Augusto Monterroso
(in memoriam)
LA HONDA DE
DAVID
Había una
vez un niño llamado David N., cuya puntería y habilidad en el manejo de la resortera
despertaba tanta envidia y admiración entre sus amigos de la vecindad y de la escuela,
que veían en él y así lo comentaban entre ellos cuando sus padres no podían
escucharlos un nuevo David.
Pasó el
tiempo.
Cansado
del tedioso tiro al blanco que practicaba disparando sus guijarros contra latas vacías o
pedazos de botella, David descubrió un día que era mucho más divertido ejercer contra
los pájaros la habilidad con que Dios lo había dotado, de modo que de ahí en adelante
la emprendió con todos los que se ponían a su alcance, en especial contra Pardillos,
Alondras, Ruiseñores y Jilgueros, cuyos cuerpecitos sangrantes caían suavemente sobre la
hierba, con el corazón agitado aún por el susto y la violencia de la pedrada.
David
corría jubiloso hacia ellos y los enterraba cristianamente.
Cuando los
padres de David se enteraron de esta costumbre de su buen hijo se alarmaron mucho, le
dijeron que qué era aquello, y afearon su conducta en términos tan ásperos y
convincentes que, con lágrimas en los ojos, él reconoció su culpa, se arrepintió
sincero, y durante mucho tiempo se aplicó a disparar exclusivamente sobre los otros
niños.
Dedicado
años después a la milicia, en la segunda Guerra Mundial David fue ascendido a general y
condecorado con las cruces más altas por matar él solo a treinta y seis hombres, y más
tarde degradado y fusilado por dejar escapar viva una Paloma mensajera del enemigo.
Augusto Monterroso, La oveja negra y demás fábulas, México,
Joaquín Mortiz, 1969.
Amado Nervo
PASAN LOS SOLDADOS
Pasan bajo
los balcones de Luis los soldados que van a la guerra de África.
Todas la
noches las trémulas y agudas trompetas han desgarrado la sombra.
Pasan con
aire vivo y marcial, y el pueblo que los contempla lanza gritos trágicos.
El calor
mantiene abiertas las ventanas, y las claras trompetas despiertan los oídos.
Pasan
animosos y resueltos los soldados que van a la guerra, a la nueva guerra de África.
¡Oh
destino! ¿A cuáles has marcado para la muerte?
Los que
han caído en los rojizos arenales africanos, entre las chumberas espinosas, pasaban así,
hace pocos días, ágiles, resueltos, descuidados y hasta alegres.
No eran
como los "prevenidos" de Maeterlink.
Y, sin
embargo, un signo de predestinación misteriosa brillaba ya sobre su cabeza.
¡Oh alma!
Esforcémonos ahora piadosamente por adivinar ese mismo signo en la sombra espesa que nos
rodea
¡Así
podremos con más amor despedirnos de los que no han de volver nunca!
No
consultemos a las estrellas: todas, en la admirable noche, radian tranquilas.
No
consultemos el corazón de las madres, de las esposas y de las amadas: casi todos esos
corazones ahora brincan inquietos, en una intolerable agonía, y se dicen que el soldado
no volverá acaso
Pero
mienten las pobres entrañas imprevisoras. Han de volver casi todos.
Para matar
a un hombre en esta guerra se necesita más de una tonelada de plomo diseminado en balas.
Volverán
casi todos
En cambio,
hay diez corazones que laten tranquilos, que no tiemblan ante la aguda vibración de las
trompetas.
Y, sin
embargo, ¡oh novias, oh madres!, diez soldados van a caer en la inhospitalaria tierra
africana.
¡Un signo
pálido brilla sobre su frente, pobres ciegas, y no habéis podido adivinarlo!
(1909)
"Pasan los
soldados" forma parte de Los balcones, y fue escrito durante la permanencia de
Amado Nervo en Madrid, como Segundo Secretario de la Legación de México.
Un soneto poco
conocido de Rubén Darío *
A Moisés Ascarrunz **
Y para sus hermanos muertos
en los campos de batalla.
Maldigo la quijada del
asno, el enemigo
odio, la flecha, el sable, la honda, la catapulta;
maldigo el duro instinto de la guerra, maldigo
la bárbara azagaya y la pólvora culta;
y a quien ahoga en sangre la cosecha de trigo
y a quien ciego de rabia la Cruz de Paz insulta:
a Bonaparte o César, a Marat o a Rodrigo,
príncipe de soldados o rey de turbamulta.
Los maldigo por tantas
tristes almas de duelo
que van todos los días por la senda del cielo
precedidas por Cristo, a pedir paz y luz;
por Cristo que solloza, que
palidece y sufre,
mientras un negro incendio de
salitre y azufre
obscurece a los hombres la visión de la Cruz.
Madrid, 1899
* Publicado
por Saturnino Rodríguez, "Un soneto inédito de Rubén Darío", Brecha,
San José, nº 6, febrero de 1967.
** El
boliviano Moisés Ascarrunz Peláez, nacido en Oruro en 1862, periodista (conocido con el
pseudónimo de Ignotus), político, y Rector de la Universidad de San Andrés. Representó
a su país en España, donde le conoció Darío, durante la segunda estadía de éste en
Madrid.
Nicolás
Guillén
Balada
Ay, venga, paloma, venga
y cuénteme usted su pena.
Pasar he visto a dos hombres
armados y con banderas;
el uno en caballo moro,
el otro en potranca negra.
Dejaran casa y mujer,
partieran a lueñes tierras;
el odio los acompaña,
la muerte en las manos llevan.
¿A dónde vais?, preguntéles,
y ambos a dos respondieran:
Vamos andando, paloma,
andando para la guerra.
Así dicen, y después
con ocho pezuñas vuelan
vestidos de polvo y sol,
armados y con banderas,
el uno en caballo moro,
el otro en potranca negra.
Ay, venga, paloma, venga
y cuénteme usted su pena.
Pasar he visto a dos viudas
como jamás antes viera,
pues que de una misma lágrima
estatuas parecen hechas.
¿A dónde vais, mis señoras?,
pregunté a las dos al verlas.
Vamos por nuestros maridos,
paloma, me respondieran.
De su partida y llegada
tenemos amargas nuevas;
tendidos están y muertos,
muertos los dos en la hierba,
gusanos ya sobre el vientre
y buitres en la cabeza,
sin fuego las armas mudas
y sin aire las banderas;
se espantó el caballo moro,
huyó la potranca negra.
Ay, venga, paloma, venga
y cuénteme usted su pena.
Nicolás
Guillén. Balada, La Habana, Movimiento por la Paz y la soberanía de los Pueblos,
1962, s. f. |