José Antonio Millán
Lamentablemente, la afirmación general más clara que se puede hacer sobre el llamado ciberespacio es que se trata de un medio nuevo, y que es probable que muchos de los intentos por aplicarle categorías, de detectar problemas y aplicar soluciones de otros ámbitos estén condenados al fracaso.
En el universo de las redes, en Internet, en la World Wide Web (o Telaraña Mundial) se está generando un nuevo modelo de acceso a contenidos preexistentes, y además se está creando un nuevo tipo de contenido. A continuación, un puñado de reflexiones autónomas pero interrelacionadas.
A diferencia de lo que ocurre con los soportes clásicos (libro, disco, emisiones de radio o TV), donde la lectura, la audición o el visionado no implican apropiación, en el mundo de lo digital el acceso por pantalla a un texto o una imagen de las redes, el hecho de oír o ver un audio o un video exigen que el fichero correspondiente sea descargado (download) en nuestro equipo. Por prolongar la comparación: el equivalente sería que cada programa que oyéramos en la radio quedara grabado en casete, o que cada libro que leyéramos generara una fotocopia en nuestra estantería..., o algo mejor: una copia idéntica [2]
Por la propia naturaleza de la digitalización, el archivo de imagen con un cuadro del Louvre que descargamos de la World Wide Web [3] es indistinguible del archivo original; entre el texto de una novela en Internet y el texto que acaba en nuestro ordenador no hay diferencia alguna, y así sucesivamente. ¨Se puede hacer algo contra esto? [6]
Como ya va siendo generalmente conocido, la esencia de la World Wide Web es el uso de enlaces hipertextuales que automatizan el acceso a distintas páginas o sitios de la red [4]. Cuando en nuestra propia página de la Web citamos o recomendamos otra, estamos creando un camino directo hasta ella, y por ese camino pueden transitar todo tipo de contenidos [9].
Como toda página de la Web puede remitir a otras, como toda página puede ser citada desde cualquier otra [3], en la práctica ninguno de sus espacios es privado. Yo puedo crear un sitio de la Web como punto de encuentro entre quienes somos aficionados a la numismática abisinia [5], pero apenas este sitio sea citado por otra páginas, dejará de estar en el reducto de los iniciados.
Hay sitios de la Web, hay BBS en Internet, hay contenidos dispersos por las redes que exigen algún tipo de pago, pero lo más normal son los accesos abiertos [3] y gratuitos. Aparentemente esto es una paradoja, porque los contenidos que se ponen a disposición de todos, y el mismo hecho de situarlos en las redes, todo ello cuesta dinero [7] [8].
Si cualquiera puede acceder a cualquier contenido [4], si es imposible ver sin apropiarse [1], si el original es indistinguible de la copia [2], ¿cómo proteger el uso no autorizado, la reutilización de los materiales? Con imágenes y audios ya está empezando a extenderse el uso de marcas de agua. La Gioconda que descargamos del Louvre tendrá, entretejida entre los millones de pixels que reproducen fielmente el cuadro, unos pocos que no proceden del pincel de Leonardo: son la contraseña (indistinguible para el ojo desnudo) de ese fichero de imagen concreto, y lo marca como procedente de la página Web del Museo. Otros materiales (con menos ruido digital) no admiten ese contraseñado: el texto del Quijote, cualquier texto.
Si todo es gratis [5], ¿por qué nadie tendría que poner un contenido en la red? Ponen contenidos en las redes quienes quieren difundirlos altruistamente: como propaganda, o por convicciones ideológicas o políticas, como el proyecto Gutenberg, que se propone ofrecer textos digitales gratuitos de toda la literatura mundial. ¿Por qué nadie tendría que molestarse en conectar otras páginas a la suya? Por dar un servicio a sus visitantes [8]. Pero hay quienes ven en la propia tarea de marcar conexiones ente contenidos preexistentes una nueva, desconocida forma de creación [9]
Pero también ponen contenidos en las redes [5] quienes desean sencillamente convertirse en referencia obligada, quienes quieren tener un lugar muy visitado para adquirir notoriedad, para promocionar sus propios productos... o para vender espacio de publicidad a terceros. En este último sentido, la publicación en la Web no sería tan diferente a la radiodifusión (broadcasting): ¿por qué "regalan" películas y programas las emisiones televisivas abiertas?
Imáginémonos perdidos en la mayor de las ciudades que quepa imaginar: una mezcla de la Alejandría del primer milenio, el Tokyo actual, la florencia de Lorenzo el Magnífico, la Roma imperial, el Nueva York de los años treinta y París en el siglo pasado. Una joya nos llama de pronto la atención en una pequeña tienda; es un trozo de mármol natural, pero cuyas vetas y manchas insinúan paisajes. ¡Qué no daríamos por saber el origen de este arte!: quién empezó a hacerlo, qué otros usos figurativos hay a partir de las formas aleatorias de la naturaleza, qué influencia han podido tener en el arte pictórico, qué valores mágicos tiene asociados... Entonces un cicerone incorpóreo nos lleva a una página de una obra de la Biblioteca de Alejandría, a un joyero de la rue Jacob, a un cuadro de los Ufizzi donde una dama muestra un camafeo, y a un paisaje desértico que es idéntico a la joya... Cuando tantas y tantas cosas se nos han hecho accesibles al instante, cuando su misma proliferación nos detiene, un hilo conductor lo es todo.