María Moliner

El diccionario español más revolucionario,
ampliado y mejorado en su nueva edición

José Antonio Millán

 

María Moliner, Diccionario de uso del español . Segunda edición.
Madrid, Gredos, 1998
2 volúmenes, 1.520 y 1.594 páginas.
17.700 pta
Desde su aparición en 1966-7, estuvo claro que el Diccionario de uso de María Moliner estaba llamado a ocupar un lugar muy importante en las obras sobre nuestra lengua. Sus definiciones mejoraban sensiblemente las que venían siendo habituales en nuestros diccionarios, y huían de la circularidad y de otros vicios lexicográficos. Aportaba sistemáticamente informaciones de construcción y régimen preposicional. A esto se unía la información semántica (o ideológica), que permitía al consultante llegar a localizar palabras antes desconocidas para él: sinónimos, pero también palabras que abarcaban la palabra definida o estaban comprendidas en ella. Todo ello no sólo al nivel de palabra simple, sino de expresiones ("dar vueltas" como equivalente de "girar"). Como buen diccionario "de uso" venía provisto de numerosos ejemplos, llamaba la atención sobre muchas particularidades, y separaba claramente lo habitual de lo anticuado y extraño.

Pero además presentaba, humildemente insertos en su lugar alfabético, ensayos sobre partes de la oración, sintaxis, puntuación u ortografía (muchas de estas páginas fueron durante largo tiempo el mejor trabajo existente sobre el tema). Y no menos importantes fueron decisiones de utilidad evidente, pero ausentes hasta el momento, como introducir el nombre científico de plantas y animales. Nada nuevo, aisladamente, pero una completa revolución aplicado al español, lengua con cierta mala suerte lexicográfica.

Más de treinta años ha venido gozando esta obra del favor del público, pero la tarea de creación de un diccionario es por naturaleza interminable, y más en el caso de un "diccionario de uso". No son sólo las correcciones o perfeccionamientos posibles: es además todo el caudal de voces que entra constantemente en la lengua y que se asienta lo suficiente para exigir un puesto en obras de estas características. Un diccionario que no se revisa cada cierto número de años (y qué menos que en cada generación) es un diccionario al que se deja morir de inanición, del mismo modo que las obras de consulta que no cuentan con su correlato electrónico escamotean muchas posibilidades y facilidades a sus usuarios. Grandes obras en su día revolucionarias, como el Diccionario ideológico de Julio Casares carecen de esta doble proyección hacia el futuro.

El Diccionario de uso de María Moliner ya presentó hace dos años una útil versión en CD-ROM, y ahora sale a la calle esta segunda edición, sin el concurso de su autora, fallecida en 1981, aunque siguiendo algunas de las líneas planeadas por ella. Las mejoras son muchas: desde la revisión de las etimologías hasta la inclusión del género gramatical de las palabras (sin duda una de las más llamativas carencias de la primera edición); desde la puesta en apéndice de los desarrollos gramaticales, a la incorporación de numeroso vocabulario contemporáneo (punki, escanear, lanzadera espacial). Pero más llamativos son dos aspectos en que esta edición se aparta de la anterior: uno es el tipográfico. La nueva edición ofrece una clarificación y uniformización que quita a la obra la característica apariencia que le proporcionaban los distintos cuerpos de letra y sangrados, los círculos en las acepciones, y el amontonamiento de los catálogos de palabras afines al final de las acepciones, para conseguir una superficie más homogénea y una clarificación de la función de cada uno de los materiales. [Para una crítica sobre la organización tipográfica de la primera edición véase Günther Haensch].

Pero quizás el aspecto más llamativo para quien haya manejado la edición anterior es que se ha suprimido el sistema de familias, que ordenaba las palabras no alfabéticamente, sino por grupos de procedencia (por ejemplo, en la familia matern- estaba no sólo maternal, sino también matrícula, matrimonio o matrona). Estas palabras individuales aparecían recogidas también en su posición en el orden alfabético (aunque no siempre: a veces estaban agrupadas y en el puesto alfabético de la primera), y desde ahí se remitía a la familia correspondiente, que es donde aparecían definidas. ¿Qué significaba esto desde el punto de vista de la consulta? Que casi cualquier consulta exigía como mínimo mirar en dos puntos del diccionario… y a veces con el riesgo de no encontrar lo buscado.

Ya hay quien ha protestado llamativamente por la pérdida de esta característica. En la nueva edición ya no existe, es cierto, esta perspectiva etimológica, pero a cambio se ha facilitado muchísimo su uso para los consultantes no profesionales de la lengua (que un estudiante o cualquier persona inexperta intente buscar matrona en la primera edición…). El ideal, qué duda cabe, sería tener las dos ordenaciones simultáneamente, y eso también es algo posible: de hecho la versión en CD-ROM de la primera edición ya lo hacía (y a propósito, sería deseable que se mantuviera en la nueva edición digital). En papel, por desgracia, hay que optar por una fórmula u otra. Ha triunfado un criterio general de clarificación, y no me parece mal.

La nueva ordenación unida a la clarificación tipográfica, al 10% de material añadido y a la cuidadosa corrección del conjunto son la promesa de una diccionario que afrontará con optimismo el siglo XXI. "Era un diccionario nuevo y original cuando nació", dice el académico Manuel Seco en su prólogo, "nuevo y original sigue siendo hoy en esta segunda salida remozada".

[Publicado en El País el 28 de noviembre de 1998]

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