La piratería
en el medio digital

Héctor A. Piccoli

 

 

Héctor Piccoli dirige Biblioteca eLe (editorial del libro electrónico), que ha editado el CD-ROM Freud Total
y prepara una edición de las obras completas de Góngora

 

 

 

Si desde el punto de vista histórico, o, si se quiere, antropológico-cultural, damos crédito a la tríada conceptual de Landow: «una cultura del manuscrito», «una cultura de la imprenta», «una cultura del hipertexto», podemos fácilmente ubicarnos en la transición entre la segunda y la tercera de las etapas mencionadas, y reflexionar, con cierto encuadre, sobre los problemas de esa transición.

Uno de ellos y no el menos grave es, para los que producimos contenido, el de la piratería, o si queremos despejar el fenómeno de toda connotación ‹moral› el de la mera posibilidad de la reproducción ilimitada e indiscriminada del material publicado. El fenómeno, como se sabe, ni comienza con la producción informática ni se reduce a  ella: hace años que grabadores magnetofónicos y reproductores-grabadores generalizaron la copia si bien con ciertas limitaciones de calidad de los títulos comerciales de audio; la misma máquina fotocopiadora permitió limitando sí el material duplicado a una función puramente instrumental la reproducción ‹ilegal› del libro impreso. (Esta práctica está tan generalizada, que en muchas instituciones oficiales de diversos países, se distribuyen fotocopias de obras que no son de dominio público.) Hoy podemos constatar que, con la probable excepción de ciertos rubros marginales, como el de los libros de texto en los países subdesarrollados, la industria editorial no se ha visto seriamente resentida por la fotocopia, como tampoco la discográfica por la duplicación de cassettes.

¿Ocurre lo mismo con la publicación digital? Evidentemente, no. La primera razón es obvia: aquí no se trata de copias degradadas; todo lo contrario, un software ‹craqueado›, una aplicación copiada de un CD industrial a un CD ‹quemado› en una máquina casera no ofrece en principio ninguna diferencia. Lo mismo vale para un CD grabado y copiado en el formato comercial de audio, y no cabe esperar otra cosa de la progresiva optimización de los formatos compactadores del tipo mp3. Los pormenores de la copia de vídeo no parecen tampoco cambiar en absoluto los términos de la cuestión...

El problema trasciende tanto de un mero prurito legalista, como de los argumentos nacidos de la delectación esquizoide con que muchos acumulan programas ‹ilegales› en sus ordenadores (por no hablar de la de aquéllos que más ridículos aún se sienten como una suerte de Robin Hoods informáticos luchando contra el ‹poder omnímodo› de MS y las grandes corporaciones, sólo porque copian o ‹rompen› cuanta aplicación se les cruza en el camino).

Lo que está en juego es muchísimo más grave: se trata, nada más y nada menos, que de la posibilidad misma de seguir creando y produciendo en la sociedad contemporánea. Una de las preguntas decisivas y más difíciles de responder en este momento histórico es la siguiente: ¿en qué medida las condiciones materiales actuales de la producción digital son necesarias? ¿Obedecen a una causalidad determinante del desarrollo tecnológico, o están más bien impuestas por motivaciones e intereses ocultos, que escapan a la comprensión inmediata?

Aparentemente, la piratería (o la proliferación ilimitada del material publicado) perjudicaría a todos por igual, desde las grandes corporaciones, pasando por las medianas y pequeñas empresas, hasta el autor aislado. Pero, ¿es en verdad así? La gente de mi edad (próxima al medio siglo), ha aprendido, y a veces muy dolorosamente, a desconfiar. O mejor, a considerar ciertos hechos de determinado modo, «hasta que se le demuestre lo contrario». En efecto, en esta época de extrema concentración del capital, de absoluta despersonalización del trabajo (el individuo no es ya sólo «explotado» en el sentido clásico, sino aun privado de identidad, es decir, desconstituido como sujeto, precisamente en la medida en que se lo priva de una relación estable con aquél), en esta época de soterramiento de la palabra, de pauperización del pensamiento, nivelación del gusto e imposición del consumo: ¿no resulta evidente que una democratización de los artefactos que permiten la reproducción gratuita e indiscriminada de los ‹títulos de propiedad intelectual›, al par que la falta de un hardware que coadyuve a frenar la piratería, lejos de favorecer la supuesta ‹libertad›, desembocarán inevitablemente en la ruina de todas las medianas y pequeñas empresas ni qué hablar del autor individual, y por lo tanto en una parálisis absoluta de la producción intelectual y artística, en una palabra, de la creación, fuera del ámbito de las grandes corporaciones (es decir, del poder)?

Reflexionar sobre esto es uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo.

Última versión:
3 de diciembre de 1999

 

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