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...!!Y yo en la tuya¡¡

El insulto y el genio de la lengua

José Antonio Millán

 

 

Stephen Burgen, La lengua de tu madre. El libro de los tacos e improperios de Europa, traducción de P. Elías y C. Boune, Barcelona, Planeta, 1997, 244 págs.

Pancracio Celdrán, Inventario general de insultos, Madrid, Ediciones del Prado, 1995, 364 págs.

Gregorio Doval, Florilegio de frases envenenadas. Una antología de la maledicencia, Madrid, Ediciones del Prado, 1996, 368 págs.

Juan de Dios Luque, Antonio Pamies y Francisco José Manjón, El arte del insulto. Estudio lexicográfico, Barcelona, Ediciones Península, 1997, 204 págs.

Albert Om, El nom del porc. Els 533 millors insults y disbarats de 20 anys de democràcia, Barcelona, Edicions La Campana, 1997, 256 págs.

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En el Libro VIII de Martín Fierro, un gaucho que busca pelea le dice al protagonista, mientras le tiende un frasco de bebida:

–Beba, cuñao
–Por su hermana –contesté–
que por la mía no hay cuidao

Pocos minutos después, cuenta Martín Fierro:

lo dejé mostrando el sebo
de un revés con el facón [1]

Aunque insultar, según el Diccionario académico, es "Ofender a uno provocándolo e irritándolo con palabras o acciones", y aunque puede que alguien diga en alguna ocasión "Su comportamiento era insultante", el insulto por antonomasia es el verbal. Insultar es un acto de habla, es decir, según la caracterización de Austin (Doing Things With Words), el insulto es una de esas palabras que hacen cosas, como la promesa, la orden, la maldición… ¿Y qué es lo que hace? Como hemos visto, molestar en gran manera al receptor.

El insulto arquetípico es la asignación por parte del hablante de una calificación negativa al oyente. Una lingüística del insulto debería considerar qué sentidos son los más susceptibles de constituirlo: diagnósticos psiquiátricos ("imbécil, idiota"), atribución de determinados comportamientos sexuales ("maricón, puta") o sociales ("ladrón") que al emisor no le gustan (aunque quizás a otro sí). El sentido negativo se puede enunciar directamente ("asesino", para insultar a un médico), o a través de expresiones que lo implican de forma simple ("cerdo", para sugerir que alguien tiene un comportamiento bajo), o a veces francamente retorcida ("pierdes aceite", para decir "maricón"). En todos estos casos, el sentido se atribuye en la mayoría de los casos no sólo aunque sea falsa su aplicación sino porque es falsa.

De todas formas, no cualquier comportamiento sexual socialmente marcado como desviado, ni social considerado reprobable es materia de insulto. No hay insultos (que yo sepa) relacionados con la pederastia o la zoofilia, por más que sean comportamientos reprobados. Por otra parte, para insultar se utilizan la mayor parte de las veces palabras especializadas: "cenutrio, mentecato…" se usan hoy únicamente como insulto. Sustituir la palabra especializada por un sinónimo culto normalmente hace perder a la expresión su carácter de insulto (aunque puede que no las ganas de molestar): "¡Persona de poco IQ!" o "Su madre de usted fue una meretriz" no constituyen un "insulto". (Otro tanto ocurre con el terreno próximo y a veces solapado del taco o expletivo: nadie dice "¡Fornicar!" cuando se pilla el dedo con un cajón).

Un tipo diferente de insulto es aquel en el que se lanza un contenido cierto. A veces, basta la situación y un cierto tono para que una palabra normal se transforme en insulto, como el "¡Taxista!" propinado a uno de ellos en medio del tráfico madrileño. Otras veces lo que se arroja es la versión despectiva o reforzada negativamente de un calificativo: "Tía loro" (a una mujer fea), "Negro de mierda"… Es la forma típica que adopta el insulto racista o sexista, y fijémonos en que sigue el esquema arquetípico de atribuir comportamientos considerados reprobables, con dos diferencias: que lo que aquí se reprueba no es una práctica, sino la pertenencia a un grupo social o sexual, y que la atribución puede ser cierta (aunque se haga en forma ofensiva).

También constituye insulto la sugerencia de que el receptor de la expresión realice (o se realicen sobre él) determinadas acciones. Éstas pueden entrañar para el insultado los sentidos negativos que hemos visto ("vete a tomar por culo, vete a la mierda") o no ("que te zurzan…"). Este tercer tipo de insulto sitúa, podríamos decir que mágicamente, al receptor realizando acciones que le colocan en un campo reprobable (convirtiéndole en un sodomita, en un cerdo, etc.).

Una lexicografía del insulto estudiaría las constelaciones de expresiones que le pueden rodear, normalmente para amplificarlo ("más puta que las gallinas"). Además, reconocería una gradación a través de usos léxicos, acumulación de expletivos, o creación de nuevas expresiones. Por ejemplo, el insulto genérico "tienes poca inteligencia" presentaría la siguiente gradación: "tonto, idiota, tonto del culo, jilipollas, jilipollas perdido". Asímismo, señalaría que el primer miembro es aceptable (aunque "familiar"), el segundo tal vez "vulgar" y el resto serían "tabú". Estudiaría tanto los eufemismos y reducciones ("vete a la porra", o "…tu madre"), como las amplificaciones (la argentina "¡La reputísima madre que te recontra mil parió!"). Igualmente, recogería determinadas formas típicas, debidas a la pronunciación relajada o alterada por la situación emocional: "tonto’l culo; hijo-puta" (con la elisión de la d intervocálica y posterior simplificación del grupo vocálico).

 

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Esta mujer de los yanomami está insultando terriblemente a alguien tras una pelea. Dice: "Su fea piel está tan manchada que parece más una espinilla que una persona.Y tenemos claro por qué sus hijos son tan hediondos y feos. ¡Vaya si lo sabemos! Sus feas madres les hicieron así. Sois todos descendientes de la pus y las espinillas. Todos venís del Pueblo de las Espinillas". (Rodado el 28 de febrero de 1971 en el pueblo Mishimishimaböwei-teri, en el sur de Venezuela) [4].

 

La taxonomía del insulto distinguiría distintos tipos, según sentidos o situaciones. También es una ciencia incipiente...

Una poética del insulto descubriría los procedimientos amplificativos y prolongativos, tan próximos a los de la alegoría, que se pueden poner en juego. Véase el ejemplo de la mujer yanomami, desarrollando el tema "feo como una espinilla".

Una etimología del insulto rescataría los orígenes, a veces oscuros, de las expresiones utilizadas para herir al oyente: "mentecato" del latín mente captus, "falto de mente" o "gilipollas", tal vez del árabe yihil, "bobo".

 

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"Huevón", "boludo", "pelotudo" es una expresión muy insultante en distintos lugares de Hispanoamérica (en España, sin embargo, "pelotudo" y "cojonudo" tienen connotación positiva).
Es de los contados insultos que tienen gesto propio (aquí debajo hay otro): el de sopesar algo esférico: "La mano entreabierta en forma de amplio tulipán (dedos separados, puntas hacia arriba), a la altura del pecho, hace un mov. lento, blando y repetido, de abajo-arriba y viceversa, por un recorrido de unos 5-10 cm.. Cuanto más largo el recorrido, más se intensifica semánticamente el gesto". [5]

1x1c3.gif (41 bytes) Su pragmática debería tener en cuenta que igualmente es un insulto ejercitar cualquiera de las dinámicas que hemos repasado no ya sobre el oyente, sino sobre su entorno simbólico o social. Por ejemplo el emisor declara que realiza determinadas acciones nefandas sobre algo que representa al receptor, o sobre su parentela: "me cago en tu estampa, me cago en tu padre". Estudiaría el hecho curioso de que insultar a determinados parientes de una persona equivalga a insultarla a ella, y tal vez sólo a ella (cfr. "Tu madre será una santa, pero tú eres un hijo de puta"). También vería cuál es el grado de alejamiento léxico y sintáctico hasta el que se mantiene la ofensa. El ejemplo gauchesco del "cuñado" que nos ha servido de pórtico es insultante porque una de sus implicaciones posibles es "He tenido comercio carnal con tu hermana [= es una puta]".

Esta necesaria e inexistente disciplina observaría también que la utilización de expletivos negativos puede ser tomada como un insulto (compárese "Me tienes harto", con "Me tienes hasta los cojones", a lo que puede seguir la respuesta: "¡Oye!: sin insultar…"). Estudiaría las ocasiones típicas en que puede surgir un insulto (en nuestros días, sobre todo la bronca de tráfico, pero también –ya lo veremos en El nom del porc– el debate político), y cuándo es ignorado y cuándo se replica (y de qué manera: rebotándolo –"Y yo en la tuya"–, aumentándolo –"Y tú más"…). El estudio de las dinámicas conversacionales sería muy rico: por ejemplo, una reacción típica ante una expresión que podría constituir un insulto es devolverlo. En una obra de Torres Naharro [2] un estudiante saluda a su prima:

–Bona dies, Dorosia
cordis nostris grandis bene

Y la apelada (que no entiende nada) contesta:

–A la vostra, mon cosí
("–La tuya, primo")

Otro ejemplo coetáneo y similar, de Diego Sánchez de Badajoz [7]:

Theólogo
–Clementer salvavit nos
per bonitatem diuinam
instaurans nostram ruynam

Pastor
–Mucho más roín sois vos (v. 241)

Se oyen hoy también formas mitigadas, como "La tuya, por si acaso".

También se habría de notar la posibilidad de insultar in absentia (¿es un insulto para Fulano decir "Fulano es un berzotas" a Mengano?), o bien la posibilidad de que una emisión verbal cristalizada pueda insultar de por sí (un grafito de "Tonto el que lo lea" sobre una pared). Por último, vería bajo qué condiciones el insulto no es insultante, sino encomiástico ("qué hijo-puta que eres…, mariconazo") [9]. A propósito, una dialectología del insulto anotaría cómo éste último uso sería hoy comprensible en Madrid, por ejemplo, aunque no en Barcelona. O bien el curioso trasvase de valores que experimenta la referencia a los genitales masculinos, de un polo al otro.

Otro fenómeno digno de estudio sería la posibilidad de insultar a cosas inanimadas, o incluso abstractas... Como ejemplo, escúchese el audio que acompaña a la bajada de esta página. A propósito: una fonética del insulto estudiaría sus peculiaridades tonales y articulatorias, en parte fruto de una enunciación en estado de alteración, pero también debidas a la utilización de procedimientos de énfasis y reforzamiento fónico.

 

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Los dedos extendidos en forma de cuernos indican "cabrón" [6]

Para insultos de la Antigüedad, véase.

 

 

1x1c3.gif (41 bytes) Una antropología del insulto reconocería la variabilidad cultural de todos estos elementos: desde la atribución de qué comportamientos constituye un insulto, hasta la extensión del árbol genealógico que puede ser afectada por el hablante (lo veremos muy bien en La lengua de tu madre). También serían su materia de estudio los intercambios ritualizados de insultos. Existen en muchos pueblos (son famosos los casos de los yoruba o los turcos), y con características similares: se practican sobre todo entre adolescentes, las respuestas deben mantener la rima y amplificar la agresión. En español existen casos así:

–¡Vete a la mierda!
–Estando a tu lado estoy en ella

o

–Me cago en tu padre.
–Y yo en el tuyo…
–El tuyo, que es más zurullo.

o el argentino:

– ... tu hermana.
–La tuya que es más baquiana...

Una sociología del insulto indagaría en las formas que adopta éste en su adaptación a nuevos procedimientos y sistemas de comunicación, por ejemplo, en la Red. En Internet han florecido no sólo nuevas formas de agrexión verbal, sino también viejos procedimientos, como el duelo o concurso.

Por último una historia del insulto estudiaría el entramado cambiante de los actos y las palabras utilizados para herir, y cómo se relacionan con las percepciones del papel del individuo y del género en la sociedad (a este respecto, existe un libro excelente: Manos violentas, palabras vedadas. La injuria en Castilla y León, siglos XIII-XV, de Marta Madero, con prólogo de Jacques Le Goff, Madrid, Taurus, 1992). Y, entre otras muchas cosas, estos estudios podrían contribuir a descubrir las bases históricas de prácticas hoy sólo verbales; por ejemplo: los fueros medievales de Alcaraz castigan con multa a quien se "cagare en puerta ajena".

Si se hubieran desarrollado todas estas útiles disciplinas veríamos cómo el campo del insulto mantiene zonas altamente fosilizadas y lexicalizadas, junto a otras abiertas a la creatividad, y de qué manera no toda atribución falsa –ni cierta– al oyente de un comportamiento rechazable es un insulto, y cómo ni siquiera la emisión de un insulto tiene siempre por qué constituir un insulto… Un jaleo, pues, pero un jaleo curioso y cuyo estudio pone en juego muchas categorías lingüísticas interesantes.

1x1c3.gif (41 bytes) En el estado generalizado de abandono en que están muchos aspectos del estudio de la lengua española [3], no sorprenderá al lector saber que el terreno del insulto no goza de muy buena salud. Además, constituye un campo especialmente resbaladizo, porque con frecuencia al tratar del tema se mezclan (y a veces confunden) los siguientes conceptos: el insulto propiamente dicho, los expletivos o tacos, el simple uso de palabras tabú, las voces de jerga, blasfemias, refranes y facecias varias. A pesar de los solapamientos que existen entre ellos, cada uno de estos elementos supone un acto de habla distinto, que merecería un análisis concreto. Además, otro extendido mal es tratar en plano de igualdad palabras muy usuales junto a otras hace siglos desusadas, localismos, fantasmas lexicográficos, invenciones puras y voces idiolectales…

Una obra de referencia es por supuesto el Diccionario secreto de Camilo José Cela (primera edición Madrid, Alfaguara, 1968, 2 vols.). Fueron útiles en su momento el Diccionario de expresiones malsonantes del español, de Jaime Martín (Madrid, Istmo, 1974) y el Diccionario de español equívoco, de Manuel Criado de Val (Madrid, Edi6/SGEL, 1981). Todas ellas se mueven por esos campos mixtos que mencionamos. Ahora, la reciente aparición de cinco obras bien diferentes dedicadas al tema nos permitirá trazar un cierto estado de la cuestión.

El Inventario general de insultos, de Pancracio Celdrán, agrupa unos cuatrocientos, la mayoría palabras simples ("piernas"), y algunas expresiones ("…el que asó la manteca"). Tiene generalmente buenas definiciones, información etimológica, citas de escritores o hablantes que los utilizan, y –aunque conviven en la obra expresiones de germanía y otras muy modernas– tiene siempre buen cuidado de señalar las fechas de uso o desuso. En suma, es la obra más fiable sobre el tema, aunque tiene el problema de que organiza los insultos sólo alfabéticamente (incluso con un índice final ¡sin números de página!), con lo que no se puede hacer un rastreo semántico. Está escrita con desenvoltura, pero sin caer en el tono de chocarrería que hay quien piensa que debe acompañar necesariamente a estos temas (y en el que incurre, por ejemplo, El arte del insulto). Su consulta es casi siempre provechosa.

 

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La lengua de tu madre está escrita por Stephen Burgen, periodista del Times de Londres, y se propone descubrir qué expresiones constituyen tacos y/o insultos en los distintos países de Europa y, si es posible, por qué… Por desdicha (y como ocurre frecuentemente –lamento decirlo– con obras escritas por periodistas), se trata de una obra en gran medida caótica y repetitiva. El intento de crear un libro ameno, para no-especialistas ha conducido (ocurre mucho) a un pastiche en el que no se sabe ni la fuente ni la credibilidad de los numerosos datos que contiene. El centenar largo de títulos de su bibliografía no se mencionan jamás en el texto, y, en lo que al lector respecta, bien podrían haber figurado ahí como adorno.

El libro de Burgen abarca las principales lenguas de Europa, del español o catalán al finlandés o griego. El inglés, la lengua del autor, tiene un peso superior a las otras (reforzado por las frecuentes calas en variantes norteamericanas o australianas). El intento es presentar los comportamientos verbales de los distintos países, llegar a sus orígenes etimológicos o históricos cuando puede, y deducir líneas generales. La tesis central del libro es bastante antropológica: que lo que es insulto para unos puede no serlo en absoluto para otros: "Un belga o un holandés, por ejemplo, considerarían vulle klootzak (escroto sucio) más ofensivo que hoere jong (hijo de puta)" (p. 126). En ocasiones como ésta el autor llega a percibir una línea divisoria entre la Europa del Sur (donde la mención de la madre es insultante per se) y la del Norte.

Los datos que da sobre el español son normalmente válidos (con alguna excepción: ¿alguien ha oído la réplica "cojón de mi corazón" (p. 31)?). Entre los recorridos comparativos más interesantes puede encontrarse el de los cuernos (pp. 121-5), pero lo que puede sorprender más al lector de nuestra lengua es la general riqueza insultatoria y taquera de prácticamente todas las lenguas, incluido (contra la visión popular de un mundo mediterráneo particularmente malhablado) el finlandés. Dentro del desorden y de las repeticiones de esta obra destaca un cierto sentido lingüístico del autor (que le hace seleccionar fenómenos interesantes), y el hecho de estar trabajando normalmente con expresiones vivas, actuales.

 

El arte del insulto lleva por subtítulo Estudio lexicográfico. En realidad, ni es un estudio lexicográfico (por poco respeto que tengamos por esa disciplina) –aunque sus autores sean profesores de universidad– ni tampoco una guía retórica, como parece prometer. Se trata de una obra confusa que mezcla muy distintos fenómenos lingüísticos y acarrea acríticamente materiales de muy distinta procedencia, con lo que su utilidad es bien limitada. Además carece (como es uso creciente en el mundo editorial, pero resulta imperdonable en una obra como ésta) de un índice final donde acudir para ver dónde se menciona mamacallos o chorizo.

El arte del insulto presenta, aunque en grado mucho menor que La lengua de tu madre, elementos comparativos, que, a diferencia de lo que ocurre en la obra de Burgen, ni siquiera responden a una comunidad geográfica: abundan por ejemplo casos del chino o ruso, lo que parece indicar que se han acopiado los datos disponibles más que los más pertinentes. Los materiales están agrupados por temas: prostitución, homosexualidad, adulterio y familia, pueblos y razas, estulticia y embriaguez, rasgos corporales y un par de capítulos de miscelánea: ladrones, paletos, etc. El lector tampoco podrá acudir a los nombres de los capítulos para localizar estos materiales, porque se han etiquetado de forma obscura, por pretendidamente jocosa (¿cuál de las categorías anteriores figura en "Mens sana in corpore sano"?; resulta que es la estulticia).

Con frecuencia la obra se articula en relaciones de cuasisinónimos ordenadas sólo alfabéticamente, en las que coexisten desde las expresiones más modernas hasta germanía o formas cultas (que no suelen constituir insultos). Por ejemplo, para ladrón nos encontramos con gángster, cortabolsas o cleptómano. En suma: un desorden considerable.

Los autores han publicado también un Diccionario del insulto, más sistemático y útil.

 

El nom del porc es una obra en catalán que contiene numerosas citas literales en castellano (a propósito: nunca está de más recordar que cualquier castellanohablante culto puede, con sólo un poco de esfuerzo, leer una obra en catalán o en gallego…). El objeto del libro –que ha ganado un premio de humor, y lleva numerosas ediciones– es presentar frases pronunciadas por los políticos que, o bien son insultos a un contrincante, o bien les delatan ideológicamente (entre estas últimas, aunque no son el objeto de estas páginas, destacan las declaraciones cambiantes de Felipe González acerca de la OTAN, o unas tempranas perlas de Jordi Pujol sobre los andaluces).

Sorprende descubrir cómo el mundo político es probablemente el mayor vivero actual de insultos. El autor, el periodista Albert Om, ha contado con la colaboración involuntaria de Alfonso Guerra (a quien está dedicado, por cierto, el libro), verdadero manantial de descalificaciones al contrario. ¿Qué encontraremos en esta obra? Por ejemplo, toda una sección (cap. 3) dedicada a los insultos animales, desde los surrealistas ("Tamames siempre ha sido un saltamontes frívolo"), a los cariñosos ("Carrillo es como una avispilla", de Anguita); de los retorcidos ("José Meliá es un consumidor de Piensos Sanders", de Guerra), a los directos ("Suárez es una anguila"). Hay un capítulo (el 8) dedicado a la metáfora del "cadáver político" ("El PSOE, más que un partido, es un cortejo fúnebre", dijo Aznar), y otro (el 6) a los juegos con el nombre [8] del rival ("Si a Nadal se le quita la l se queda en Nada, que es lo que es").

Al acabar este libro, el lector se queda con la sensación de que la clase política tiene una nada desdeñable habilidad verbal para ofender al contrincante, aunque tal vez, como dijo el inevitable Alfonso Guerra, "Yo no insulto, analizo".

 

Por último, el Florilegio de frases envenenadas es una recopilación de todo tipo de expresiones descalificatorias hacia los demás, sus obras, hacia países, o ciudades o incluso hacia uno mismo. Abundan las frases tomadas de controversias literarias o artísticas, aunque también hay ataques contemporáneos, por ejemplo a películas (el Sunday Times sobre Viernes 13: "El censor advierte que hay que tener dieciocho años para poder verla. Yo sugeriría que basta con ser estúpido"). En resumen, una digna antología del momento en que el insulto se amplifica, diluye o se hace literario y empieza a constituirse en otra cosa.

 

Una observación de Borges, quien ya dedicó un apartado de la Historia de la eternidad al "Arte de injuriar" puede servirnos de cierre y pórtico: "Ni siquiera un lenguaje se necesita. Morderse el pulgar o tomar el lado de la pared […] fueron, hacia 1592, la moneda legal del provocador".

En efecto: ni hemos rozado el universo del gesto insultante, que forzosamente habrá de quedar para otra ocasión.

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[1] Fue Juan José Saer (que conoce de memoria gran parte de la literatura en español) quien localizó autor y obra a partir de un recuerdo imperfecto mío. venusup.gif (901 bytes)

[2] Lo cita Antonio Torres-Alcalá en su interesante Verbi Gratia. Los escritores macarrónicos de España, Madrid, José Porrúa Turanzas, 1984, pág. 141. venusup.gif (901 bytes)

[3] No es que lo diga yo... A quien le interese, que acuda a José Antonio Pascual, "Escándalo o precacución sobre el futuro de nuestra lengua", en Marqués de Tamarón (dir.): El peso de la lengua española en el mundo, Valladolid, Universidad de Valladolid/Fundación Duques de Soria/INCIPE, 1995 reseña. venusup.gif (901 bytes)

[4] Tomado de la película The Ax Fight (1971), de Napoleon Chagnon, Timothy Asch y Craig Johnson. Esta comunidad yanomami había permanecido sin contacto con occidentales hasta que en 1968 Napoleon Chagnon tomó contacto con ellos. A partir de este clásico del cine etnográfico se ha hecho un excelente interactivo, el CD-ROM Yanomamö Interactive. The Ax Fight, por Peter Biella, Napoleon Chagnon y Gary Seaman, Harcourt, Brace & Company, 1997. Más información en: http://www.hbtechsupport.com venusup.gif (901 bytes)

[5] Tomado de Giovani Meo-Zilio y Silvia Mejía, Diccionario de gestos. España e Hispanoamérica. Tomo I. A-H. Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1980, pág. 176. ¡Qué cosas revela a veces la descripción lingüística! Nunca se me habría ocurrido decir que el gesto de "pelotudo" es "en forma de amplio tulipán"... venusup.gif (901 bytes)

[6]  Tomado de Paolo Abozzi, La interpretación de los gestos, Barcelona, Martínez Roca, 1998. Aunque no centrado más que muy lateralmente en el insulto, ofrece un rico repertorio de actitudes corporales, metáforas posturales y espacialización de relaciones. venusup.gif (901 bytes)

[7] Garci Sánchez de Badajoz, "Farsa Theologal", en Farsas, Edición de Miguel Ángel Pérez Priego, Madrid, Cátedra, 1985. venusup.gif (901 bytes)

[8] Están atestiguados por lo menos desde el XVI. No he podido consultar Henry N. Bershas, Puns on proper names in Spanish, Detroit, Wayne State University, 1961 (lo cita Maxime Chevalier, Quevedo y su tiempo. La agudeza verbal. Barcelona, Critica, 1992). venusup.gif (901 bytes)

[9] Esta ambivalencia existía ya en los siglos de Oro, cuando Hi de puta se empleaba "encareciendo o alabando en bien o en mal", como recoge Gonzalo Corrreas en su Vocabulario de refranes y frases proverbiales. venusup.gif (901 bytes)

El audio que acompaña a la bajada de esta página proviene de la película El milagro de P. Tinto, y llega por cortesía de Xosé Castro.
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Versión muy modificada del artículo publicado en Revista de libros (Madrid), enero de 1999.

Última versión, octubre de 1999.

A la portada de los insultos

 

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