Cervantes, sastre

José Antonio Millán

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La intención de estas páginas es rastrear cómo concebía Cervantes el habla o la narración, y examinarlo a través del modo en que aparecen reflejadas en su escritura. Nos ha interesado ver cómo se habla del hablar en la obra cervantina, a todos los niveles: desde las declaraciones explícitas, hasta la más diminuta señal léxica, ya sea en boca del narrador o de los personajes.

La idea que está detrás es, por supuesto, que la percepción y la organización del mundo se delatan a través de los usos lingüísticos, y muy especialmente los metafóricos (seguimos aquí Metaphors We Live By, de G. Lakoff y M. Johnson [1]). El terreno en el que entraremos es resbaladizo: nos van a servir de datos expresiones a veces tan fosilizadas que su sentido originario nos parecerá olvidado (aunque podía no estarlo hace cuatro siglos), y otras veces formas cuyo carácter metafórico nos costará reconocer, de tan comunes. Los usos que vamos a ver no son exclusivos de Cervantes, sino propios del estado de lengua de su momento, aunque en nuestro autor aparecen con notables riqueza y extensión.

 

El discurrir y el discurso

"Palabras son ideas" e "ideas son palabras" es una identidad muy presente en la lengua. Cuando uno piensa, "habla consigo mismo"; cuando habla "expresa en voz alta los pensamientos". En tiempos de Cervantes "razón" es tanto el discernimiento como los conceptos puestos en palabras.

Hablar del pensamiento/lenguaje, de la producción del habla y de sus intercambios es, en la lengua cervantina (en la de su coetáneos, y aun en la de la nuestra), hablar de un tráfico de objetos físicos y de movimientos. Estas son las dos metáforas básicas que analizaremos.

 

El discurso/el discurrir es un viaje

El que habla, y sobre todo el que relata algo, recorre un espacio virtual. Esta es una metáfora cuyos orígenes se pueden rastrear ya en el latín, pero que resulta especialmente viva, incluso en nuestros días. Etimológicamente "discurrir"/"discurso" tienen un sentido espacial (relacionada con "correr"), muy vivo en el siglo XVII. Igual que nosotros decimos que el río "discurre por el cauce", Cervantes puede hablar del "discurso de la vida" (= su trayectoria).

La metáfora del discurso/discurrir como viaje tiene múltiples aspectos. Por una parte, las palabras tienen un destino:

Con estas razones que el mozo iba diciendo iba Andrés cobrando los espíritus perdidos, pareciéndole que se encaminaban a otro paradero del que él se imaginaba (LG 113 [2])

 

En el discurso puede haber también rutas alternativas:

 

[amenaza Repolido, rufián de la Cariharta, porque cantan sus pendencias] no se toquen estorias pasadas, que no hay para qué: lo pasado sea pasado, y tómese otra vereda y basta (RyC 232)

 

No ir directamente al tema equivale a salirse del camino:

 

[Sancho Panza Gobernador al labrador solicitante] Y venid al punto, sin rodeos, ni callejuelas, ni retazos ni añadiduras (II XLVII)

Basta, Berganza, vuelve a tu senda y camina (CP 309)

Sigue adelante y no te desvíes del camino carretero con impertinentes digresiones (CP 321)

Las novelas de nuestros Siglos de Oro están llenas de personajes que transitan los caminos y se cuentan historias. Para mí, esta auténtica novela de ruta, road movie avant la lettre, que es el Quijote encarna esta poderosa metáfora: el relato es el camino; y el camino es el relato, porque no existe el primero sin el segundo, como explica Sancho a Don Alvaro Tarfe:

Y Sancho le respondió que era largo de contar; pero que él se lo contaría si acaso iban un mesmo camino (II LXXII)

 

El discurso/el discurrir es un hilo

La otra gran metáfora, especialmente viva en los Siglos de Oro, es la que identifica el discurso (o el discurrir) con un hilo, y su inicio se encuentra también en el latín.

El término imaginario de esta metáfora se despliega y actúa en todos los frentes: ese hilo puede funcionar como "hilo de Ariadna" que conduce a un lugar (y aquí se acercaría mucho a la metáfora del camino). Pero el hilo también es una materia prima que admite manipulaciones:

El discurso es un hilo. Y como tal hilo, proviene de un ovillo, se puede romper y anudar.

habéisme de prometer de que con ninguna pregunta, ni otra cosa, no interromperéis el hilo de mi triste historia (I XXIV)

Pero, anudando el roto hilo de mi cuento (CP 307)

Escuchémosle [el canto del Caballero del Bosque]; que por el hilo sacaremos el ovillo de sus pensamientos (II XII)

Pero ese hilo puede sufrir alteraciones, enredarse:

No más refranes, Sancho, por un solo Dios [...] Habla a lo llano, a lo liso, a lo no intrincado (II LXXI)

nunca a lo que le preguntamos responde a derechas, sino con razones torcidas y de muchos sentidos (CP 339)

Y puede usarse para coser o para devanar:

Señor aguacil y señor escribano no conmigo tretas, que entreveo toda costura (CP 325)

Puede vuesa merced ahora, mi señora Doña Rodríguez, descoserse y desbuchar todo aquello que tiene dentro de su cuitado corazón (II XLVIII)

Lotario le respondió que no pensaba más darle puntada en aquel negocio porque respondía tan áspera y desabridamente, que no tendría ánimo para volver y decirle cosa alguna (I XXXIII)

[Sancho, cuando su amo le pide que se azote] Esto me parece argado sobre argado, y no miel sobre hojuelas (II LXIX)

 

El hilo sirve de soporte a objetos.

 

Con esto [Don Quijote] iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le habían enseñado (I II)

Este mi amo [...] cuando comienza a enhilar sentencias y a dar consejos (II XII)

¡[...] y qué de necedades vas, Sancho, ensartando! ¿Qué va de lo que tratamos a los refranes que enhilas? (I XXV)

 

El hilo forma tejidos. Y por lo tanto, las palabras (y los hombres) devienen telas, tapices, vestidos...

 

[hay cuentos a los que] es menester vestirlos de palabras (CP 304)

también se puede decir una necedad en latín como en romance, y yo he visto letrados tontos, gramáticos pesados y romancistas vareteados con sus listas de latín, que con mucha facilidad pueden enfadar al mundo (CP 319)

¿Es posible, ¡oh Sancho!, que haya en todo el orbe alguna persona que diga que no eres tonto, aforrado de lo mismo, con no sé qué ribetes de malicioso y de bellaco? (II LVIII)

Este tejido metafórico tiene incluso haz y envés, como se ve en este ejemplo famoso:

El traducir de una lengua en otra [...] es como quien mira los tapices flamencos por el revés; que aunque se ven las figuras, son llenos de hilos que las escurecen, y no se ven con la lisura y tez de la haz (II LXII)

Y obsérvese cómo en el siguiente caso conviven la metáfora del camino y la del hilo, porque la construcción metafórica, como la del sueño, se rige por una lógica no-aristotélica, y una cosa puede ser dos cosas distintas:

Y venid al punto, sin rodeos, ni callejuelas, ni retazos ni añadiduras (II XLVII)

 

La ambivalencia de la metáfora textil

 

No se habrá dejado de observar que la mayoría de las metáforas del discurso como hilo aparecen cargadas negativamente: se usan para señalar la incontinencia en los refranes, prendas morales dudosas, falta de claridad... En otro lugar hemos estudiado más en extenso esta cuestión [3], pero baste señalar aquí que aparentemente se da en nuestros Siglos de Oro una desvalorización del oficio de hilar y tejer, que en estos momentos entra en la fase que se llama de protoindustrialización. Naturalmente, coexisten las dos tendencias: una, de larga tradición en que el hilar es alabado por los moralistas como signo de laboriosidad femenina, y otra iniciada a finales del siglo XV, en que se empieza a cargar negativamente. Desde la producción de hilo (como hemos visto en el caso del "argado") hasta la operación de hacer la tela (piénsese en los dudosos "tramar" y "urdir"), todos suelen configurar metáforas negativas, y para concluir recordemos el caso del bien cervantino "Pedro de Urdemalas".

 

Cervantes, sastre

Si es tan grande la identificación del Quijote con la metáfora el discurso es un viaje, hasta el punto que se configura como uno, ¿qué correlato podemos encontrar de la otra gran metáfora, el hilo? ¿Hay alguna huella de actividad textil en el oficio artístico de Cervantes? Aquí me perdonarán un salto en el aire, pero cuando releía el Quijote a la búsqueda de metáforas con que urdir esta exposición, y me devanaba los sesos intentado recordar dónde estaba determinado pasaje, me tropecé con el episodio de la Cueva de Montesinos, que siempre me había dejado una impresión extraña.

"Texto" quiere decir "tejido", pero la tarea del lector, ¿no es también la de un tejedor cuyos ojos son la lanzadera que va y viene por una trama ajena? Así caracterizaba Ferrant Sánchez Talavera, en el siglo XV, a los que trabajan "pensando e leyendo":

 

Los sesos humanos non cessan urdiendo,
texendo e faziendo obras de arañas

 

¿Puede la metáfora textil iluminarnos el proceso desde el punto de vista del lector? ¿Puede éste alzarse frente al autor y decir, como el mensajero de los Duques a Teresa Panza: "yo no sé hilar, pero sé leer, y leeré" (II L)? Este es el ejercicio que propongo.

El episodio de la cueva de Montesinos ha dado lugar a gran cantidad de exégesis, por su peculiaridad. Pensemos en que se trata del único caso del Quijote en que aparece la simple fantasía, sin término real que haga de disparador o materia prima: no hay ventero a quien tomar por castellano. Por otra parte mientras que todas las aventuras de Don Quijote las sabemos a través del narrador, este es el único caso en que la oímos de labios de su protagonista.

Recordemos: Don Quijote es sacado inconsciente, y una vez repuesto relata lo que le ocurrió dentro de la cueva: le asaltó "un sueño profundísimo" y cuando despertó se encontró "en la mitad del más bello, ameno y deleitoso prado que pue-de criar la naturaleza". Entonces, dice:

 

Despabilé los ojos, limpiémelos, y vi que no dormía, sino que realmente estaba despierto; con todo esto, me tenté la cabeza y los pechos, por certificarme si era yo mismo el que allí estaba, o alguna fantasma vana y contrahecha; pero el tacto, el sentimiento, los discursos concertados que entre mí hacía, me certificaron que yo era allí entonces el que soy aquí ahora (II XXIII)

 

Los deícticos o señaladores son piezas léxicas cuya significación depende estrechamente del contexto. Hay deícticos que señalan al tiempo, al espacio y a las personas, y Cervantes aquí los ha utilizado todos juntos: "yo era allí entonces el que soy aquí ahora". El allí remite al aquí, el entonces al ahora, el era al soy, y el hilo de unión no es otro que el yo, el hilo de la consciencia que va y viene como una lanzadera sintáctica anudado a el que. El lector, cada lector, rehace ese camino; y la tensión de esas palabras vacías a las que el yo va fijando en su ser a través de idas y venidas, aproxima y une esos dos tejidos dispares: el exterior y el mundo de la cueva, la realidad y la fantasía.

Pero esta fortísima operación de sutura, este recurso que verosimiliza la más fantástica de las aventuras del Hidalgo, tira en exceso de la tela de la invención, y no puede sino provocar desgarros e hilos sueltos por los bordes. El relato del Caballero está precedido por un comentario desautorizador (muy a lo Henry James) del narrador: "De las admirables cosas que el extremado Don Quijote contó que había visto en la profunda cueva de Montesinos, cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa". Y al acabar el capítulo, la voz del mismísimo Cide Hamete siembra de nuevo la duda: "se tiene por cierto que al tiempo de su fin y muerte dicen que [Don Quijote] se retrató della".

Estos comentarios de las dos máximas autoridades de la narración sorprenden al lector, no tanto por el contenido al que apuntan ("Don Quijote mentía"), como por el modo en que lo hacen. Su soporte sintáctico es lo que se conoce como impersonalidad (el se, la persona no-marcada del verbo), que priva de referente a vocablos que lo exigían (¿quién "dice"?, ¿quien "tiene por apócrifo"?). El lector que intente por el hilo de la palabra de Autor y Protoautor sacar el ovillo de la verdad se verá sumido en el laberinto de las incrustaciones, para llegar por último a la impersonalidad, a la falta de referente, al cabo suelto:

 

D. Quijote se retractó

dicen que

tiene por cierto que

se

La fuerza de la operación de sutura ha soltado, en efecto, los hilos por los bordes, y en el lector queda la extraña sensación de una contradicción no resuelta. Que esto es así se demuestra por la vuelta de tuerca que Sancho se ve obligado a dar:

 

--Yo no creo que mi señor miente... --respondió Sancho.
--Si no, ¿qué crees? --le preguntó Don Quijote.
--Creo --respondió Sancho-- que aquel Merlín o aquellos encantadores que encantaron a toda la chusma que vuesa merced dice que ha visto y comunicado allá abajo, le encajaron en el magín o la memoria toda esa máquina que nos ha contado, y todo aquello que por contar le queda (II XXIII)

 

Este resulta un recurso desaforado (lo he visto utilizado en autores de ciencia-ficción, como Philip K. Dick), pero al menos permite que el lector no pierda la coherencia interna --el hilo-- del relato. Qué función juega la red sintáctica y narrativa que envuelve al lector en este episodio, es materia aparte, y tiene que ver con el complejo juego de metacomentarios y espejos que forma parte del tejido mismo de la obra. Como dice Don Quijote, "otras infinitas cosas y maravillas" "te las iré contando en el discurso de nuestro viaje, por no ser todas deste lugar".

 

 

 

Notas

[1] George Lakoff and Mark Johnson, Metaphors We Live By, The University of Chicago Press, 1980. volver

[2] Siglas: LG, La Gitanilla; RyC, Rinconete y Cortadillo; CP, El coloquio de los perros (citadas por la página de la edición de Harry Sieber, Madrid, Cátedra, 1984). La ausencia de sigla indica Don Quijote, siendo la primera cifra la Parte y la segunda el Capítulo. volver

[3] "Introducción" a George Lakoff y Mark Johnson, Metáforas de la vida cotidiana, Cátedra, Madrid, l986 [en colaboración con Susana Narotzky] volver

 

 

[Más sobre Cervantes]

[Más sobre metáforas, esta vez contemporáneas]

 

 

Creación, 1995
Última revisión, 25 de febrero del 2005

 

[Ponencia leída en The Cervantiada. A Symposium on Innovative Writing. Department of Hispanic Studies. Brown University. Providence (Rhode Island), EE.UU. 16 y 17 de abril de 1993.
Publicada en Inti, Revista de literatura hispánica (Providence, U.S.A.), número 45, primavera de 1997]

 

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