Grandes catástrofes editoriales
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Joaquín Rodríguez es editor de Archipiélago |
BOL (antes www.bol.es), Crisol (antes www.crisol.es) y Veintinueve (antes www.veintinueve.es) han desaparecido, quizás habría que decir hundido en aguas profundas, tras el naufragio de Submarino (antes www.submarino.com) (¿sería un nombre premonitorio, una anticipación aciaga?). Eso es tanto como decir que las cuatro grandes iniciativas digitales amparadas por tres de los grupos editoriales y mediáticos más importantes de España y un hipermercado, ni más ni menos Bertelsmann, Santillana, Planeta y Carrefour, respectivamente han errado el tiro, han sido un fiasco sin paliativos, una aventura tan breve como infortunada y, seguramente, mal calculada. ¿Presupone eso que toda iniciativa editorial en la red está abocada al fracaso, que vender libros físicos o digitalizados virtualmente no tiene perspectiva ni futuro? Resulta tentador pensar así, por lo menos justificado, porque si los gigantes se equivocan, ¿qué le queda hacer a los pequeños?
Los rusos y los zapatosSegún el parte oficial emitido por Veintinueve, "se trata de un cierre temporal hasta que madure la demanda de este tipo de libros", y es que ya se sabe, la demanda es una dama antojadiza e inconstante que posa su atención sobre algo sin que nadie sepa ni pueda determinar cuándo ni cuánto lo hará. Aunque la historia fuese apócrifa, puede que de algo sirva: cuentan que cuando la Unión Soviética cayó y quedaron a la intemperie millones de potenciales y supuestamente ávidos consumidores privados, parecería ser, de la posibilidad de consumir, aterrizaron varias empresas de zapatos españolas dispuestas a calzar a todos los habitantes desde, por lo menos, Odessa hasta el estrecho de Bering. Transportaron lo más delicado y elegante de sus muestrarios, los mocasines más suaves y los tacones más estilizados, augurando ventas sin límite. El plan de negocio, las proyecciones de ingresos y gastos y el desarrollo previsto eran, al menos sobre el papel, impecables. Algún tiempo después la evidencia acabó imponiéndose: a pesar de todos los esfuerzos de marketing y promoción, los rusos seguían aferrados tercamente al uso de unos zapatos de cuero y suela de plástico especial, feos y duros, que les acompañaban, como un miembro de la familia o una mascota, durantes dos décadas o incluso más tiempo. ¿Qué había podido fallar, dónde estaba la incoherencia? ¿Qué podía estar ocurriendo con la inconstante dama de la demanda? Pues, sencillamente, que si la necesidad no existe, que si las expectativas subjetivas están saciadas, no hay oferta que valga, y en el antiguo sistema económico de la también extinta Unión Soviética no cabía literalmente en la cabeza de nadie mudar de zapatos sin necesidad. ¿Y esto qué tiene que ver con los libros? Si la imprenta vino a satisfacer una demanda estructural preexistente nuevos campos de conocimiento enfrentados al monopolio teológico del saber; nuevas lenguas vulgares opuestas a la única lengua, el latín, que necesitaban un medio de expresión más rápido y barato que el de la copia a mano, la edición digital satisfará sólo a un tipo de demanda previa que necesite de sus propiedades fundamentales (bajos costes de realización y edición, actualización pronta de los contenidos, difusión inmediata): la edición científica, técnica y especializada, la reedición de clásicos inencontrables de unas u otras materias para bibliófilos. El resto de iniciativas de digitalización y de venta por la red se toparán siempre contra el muro de la ausencia de necesidad, de la inexistencia de la demanda, de la perduración de hábitos de consumo y lectura que no necesitan ni desean cambiar. Primera pizca de sociología: en todos los sistemas sociales se produce un ajuste perfecto en cada persona entre las expectativas subjetivas lo que puedo y debo desear y las condiciones objetivas que establecen el límite de lo que es o no es deseable el dinero, pero no sólo el dinero, también la formación educativa y cultural, la trayectoria familiar previa, etc. , demarcan lo deseable y lo indeseable. Si eso es así, quizás quepa afirmar que todavía queda mucho esfuerzo por animar y generar una demanda reacia y casi inexistente.
Compras en Internet en los últimos 3 meses
Gastad, gastad, malditos Y eso es, precisamente, lo que han hecho las grandes editoriales que creían que vender libros por la red distribuyéndolos física o virtualmente sería coser y cantar. Debería bastar con seguir la siguiente secuencia: invertir una suma considerable de dinero en infraestructura, desarrollo, promoción y distribución; rebajar los márgenes de beneficio por cada libro vendido para hacer frente a la competencia colindante; confeccionar listas a la carta de los libros más vendidos para que se vendieran más; vender; crecer; vender más; seguir creciendo, aunque eso, claro, supusiera una inversión creciente en personal, infraestructura informática, almacenaje y distribución mejorada; volver a rebajar un poco el margen porque el shopbot en el ámbito anglosajón, por ahora ha descubierto que los vecinos de al lado venden más barato; intentar persuadir a los posibles compradores que no llegan lanzando una campaña de distribución gratuita; sentarse con el director de control de gestión de sonrisa maléfica y establecer una fecha de cierre en el calendario; preparar un comunicado de prensa que diga que cerramos nuestras instalaciones para mejorarlas y poder ofrecer, en el futuro, un mejor servicio. Segunda pizca de sociología elemental: hay algunas condiciones económicas elementales de las que nadie escapa ni en la red, de manera que no cabe gastar más de lo que un magro margen puede llegar a dar. La ejemplarizante historia de Aquilino y Victoria Aquilino ... después de haber estudiado su MBA en Harvard y de haberse labrado una brillante y meteórica carrera en el Boston Consulting Group una trayectoria académica y profesional compartida, qué casualidad, con otro de los socios fundadores, decidió montar una tienda virtual en 1999 a través de la que vender libros. Aquilino reconocía de partida, al menos, dos problemas:
Poco tiempo después las páginas de Internet arrojaban una noticia al mismo tiempo espeluznante y previsible, al menos en los tiempos que corren:
Victoria, que aparece ahora en escena, tras la conversión de la librería en un conjunto de estantes situados cerca de las latas de berberechos, podría ser, puestos a conjeturar, una impetuosa relaciones públicas, una comunicadora persuadida y supuestamente persuasiva, de esas que por el propio exceso de convicción que intentan proyectar dejan entrever las grietas de su argumentación. Pues bien, Victoria, encantada, declaró:
Nueve meses después el resultado del embarazo no fue el de un varoncito sano y próspero. El ayuntamiento de los libreros virtuales y la cadena de hipermercados, no fue precisamente fecundo:
Y es que, claro, parece que a nadie se la había ocurrido entre tanto MBA de Harvard, tanto consultor y tanta fuerza de ventas que el margen de los libros es forzosamente estrecho, que su comercialización y distribución es costosa, y que al público lector no conviene aplicarle, exactamente, las cuatro reglas del marketing mix. En otras palabras:
No se sabe nada del paradero de Aquilino y Victoria y se rumorea que los ejecutivos de Carrefour no tienen los libros en casa. Tercera pizca de sociología: cuando un negocio como el de los libros que requiere de aquel que lo ejerce una perfecta mezcla de dos personalidades casi antagónicas, la de favorecedor de la cultura y la de minucioso contable se deja en manos de individuos totalmente heterónomos es decir, que traen al delicado ecosistema del libro la implacable y exclusiva lógica de los balances porque no conocen ninguna otra, suele ocurrir que los libros se revelan por el desinterés mostrado hacia ellos no dando, simplemente, lo que no pueden dar unos márgenes de beneficio que lo justifiquen como el tipo de negocio que pensaban que sería.
Algunos buenos libreros Claro que la red sirve para leer y vender libros. El uso adecuado de Internet puede suponer, de más está decirlo, un beneficio singular para los lectores y, sobre todo, compradores empedernidos de libros (para qué gastar el tiempo leyendo si uno puede pasar el tiempo comprando libros en Internet). Según las estadísticas del sector, los pocos lectores que además son compradores suelen adquirir los libros en librerías tradicionales, en aquellas en las que el librero aconseja con conocimiento e, incluso, afabilidad simbiosis que debería ser obligatoria en todo librero. Parece demostrado que la supervivencia de la pequeña librería pasa hoy en día por la especialización, por cultivar alguna clase de exclusivismo o rareza que la distinga y aleje del almacén genérico e indiferenciado. Y lo que ocurre en la calle sucede, también, en la red: esto parece indicarlo, precisamente, que las que se hayan visto obligadas a cerrar en Internet hayan sido, paradójicamente, los libródromos virtuales. Existen, entre todos los posibles, tres buenos ejemplos de sabia utilización de la red por parte de libreros, aunque quizás debería decirse libreros en orden decreciente o libreros crecientemente entremezclados, porque una de las potencialidades de Internet es la de difuminar los imprecisos márgenes entre la autoría, la edición y la venta:
Última pizca de sociología: cuando existe una demanda estructural latente o cierta previa a la misma oferta bibliófilos y bibliomaníacos, científicos acrecentando su currículum o atesorando conocimientos, lectores, estudiantes e investigadores deseosos de disfrutar libremente de textos queridos y de intercambiar sus aficiones, y cuando existe un medio, soporte o manera que puede darle satisfacción optimizando, de paso, los propios procesos de trabajo, entonces se produce un encuentro feliz en el que las dos partes ganan. Lo otro, el abrir espacios comerciales, librerías generalistas, que reproducen el esquema conocido para un público tan indeterminado y genérico como la misma oferta, parece que no es no ha sido el mejor de los caminos. |
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Creación, 8 de julio del
2002 Última versión, 8 de julio del 2002 |
También de Joaquín Rodríguez en Edición electrónica o digital: "La locomotora digital. Lo que las revistas científicas pueden hacer por el futuro de la edición" |