Cielos borrascosos

Julieta Lionetti

 

1x1c3.gif (41 bytes)

tormenta.JPG (12660 bytes)

 

Stephen Levy es un conocido columnista de la revista Newsweek. A mediados de los años ’80 escribió un libro de divulgación bajo el título Hackers, que tuvo un considerable éxito de ventas. Hace unos meses, un amigo le advirtió de que su libro colgaba en la Red, con acceso gratuito. Levy se lanzó a una nueva carrera: detective digital. Quería saber cómo su libro había llegado a estar on-line para que cualquiera lo descargara sin siquiera haber sido consultado. La investigación lo llevó hasta la Universidad de Stanford, donde un profesor adjunto de Historia de la Ciencia, en la creencia de que el libro estaba agotado, lo había escaneado y enviado a un servidor para que sus alumnos se beneficiaran de la información que contenía. Profesor y autor llegaron a un acuerdo de caballeros y el libro fue retirado del servidor. Lo que nunca quedó claro es quién –si alguien—resarciría a Stephen Levy por las regalías que dejó y dejará de percibir gracias a la libre circulación de su texto.

Pero las tribulaciones de Levy no acabaron aquí. Pocas semanas después de la publicación de su segundo libro, Crypto, el texto completo también aparecía para su descarga gratuita en la Red. Esta vez, la tarea de detección lo llevó hasta el riñón de Internet, el mundo de los alt.binaries, habitado por los más vitales y activos ocupantes de la Red. Por supuesto, en ese mundo no es posible encontrar individuos, pero Levy logró enviar un e-mail a la fuente de violación de su derecho de autor. Recibió la respuesta de alguien que se hacía llamar Stormysky. Stormysky justificaba su acción con algunos de los argumentos libertarios a los que nos tienen acostumbrados las líneas editoriales de algunos newsletters on-line y que suelen identificarse con los intereses de los grandes proveedores de acceso a la Red : si dejamos que los editores se salgan con la suya en materia de libros electrónicos, perderemos nuestro derecho a compartir los libros y a hacer lo que queramos con ellos después de un cierto tiempo.

Con infinita paciencia evangélica, digna de tiempos más aciagos (¿los hubo?) en materia de libertades individuales, Levy explicó a Stormysky que él, autor del libro, tenía cuentas que pagar, una hipoteca sobre su casa, el colegio de los niños, en fin esas cosas prosaicas de todos los días, y que se creía con derecho a esperar cierta compensación económica por su trabajo a través de las regalías de la venta del mismo. Este argumento sencillo conmocionó las bases ideológicas de Stormysky, quien nunca se había detenido a pensar en ellos, y accedió de buen grado a quitar Crypto del servidor donde lo había subido.

El final feliz de las aventuras detectivescas de Stephen Levy no le impide hacer esta advertencia:

Para los autores como yo –tal como ya han aprendido los músicos— las guerras de la propiedad intelectual no pueden ser un deporte en el cual juguemos de espectadores. Necesito hablar con firmeza de estos problemas y pedir a voz en cuello que se desarrollen modelos de negocio creativos, aunque requieran la alteración drástica de aquellos que hemos visto desarrollarse durante decenios. Los editores, en su mayoría, quieren el control y los consumidores quieren principalmente utilidad y valor, cuando no quieren todo gratis. Pero son los artistas y los creadores quienes están en la línea de fuego, deseosos de ganar un público más amplio pero preocupados por mantener cierto nivel de ingresos. Debemos forzar nuestra presencia en el centro de una investigación que encuentre soluciones para el aprovechamiento del poder de distribución de la Red que, a su vez, nos asegure que nuestros lectores nos pagarán algo por la experiencia habida. Si no, nos machacarán.

Con este relato finalizó una de sus dos conferencias Bob Bolick, vicepresidente de desarrollo de nuevos negocios de la división de libros profesionales de la editorial McGraw–Hill, en las III Jornadas sobre la edición en la primera década del nuevo milenio, organizadas por el Gremi d’Editors de Catalunya y la Cambra del Llibre, con el apoyo de CEDRO, y que tuvieron lugar en Barcelona el pasado 29 de octubre.

Como era de esperar en un evento organizado por editores, no hubo aquí ninguna voz que defendiera las posiciones del movimiento por el copyleft, un ingenioso juego de palabras que esconde tras de sí los intereses de los grandes operadores de acceso a la Red quienes, como engrosan sus cuentas de resultados al cobrar por el uso de las calles de esta ciudad universal que es Internet, se ven beneficiados por la libre circulación de contenidos y les preocupa muy poco –o casi nada—la conculcación de derechos de terceros. Nadie los esperaba, pero hubo otras ausencias significativas, indicadoras de que el conservadurismo del mundo de la edición en España está lejos de hacer frente a una realidad que nos pisa los talones. Ninguna asociación de autores había sido invitada y, en el acto de clausura, faltaron dos presencias clave: Jordi Úbeda, presidente del Gremi, y Blanca Rosa Roca, presidente de la Cambra del Llibre y directora de una de las grandes editoriales españolas, Ediciones B. ¿Se puede llegar a soluciones estratégicas creativas si los principales actores no suben a escena? Tal vez por eso, algunas de las intervenciones del día 29 se parecían más a acciones de micromárketing de las empresas representadas que a reflexiones sobre el cambio radical que sufrirá el concepto de edición a causa del avance de las nuevas tecnologías.

 

Copyright y propiedad intelectual

"Internet es la máquina de copiar más gigantesca, más universal, más veloz, más fiable y más anónima que jamás se haya inventado", dijo esa tarde Lois Wasoff, consejera de Houghton Mifflin en asuntos de propiedad intelectual. La edición se ha basado hasta ahora en ciertos supuestos sobre el copyright. Uso la palabra inglesa porque es mucho más descriptiva: se refiere directamente al derecho de control de reproducción que ciertos actores (en este caso, autores y editores) tienen sobre una propiedad intelectual equis. Las leyes de Propiedad Intelectual regulan este derecho y garantizan a esos actores una compensación económica por los usos de sus trabajos. Hasta hace poco, estos supuestos se apoyaban en la tecnología del libro, que fue la que dio lugar a ellos: era más difícil hacer copias y la calidad de esas copias solía ser inferior a la del original. A pesar del auge de la fotocopia, sobre todo en los mercados de habla castellana y en particular en Hispanoamérica, como señaló con cifras alarmantes el editor mexicano Hugo Setzer, el mecanismo es lento, caro y el producto final, desagradable.

Para Lois Wasoff, estos supuestos que hacían posible la actividad editorial han sido quebrantados por la amplia disponibilidad de la distribución digital. Las nuevas tecnologías posibilitan que los usuarios de material protegido copien y distribuyan esas copias inmediatamente a otros usuarios y, aunque estas actividades son formalmente ilegales, la imposibilidad práctica de perseguirlas y castigarlas en el mundo global del ciberespacio fomenta el desprecio de amplios sectores del público hacia las leyes de Propiedad Intelectual.

La empresa británica Envisional ha presentado los resultados de una investigación sobre obras con copyright que circulan libremente en la Red. Sólo en inglés, a fines de agosto de este año, la estimación superaba los 7.000 títulos. Ni siquiera las aventuas de Harry Potter se salvaron del pillaje. Y las cifras siguen creciendo. No sorprende que el formato más común de esta piratería sea el .txt, la fórmula digital más simple para convertir documentos escaneados. En cambio, sí es sorprendente que los posibles compradores de un libro (en formato atómico o digital) descarguen estos archivos de lectura engorrosa. Uno podría pensar que la solución del editor –y su deber para con los autores—sería meterse de cabeza en el terreno todavía experimental del libro electrónico y competir con los piratas mediante la oferta de un producto de mayor calidad y más utilitario, con una tecnología que permita el control de la reproducción. Y de alguna manera lo es. Pero esto no implicará nunca una seguridad del 100 % . Cuando Envisional comenzó su investigación, el porcentaje de obras pirateadas en formatos mucho más legibles, como el de Adobe o el de Microsoft, era insignificante. Al terminarlo, ese porcentaje había llegado al 16 %.

Ésta es la excusa de muchos editores para no bajar a la arena del libro electrónico. Una política del avestruz que esconde otros miedos: el mayor de ellos, el miedo a la inversión. Pero un empresario que no invierte para salvaguardar su producto que es, en realidad, propiedad de un autor que le ha cedido temporalmente los derechos de explotación, ¿está en condiciones de reclamar compensaciones por su "trabajo"? Un empresario que no invierte en tecnología ni interviene en la necesaria discusión que redefinirá su quehacer y su lugar social está llamado a desaparecer, sea en la industria del libro o en cualquiera otra. Nunca ha existido, en la larga historia del libro y la lectura, una tecnología de edición totalmente segura en la salvaguarda de los derechos de reproducción de una obra. Esta utopía sólo es posible si la obra no se hace pública: escriba usted y guarde el original en una caja fuerte.

Señalaba Bob Bolick que si todavía no hay un modelo de negocio eficiente para la circulación y distribución del libro digital es a raíz de todas las ambigüedades que rodean el debate sobre propiedad intelectual y derechos de reproducción. Para comprobarlo, basta visitar algunos de los foros de discusión surgidos tras la aparición pirata de las novelas de Harry Potter y otros libros para niños y adolescentes. La confusión del usuario es terrible. El objeto digital no se reconoce como tal y esta dificultad cognitiva está directamente relacionada con la intangibilidad de Internet. El argumento con el que los padres han salido a defender a los niños que llevan al colegio los libros pirateados en sus Palm y allí los comparten con sus amigos pasándolos a otros dispositivos refleja la incomprensión del nuevo medio: lo comparan con la atractiva experiencia de compartir un libro con alguien afín mediante el préstamo del ejemplar en soporte papel, que luego era devuelto (o no) a la biblioteca personal correspondiente. Lo que se compartía, en este caso, era la experiencia de lectura, pero el ejemplar seguía siendo único. Esta práctica quedaba circunscrita al ámbito de lo privado. En cambio, quien reenvía un libro pirateado a un amigo, se ha quedado con una copia en su disco duro y ha generado otra nueva: los "ejemplares" se han duplicado sin consentimiento de los propietarios de los derechos de reproducción y el niño (o el adulto) en cuestión se ha convertido en editor sin contribuir en absoluto a la cadena de valor.

El derecho de libre acceso a la información es otro fantasma que planea sobre el nuevo papel del editor y los derechos de los autores. Mientras las compañías farmacéuticas y de biotecnología patentan secuencias de nuestro ADN (o el del trigo y el arroz) y se hacen propietarias del cordón umbilical de todos los recién nacidos del planeta, privatizando la Naturaleza y la información que transporta sin causar el escándalo debido, el derecho moral y de control de la reproducción de su obra del escritor y del artista en general se pone en tela de juicio constantemente. Cuando, en realidad, estos actores no están apropiándose de nada que sea patrimonio de la especie, sino que dan a luz un nuevo objeto que pasa a formar parte del mundo en un idiolecto que les pertenece por el simple hecho de haberlo creado. Quien quiera ver libros volando de un anaquel a otro sin restricciones de ningún tipo, que visite los múltiples sitios de las publicaciones académicas peer to peer. Pero esto ha sido el resultado de una decisión libre de los investigadores, no una imposición de los grandes jugadores del negocio de acceso a la Red. Las contradicciones son flagrantes y desafían la razón: un conocido boletín on-line español milita por la abolición del derecho de propiedad intelectual de los autores y reniega del papel de los editores en la cadena de creación de valor en defensa de la libre circulación de la información... pero vende sus informes sobre aspectos del comercio electrónico en España a cientos de miles de pesetas. Mentalidad de consultores y, aunque nadie espera de ellos la conciencia social necesaria en un momento de cambio como éste, su influencia se hace notar hasta entre intelectuales de pro. Y la más terrible de estas contradicciones fue señalada durante las jornadas por Lois Wasoff: los piratas son nuestros propios clientes.

 

¡Estándares, estándares!

Aunque la labor de conscientizar al público lector sobre la realidad objetual del libro electrónico es una parte de esta guerra en la que deberán tomar parte activa autores y editores, hay otra subycente: la de los formatos. Aquí , posiblemente, la última palabra la tengan los consumidores. El mundo de la informática cambia todos los meses, si no todas las semanas, pero una cosa que el mercado ya ha dicho claramente es que no está dispuesto a gastar en dispositivos carísimos cuyo único propósito sea la lectura de un eBook. La batalla final se dará entre dispositivos que empleen los sistemas de Pocket PC o de Palm OS. Y, en materia de contenidos, serán aquellos editores que descubran las posibilidades de la portabilidad del libro digital quienes lideren las ventas y obtengan mayores rentabilidades.

¿Cuál será el formato y el software ganador? ¿Microsoft o Adobe? Hasta hace apenas un año –y en España desde hace apenas unos meses— ninguno de los dos ofrecía un alto grado de seguridad en lo que respecta a la gestión de derechos de autor. Sin un DRM (Digital Rights Manager) fiable, no hay libro electrónico. Al menos no lo hay desde la perspectiva de la industria editorial. En cuanto a la experiencia de lectura, en el caso de Adobe era deficiente, a menos que se hiciera en un portátil de sobremesa. Con la introducción del sistema operativo PocketPc y del MS Reader 2.0, que utiliza el DRM llamado DAS, el gigante de Bill Gates ofrece una experiencia de lectura agradable y un grado de seguridad alto en su formato .lit.

Si bien Adobe viene a la zaga, hay algo en su política respecto a los DRM que ofrece algún grado de esperanza para el establecimiento de estándares que impidan la rápida obsolescencia de la información digital en formato libro: no exige el uso de su propio software de gestión de derechos digitales. Así, junto con su seguro ACS (Adobe Content Server), la descarga de los formatos .pdf para eBooks (que son distintos de los .pdf para la industria gráfica y se han desarrollado con la empresa de software Glassbook) son compatibles con tecnología independiente, como los sistemas DRM que ofrecen Sealed Media, Infraworks o FileOpen. Pero todos ellos son jugadores pequeños cuyo futuro no está claro.

El más serio de todos estos competidores tal vez sea Palm, desde la compra de PeanutPress, pero su tecnología en materia de legilibilidad en pantalla no estará perfeccionada hasta dentro de dos años. La ventaja de PalmOS es que muchas compañías ya trabajan con softwares compatibles con este sistema operativo: Aportis, Teal, Mobipocket y Digital Owl, entre otras. El sistema DRM de Palm no podría ser más sencillo: para que el eBook se abra, el comprador debe dar el número completo de su tarjeta de crédito. No hay trabas para que lo envíe al disco duro de un amigo, pero éste tendrá que teclear el número completo de la tarjeta de crédito de su corresponsal para abrirlo. Y no todo el mundo está dispuesto a llegar tan lejos para compartir una "experiencia de lectura".

En España, Veintinueve, la tienda on-line de la editorial Planeta, ha apostado fuerte por la tecnología MS Reader, ya que sólo trabaja con este formato y con el sofware de gestión de derechos DAS de Microsoft. Sin embargo, jugadores más experimentados, por lo general en el mundo anglosajón, aconsejan que el editor no se case con un sistema operativo en exclusiva, ya que será el lector quien finalmente diga quién gana la batalla tecnológica, de la misma manera que lo hará en cuestión de contenidos, que sí son asunto de las editoriales y en lo que deben centrarse. Así, McGraw-Hill o RandomHouse trabajan tanto con tecnología Microsoft como con Palm y Adobe.

Hay dos fundaciones que trabajan para establecer estándares en materia de legilibilidad y de protección de contenido, así como en los metalenguajes de marcado del texto. Una, apoyada por la Asociación de Editores Estadounidenses (AAP) es la International Digital Object Identifier Foundation  y la otra es el Open eBook Forum, en el cual participan no sólo editores sino también libreros, distribuidores y empresas de tecnología digital. La utilidad de estos sistemas de identificación en el márketing de los libros electrónicos y, por supuesto, también atómicos será motivo de otro artículo.

 

Un canal todavía en fase de experimentación

Las guerras tecnológicas, sobre las que deberíamos estar muy informados para poder mantenernos neutrales, no son las únicas que se desarrollan en este canal que no ha crecido en el último año tanto como predecían Accenture o Forrester, pero cuyo futuro ya está aquí. La incertidumbre en cuanto a plataformas y dispositivos también crea confusión en el momento de elegir un modelo de negocio.

En España, la experiencia más exitosa y de mayor enjundia ha sido la de Editorial Aranzadi, hoy filial de Thompson Publishing Inc., especializada en contenidos legales y de jurisprudencia. El modelo elegido por Aranzadi era el que mejor se adaptaba a los contenidos que editaba: una base de datos a la cual se accede por suscripción. De hecho, este año, el 85 % de las nuevas suscripciones a su corpus legal se ha realizado según este modelo, aunque su PVP es algo más alto que el de las comunicaciones y libros en soporte papel. De las renovaciones, un 50 % de los suscriptores ha optado por la suscripción digital. Pero este modelo es muy específico y estamos hablando de un lector prácticamente cautivo, a quien la consulta on-line de una base de datos le resulta mucho más efectiva que la investigación in situ de datos procesales.

Veintinueve.com, perteneciente a Planeta, está en el otro extremo del espectro. Su oferta, prácticamente coincidente con los catálogos de las editoriales dominadas por el Grupo, es generalista. Una prueba de ello, la última novela de Rosa Regás, Premio Planeta 2001, se lanzó simultáneamente en soporte papel y en formato MS Reader. Veintinueve vende sus libros y no ha contemplado todavía la posibilidad de la suscripción, algo que debería explorarse de cara a las bibliotecas públicas, y su política de precios –al contrario que la de Aranzadi—es la de bajar en un 20 % el PVP de un eBook con respecto a su versión tradicional. El argumento dado por su director, Luis Miguel Solano, es que ya que el soporte todavía no alcanza las excelencias del libro tradicional, el lector debe tener algún incentivo.

Bob Bolick, de McGraw-Hill, se opuso a estas razones con fiereza: "Lo que yo vendo es información bien editada y el precio de esa información y su valor añadido no depende del soporte." Conclusión: McGraw-Hill, que desarrolla libros profesionales y de enseñanza, tiene un modelo de negocio mixto de venta y suscripción y sus eBooks no son más baratos que los editados en papel. Es evidente que los modelos de negocio pueden coexistir, pero mientras se desarrollaban las jornadas, una mala noticia llegó del otro lado del Atlántico: NetLibrary, que manejaba unos 39.000 títulos y cuyo canal eran las bibliotecas de Estados Unidos, con las cuales se manejaba con un modelo de venta y otro, experimental, de suscripción, hacía suspensión de pagos. La experiencia más atractiva y ambiciosa de los últimos tres años quedaba sepultada pocas semanas después del desmoronamiento de las Torres de Comercio

 

Enlaces

Home page de Steven Levy http://mosaic.echonyc.com/~steven/

Un artículo de Levy en Wired: "Crypto Rebels" http://www.wired.com/wired/archive/1.02/crypto.rebels.html

Sobre el informe de Envisional, "Literary pirates go online" http://news.bbc.co.uk/hi/english/entertainment/new_media/newsid_1503000/1503799.stm

Sobre los investigadores que quieren que su obra se difunda, "La revuelta de los científicos": http://jamillan.com/revuelta.htm

Sobre el Digital Asset Server (DAS) de Microsoft http://www.microsoft.com/ebooks/das/default.asp

Adobe Content Server: http://www.adobe.com/products/contentserver/main.html

¿Pero qué es exactamente un libro electrónico?: http://jamillan.com/ebook.htm

Este artículo es © de su autora
 

Creado el 25 de noviembre del 2001

Julieta Lionetti es editora, ex directora de Muchnik Editores, directora de JL Editores y, desde noviembre de 2001, ejerce tareas de asesoría de contenidos para Broadebooks (http://www.broadebooks.com), única distribuidora independiente de libros digitales de España.

salida