Los nuevos ilustrados

José Antonio Millán

 

31 de julio de 1993

Sección "Don de lenguas". Aquí está todo lo que hice en ella.

 

Los nuevos ilustrados

Una ola de neo-primitivismo atraviesa Occidente, y sus hijos exhiben tatuajes y cicatrices decorativas. La revista californiana Tattoo (nombre que recibía en Polinesia la práctica de dibujar la piel) nos permite asomarnos a una cultura urbana que ha escogido como signo de identidad la ilustración del cuerpo.

Su número de agosto es un despliegue de carne decorada: punzada con agujas y pigmentos, taladrada de metales, hombres y mujeres se convierten en portadores de imágenes que les expresan. Las figuras tatuadas pertenecen a un repertorio restringido: fauces de animales salvajes, rosas, imágenes geométricas, escenas religiosas, sexuales, guerreras (la revista convoca un concurso para nuevos motivos, pero sólo encontramos variaciones sobre los mismos temas). El estilo es ingenuo: a mitad de camino entre las imágenes de caseta de feria y los cómics de baja calidad. Pero quienes llevan los tatuajes, lo hacen con orgullo: el barbudo que se levanta la camiseta para mostrar un Cristo crucificado (uno de cuyos pezones coincide con el del portador, en un trompe l'oeil algo siniestro), la chica jovencísima con las nalgas convertidas en cornucopias...

Lèvy-Strauss describió todo un sistema social y de creencias ligado a los tatuajes de los indígenas. Entre nosotros el cuerpo sólo admite adornos transitorios (la ropa, el peinado, el maquillaje) y, como excepción --que no por casualidad es exclusiva de las mujeres-- una única mutilación ritual: el agujero del lóbulo para el pendiente. Estas imágenes indelebles que se extienden a veces por toda la piel del cuerpo son una transgresión que distingue a sus portadores. ¿Quienes son? La revista da, aquí y allá, alguna pista sobre estos lienzos andantes: ex-hippies, miembros de bandas de motoristas, dos rusos rockeros emigrados a EE.UU...

Imágenes que vivirán tanto como sus dueños, aunque también es posible encontrar anuncios para borrarlas "sin dolor, sin feas cicatrices", y otros que ofrecen (toda una contradicción) "tatuajes temporales, resistentes al agua". Nuevos tiempos: los tatuadores actúan ahora con maquinaria eléctrica, y guantes anti-SIDA; y las grapas, anillas y demás adornos para incrustar en la nariz o en un pezón, están elaborados en "acero quirúrgico y niobio". Primitivos, puede, pero no tontos.

La cresta de la ola

Si hay un deporte que combine la destreza humana con los albures del mundo natural es sin duda el surf. Quienes lo practican deben contar con que el azar les depare un buen tren de olas que cabalgar; por eso el surfing tiene mucho de aventura, de salida a la búsqueda, de pálpito, y por eso sus seguidores se han considerado siempre por encima de los golpeadores de pelotitas y hércules de playa.

Las tecnologías modernas, sin embargo, han acabado con este estado de cosas, como cuenta Steve Barilotti en el número de agosto de la revista norteamericana Surfer. En la actualidad una combinación de medidas con láser desde satélite y recogida de datos en la costa lleva a predecir, con hasta tres días de antelación, el comportamiento de las olas. Un número de teléfono pone al alcance de cualquiera (que pague) esa información, y los sufridos surfers que llegan a la playa remota pueden encontrarla repleta de domingueros de la tabla, cómodamente a la espera del mejor conjunto de olas del verano.

Me suena

La novela El perfume recordó a los urbanitas contemporáneos cuanto sentido del olfato habían perdido, comparados con nuestros antecesores de hace pocos siglos. La literatura gastronómica dirige una mirada húmeda y nostálgica a los sabores de antaño (oh, los melones verdaderos, se extasía el número de mayo de la revista francesa Saveur, que contiene una pequeña "historia del melón"). Pues bien: hay quien piensa que tampoco nos queda gran cosa del sentido del oído.

La también francesa Science et Vie cuenta en su número de julio que el parque natural del Alto Jura ha emprendido una "acción pedagógica" para los habitantes de ciudades. Han seleccionado a lo largo del parque 92 "puntos auriculares", desde los que se percibe todo un repertorio sonoro: ecos, cascadas, campanas lejanas y esquilas del ganado. Calcado de una territorio que abunda en "miradores" y "Bellavistas", el itinerario se llama Belles écoutes...

Geometrías del agua

La piscina, facsímil de laguna o eco en cemento del remanso de un río, ha oscilado siempre entre negar su naturaleza artificial (a base de paredes azules, falsas rocallas y formas orgánicas) o reconocerla plenamente (líneas geométricas, soluciones ausentes del mundo natural). La cultura posmoderna opta, como era de prever, por esta última posibilidad, y los galardones "Piscines d'Or" que otorga la FNCESEL (asociación para la promoción de la piscina francesa y belga) han ido a parar este año a piscinas irregulares, que combinan segmentos rectilíneos y arcos de circunferencia, muy lejos de las formas arriñonadas que triunfaron en las pasadas décadas. Lo cuenta, con despliegue de fotografías de la noche de la entrega de los galardones, la parisina Piscines Magazine.

Arriba las manos

A los varios deportes estivales se ha añadido últimamente el jugar a la guerra, con fusiles que disparan bolitas de color. Bueno será recordar que, mientras tanto, las guerras verdaderas no experimentan tregua veraniega. La revista inglesa Undercover, dedicada al espionaje, a las agencias de inteligencia y a los gobiernos subterráneos, da en su número de julio un dato estremecedor: "En la guerra moderna es más probable morir cuando uno no lleva un uniforme que cuando lo lleva". Y la probabilidad de que así ocurra va en aumento: en la Primera Guerra Mundial, la proporción de muertes de militares frente a civiles fue de 20 a 1; durante la Segunda Guerra, se igualó 1 a 1. En Vietnam pasó a un escalofriante 1 a 13 (sí: por cada militar que murió, murieron trece civiles). Las primeras estimaciones para el conflicto en la ex-Yugoslavia dan una proporción de 1 a 25. Mientras nuevos datos llegan a las redacciones y se afinan los cálculos, ¡feliz verano, Serbia!

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