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Joaquín Rodríguez

La edición (electrónica) y la libido (scientifica)

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Para ser premio Nobel es conveniente no confundir el copyright –el reconocimiento público y general de la propiedad intelectual o artística sobre una determinada obra o producto– con el derecho a ser reconocido por los pares –la valoración positiva de los iguales, la estimación del círculo restringido de los conocedores, la consideración del limitado y selecto grupo de los especialistas en la materia tratada–. El primer derecho genera, sobre todo, dinero y visibilidad pública; el segundo derecho engendra prestigio intelectual, honores académicos y capital simbólico, es decir, el reconocimiento de singularidad que los pares conceden. Para ser premio Nobel parece evidente, por tanto, que conviene cultivar más la celosa sanción de los semejantes que la distante confirmación administrativa, y ese asentimiento de los iguales se consigue, sobre todo, gracias a una curiosa mezcla de desinterés –la insumisión de la lógica del descubrimiento científico a demandas externas o ajenas a la propia lógica del descubrimiento– e interés –por la propagación del contenido de lo descubierto o lo investigado entre el restrictivo grupo de los expertos y los especialistas–.

Según Bourdieu (que alguien edite ya, por favor, Science de la science et réflexivité) la existencia misma del campo científico depende de tres aspectos íntimamente ligados: la limitación del derecho de entrada asociada a la elevación y especialización de los conocimientos requeridos, a la disposición de un capital científico específico que sólo se adquiere mediante el conocimiento de la propia tradición científica; la transformación de cualquier aspiración o impulso, de la libido dominandi, en libido scientifica, en la ambición y el empeño por avanzar en el conocimiento científico de la realidad dirimiendo las diferencias mediante la razón y el sometimiento al juicio de los pares; y, por último, la profunda convicción llevada a la práctica de que sólo el desinterés –afirmando la independencia radical de la investigación científica respecto a intereses heterónimos y ajenos al campo y abogando por la difusión y uso igualitario del conocimiento y los productos de la ciencia puede a la larga engendrar interés (forma de acumulación del capital simbólico bien conocida en antropología).

Pues bien: si uno pretendiera ser premio Nobel de algo y tuviera Internet a mano y pudiera prescindir, en consecuencia, de la intermediación de los editores para hacer circular las ideas y los descubrimientos científicos cumpliendo, con ello, el mandato implícito propio del campo científico, no habría lugar a dudas sobre el procedimiento a seguir. Al fin y al cabo, Internet devuelve el mango de la sartén –como nos recuerda la carta abierta de la Public Library of Science www.publiclibraryofscience.org– a los que la habían dejado de tener porque las complicaciones de la puesta en página y, sobre todo, de la difusión, requerían de profesionales especializados que se hicieran cargo de ello. Cuando las herramientas de edición y las propiedades del soporte permiten que uno controle tanto la generación de los contenidos como su difusión, no parece que la edición, tal como la entendíamos hasta ahora mismo, tenga un futuro muy alentador por delante. Tanto es así que las editoriales tradicionales que vivían (aún lo intentan) de la edición científica, a falta de mejores ideas y ante la evidencia de que la alianza de la libido scientifica y la edición electrónica es imparable, se dedican a la aplicación indiscriminada de políticas abusivas y restrictivas –cómpreme usted toda una base de datos y cuidado que le controlo el número de accesos y las veces que intenta copiar un artículo y enviárselo a alguien interesado–, a ver si cuela. Algo así como intentar empaquetar o embotellar el aire e intentar venderlo a quienes lo respiran libremente advirtiendo, además, que el compartir una botella de aire comprimido es delito que contraviene el breatheright.

¿Qué es lo que impide a los científicos y a sus comunidades caer en la cuenta, sin embargo, de esta obviedad? La pregunta no es gratuita y desmontar ciertas inercias y apegos a formas de consumo y difusión requiere de iniciativas poderosas y globales que alteren la percepción de las cosas: la ya mencionada Public Library of Science es una iniciativa de científicos para científicos que pretende, sobre todo, crear conciencia de la propia autonomía e independencia, que apela, por tanto, a los principios fundamentales y constitutivos del campo científico. La Budapest Open Access Initiative, por su parte (www.soros.org/openaccess/read.shtml), propone el acceso universal y sin restricciones al contenido de las publicaciones científicas y la creación, también, de archivos de prepublicaciones o trabajos en curso sujetos a críticas y revisiones, todo ello financiado y auspiciado por mecenas que en este caso pretenden que la globalización contribuya a la generalización del acceso al conocimiento –loable si contribuye a la expansión del campo científico y a reforzar sus leyes intrínsecas y no se le pasa por la cabeza pedir algo a cambio.

Existen, claro, resistencias de otra índole que tampoco son menores, pero en absoluto irreducibles: ciertos sectores conservadores dentro de ciertas especialidades científicas pueden percibir esta apertura como un riesgo para la posición de poder que ocupan, porque no debemos olvidar que en la ciencia se lucha por imponer el reconocimiento de una determinada forma de conocimiento, aunque eso se haga, inevitablemente, sublimando la libido dominandi en libido sciendi siguiendo los preceptos del campo científico. De esa forma, los comités científicos y de redacción de determinadas y prestigiosas revistas científicas pueden pensar con razón que la facilidad y fluidez de la difusión de los contenidos altera el equilibrio preestablecido, pero poner puertas al campo nunca ha sido un buen negocio. Además, nadie ha dicho que en una revista científica cuyo soporte sea digital y se distribuya a través de Internet no se vaya a necesitar un comité prestigioso versado en la materia de que se trate. Otra cosa será de qué manera discriminar y atribuir valor al aluvión de publicaciones que puedan surgir.

Hay, también, cómo no, un apego al papel, a lo que su materialidad tiene de garante de la estabilidad y calidad de lo editado (que alguien llame la atención, por favor, sobre La vida social de la información, editado sin pena ni gloria en España). El papel del papel no es sólo el de absorber la tinta sino, más bien, el de proporcionar consistencia, valor y realidad a los contenidos, porque así lo han querido algunas sociedades, y esa tradición de siglos no se olvida así como así –en algunos casos, no conviene ni que se olvide-. En todo caso, la naturaleza misma de la información científica –en rápida y constante transformación, fugaz en buena medida- y de las comunidades científicas que la tratan y manipulan –construyen sobre el rescoldo de lo que se conoce-, hacen del papel algo enteramente prescindible.

¿Y qué le queda por hacer entonces a la editoriales comerciales? No es cuestión de ocultar datos en beneficio de una tesis que pretenda verificarse a toda costa: Reed Elsevier (http://www.reedelsevier.com), según publica la revista Forbes Global en su número de 11 de noviembre de 2002, alcanzó una facturación mediante la venta de revistas y artículos científicos a través de la red de 1,5 billones de dólares. La propia magnitud de la cifra nos habla, claro, de la dimensión del negocio, de la extensión del debate y de la sensación de despojo de los científicos militantes. Kluwer Online (www.kluweronline.com), la división digital de Kluwer Academic Publishers, anuncia en su último boletín de noticias (www.wkap.nl/prod/a/newsaboutkluwer) que el Dr. Kart Wüthrich, editor jefe de la revista Journal of Biomolecular NMR publicada y distribuida exclusivamente a través de Kluwer Online, ha obtenido el Premio Nobel de Química del año 2002, de manera que es cierto que los caminos del Nobel son innumerables y que no siempre es el más recto el que conduce a la misma recompensa.

La tangible e innegable realidad anterior no debe ocultar, sin embargo, la pregunta que sigue flotando en el aire: ¿durante cuánto tiempo seguirán las cosas así cuando Internet ofrece una posibilidad de reapropiación incontestable? Pues bien, tanto la Budapest Open Access Initiative como la Public Library of Science abogan por una especie de periodo de transición en el que se busquen fórmulas de viabilidad económica para las empresas editoriales comerciales que vayan a perder el cuasi monopolio del que gozaban, pero todo eso suena, más bien, a la música de fondo de unos grandes almacenes que nos va distrayendo mientras vamos a lo nuestro: ni el valor añadido que potencialmente pudieran sumar las editoriales comerciales a los productos científicos es algo que ya no puedan hacer las propias comunidades científicas (comparen, si no, las interesantes iniciativas que proponen Safari Books www.safaribooksonline.com y Science Direct www.sciencedirect.com de Reed Elsevier, con la que propone la Public Library y lo que ya funciona en páginas públicas como las del Online Journal Publishing Service del American Institute of Physics http://ojps.aip.org y la Nacional Academy Press (www.nap.edu) basada en la búsqueda de contenidos concretos en multitud de publicaciones), ni prestar seis meses los contenidos a las editoriales para que los comercialicen y distribuyan con la condición de que a su vencimiento los hagan accesibles parece que sea otra cosa que una cuestión de tiempo (hoy seis meses, mañana dos y al otro ninguno).

Cuando la libido se exalta y encuentra, además, el medio a través del que alcanzar el objeto de su deseo, lo mejor que uno puede hacer, como ya demostrara Almodóvar, es someterse a sus leyes.

© 2002, 2003 Joaquín Rodríguez

Creación: enero del 2002

 

Sobre el autor

Sobre la Public Library of Science, en estas mismas páginas: La revuelta de los científicos
Sobre la Budapest Open Access Initiative, en estas mismas páginas: Edición científica y difusión libre

 

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