Guantanamo


El libro de Salomón

Bengt Oldenburg

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Oprimamos al pobre justo y no perdonemos a la viuda,
ni a las antiguas canas de los viejos tengamos respeto.
Nuestras fuerzas sean la ley de la justicia, porque lo que
es flaco es convencido de inútil.

Armemos, pues, lazo al justo, porque él nos es dañoso
y contrario a nuestras obras, y nos saca al rostro los
pecados de la Ley, y difama contra nosotros los delitos
de nuestra disciplina.

(II, 10-12)

 

Termine como termine esta guerra, la hemos ganado nosotros. No quedarán testimonios adversos, y aunque quedasen, el mundo no lo creerá. Porque la gente diría que estos registran cosas demasiado monstruosas como para ser creíbles, exageraciones de alguna propaganda enemiga, y nos escucharán a nosotros, que negaremos todo, y no a vosotros. Somos nosotros quienes contaremos la historia de esta guerra.

Dirán que Abu Ghraib y Guantánamo eran centros de terror político. Habrán notado que ninguno de nuestros candidatos a presidente del país tocó ese tema en los debates públicos preelectorales. Podremos asegurar que nadie conocerá jamás, con precisión, cuánto no se ha podido saber acerca de las espantosas atrocidades que, según algunos, perpetramos.

Hablarán de una máquina de exterminio que pusimos en marcha en Afganistán y en Irak. De cientos de miles de muertos civiles, de la innumerable cantidad de niños y ancianos mutilados, del número incalculable de viudas, de los millones de seres humanos desplazados, con sus vidas perturbadas para siempre. Pero, así fabricamos a Superman, también logramos fabricar la imagen de Bin Laden.

Sostendrán, acaso, que la falta de difusión de la verdad acerca de esta guerra, que llamamos antiterrorista, constituye una de las mayores derrotas colectivas del pueblo norteamericano, y la más obvia demostración de la vileza que nuestro terror haya engendrado: vileza ya aceptada por la costumbre, enraizada, comentada a diario entre maridos y mujeres, entre padres e hijos. Sin esa maquinación, dirán, los mayores excesos no se habrían materializado, y los Estados Unidos y el mundo hoy serían distintos.

Dirán lo que se les ocurra: que el 11 S no fue un evento imprevisto por los servicios de inteligencia y por la presidencia del país, ni por algunos agentes de bolsa; que familiares y socios económicos y políticos de las importantes figuras neoconservadoras se enriquecieron enormemente con el acceso a nuevas fuentes energéticas, con las obras de reconstrucción y, sobre todo, con nuestra industria de armamentos. Pero no podrán presentar ninguna prueba, ninguna estadística, ningún argumento concluyente, porque esa información la manejamos, y manejaremos para siempre, nosotros.

 

Reconozco la deuda que tengo con Primo Levi, en cuanto a argumentos y formulaciones, expresadas en el prefacio de su ensayo I sommersi e i salvati (Torino, Einaudi, 1986).

 

 

 

Artículo inédito, especial para esta web

Creado el 26 de octubre del 2004

 

Bengt Oldenburg (1927) nació en Helsinki e hizo sus estudios universitarios en Sociología e Historia del Arte en la École Pratique d'Hautes Études, sección V de la Sorbona. Ejerció el periodismo cultural y la crítica de arte durante veinte años en Buenos Aires, Argentina. Fue catedrático de Historia del Diseño en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Desde su llegada a España colaboró en revistas de arte como Lápiz, en el suplemento "Culturas" del extinguido Diario 16, para luego dedicarse de lleno al mundo editorial.

También de Bengt Oldenburg en este sitio: Antecedentes para un futuro inmediato

Este sitio web mantuvo durante más de un año una sección sobre la guerra de Irak.

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