Kant y el ornitorrinco

Umberto Eco se interroga sobre el significado de las cosas usando la zoología decimonónica o el habla de los pitufos

José Antonio Millán

 

Umberto Eco
Kant y el ornitorrinco
Traducción de Helena Lozano Miralles
Lumen. Barcelona. 1999. 488 págs.

Equiana

La búsqueda de la lengua perfecta
Segundo diario mínimo
Kant y el ornitorrinco
El péndulo de Foucault

 

El último libro de Eco reúne en portada un monosílabo y un pentasílabo; respectivamente, un gran pensador y un bicho bastante raro. Y el efecto es no menos sorprendente: que los suplementos de libros de todo el mundo reseñen un libro de semiótica dura. Porque este ha sido el logro de Eco: sacar del gueto a la ciencia del por qué las cosas y las palabras significan como significan.

Ese es el tema de Eco: de sus artículos periodísticos que podríamos denominar de semiótica light, a sus famosas novelas, su Tratado de semiótica general del que este Kant… es continuación y sus libros de ensayo. Unos están destinados al lector común, y otros a especialistas, como este mismo Kant… Pero todos, desde las andanzas de Guillermo de Baskerville a las críticas a Peirce, están animados del deseo de entender los mecanismos de significación del mundo, siempre en la idea de que hay que atender a lo que dijeron los antiguos, para no perder el tiempo pensando algo que tal vez ya fue pensado.

Kant nunca encontró un ornitorrinco, ni pudo escribir sobre él, entre otras razones porque el filósofo publicó su última obra en 1798 y el primer ejemplar disecado del extraño animal llegó a Europa en 1799. Pero así es la lengua: la conjunción y puede ligar dos objetos tan incongruentes para crear todo un mundo, que es el que Eco explorará. ¿Qué habría pensado Kant, de haber conocido al ornitorrinco? ¿Dónde habría clasificado a este ser cuyas crías maman y nacen de un huevo, que tiene pico de pato y cola de castor? De hecho, ¿cómo llegamos a conocer algo que no hemos visto nunca? Y a propósito: ¿cómo conocemos lo que creemos conocer? Sabemos qué es un gato, aunque no hayamos visto a todos los gatos… Pero también sabemos qué es un armadillo, sin haber visto ninguno. Y lo que es más complicado sabemos de Napoleón (a quien no pudimos conocer), y de Don Quijote o Hamlet (que nunca existieron), pero también conocemos al triángulo y a la raíz cuadrada…

Como se ve, basta escarbar un poco para entrar en un vértigo metafísico, pero Eco no nos dejará despeñarnos por él, sino que nos irá llevando de la mano a la comprensión profunda de algo al tiempo tan misterioso y tan cotidiano como es el conocimiento y la comunicación.

He dicho que el diálogo con los predecesores forma parte del método equiano (¿ecoso?, ¿ecuestre?): el libro se desarrolla en una auténtica "conversación con los difuntos" (como habría dicho Quevedo, de haber leído a Eco). Por supuesto, se nos pone en contacto con el pensamiento de los pensadores antiguos, pero hay algo más: una patente familiaridad del autor con ellos que, unida a su desenvoltura, lleva a párrafos deliciosos, como éste sobre el choque del ornitorrinco con la clasificación zoológica vigente: "En un cierto sentido, en esta historia el embarazo sería mayor para Aristóteles que para Kant y los cognitivistas contemporáneos" (pág. 172).

Otro factor que contribuye a la vitalidad de la obra es la presencia constante del punto de vista llamado técnicamente folk, o popular, que en definitiva, no es sino el sentido común. Ausente muchas veces de las tortuosas indagaciones filosóficas, conviene sin embargo tenerlo muy en cuenta como aquí hace Eco, aunque no sea más que por el hecho patente de que los seres normales se comunican bastante bien y comprenden aceptablemente el mundo. Y eso, comprender cómo se comprende el mundo, es el propósito de este bello (aunque quizá minoritario) libro.

Y todo servirá para ese fin: el inmisericorde interrogatorio a un niño de cuatro años: "¿Qué es un pie?", el análisis de un número de teatro de revista, la correspondencia de naturalistas del XIX, el habla de los pitufos o el diálogo con Kant o con Marco Polo. No hay concepto autoevidente, no hay nada dado: todo se negocia, se pacta entre el hablante, la Comunidad y la gozosa estructura del mundo. Porque, bien pensado: ¿qué es un pie?

[Publicado en El País, en mayo de 1999]

 

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