El imperio
del Doctor Moreau

Bengt Oldenburg

 

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El doctor Moreau, según H.G.Wells, se dedicaba en su isla remota a una forma particular de la vivisección: operaba a diversos animales tratando de darles forma humana. El resultado, por supuesto, era monstruoso. El libro sobre ese médico innovador fue publicado en 1896, pero la preocupación del británico premonitorio duró toda su vida: en 1927, pronunció una conferencia en la Sorbona con el tema “La democracia cuestionada”.

Actualmente, no es preciso ser un observador tan agudo como Wells para darse cuenta de que la humanidad corre el riesgo de verse sujeta a un operativo similar al del doctor Moreau, pero en escala global e igualmente falaz: la imposición de una particular variante de la democracia. Como todos los propósitos que imitan a Procrusto, promete resultados tan penosos como sanguinolentos.

En lo inmediato, se pueden observar los resultados de tal proyecto en Afganistán e Irak. Antes, nos acordamos de imágenes como la nube nuclear sobre Hiroshima, una niña vietnamita huyendo desnuda de un ataque con napalm, un niño sin pies ni brazos, ni familia, víctima de un bombardeo en Bagdad. Todo esto perpetrado en nombre de una ulterior pacificación, de la promesa de un Nuevo Orden. ¿De cuando data esta agonía de la episteme?

Resulta curioso que nunca se haya reflexionado lo suficiente sobre el aspecto más horroroso de los campos de concentración nazis. El objetivo inmediato de esas instalaciones fue la creación de zonas de trabajo-Arbeit macht frei. donde se moldearía un nuevo tipo de obrero: anónimo, marcado con un número, maltratado, hambriento, explotado al máximo y, llegado el momento apropiado, ejecutado de un modo industrial. Un experimento temprano con una nueva noción de igualdad, un nuevo concepto de democracia que todavía no osaba revelar su nombre. Hitler y sus secuaces soñaban con constituir una nueva raza: sí, ya lo eran, pero una raza de pragmáticos.

Bajo el rubro “democrático” se definen, hoy, multitud de regímenes en todos los continentes. Las consecuencias están a la vista. En lo que se suele denominar el “Occidente” y sus esferas de influencia, el impulso democratizador de mayor fuerza, y sus directivas, provienen de los Estados Unidos.

Aparte de las enormes contradicciones internas de ese Estado líder, un rasgo sobresaliente de su prédica actual es la división de la humanidad entre “buenos” y “malos” en función de raza, color y religión. Así, el Islam, coexistente con el mundo occidental durante casi catorce siglos, adquiere aspecto de enemigo ideológico.

Este destierre atópico se ha logrado, principalmente, mediante la implantación, en 1948, del Estado de Israel en  territorio palestino. Gracias a la puesta en práctica de ciertas ideas decimonónicas, y como consecuencia del atroz holocausto judío, se reconocen los “derechos históricos” de un pueblo, fundamentados en un libro sagrado. Hecho que abrió la caja de Pandora del mito utópico de los nacionalismos románticos. Para evitar ejemplos más cercanos, piénsese en los Balcanes.

¿Cómo puede ser histórico un derecho? Aparte de ser una abominación lógica, significaría la anulación del derecho en tanto derecho del ciudadano. Como una de las consecuencias del conflicto originado en Israel, los muros, ya no de Jericó, se levantan y caen, mientras la violencia se expande desde las torres de Manhattan a Chechenia y Bali, pasando por Madrid y Londres.

Todo esto se resolverá, según el poder en boga, readaptando nuestro concepto de democracia a las nuevas modalidades. Implica el uso unilateral de la fuerza militar y tecnológica, la absoluta impunidad de los más fuertes, el abandono de la conquista de antiguas libertades y derechos del individuo y, como corolario implícito, la destrucción mental y física de los adversarios: todos aquellos que no estén de acuerdo.

Un nuevo doctor Moreau actúa sobre nuestras absortas mentes, persiguiendo alguna regeneración monstruosa. ¿Cuándo nos privamos de la capacidad de defensa contra esta ruina? ¿Cuál es el nombre de esa bestia que se arrastra, disfrazada de proyecto, hacia la dominación total de la oscuridad? ¿Cuánto tiempo nos queda antes del consummatum est?

 

 

 

Creado, 16 de julio del 2006

Bengt Oldenburg (1927) nació en Helsinki e hizo sus estudios universitarios en Sociología e Historia del Arte en la École Pratique d'Hautes Études, sección V de la Sorbona. Ejerció el periodismo cultural y la crítica de arte durante veinte años en Buenos Aires, Argentina. Fue catedrático de Historia del Diseño en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Desde su llegada a España colaboró en revistas de arte como Lápiz, en el suplemento "Culturas" del extinguido Diario 16, para luego dedicarse de lleno al mundo editorial.

También de Bengt Oldenburg en este sitio: Bin Man Chú, Fu Laden, Antecedentes para un futuro inmediato y El libro de Salomón

 

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