La locomotora digital

Lo que las revistas científicas pueden hacer por el futuro de la edición

Joaquín Rodríguez López

 

 

Joaquín Rodríguez López es Director Académico del Curso de Especialista en Edición Santillana/ICADE

 

Sobre la edición científica, véase La revuelta de los científicos, septiembre del 2001.

 

Un vistazo a la historia y otro al futuro

 La cuestión no es ya, hoy en día, saber si los textos serán o no digitalizados, si el futuro de la edición pasa o no por la digitalización y la difusión electrónica, porque es ya evidente, incluso para un lector de periódicos medianamente informado, que la metamorfosis de los soportes de la escritura en las últimas décadas ha sido y sigue siendo un fenómeno ubicuo; la cuestión es, y no es un matiz desdeñable, qué nos asegura que la transposición de los textos a otro soporte, a otro medio, va a ser una migración duradera, no una mera etapa apenas perceptible en la historia de las formas escritas de comunicación; la cuestión es, quién reclama esa mutación –si es que lo hay–, a quién sirve esa transformación, quién hará uso del material almacenado de esa nueva manera, a quién puede beneficiar la mudanza y qué objetivos y necesidades cubre y alcanza. Más aún, qué visos hay de que esa todavía pequeña revolución llegue a propagarse, a asumirse e, incluso, a hacerse deseable para del resto de la sociedad, porque no se sabe todavía de transformación tecnológica alguna en la historia de la humanidad que haya permanecido y se haya perpetuado que no haya sido el resultado de una necesidad presentida de la sociedad. Algo tan elemental como caer en la cuenta de que en la oficina de patentes duermen miles de inventos sin nadie deseoso de asumirlos o de utilizarlos, podría ser suficiente para entender que la tecnología no es unívoca ni todopoderosa; también, que en nuestra sociedad contemporánea, particularmente, todo invento viene acompañado de un esfuerzo formidable por imponer la necesidad de ese invento –que no otra cosa es el marketing–, algo que no sería necesario si el invento tuviera el poder de imponerse sin ninguna colaboración social.

Mantengo, en cualquier caso, asumidas las reservas anteriores, que la digitalización de la escritura será una revolución duradera, que su penetración y significado es equiparable al de la imprenta, y que su propagación y diseminación vendrá de la mano, sobre todo, de las revistas científicas, o sea, de las revistas científicas digitalizadas accesibles a través de páginas presentes en la malla mundial.

Para sustentar este argumento, lo más cabal es recurrir a la historia, no como un ejercicio arqueológico sino, más bien, como la posibilidad de ver repetidos determinados elementos que nos sirvan para discernir más claramente nuestro presente y nuestro futuro. La historia nos dice que los inventos casi nunca suceden por generación espontánea, que la terquedad de una persona por materializar una idea en un momento determinado o que el genio del inventor es tanto el invento mismo como, sobre todo, el haber sido capaz de presentir o presagiar la necesidad de una máquina, mecanismo o artefacto determinado. El empecinamiento de Gutenberg por desarrollar y poner a punto un mecanismo capaz de reproducir una página con mayor rapidez, economía, fiabilidad y legibilidad, arriesgando en numerosas ocasiones su oficio y su patrimonio, no pudo ser fruto de la casualidad o la fortuna: el Renacimiento es el período histórico en el que se forman y desarrollan ciertos campos del conocimiento tal como los conocemos todavía hoy en día. La ciencia natural, la química, la astronomía, la sociología y la razón lógica se contraponen punto por punto a la religión, la alquimia, la astrología, la política y la razón analítica medievales, o lo que es lo mismo, la imprenta no fue un hallazgo sino una culminación, una máquina que rubricó la fractura entre dos mundos, una máquina que supo satisfacer una demanda estructural latente dando la oportunidad de expresarse y multiplicarse a formas enteramente nuevas de conocimiento, independientes ya del monopolio eclesiástico de la transmisión –y de su correcta lectura e interpretación– del saber. Los campos artístico, literario y científico, que es tanto como decir artistas, escritores e investigadores, tienden a independizarse, a relajar o sortear sus antiguas dependencias, y la imprenta es el mecanismo que les ayuda a afirmar esa autonomía. También, claro, la pujanza de las ciudades renacentistas, de los mercaderes y artesanos que las habitan y reclaman lecturas en sus lenguas vernáculas o la extensión progresiva de las escuelas y de su función como almacenes de libros, eran demandas latentes a la espera de un artefacto capaz de darles satisfacción: en el año 1500, cincuenta años después de la invención de la imprenta, se sabe que había impresos 9.000.000 millones de libros y que, tan sólo en Alemania, existían 60 talleres, aun en contra de todas las censuras, reparos y reproches que pudieran interponer la nobleza y la Iglesia, una vez perdido el monopolio del conocimiento, de su custodia, reproducción y divulgación. La invención de la imprenta –el mayor acontecimiento de la historia, según Mark Twain–, su aceptación y propagación, es un paralelo histórico, por eso, que augura y avala el éxito de la edición en formato digital.

 

La locomotora digital

Nuestro tiempo, más que nunca, es el de la hiperespecialización, compartimentación y singularización de los campos del conocimiento, del campo científico. Tomemos como ejemplo una página de un servicio de publicaciones digital que sirva como modelo potencialmente generalizable al resto de los servicios de publicaciones científicos o universitarios de cualquier país, la del Online Journal Publishing Service del American Institute of Physics, que mantiene cuarenta revistas especializadas de títulos como Chaos, Journal of Biomedical Optics, Low Temperature Physics, etc., temas todos tan prometedores como editorialmente abocados a una minoría. El productor es en este caso y al mismo tiempo el editor y el difusor de manera que, haciendo uso de las potencialidades de la edición digital, alcanza simultáneamente varios objetivos: se convierte en proveedor y administrador de su propio conocimiento (http://ojps.aip.org) controla todo el proceso de composición de los textos ofreciendo a sus potenciales autores herramientas telemáticas (http://www.aip.org/pubservs/compuscript.html), de manera que simplifica el proceso de edición y realización; agiliza y hace transparentes los procesos de sumisión, selección y publicación de artículos a cada una de las revistas de la sociedad mediante la puesta en funcionamiento de sus sistema The Accepted Manuscript Status Inquiry System (AMSIS) (http://www.aip.org/msinq/status.html); allana la búsqueda de cualquier referencia bibliográfica relacionada con la física no sólo mediante un motor de búsqueda sino, sobre todo, mediante la implementación de un sistema de clasificación acumulativo que categoriza materias, índices, catálogos, bases de datos, etc., aumentando la garantía y la eficiencia de las recuperaciones y asegurándose la máxima explotación de los materiales publicados (http://www.aip.org/pubservs/pacs.html); excede las propiedades de las revistas en papel al asociar a todas sus revistas y a los artículos publicados en ellas la posibilidad de establecer vínculos con archivos multimedia mediante el sistema Electronic Physics Auxiliary Publication Service (EPAPS) (http://www.aip.org/pubservs/epaps.html), rozando ya la posibilidad de la edición multimedia en línea; abarata, en resumen, los costes de producción, almacenamiento y difusión; agiliza la transmisión y asegura la disponibilidad permanente del material bibliográfico; facilita al acceso, en este caso mediante suscripción, al contenido completo de sus revistas pero ofrece, también, la posibilidad de adquirir y consultar títulos de artículos singulares a lectores sin suscripción (http://pubster.aip.org/jhtml/artinphys/aipmain.html).

Pues bien, todas estas potencialidades o servicios deslumbrantes –y sólo he ofrecido uno de los innumerables ejemplos posibles– no tendrían eco ni repercusión de ningún tipo ni tierra donde echar raíces si no preexistiera un público sumamente especializado y reducido; interesado en acceder habitual y velozmente, porque es la materia prima de su trabajo, a material bibliográfico pasado o presente; que cifra su misma existencia y supervivencia en conocer lo que los demás hacen y en que los demás conozcan y reconozcan lo que hace él; que tiene una capacidad adquisitiva estrecha o, al menos, necesariamente repartida entre todas las fuentes a las que necesita tener acceso, de manera que debe elegir dolorosamente entre acceder a una u otra; que es experto en el uso y manejo de los programas informáticos o, por lo menos, no rechaza la eventualidad de trabajar con ordenadores. La demanda estructural pujante, anterior y precedente, similar a la se presintió en el renacimiento alemán, es, en realidad, la que desencadenó la búsqueda de alternativas tecnológicas y la redefinición de soportes preexistentes y es, también, la que garantiza la pervivencia y continuidad del fenómeno editorial digital.

No existe un solo tipo de revista electrónica ni una sola modalidad de edición, acceso, distribución e intencionalidad. Existen las grandes editoriales de prensa científica tradicional que han adoptado la vertiente digital y, como proveedores, abastecen las bibliotecas universitarias de decenas de países. Sus esfuerzos son encomiables y los servicios que ofrecen –almacenamiento, accesibilidad, regularidad, visualización, búsqueda, etc.– aprovechan casi todas las potencialidades que ofrece la digitalización del papel (visítense, por ejemplo, http://nabucco.catchword.com/about.htm; http://link.springer.de/; http://www.jstor.org/; http://www.oclc.org/oclc/menu/eco.htm; http://www.swets.org/; http://www.sciencedirect.com/; http://www-sp.ebsco.com/online/select-server.asp; etc.). Existen, simultáneamente, en pacífica convivencia digital, revistas pioneras que mantienen un espíritu altruista y filantrópico y cuya intención primordial es la de la divulgación gratuita del conocimiento: trátese del casi fundacional e-journal, adalid de la construcción del conocimiento coral y compartido alejado de los intereses comerciales y los ardides de los departamentos universitarios (http://econwpa.wustl.edu/~hyperjrn/ejv5n1.htm); OpenResourceS (http://www.openresources.com/), una revista española cargada de contenidos, abanderada de la libre circulación de la información y el software; o, sobre todo, el arXiv.org e-Print archive (http://xxx.lanl.gov/), una iniciativa patrocinada y financiada por la National Science Fundation de los Estados Unidos que hace realidad lo que muchas comunidades científicas siempre han querido hacer y no han sabido cómo organizar: un archivo científico permanentemente accesible que notifica regularmente sus modificaciones mediante correo electrónico, que asume el formato de una revista mensual, y del que se puede extraer toda clase de información o al que se pueden someter y remitir cualquier clase de investigaciones en curso, información modificable y rectificable por su propio carácter de investigación inconclusa.

No se trata ya de fijarse en el crecimiento exponencial de las páginas web dedicadas a cualquier tema, sino de detenerse a comprobar la colosal expansión de las revistas científicas en Internet (visítense, por ejemplo, http://wuecon.wustl.edu/hyperjrn/director.htm; http://video.ulib.org/journals/; http://www.Publist.com/; http://www.ipl.org/reading/serials/, etc.): en cualquiera de las modalidades expuestas o en algunas otras que circulan por la red, lo reseñable y esencial es que las revistas científicas actúan como locomotora de la digitalización de los soportes tradicionales, y la velocidad de su expansión puede esperarse que se mantenga o acelere, porque se la imprimen quienes con su demanda generan esa transformación.

Un pequeño pero importante dossier publicado simultáneamente por Le Monde, El País y Nature, el pasado mes de enero, se iniciaba con un título equívoco (http://www.lemonde.fr/nvtechno/branche/journo/menace.html): "Las revistas científicas amenazadas por la competencia de Internet", cuando, en realidad, hubiera debido titularse algo así como "Las revistas científicas, reforzadas y robustecidas por Internet". Ante el crecimiento en número y costes de las revistas científicas en su soporte tradicional, los investigadores, las universidades, las bibliotecas y los organismos de investigación han recuperado, gracias a la edición digital y las redes que la soportan, el control de sus medios de producción (permítaseme el uso de la fórmula marxista clásica), reproducción y diseminación.

 

Trenes de provincias: ¿qué hacemos aquí?

Según los datos proporcionados por la Panorámica de la edición española de libros 1997, publicada por el Ministerio de Educación y Cultura en 1998, en 1997 fueron las editoriales medianas, pequeñas y grandes, por este orden, quienes mayores esfuerzos hicieron por adaptar sus productos a soportes digitales, sobre todo editoriales jurídicas, dedicadas a la educación y la enseñanza o a la tecnología y la informática, evoluciones todas plausibles y anticipables por la naturaleza del producto y del público lector. Si bien es verdad, por otra parte, que los datos porcentuales que nos hablan de la progresión de la edición electrónica entre 1996 y 1997 nos dicen que los Organismos Oficiales de la Administración Local y las Instituciones Educativas Públicas incrementaron decididamente su vocación digital, esto no es más que una verdad estadística a medias, porque de 2 a 8 o de 27 a 43 títulos no puede decirse que el tránsito haya sido notable.

 

EDICIÓN ELECTRÓNICA POR NATURALEZA JURÍDICA
DEL AGENTE EDITOR

Cd-Rom, Cd-I, CDV y disquetes

1995

1995%

1996

1996%

1997

1997%

%97/96

Org. Of. Admon. Central del Estado

40

7,6

31

4,1

19

2,4

-38,7

Org. Of. Admon. Autonómica

23

4,4

35

4,7

21

2,6

-40

Instituciones Educativas Públicas

42

8

27

3,6

43

5,3

59,3

Instituciones Culturales Públicas

2

0,2

Org. Of. Administración Local

1

300

Autor-Editor

23

4,4

12

1,6

10

1,2

-16,7

Pequeñas editoriales

202

38,5

254

33,9

213

26,3

-16,1

Medianas Editoriales

98

18,7

257

34,3

313

38,7

21,8

Grandes editoriales

63

12

105

14

148

18,3

40,9

Instituciones sin ánimo de lucro

29

5,5

26

3,5

32

4

23,1

Total

525

100

749

100

809

100

8

 

Precisamente aquellas instituciones y servicios de publicaciones que más tendrían que ganar con la digitalización (en ahorro de costes de edición, realización, producción, almacenamiento y distribución, ya que los presupuestos son siempre magros y el público escaso) y cuya responsabilidad pública, sobre todo, es más inexcusable (conservación y difusión de un patrimonio histórico, cultural y científico financiado con dinero público), son las que con menos ímpetu afrontan la asunción de unos procedimientos y una tecnología que, considerados los paralelos históricos y la demanda estructural, no pueden sino triunfar y propagarse.

En un reciente e interesantísimo seminario celebrado en el mes de diciembre del año 99, que llevó por título "Ediciones electrónicas. Cómo afrontar el tema de la edición electrónica desde las universidades" (http://jamillan.com/AEUE.htm), se presentaron ponencias relacionadas con las iniciativas de digitalización de los libros publicados por los respectivos servicios de publicaciones de las Universidades presentes, pero, significativamente, no hubo alusión alguna a proyectos de digitalización de las revistas producidas por departamentos universitarios o de otras instituciones de investigación y, mucho menos, a su trascendencia y efecto locomotor.

El Consorcio de Bibliotecas de Cataluña (http://sumaris.cbuc.es/), las bibliotecas de la Universidad de Barcelona (http://www.bib.ub.es/bub/bub.htm), de la Universidad Carlos III de Madrid (http://www.uc3m.es/uc3m/serv/BIB/RE/revielect.html), o de muchas otras universidades, proporcionan ya acceso completo a más de dos centenares de revistas electrónicas, aunque la proporción de revistas provenientes de proveedores respecto a las proporcionadas directamente por los productores es, todavía, aplastantemente mayoritaria a favor de las editoriales comerciales. Ni siquiera el CSIC, con una potente Unidad de Coordinación de Bibliotecas (http://www.csic.es/cbic/cbic.htm) y un Servicio especializado de Publicaciones (http://www.csic.es/publica/) han tomado las riendas de la digitalización de su propia producción.

 

Resistencias y contraataques

El retardo y las resistencias son, seguramente, más de origen sociológico que tecnológico: las reglas del juego que rigen el acceso al campo científico, al mundo universitario, exigen transitar un largo camino o un proceso de meritoriaje en el que la persona implicada ha de mostrar y demostrar continuamente, por medio de publicaciones en diversos medios acreditados, que conoce y domina las herramientas de su disciplina. Las instancias consagradoras encargadas de reconocerlo y ratificarlo, no han otorgado todavía credibilidad y legitimidad a las publicaciones editadas electrónicamente. Desde luego, esas instancias nunca admitirían la lógica que propugnan algunas de las revistas digitales, convertir la construcción del conocimiento en un proceso anónimo y cooperativo independiente de cualquier institución consagradora (http://econwpa.wustl.edu/~hyperjrn/ejv5n1.htm) porque, de admitirlo, su propia existencia sería redundante y carecería de sentido. Tampoco la versión electrónica de revistas consagradas en el papel ha obtenido por el momento, a excepción quizás de las más renombradas y populares (véanse, por ejemplo, http://www.nature.com; http://www.aaas.org/science; http://www.sciam.com, etc.), el respaldo de la comunidad científica ni el reconocimiento legal necesario, por eso un investigador formal que desee labrarse una carrera científica consecuente, publicará antes sus artículos en una revista en papel que en un conato digital (aunque yo no lo practique).

Consideremos o no esas resistencias plausibles e incluso legítimas, yo abogo por una apuesta decidida hacia la digitalización de las revistas científicas y por mostrar estos argumentos a quien tenga la competencia para decidir sobre ello. Por muchas razones: porque los paralelos históricos garantizan que pisamos suelo firme y que esta revolución no tiene vuelta atrás; porque la demanda estructural existe y es vigorosa e informáticamente competente; porque la cantidad y el precio de las publicaciones han crecido de manera exorbitante y ni los departamentos universitarios ni las bibliotecas de esos centros pueden afrontar esos presupuestos; porque las universidades e instituciones públicas y científicas puedan retomar y recuperar el control sobre su propia producción, garantizando su accesibilidad y conservación y amortizando y rentabilizando lo que se ha desarrollado y construido con dinero público; porque la riqueza de relaciones y vínculos que pueden establecerse entre los textos, utilizando las capacidades de la hipertextualidad, pueden contribuir a generar un patrimonio de conocimientos hasta ahora desconocido; porque facilita, simplifica y abarata el proceso de edición, realización, producción y distribución; porque la accesibilidad y la disponibilidad son infinitamente superiores; porque la edición y el mundo editorial entran en una dimensión nueva en la que los productos creados dejan de ser meramente puesta en página de un contenido para convertirse en un enjambre de relaciones, vínculos, bases de datos, foros de debate, transacciones comerciales, etc., que traspasan lo que hemos hecho hasta ahora y nos permiten experimentar con lo desconocido; porque, sobre todo, tenemos la suerte de asistir, ser conscientes y convertirnos en protagonistas y animadores de una revolución de dimensiones similares a la que protagonizó y vivió Gutenberg.

Como dijo otro Marx en una película con trenes y locomotoras, sólo nos queda pedir más madera…

Este artículo es © de su autor.
Última versión:
16 de enero del 2000
 

 

 

Más enlaces y referencias sobre la edición electrónica de revistas científicas

 

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