El texto maleableLos avatares de
la letra (Primera parte) José Antonio Millán |
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Agradezco a Javier Candeira el impulso inicial de este artículo, y a Xavier Renedo su apoyo y su eficacísima cobertura bibliográfica. Expuse parte de estas ideas en un seminario de Litterae, en marzo del 2003, y también en la Universitat de Girona, en mayo del mismo año. Agradezco desde aquí esas oportunidades a sus organizadores. El primer embrión de este artículo fue mi colaboración: "Los avatares de la letra, de Gutenberg a Berners-Lee", en el número de Archipiélago de julio del 2002, Editar en tiempos de gigantes.
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Hace algún tiempo tuve la oportunidad de visitar el Museo Plantin-Moretus, en Amberes [1]. La imprenta y casa de estos ricos impresores/libreros es un ejemplo milagroso de preservación de maquinarias y procedimientos desde el siglo XVI. Tras un recorrido apasionante entre punzones, matrices, formas ya preparadas, y chibaletes llegamos a la planta de impresión, officina plantiniana, de donde salían 1.250 paginas al día (o 500 si eran en impresión bicolor). Allí íbamos a asistir al proceso final. Un operario entintó con el tampón una forma ya preparada con un poema del fundador Christophe Plantin, que no me resisto a dejar de citar ("Avoir une maison commode, propre et belle, / Un jardin tapissé d'espaliers odorants, / Des fruits, d'excellent vin, peu de train, peu d'enfants, / Posseder seul sans bruit une femme fidèle..." [2]). Por fin, pidió un voluntario del público para imprimirlo. No hago normalmente estas cosas, pero levanté el brazo. El papel virgen, ligeramente humedecido, rodeado de un marco que dejaba sólo al descubierto el área de impresión se colóco sobre la forma. Ambos se deslizaron entonces debajo de la prensa. Respondiendo a la invitación, así el brazo de la palanca y, casi instintivamente, avancé la pierna derecha hasta un resalte que servía de apoyo, eché el cuerpo atrás (reconstruyendo la actitud de los operarios de las primeras representaciones de estos talleres) y una presión final de casi 200 kg. imprimió el ideal burgués de existencia sobre el papel: "poco tren, pocos hijos..."
Acabada la tirada, el operario del taller desharía la forma, y los tipos que habían constituido el texto volverían a sus compartimentos de la caja... para ser recombinados en una nueva obra. Es esta maleabilidad del texto, en distintos soportes y circunstancias históricas, la que querría desarrollar en estas páginas, deteniéndonos en cinco hitos: la fase pre-tecnológica, las tecnologías manuscritas (Siglos XII-XIII), la imprenta (desde el siglo XV-...), la era de las tecnologías de la representación (el último cuarto del XIX) y la World Wide Web.
I
Los enunciados de los hombres se inscriben en el tiempo: son un puro presente que se desenvuelve en pasado, y promete un futuro. Cuando se recogen en textos, actúa la metáfora básica: tiempo es espacio, y cobran una naturaleza lineal. Las antiguas escrituras (griegas y de otros lugares) recordaban que un canto, una ley o un relato son básicamente una larga línea, y las recogían en soportes manejables plegándola en bustrofedón, al modo en que aran los bueyes: el texto se desenvuelve en eses, al final de una línea de izquierda a derecha sigue otra de derecha a izquierda, y así sucesivamente... La primera maleabilidad (aún no del texto, pero sí de la obra) radicó en el terreno de la creación: el autor que maquina, traza, cambia o reelabora, incluso sin apoyo escrito. Pocas obras podrían reflejar mejor esta fase puramente mental que la bella alegoría borgiana "El milagro secreto" [3]. En la Praga de la ocupación nazi, un escritor es condenado a muerte. Aterrado, pide a Dios la merced de que le conceda un año de trabajo, para poder terminar su obra inconclusa: la tragedia Los enemigos. Ante el mismo pelotón de fusilamiento, ocurre el milagro
En esa suspensión del tiempo aunque no de la mente Hladík se dedica a concluir su obra, cierto que no para la posteridad, a la que nunca llegaría, ni para Dios, "de cuyas preferencias literarias sabía poco". Antes, muy oportunamente el autor nos ha advertido de que se trata de una obra en verso:
Y he aquí a Hladík dedicado a cumplir con su labor de escritor:
Y por fin:
Efectivamente: el carácter métrico de la obra permite una fijación en la memoria que favorece la transmisión y, ¿por qué no?, el trabajo de revisión. El apoyo de la escritura otorga al trabajo autorial unas grandes capacidades (en el supuesto de abundancia de material papel y medios de escritura, claro está...). Todas las capacidades de cambio, supresión, inserción y reordenación estarán a su servicio, convenientemente volcadas sobre sobre su borrador. Hay muchos ejemplos de trabajo casi maniaco con un texto, pero uno de los mejor documentados que he manejado es el del 1984 de George Orwell [4]. En él alternan diversas redacciones, reescrituras, palimpsestos, pasadas a limpio luego reanotadas, mecanoscritos trufados más tarde en las interlíneas y, en fin, cuantas posibilidades de arrepentimiento y enmienda le puedan caber a un autor. Conozco pocos casos en que la simple visión de un manuscrito pueda transmitir tanto sobre las tensiones, las dificultades y las zozobras del proceso creativo...
Manuscrito de 1984; arriba a la
izquierda la especie de diana Manuscrito de 1984: mecanoscrito retrabajado Sabemos poco de la arqueología del trabajo autorial, pero es probable que la confección de borradores se viera beneficiada en épocas pasadas de tecnologías de fluidificación, como la tablilla de cera de los escolares romanos, o los cuadernos de apuntes de superficie embetunada que en los siglos de oro permitían escribir y borrar... En casos como éste, la fluidez y maleabilidad textual se ponen al servicio de una sola persona, el autor, hasta que llegado el momento de declarar acabada la obra, puede entregar un estadio "final". (Gran parte de la crítica textual se ha levantado sobre diversos conceptos de cuál sea éste, de modo que no nos detendremos en esta cuestión). Ya sea la tragedia que por fin se recita a sí mismo el Hladík de Borges, o el original que llevó Orwell a la imprenta, ahí terminan, cristalizados, todo un ciclo. Pero parte de los esfuerzos de la tecnología textual han apuntado a extender la maleabilidad del texto desde el autor hacia el terreno de su productor o del receptor (el lector).
II
En la época de la transmisión manuscrita se intentan resolver varios problemas importantes. El primero de ellos es relacionar un corpus dado (normalmente el de las Escrituras, pero también corpus legales) con sus comentarios. Inclusión La solución más antigua es la inclusión: embutir el texto dentro del comentario. "Antes del siglo XII el modo en que el texto de la Biblia circulaba más ampliamente sería en citas fragmentadas pero consecutivas de un comentario" [5]). Lo comentado se dispersa, así, en una serie de islas flotantes en el mar del comentario. . Comentario de San Agustín a los Salmos (finales siglo VIII): Las palabras del texto original, concretamente de la Biblia, se señalaban con una suerte de comillas primitivas en forma de V o Y, llamado diplé, al margen de cada línea del margen, o bien se ponían en tinta roja. Los copistas podían fácilmente eliminar alguna de estas circunstancias, de modo que era muy posible que las palabras del texto sacro y las de sus comentaristas (normalmente los Padres de la Iglesia) se confundieran, lo que parecía no preocupar excesivamente a la época... Acceso topológico En el siguiente paso, el texto principal se convierte en el hilo conductor, y pegado a sus palabras se van situando los comentarios que hacen referencia a ellas. Es el procedimiento de acceso topológico: en las Glossas el texto sacro se rodeaba de los comentarios, que podían llegar a intercalarse entre sus líneas (a veces, si la puesta en página aleja demasiado un texto de su referente aparecen unidos por pequeñas líneas...). Como demuestra bien a las claras esta nueva "arquitectura de la página", el texto de la Escritura crece en importancia frente al comentario.
Glossa interlineada a I Corintios (hacia 1146): completo y
detalle Glossa Ordinaria del Levitico,
Números, Deuteronomio. Las Glosas se van complicando y creciendo, y sus arquitecturas lo reflejan. Como dice Hamel: "A veces el efecto recuerda a una cascada, en la que la columna claramente reconocible del texto de la Biblia fluía y se desplomaba página abajo, corriendo y saltando a través de los bloques de la Glosa". Un cascada... o algo más grave. En el siglo XVI los protestantes ingleses veían en estos dibujos que hacía el texto sacro entre sus comentarios el laberinto espiritual en el que se encontraban los católicos romanos [7]. Acceso arbitrario El segundo problema que se plantea en estos momentos es cómo relacionar un texto presente con otro ausente. Las Glosas remitían con frecuencia a comentarios diversos, pero la remisión por el procedimiento de autor/obra podía ser muy imperfecta. En esta época no existía, claro está, aún un sistema de referencia hoy diríamos "bibliográfica" establecido, y las indicaciones podían ser vagas, cosas del estilo de: "Dice Agustín en uno de sus sermones...". Por supuesto, un caso particular de esta remisión es la referencia interna, y más en el caso de un libro que, como la Biblia, circulaba en "libros" independientes, cada uno con sus glosas. Tanto los procedimientos de inclusión como los topológicos exigían la presencia del texto referente. La siguiente gran revolución es la autonomización del texto. Para lograrla fue preciso crear un sistema de coordenadas que lo balizaran. En el caso de la Biblia fue la división en capítulos, que tras una fase de divisiones en competencia (por ejemplo, dividir el Génesis en 40 o en 150 capítulos***) se estandariza a comienzos del siglo XIII. La granularidad gruesa del texto podía bastar para una remisión, por lo que aún no hacían falta versículos: para remitir a un punto concreto de un capítulo se usaba una secuencia de siete letras (de la a a la g) que indicaban grosso modo a qué punto del capítulo se hacía referencia. La otra conquista que había que lograr era la del orden alfabético. Las dificultades para utilizarlo no eran tanto que no existiese pues existía, como de tipo ideológico. Sigamos la presentación que hacen los Rouse: "el universo es un todo armonioso, cuyas partes están relacionadas unas con otras. Era responsablidad del autor o del estudioso discernir estas relaciones racionales de jerarquía, o de cronología, o de similaridades y diferencias, y así sucesivamente y reflejarlas en sus escritos" [8]. Alberto Mago se disculpa en su comentario De animalibus por utilizar el orden alfabético, en beneficio del lector poco formado: "hunc modum non proprium philosophie esse". Uno usaba el orden alfabético cuando se enfrentaba a un corpus que no tenía una ordenación racional: por ejemplo, un lapidario, porque las piedras no tenían clasificación. Para los Rouse el cambio de mentalidad que supone la instauración del orden alfabético es muy grande: "El uso del orden alfabético era un reconocimiento tácito del hecho de que cada usuario de una obra traería con él su propio orden racional preconcebido, que podía diferir del de otros usuarios y del del mismo autor". El orden alfabético había sido ya probablemente creado por los fenicios, y se mantuvo en el tránsito del alfabeto a otras culturas (aunque como es lógico en cada sistema de grafía cambiara el nombre de las letras). La Antigüedad conocía el uso ordenador del alfabeto, que sin embargo hubo de redescubrir la Edad Media. Se suele citar el diccionario de Papias, Elementarium doctrinae erudimentum, de mediados del siglo XI, como la primera obra que lo usa sistemáticamente, aunque tardó un siglo en tener seguidores. Y, de hecho, la alfabetización tardó tiempo en ser total. En un primer estadio se agruparon los términos que comenzaban por cada una de las letras, pero luego, dentro de cada grupo, figurarían por orden de "importancia": Altissimus, claro está, debería aparecer al principio y abissus (abismo) el último. Más adelante llegó la alfabetización por las dos primeras letras, pero por lo general tras la inicial se tenía en consideración la primera vocal, ignorando las consonantes que hubiera en medio, y dentro de cada grupo las palabras podían aparecer por orden arbitrario... [9] Sólo después de un proceso más depurado se llegó a la alfabetización total, tal y como la concebimos hoy. La unión del sistema de coordenadas y de la alfabetización creó uno de los instrumentos textuales más poderosos que han existido: las concordancias. Las concordancias listaban alfabéticamente todas las palabras de la obra, con indicación de todos y cada uno de los contextos en los que figuraban. Hacia 1239 ya está en uso una concordancia, compilada por Hugo de Saint-Cher en el convento de Saint Jacques de París. La herramienta perduró largo tiempo: en una obra impresa en 1579, el Thesaurus concionatorum, de Tomás de Trujillo, el autor declaraba que para un predicador no hay libro después de la Biblia más importante que sus concordancias [10]. Y con razón: ¿como rastrear todos los pasajes que mencionan el pan, o la misericordia, en una obra tan extensa? Las concordancias, saltaron del manuscrito al impreso y se han mantenido en uso, para fines tanto doctrinales como literarios, hasta prácticamente finales del siglo XX: la última que se hizo de una obra española, que yo sepa, fue la de La Celestina (1996) [11]. Unas famosas concordancias inglesas,
impresas y del siglo XVIII, Las concordancias, en las que el texto alcanza grados de fragmentación jamás antes vistos (pues llega materialmente a atomizarse), tienen como contrapartida la emancipación del texto de referencia, la gran aportación del siglo XII. ¿Qué ocurrió a partir del siglo XII? Que las nuevas escuelas de teología (sobre todo en París) aumentaron mucho el número de estudiantes, que tenían un tiempo de instrucción limitado, en comparación con la inmersión de por vida en las lecturas que habían venido practicando las órdenes monásticas. Las materias religiosas y filosóficas por aquella época ya constituían un corpus extenso, en el que fácilmente podría perderse el novicio, y aun el versado, con lo que hubo que ir disponiendo de medios de ordenación y estudio. Si a principios del XII, San Bernardo decía en sus Sermones in Cantica Canticorum que esperaba que sus lectores se deleitarían con la dura tarea de la búsqueda dificultosa ("delectet etiam cum labore investigare") durante dos siglos abundarán las expresiones sine labore, facilius occurrere, presto habere, y statim invenire. Con todos estos avances llegó el momento del texto autónomo, emancipado de los comentarios. Un catálogo del siglo XIII de la biblioteca de Notre Dame de París describe, por fin, una "Biblia completa, sin Glosa". Surge el término original, o más bien originalia documenta: frente a las glosa Ieronimi tenemos ahora los Ieronimus in originali. Tras la cascada de comentarios, el texto se había por fin remansado... Fruto de la autonomía del texto, de las capacidades gráficas (letras más compactas, mejoras en la puesta en página) e industriales (pergaminos más finos), surgen en el siglo XIII por primera vez en la historia las biblias en un solo tomo, portátil, aunque grueso, y con texto buscable a través de índices y división en capítulos. Estas nuevas biblias individuales, tan lejanas de los mamotretos de facístol, se beneficiaron de procedimientos de multiplicación preindustrial (talleres de copistas) y de una nueva distribución (hacia 1230 los puestos de libreros bullían en torno al convento de Saint Jacques...) para fluir y desparramarse por Europa. Pero junto a este recién conquistado texto autónomo seguían coexistiendo grumos textuales desgajados de sus obras, bajo la forma de recopilaciones organizadas, ya fuera por repertorios temáticos o alfabéticos (Pedro Lombardo recopiló sus Sententiae "de modo que el que busca no tenga que volverse hacia numerosos libros"). Su uso fundamental era suministrar a los predicadores herramientas para encontrar temas y citas sobre determinadas festividades. En ellas, a partir de una palabra (por ejemplo, ayuno), se llegaba a un conjunto de pasajes de las Escrituras, o de escritos de autores sacros relacionados con ese concepto. Como ha demostrado Nolke, estas recopilaciones podían estar mejor o peor hechas, y de una misma guía un predicador podía sacar mejor partido que otro. Lo que ninguna podía evitar es que su usuario se quedara en la cita que se le había aportado y quizás no llegara jamás al texto madre... [13] Y por último, tampoco podemos olvidar otra curiosa muestra de la maleabilidad del texto en época manuscrita (en este caso puramente gráfica): la posibilidad de que el copista comprimiera su letra para mayor aprovechamiento del papel, o que la expandiera, para crear un texto más aparatoso. Hasta nosotros han llegado muestras mediante las que un copista ofrecía a sus clientes distintas posibilidades en este sentido [14].
A la segunda parte (próximamente) |
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Creado el 25 de mayo del 2003 | [1] Agradezco a Luciano
y Chantal Bernad y a toda la A.B.I.A. su hospitalidad amberina, y a Paul van den Broeck
la visita al museo. [2] He aquí el texto completo:
[3] Cito por la versión de Prosa completa, vol. 1, Barcelona, Bruguera, 1980. [4] George Orwell, Nineteen Eighty-Four. The facsimile, edited by Peter Davison, Londres, Secker & Warburg y Weston, Massachusetts, M & S Press, [muy oportunamente] 1984. La bondad de esta edición radica en que enfrenta al manuscrito de las páginas impares una transcripción muy explícita, que permite, con plena legibilidad, y respeto de la disposición espacial del original, acceder al proceso creativo. [5] Christopher de Hamel, The Book. A History of the Bible, Londres, Phaidon Press, 2001. En los siguientes párrafos seguiremos su exposición. [6] Detalle de http://www.oeaw.ac.at/ksbm/melk/img/02/0205/003r.jpg [7] Jon Bath, Allison Muri, Peter Stoicheff y Andrew Taylor, "Architectures, Ideologies & Materials of the Page" presented at Body Projects II: Digital Matter, Digital Memory, a conference organized by the Humanities Research Unit at the University of Saskatchewan (19-20 March 1999). http://www.lights.com/~muri/pages2/intro.html (la referencia viene en http://www.lights.com/~muri/pages2/contents/marginalia_fig2.html). [8] Richard H. Rouse y Mary A. Rouse, "Statim invenire. Schools, Preachers, and New Attitudes to the Page", en Robert L. Benson y Giles Constable, Renaissance and Renewal in The Twelfth Century, Oxford, Clarendon Press, 1982. [9] Jean Shaw, Contributions to a Study of The Printed Dictionary In France Before 1539, Toronto, Edicta, 1997 http://www.chass.utoronto.ca/~wulfric/edicta/shaw/. Sobre la ordenación alfabética véase especialmente el apartado 3.1.2.1.3. [10] Apud Manuel Ambrosio Sánchez "La biblioteca del predicador (en el siglo XVI)" en Pedro Cátedra y María Luisa López Vidriero (eds.), El Libro Antiguo Español, V, Salamanca, 1998. [11] Fernando de Rojas, Tragicomedia de Calisto y Melibea (edición de Zaragoza 1507), edición interpretativa y concordancias de Francisco J. Lobera Serrano, Roma, Bagatto Libri, 1996. [12] Su biografía puede bien ilustrar sobre los excesos de la erudición (o tal vez sobre los peligros para el equilibrio mental de la compilación manual de concordancias): "Significant Scots, Alexander Cruden", http://www.electricscotland.com/history/other/cruden_alexander.htm [13] Christina von Nolcken, "Some Alphabetical Compendia and How Preaches Used Them in Fourteen-Century England", en Viator. Medieval and Renaissance Studies, 12 (1981). Los herederos modernos de estas recopilaciones han sido, claro está, los diccionarios de citas, que todavía siguen suministrando a profesionales de la palabra (básicamente políticos o periodistas) un puñado de referencias sobre la guerra, el amor, o cualquier tema más o menos citable, que infundirán en el receptor no advertido la apariencia de que el autor posee lecturas más amplias... [14] Christopher de Hamel, Scribes and Illuminators, Londres, British Museum Publications, 1992 (trad. esp. Copistas e iluminadores artesanos medievales, Madrid, Akal, 2001) |
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