Barcelona, 2017
Para los ojos de los
perros
que vendrán
Bengt Oldenburg
Un hombre está sentado, apoyado contra la
pared de un edificio donde antes funcionaba una gran tienda. Esta es la
Plaza Catalunya, al mediodía de un mes de agosto. El hombre, que debe
tener apenas cuarenta años, viste unos harapos que dejan ver sus brazos
y piernas, flacas y sucias. La rodilla derecha, que tiene doblada contra
su cuerpo, está parcialmente cubierta por unas tiras de tela blanca
cualquiera, a guisa de vendaje.
Se encuentra sentado sobre dos metros cuadrados de algo que puede haber
sido frazadas, alguna vez rosadas. Lo acompañan tres perros, extendidos
desde hace tres horas en un sueño sospechosamente alargado. El más
grande es un manto negro; los otros dos son chuchos, uno con algo de
perro de aguas; el más pequeño, casi pequinés. No parecen malnutridos.
Raramente, alguien le tira alguna moneda. Tampoco lo molestan los
vigilantes. El mendigo, por así llamarlo, desaparece de vez en cuando,
un breve rato, seguramente para ingerir o expulsar algo. Los perros
parecen carecer de cualquier función, salvo la de ser expuestos. Dos
horas después, ya no están allí. Deben haber cambiado de lugar, tal vez
asignado de antemano. Porque estos grupos de hombre y perros, raramente
mujeres, se encuentran en varios sitios del centro y de sus barrios, y
la inmensa mayoría no son espontáneos. Forman parte de una red
organizada.
La mayoría de estos perros llegan en camión desde Eslovaquia. La
documentación que los acompaña demuestra que son destinados a una
veterinaria, y pasan sin control posterior. Por suerte, porque son
veterinarias falsas. Aquí se trata de un negocio, de capital invertido y
cálculos de ganancias. Es obvio que su distribución a mendicantes, y las
retribuciones, deben de obedecer a una reglamentación estricta.
Quien no pertenece a ese comercio organizado, corre graves riesgos. Hace
poco, un sintecho de verdad, con sus dos perros compañeros, fue apaleado
por dos desconocidos. El agredido, que no quiso ser llevado al hospital
sin sus perros, murió de sus heridas. Se trata de una actividad ilícita,
a gran escala, cuyas consecuencias pueden implicar actos criminales.
Barcelona, 2017
Un antecedente ilustrativo, bajo la forma de una ópera y, luego, una
película, se dió en Berlín en la época de entreguerras. Se trata de
La ópera de los tres centavos, con libreto de Bertolt Brecht y
música de Kurt Weil, estrenada en 1928, y la película homónima, dirigida
por Georg Wilhelm Pabst.
El argumento se basa en la figura de Peachum, quien dirige a los
mendigos de Londres y, cada día, les asigna el rol que deben desempeñar:
ciego, inválido, débil mental, etc. Después de aventuras varias, ese
personaje se asocia al jefe de policía y a un banquero importante, para
poder expandir el negocio.
En este marco se inscribe lo que pasa actualmente con los perros en
Barcelona, y que forma parte de un proyecto ambicioso que, por supuesto,
no se limita a una ciudad o a un país. Se nota de un modo muy claro en
lo que pasa en barrios como, por ejemplo, el Raval o la Barceloneta.
Bajo la apariencia de una política tolerante, se instala un clima de
laissez faire, con intervenciones mínimas de las fuerzas del orden o
de cualquier otra autoridad.
Así florecen los llamados narcopisos y la prostitución, se multiplican
los robos y las peleas callejeras y se acumula la suciedad. Gritos y
desmanes de malvivientes y turistas de baja categoría, borrachos o no,
estorban las calles y las plazas que hieden a sus desechos orgánicos.
Así, paulatinamente, los vecinos que pueden emigran a otros barrios. Sus
pisos y locales son adquiridos por poderosos fondos, con frecuencia de
inversores extranjeros de los cuales muchos extraeuropeos.
La finalidad es disponer de un espacio donde, ahora sí, se expurgará a
todos los indeseables en aras de una gentrificación, que implica
revalorizar todo el espacio habitable o apto para el comercio. Allí
habrá ganancias espectaculares para los inversores y, claro, beneficios
para las autoridades que facilitaron tamaño negocio. Seguramente, dentro
de no poco tiempo, se pasearán por esas calles perros de raza de altiva
mirada.
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