanes en todo el mundo, en cambio, todos esos nombres tienen resonancias históricas y sagradas que permiten comprender mejor el efecto devastador que en sus conciencias está teniendo esta guerra injusta y cruel.

 

Para millones de musulmanes en todo el mundo, en cambio, todos esos nombres tienen resonancias históricas y sagradas que permiten comprender mejor el efecto devastador que en sus conciencias está teniendo esta guerra injusta y cruel

 

La ciudad de Nayaf, en la que hace unos días un terrorista suicida –al parecer de credo shií– hizo morir a cuatro soldados norteamericanos, es el lugar en el que, según la tradición, se encuentra la tumba de Ali ibn Abi Talib. Para cualquier musulmán la figura de Ali tiene una importancia capital, equiparable incluso para los shiíes –población recordémoslo dominante en Iraq– a la del propio Profeta Mahoma. Primo de éste y casado con su hija Fátima, Ali se convirtió después de la muerte de Mahoma (632) en el cuarto "Califa Perfecto", encarnando para sus devotos partidarios la pureza primigenia del verdadero Islam revelado por Dios. La asociación de la tumba de Ali con la ciudad de Nayaf dió lugar a que su santuario –que, esperemos, no sufra "efectos colaterales"– se convirtiera en centro de peregrinación y en lugar al que acudían numerosos shiíes deseosos de estudiar las ciencias religiosas, debido a su importancia como lugar de aprendizaje. Por poner sólo un ejemplo reciente, durante sus años de exilio en Iraq, el ayatollah Jomeini residió entre 1965 y 1978 en esta ciudad.

Ali ibn Abi Talib es también una figura importante porque de su matrimonio con Fátima nació la única descendencia que podía remontarse al Profeta Mahoma. Cuando a la muerte de Ali, el califato pasó a la familia rival de los Omeyas, uno de sus hijos, Husayn, protagonizó una rebelión que, mal organizada y traicionada por algunos, terminó con su derrota y muerte en Kerbala (680). El asesinato de Husayn, el nieto del Profeta que de niño había jugado a las piernas de su abuelo, tiene una enorme carga emotiva para cualquier musulmán: son abundantísimos los relatos que describen con pelos y señales las dramáticas circunstancias de su muerte, signo de la iniquidad humana frente a los designios de la divinidad. Para los musulmanes shiíes el aniversario de los sucesos de Kerbala se convierte cada año en ocasión de rememorar los sufrimientos de Husayn y de los suyos, lo que da lugar a representaciones dramáticas y a procesiones de flagelantes cuyas imágenes los noticiarios occidentales suelen utilizar para ilustrar el supuesto fanatismo de las masas musulmanas.

 

La torpeza de los militares norteamericanos al llevar el frente de guerra hasta estas ciudades puede comprenderse fácilmente si pensáramos en las emociones que suscitaría entre los católicos la idea de que Roma está siendo atacada por un ejército egipcio o que Santiago de Compostela está siendo asediada por tropas marroquíes

 

Basra, por último, es una ciudad fundada por los árabes poco después de haber derrotado por completo al Imperio Sasánida. Construida como un campamento (misr) Basra se convirtió en el punto de acogida de los combatientes que habían protagonizado la formidable expansión árabe del siglo VII d.C. Como tal su memoria está ligada en el imaginario musulmán con ese Islam pujante y victorioso capaz de extenderse desde el Indo a los Pirineos en un plazo de apenas unas décadas. Es inútil insistir en el contraste que esta imagen evoca con respecto a la situación actual y en que hábilmente manipulada puede servir para remover conciencias con el fin de volver al espíritu de la Guerra Santa.

La torpeza de los militares norteamericanos al llevar el frente de guerra hasta estas ciudades puede comprenderse fácilmente si pensáramos en las emociones que suscitaría entre los católicos la idea de que Roma está siendo atacada por un ejército egipcio o que Santiago de Compostela está siendo asediada por tropas marroquíes. Pese a todo lo que se está diciendo, la primera víctima de esta guerra ha sido uno de los más preciados valores de la cultura occidental: la capacidad de comprender y respetar los valores y creencias del otro.

Artículo inédito, especial para esta web

© Eduardo Manzano Moreno, 2003

Creado: 3 de abril del 2003

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