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Sin faltar, por favor

El insulto como herramienta electoral

José Antonio Millán

 

Coda a 18 de octubre de 1999

Un país de burros y vacas

Según los resultados electorales aparecidos al día siguiente del escrutinio, el 40,08 de los ciudadanos se abstuvo de votar.

 

[Artículo aparecido en el contexto de la campaña para las elecciones autonómicas de Cataluña de octubre de 1999]

La reciente campaña del Consell Nacional de la Joventut de Catalunya, dirigida, aparentemente, contra la abstención juvenil, exhibe por una parte a un burro con la leyenda: "Tiene 18 años y no vota. 17 de octubre. Tú mismo", y por otro a una vaca, con la variante: "Tú misma".

Esta campaña es insultante. Para los jóvenes y para quienes no lo somos. Los animales utilizados son materia de insulto: no se ha usado un delfín y una gacela, por ejemplo. El mensaje es: los que no votan son burros o vacas, animales torpes.

Sin embargo, no votar es una opción válida y respetable, tan respetable como votar a éste o a aquel partido, o votar en blanco… Me explicaré: en la degradada situación de la democracia española (y de gran parte de la europea) el voto es un simple cheque en blanco para cuatro años de acción absolutamente al margen de la intervención de los ciudadanos. Las listas cerradas y la falta de contacto real entre los elegidos y sus representados convierten el voto en algo esquemático y ritual. El voto delega del todo la soberanía, y los representantes de los partidos hacen y deshacen, pactan y se separan a su antojo. Ya ni siquiera en tiempo de elecciones se presentan programas o compromisos mínimamente articulados.

Y en cuanto a la posible respuesta del ciudadano, la variación que cabe es mínima: votar a uno de los tres, cuatro o cinco partidos que realmente existen, emitir un voto inválido, y no votar. Fijémonos: frente a una acción política de increíble complejidad y matices, de la que depende sin duda nuestro futuro; frente al discurso local, europeo y mundial que se nos brinda constantemente; frente a una actividad que vemos cada día, el ciudadano, en el único de sus enunciados que realmente cuenta (el resto son pataleos, cartas al director, desahogos en la intimidad…), sólo tiene un puñado de respuestas telegráficas.

Amordazados, atados, acosados y culpabilizados, nos dicen, magnánimamente: "Ciudadano: he aquí tu oportunidad cuatrienal, la consulta esperada. Mira la situación de Europa, del mundo, el paro y lo que se nos viene encima. Y ahora: levanta una ceja, la otra, o las dos, guiña el ojo derecho, el izquierdo o ambos al tiempo. ¿Preparado? ¡Ya!".

Mi posición (y la de opciones políticas respetables, como tales: por ejemplo, el anarquismo) es que el silencio es una respuesta. Válida y legítima, tan válida y legítima como cualquiera de las otras. Ocurre, naturalmente que coincide con la respuesta de los despreocupados, de los que no quieren nada del sistema. ¿Y qué? Este es un sistema de consulta telegráfica: la decodificación del voto está sujeta a una hermeneútica complejísima (basta ver los análisis de los resultados, en los días posteriores). Uno puede no votar y coincidir con el joven pasota, del mismo modo que puede votar a CiU por acuerdo con Pujol y coincidir en ese voto con el que quiere castigar a Maragall, con el que quiere contener a ERC, o con la señora de mala vista y edad avanzada que se confundió de papeleta… ¿Qué quieren? Este un sistema torpe y tosco, y luego pasa lo que pasa…

En resumen, señores del Consell Nacional de la Joventut: si quieren exhortar al voto a los jóvenes, primero: no insulten; y luego, intenten quizás otros caminos: explíquenle a los jóvenes –si pueden– qué grado de participación en la vida pública ganarán votando.

Publicado en El País (Cataluña), el 13 de octubre de 1999

Última versión, octubre de 1999
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