Último kilómetro

Como otras muchas cosas, esta expresión nos viene del inglés, donde adopta la forma de last mile ("la última milla"). Al parecer aquí, en el último kilómetro, es donde se acumulan la mayor parte de los problemas de la sociedad digital.

Recapitulemos: estamos en un mundo terriblemente interconectado. Líneas terrestres, cables submarinos y conexiones vía satélite traen y llevan innumerables bits cada día, a velocidades de vértigo. Servidores repartidos por todo el mundo reciben y expelen los paquetes de datos que constituyen cualquier información digital (desde un archivo MP3 hasta un correo electrónico). Todo corre increíblemente... hasta que se acerca a nosotros.

El útimo kilómetro --naturalmente, la distancia es simbólica-- es el que separa al consumidor final (usted y yo) de su servidor de acceso a la red. Puede tratarse, por ejemplo, de la línea telefónica. Y entonces ese último kilómetro tiene algunas características muy curiosas: en primer lugar, en nuestro país pertenece en régimen de exclusividad al antiguo monopolio de telefonía, la Telefónica. En segundo lugar, esa línea no había sido diseñada para acarrear datos, sino voz.

Si hablamos de servicios de acceso por cable, como el que ya se está creando en distintas ciudades españolas, el proveedor cableará las calles principales, y de nuevo el salto hasta nuestro piso concreto será el principal problema... Puede que nuestra comunidad de vecinos se tenga que unir para hacer un acceso. Pero si vivimos en un pueblo o capital sin cablear, el último kilómetro pueden ser varios cientos...

Y si, salvando todos estos problemas, hemos hecho una compra de un libro, un disco, o cualquier objeto por la red, la empresa proveedora probablemente tenga excelentes almacenes repletos de todo tipo de mercancías, pero de nuevo el problema será hacernos lo llegar: otra vez el último kilómetro, nuestro particular último kilómetro, interpuesto entre nosotros y el paraíso digital...