Invadidos por todas partes

José Antonio Millán

 

(en memoria de Rafa, con quien tanto jugué)

 

 

Prólogo a
Martin Amis
La invasión de los marcianitos
Barcelona, Malpaso, 2015
(por cierto: una preciosa edición)

 

Portada de la primera edición:

La biografía de 400 y pico páginas de Martin Amis que publicó Richard Bradford en el 2011 no contiene ni una referencia a Invasion of the Space Invaders. Y no sólo eso: como cuenta Sam Leith en su reseña de Bradford en The Spectator, la obra lleva años agotada, aparentemente porque su autor no ha dado permiso para reeditarla. Los escasos ejemplares de segunda mano que están en el mercado alcanzan altos precios, señala Mark O’Connell en The Millions. Así pues, estás, lector o lectora, ante un libro como mínimo curioso, porque, como escribe Leith: “Cualquier cosa que un escritor repudie es interesante, particularmente si es una cosa frívola, y particularmente si, como Amis, te tomas seriamente la seriedad”.

Bien, bien, bien… 30 años después de la aparición de este secreto y divertido libro para fans estamos ante una inesperada edición española. Hay que apresurarse a decir que —por motivos que luego desvelaré— no es sólo un libro arqueológico, sino que se refiere a algo que sigue plenamente vivo en estos momentos.

Éste es un libro escrito por un adicto inglés a los videojuegos (que resulta ser además un famoso escritor), con una introducción de un adicto norteamericano (que resulta ser un famoso cineasta: Steven Spilberg). Y este breve prólogo será la aportación de un adicto español. Empezaré señalando que tanto Amis como Spielberg (practicamente coetáneos) son mayores que yo, lo que significa que cuando jugaban a Asteroids estaban en una culpable treintena, mientras que yo aún discurría por los felices veintipico.

Explicar una adicción a quien no la padece es una tarea imposible. No se puede justificar por qué personas hechas y derechas, con una actividad profesional encarrilada, pierden tiempo (¡y dinero!) en bares y salones recreativos de cualquier ciudad y país que visiten, rodeados por una fauna sospechosa, para ahí permanecer horas apretando botones. Yo creo que hay profundas razones neurobiológicas que pueden explicarlo, y que también darían cuenta del hecho de que haya muchos más hombres que mujeres en esta práctica: seguramente tiene que ver con los chutes de dopamina con que nuestro cerebro nos gratifica cada vez que reventamos un platillo atacante o encajamos una hilera de ladrillos en Tetris (juego lamentablemente aparecido después de que Amis acabara esta obra). No faltan explicaciones más sutiles, como una amiga que me dijo que los hombres encontramos ahí nuestra “zona de silencio” mental, ¡paradójicamente en medio de un estrépito de disparos! Pero los adictos de verdad, como el ludópata que pasa la noche apostando a la ruleta con ojos vidriosos, saben que lo que realmente les depara su afición es el vacío… El gran escritor uruguayo Mario Levrero ha dejado en La novela luminosa el escalofriante testimonio en primera persona de alguien que consagra interminables horas a jugar en el ordenador…

Pero, bueno, Amis interrumpió sus partidas el tiempo suficiente para escribir este libro, y luego muchos más, y Spielberg ha simultaneado su producción cinematográfica con potentes incursiones en el desarrollo de videojuegos, lo que quiere decir que esta afición, convenientemente controlada (“yo sé lo que me meto…”), no debe de ser tan mala.

Martin Amis comienza este libro alertando de que estos juegos estaban por todas partes: en los salones recreativos, bares e incluso —aunque con menor calidad— en los televisores. Pues bien: ¿qué pensaría (o qué piensa, si es que aún le queda un resto de afición, lo cual es muy probable) si los viera en nuestros ordenadores y tabletas o incluso dentro de cada bolsillo, agazapados en el móvil? Y no quiero ni imaginarme lo que ocurrirá con los smartwatches, o cuando las Google Glasses conviertan la calle más familiar en un terreno de juego lleno de emboscadas… Sí: los invasores nos siguen invadiendo. Cada vez más.

 

La nueva ubicuidad de los videojuegos está conquistando más capas sociales y de edad. Las señoras mayores ya no hacen solitarios en la mesa camilla, sino en su móvil o tableta (y, por cierto: ya no pueden hacerse trampas, como solían). Las chicas, mientras van en metro al Instituto, se sumergen en juegos creados especialmente para ellas. Los ejecutivos juegan en sus iPads mientras cruzan el Pacífico. Etcétera.

Esta época de exhuberancia digital está simultaneando los nuevos juegos (Angry Birds y ese de estallar globitos de colores que no sé cómo se llama) con el mantenimiento de los antiguos: Tetris, por ejemplo, tiene innumerables descendientes. Pero además los viejos juegos de salón recreativo se pueden seguir practicando mediante su emulación en un PC, a través del proyecto MAME, Multiple Arcade Machine Emulator. Con un poco de experiencia uno puede acabar instalándose en el ordenador todos los juegos que menciona Amis en este libro. Por otro lado, las tabletas, con sus poderosos procesadores y excelente definición de pantalla, están permitiendo jugar al pinball en recreaciones 3D de numerosos modelos hace años desaparecidos de los bares: un ejemplo es la excelente aplicación Pinball Arcade. Claro: entretanto hemos perdido la sociabilidad abigarrada y el halo dudoso de los viejos salones recreativos; estamos en una época solipsista, y lo más a lo que llegamos es a compartir un récord por Facebook…

Este libro de Amis nos devuelve el sabor de una época pasada, gracias en parte a la curiosidad y al dominio literario del autor, a quien no le es ajeno ninguno de los elementos de este escabroso mundo, desde la etnografía de los salones recreativos hasta la estrategia de cada juego, desde la programación hasta las revistas para fabricantes y explotadores de máquinas. Amis tiene un certero juicio crítico sobre los juegos, y sus palabras sobre el diseño (cómo la simplicidad y la cuidadosa gradación de la dificultad siempre reportan beneficios) merecen grabarse con letras de oro en el portátil de cualquier desarrollador. Lo que cuenta sobre salones ingleses o americanos y bares franceses es tan parecido a lo que vivíamos en España por esos mismos años, que uno no puede sino reafirmar la básica identidad del género humano, en lo que toca a dejarse invadir, claro.

Creo que con este libro Martin Amis rindió a su adicción de hace décadas el máximo homenaje que un escritor puede prestar: convertirla en materia literaria, y al hacerlo le otorgó un tipo de realidad de la que carecía: la de existir entre las páginas de un libro. Con ello, además, la rescató del olvido y nos permite revivirla a quienes la compartimos hace décadas, y añorarla —y tal vez adquirirla— a quienes no llegaron a tiempo de disfrutarla.

 

Primera publicación en esta web: 31 de enero del 2015

 

 

salida