Redópolis
José Antonio Millán inicia en España
el género literario de informática-ficción

Carmen García Trevijano

 

Madrid, 1986: dos personas intentan vender un ordenador robado. En su interior se descubre un gran programa de presentación gráfica: una cambiante red de puntos con elementos que circulan entre ellos. ¿Qué representa? Este es el arranque de El día intermitente de José Antonio Millán, la primera novela española centrada en el mundo de los ordenadores, y ciertamente una descripción inusual de las personas, los problemas y la particular visión del mundo que rodea a la informática.

-- En nuestro país, como en otros, hemos asistido a la aparición de todo un sector profesional, el informático, prácticamente desde la nada: personas que provenían de otros medios, o tan solo de una afición, gente que se ha formado a sí misma a través de una dedicación en muchos casos excepcional. El protagonista de El día intermitente es de este tipo.

-- Ante el programa que aparece en el ordenador robado, su personaje adopta la misma actitud de un hacker, que es básicamente alguien obsesionado por un desafío.

-- Efectivamente, y ésta es una respuesta muy frecuente en el medio informático: basta ver los esfuerzos que se dedican a hacer "saltar" programas protegidos, a penetrar en redes vedadas, o sencillamente a crear un programa complejo. Pero esta dedicación extrema no deja de tener sus contrapartidas: desequilibrios o trastornos nerviosos, que hoy en día son lo que la silicosis fue para los mineros: una enfermedad profesional.

-- Esta parece una visión muy critica...

-- ...Que yo no he querido dejar fuera de mi libro. Creo que vale la pena recordar qué supone materialmente la informática: desde la explotación de las montadoras de componentes en el sudeste asiático, hasta los problemas de quien quiere informatizar (es decir, y en una gran medida "racionalizar") ese magma de intereses y objetivos que llamamos "empresa".

-- En su novela también está presente el funcionamiento del ordenador, sus operaciones internas.

-- Porque son algo que no se puede mirar sin asombro, como las decenas de millones de operaciones de control que tienen lugar cada segundo en la memoria de una máquina aparentemente inerte. O el "milagro" mediante el que un ordenador se lleva a sí mismo a la consciencia: lo que se conoce como programa bootstrap, en recuerdo del Barón de Munchhausen, ese personaje que se sacó a sí mismo de una ciénaga tirándose de las trabillas de las botas.

-- Pero quizá el punto clave de El día intermitente sean las cábalas del protagonista frente al programa gráfico que ha descubierto...

-- Sí: la informática opera sobre el mundo reduciendo parcelas de la realidad a elementos, atributos y relaciones, que se pueden manejar formalmente. El protagonista de mi novela se empeña en lo contrario: en descubrir el contenido del esqueleto formal que tiene ante sus ojos. Y se encuentra con que no sabe si el programa representa un proceso industrial complejo, la formación de un yacimiento geológico, los intercambios de iones dentro de una neurona, o un ecosistema marino. No sabe si el programa refleja algo artificial o algo natural, un proceso de años o uno de segundos. Acaba conociendo perfectamente el programa, los elementos que representa, sus comportamientos, sus variaciones cíclicas, todo... menos de qué trata.

-- Quizás aquí podamos hablar directamente de "isomorfismos".

-- Claro... Hay cosas muy curiosas que suceden cuando se convierte un trozo del mundo en un conjunto de relaciones; caen las barreras entre objetos materiales e inmateriales, por ejemplo: dar a alguien dinero o pasarle una información puede ser equivalente. Y así, el esquema formal de una operación financiera entre dos grupos rivales puede no ser diferente del de las reacciones químicas en el interior de una refinería...

-- ¿En qué sentido?

-- Bueno: en ambos casos encontraremos contactos, intercambios, "catástrofes" que alteran toda una estructura, movimientos recompositivos locales o generalizados, todo este tipo de cosas. Y si es así, ya se puede hablar de la existencia de "isomorfismos" entre los dos procesos. En mi novela esto se convierte directamente en materia de misterio.

-- ¿Tal vez al modo de Eco, en El péndulo de Foucault, donde también encontramos un ordenador?

-- No: más bien en la tradición de un Stanislaw Lem, al que he intentado cruzar con el sentido de la observación que se encuentra en Henry James, más ciertos climas de Bioy Casares, por desvelar tres de los ingredientes fundamentales de mi libro. La novela de Eco, por lo demás francamente estimable, no es una obra en la que el ordenador juegue un papel fundamental, en cuanto tal, y eso se comprueba con un test clásico en teoría literaria: si sustituimos el ordenador Abulafia de El péndulo por cualquier otra cosa (un gran baúl de papeles rotulado con ese nombre, por ejemplo), la trama del libro, y hasta sus detalles concretos, no variarán.

-- La visión formalizada del mundo, esa "deformación profesional" del informático, ¿interviene en otros aspectos de la novela?

-- Claramente sí. Por ejemplo, la misma relación del protagonista con su entorno doméstico, con esa miriada de objetos indeterminados (libros, cartas, papeles, botones sueltos, facturas) que se acumulan en una casa. Este conjunto, que el personaje de la novela llama plancton, está constantemente en proceso de acumulación, y de vez en cuando experimenta movimientos de orden: deber  clasificarse para acabar integrado en alguna de las categorías preexistentes, o bien generar  sus propias categorías, entre ellas la de "pendiente de clasificación".

-- Y la relación con las personas, ¿también podrá ser objeto de un análisis formal?

-- Es evidente que una persona dada puede pertenecer simultáneamente a varias de mis redes: la laboral, la familiar, la de amistad o erótica. Esto significa que puede ser objeto de estrategias tanto paralelas como conflictivas. Esta visión del mundo de hecho está  presente aun en la más primitiva de las sociedades, pero adquiere una importancia central a través de la consciencia y del manejo operativo que hoy nos son característicos.

-- ¿Significa esto que una persona preparada profesionalmente para trabajar con elementos y relaciones está mejor dispuesta para captar las complejidades del mundo contemporáneo, y moverse entre ellas?

-- ¿Por qué no? No olvidemos que, por ejemplo, los grandes economistas de la época clásica supieron sacar provecho de sus conocimientos para intervenir decisivamente en el medio, y muchos de ellos llegaron a enriquecerse. Contrariamente a lo que suele creerse, todos los saberes, incluso los más abstractos, cambian la relación del sujeto con el mundo circundante...

 

 

[Publicada en "Grandes Temas del domingo", suplemento de El Independiente (Madrid), 25 de febrero de 1990]

 

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