Que de lejos parecen moscas...

Las onomatopeyas del japonés

 

José Antonio Millán

 

Gomi Taro, An Illustrated Dictionary of Japanese Onomatopoeic Expressions, Tokyo, The Japan Times (Feelingual Series), 1989

 

Es muy posible que, en comparación con el misterio básico de la lengua (¿qué relación hay entre la secuencia de sonidos p, a, t, a, t, a y el sabroso tubérculo?), respiremos aliviados al encontrarnos con esa zona del vocabulario donde habitan el ladrido del perro guau, el golpe en la puerta pon pon, o el vibrante sonido de la trompeta tararí. Pero basta asomarse a otra lengua (o a la nuestra, tal y como se hablaba hace siglos), para ver que las cosas no son tan simples. Un escritor latino reflejaba el "terrible sonido" de la trompeta como taratantara; en la España del siglo XVI la llamada en la puerta sonaba ta ta; por otra parte en Israel los perros ladran jab jab, los cerdos en Japón hacen bu bu, y los gallos franceses prefieren un alambicado cocorico al más normal kikirikí.

Los lingüistas llaman "onomatopeyas" a estas palabras que, en mayor o menor medida, "imitan" sonidos. No siempre está claro qué es una onomatopeya: el "¡zas!" de un golpe lo es con toda seguridad, la palabra "tiritar" puede considerarse una buena representación fonética de las sacudidas del frío, pero "sollozar" ¿albergará o no el sonido del llanto entrecortado? Hay quien prefiere hablar de palabras expresivas, y ahí las cosas están más claras: ¿no refleja a la perfección "zascandil", con el golpe inicial y ese remate cristalino, la naturaleza de alguien "despreciable, ligero y enredador"? Y "obeso", ¿no evoca algo realmente masivo y pesado?

Aunque en menor medida que el inglés, o que otras lenguas, el español tiene muchas onomatopeyas, que con frecuencia no se encuentran en ningún diccionario: son las que se utilizan en el habla infantil, en situaciones relajadas, o modernamente en el lenguaje de los comics. Muchas de ellas provienen del inglés (el bang del disparo, que hace solo unos lustros era ¡pum!), y otras, aunque frecuentes en la lengua hablada, no suelen verse escritas (el burrum-burrum del coche). Pueden llegar a un notable grado de especialización (la risa abierta, ja ja ja, frente a la pícara, ji ji ji, o la contenida y con reservas, je je je). Si se hiciera un estudio extenso, probablemente nos sorprenderíamos de su cantidad y su variedad, pero ¿encontraríamos alguna onomatopeya que indicara el vaivén de un diente flojo?, ¿y otra para la proximidad muy grande de dos cosas, ya fueran coches o acontecimientos? Pues ellos las tienen.

"El kabuki, la ceremonia del té, el arreglo floral, son artes tradicionales japonesas que me gustan mucho, pero no me siento especialmente orgulloso de ellas. Sin embargo, cuando llegamos a las expresiones onomatopéyicas, la cosa cambia: me encanta enseñárselas a los extranjeros, y ayudar a que las comprendan". Con este fervor se expresa Gomi Taro en el prólogo a su Diccionario de onomatopeyas japonesas. Y el lector pronto descubre que no es para menos...

Efectivamente, el susurro es hiso hiso, la lluvia cae za za, y zaku zaku está reservada para el ruido que hacen diminutos objetos de valor (joyas o monedas). Pero no son sólo las acciones ligadas a sonidos las que cuentan con onomatopeyas; también las hay para estados anímicos, percepciones visuales o tactiles: gaku gaku expresa el vaivén de algo que debería estar firme, pero se ha aflojado (como un diente), doro doro describe la calidad de un líquido opaco y pegajoso, y gun gun, algo que crece muy rápidamente (una planta, o también un edificio); biri biri es (como se puede deducir fácilmente) la sensación de un calambre, mientras que hira hira describe la forma que tienen de caer los pedazos de papel, un pañuelo de seda o pétalos...

Como el lector ya habrá percibido, la onomatopeya japonesa típica está formada por la repetición de una palabra breve. Existen muchos centenares (el diccionario que comentamos recoge casi doscientas). Y su riqueza de matices puede ser grande: gatsu gatsu es comer con glotonería; gabu gabu se aplica a la bebida ansiosa, aunque si uno bebe a sorbitos es chibi chibi; paku paku describe el hecho de abrir y cerrar la boca muchas veces (los aficionados a los juegos de ordenador descubrirán ahí el nombre de un conocido tragaldabas, Pacman).

En algunas onomatopeyas japonesas podemos incluso encontrar un sabor borgiano (Borges, es bien sabido, conocía y admiraba esta lengua): uja uja describe un conjunto de muchas cosas pequeñas en movimiento, y se puede aplicar desde a un enjambre de insectos a una multitud de personas en la lejanía, reflejando así una de las categorías en en que una "antigua enciclopedia" dividía a los animales: aquellos "que de lejos parecen moscas".

En las onomatopeyas se encuentra creen algunos ese estadio primero, el alba de la lengua, cuando las palabras eran ecos de la naturaleza, y parte de ella. Cuando mi amiga japonesa Kako hace que su niño, que se ha metido un bocado demasiado caliente en la boca, diga hoko hoko (con la h aspirada) la palabra hecha aire fresco ayuda a calmar el ardor, como una magia antigua, de la época en que las palabras aún hacían cosas.

Publicado originalmente en Diario 16
Última versión, diciembre de 1999
 

 

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