En el comienzo era el rumor


Roberto Blatt

 

Este artículo apareció formando parte de la recopilación "Para poder pensar", publicado en la Revista de Occidente (Madrid), en marzo del 2001, que presentaba el siguiente

Índice

“Para poder pensar. Encuentro, creación y transmisión en la Red”, por José Antonio Millán.

“Cómo podríamos pensar”, por Vannevar Bush

“En el comienzo era el rumor”, por Roberto Blatt

“¿Muerte o transfiguración del lector?”, por Roger Chartier

“La Web como memoria organizada: el hipocampo colectivo de la red”, por Javier Candeira

Sobre los autores

1. “El espíritu, no la letra”

 

En el Monte Sinaí Dios inscribió con llamaradas rojas y azules el texto del Decálogo sobre unas tablas de piedra. Cuando Moisés bajó con ellas hasta el pie de la montaña, donde acampaban los hebreos, los encontró adorando al Becerro de Oro. De inmediato destrozó las tablas golpeándolas contra una roca… (¿bits and pieces?). Según una interpretación rabínica, Moisés quiso demostrar el absurdo de adorar un objeto producido por manos humanas, cuando ni siquiera un texto escrito por el propio Dios es, en sí mismo, sagrado. Cuando volvió a subir al monte para recibir por segunda vez las Tablas de la Ley, Dios le dijo: “¡Escribe tú!”, despojando de antemano al texto material de toda connotación divina y, por ende, de toda tentación idólatra.[1]

Posteriormente,  Dios convocó al pueblo frente al monte, en el desierto y habló. “El Señor dijo y la gente vio”, “Habló con cada uno en el oído, y cada cual comprendió, según su entendimiento…” Un mensaje etéreo, público y privado a la vez, que se extiende por la comunidad, como un rumor.

Y no por casualidad el sentido original de la palabra griega “mythos” engloba palabra, relato, historia, rumor…

  

 

Comunicación es lenguaje en plena acción. No se trata, estrictamente, de transmitir contenidos de un recipiente a otro, de una mente a otra. Wittgenstein ha enseñado que el contenido de las cajitas o pantallas mentales privadas, de ser tales, no es lo relevante para la comunicación, sino el “juego de lenguaje”: cuando acordamos que ése es un árbol, es precisamente el acuerdo lo que cuenta, no la comparación de dos imágenes mentales. Significa constituir una red que otorga un significado adaptable a todas y cada una de sus partes en movimiento. Lo verdaderamente singular es intransferible.

Y los soportes de la comunicación son, esencialmente, soportes de la memoria pública, recordatoria de prácticas comunes. Signos arbitrarios estampados, grabados o pintados sobre tablillas, papiro, papel o exhibidos en pantallas evocan, sin describirlos, objetos de la memoria, actos referidos a otros actos.

La escritura inca se servía de los kipus, verdaderos nudos recordatorios similares a los que suelen anudarse las personas olvidadizas en torno a un dedo. Por su naturaleza radicalmente ajena a lo que  evoca, el kipu es un ejemplo perfecto de soporte de comunicación; el emparejamiento condicionado de dos acciones distintas mediadas por la memoria.[2]

  

La comunicación es esencialmente oral: palabras en vilo, a la expectativa más que improbable de ser recogidas, como frutos en el desierto por el viajero, como la “rosa de Jericó”, una planta vagabunda, que mantiene una vida latente hasta treinta años para revivir con la primera lluvia y asentarse. Casi siempre acto fallido, la comunicación es movimientos a tientas, trial & error, invitación a prácticas compartidas, a juegos de resultado imprevisible, incluso inverosímil.

Los soportes de la comunicación, la escritura ante todo, nacen como tecnologías de amplificación de la oralidad.

En un comienzo, sólo se utilizaban códigos gestuales, ni siquiera sonoros; las “manos negativas”, como denominan los antropólogos a esas palmas estampadas sobre las paredes de cavernas habitadas durante la Edad de Piedra, aparentemente un catálogo de señas utilizadas por los cazadores para comunicarse mientras acechaban a sus presas, agazapados en silencio….

En contra de lo que pudo pensarse, los primeros textos estaban efectivamente concebidos para extender el ámbito de la conversación directa, a saber, exhortaciones, libros de cuentas, balances, recibos; una telecomunicación, para nosotros, insoportablemente lenta. Las “grandes y eternas verdades”, no se confiaban a la falsa durabilidad de la escritura, sino más bien a la transmisión oral y directa de generación en generación.

Lo eterno requiere alimentación puntualmente continua; no puede congelarse en códigos de geometría variable. La eternidad se cultivaba de rito en rito, de actividad en actividad, inscritos en ciclos diarios, semanales, mensuales, anuales; la luna y el sol siendo los referentes más fiables de la continuidad, del “eterno retorno”, esa técnica mediante la cual buscamos someter a la radical variedad de lo real para que cumpla con una regularidad predecible.

 

 

La tradición bíblica, iniciada en Súmer, aparece como el proyecto más espectacular y sostenido de expansión del ámbito oral mediante la escritura. Combinado, claro está, con el desarrollo urbano y el consiguiente crecimiento de las comunidades. Aún así, el dimensionamiento de la ciudad continuó durante mucho tiempo rigiéndose por un criterio de eficiencia de la comunicación oral: según Aristóteles el diámetro de la ciudad no debía superar la distancia desde la que pudiera oírse una llamada. Las necesidades contables crecientemente complejas, incidieron más en la gestación de la escritura que la voluntad de extender el diálogo directo.

Posteriormente, la escritura fue concebida como apoyo para la narración y discusión públicas. La persistencia del sentido se garantizaba gracias a la frecuente repetición de la lectura comentada, ya que no se asumía que la significación estuviera contenida dentro del propio texto.

En ocasión del Día del Perdón, el Sumo Sacerdote del Templo de Jerusalén terminaba su arenga recordándole al público presente que sus palabras contenían más que lo que él decía. Incluso en la comunicación oral, con todo su bagaje de inmediatez, gestualidad, contextualidad, ausentes en la escritura, destaca también lo no dicho del decir.

El margen permanentemente abierto de interpretación del lenguaje   explica por qué, para los antiguos, la profecía era la reina de las artes. Toda expresión, toda palabra es un oráculo, una formulación ambigua con una mágica proyección que se extiende desde el pasado mítico hasta un futuro quimérico o mesiánico.

Cuanto más asociada, anudada, la palabra a una práctica viva, más transparente es su significado actual. Ante la duda, se solía consultar a una autoridad, un referente reconocido formal o informalmente por la comunidad por ser el depositario de la memoria colectiva, o bien se le atribuía una interpretación a una autoridad lejana en el tiempo o en el espacio.

Curiosamente, en el mundo antiguo, los grandes maestros no abundaban en la escritura. Ni la mayoría de los profetas bíblicos, ni Confucio, ni el propio Jesús, escribieron, al parecer, una sola línea. La escritura solía citar o atribuir un decir fundamental de otros. La opinión original, personal, era irrelevante por puntual, circunstancial, contingente, excepto cuando estaba redimida por la cita. Podría decirse que la escritura aportaba pistas, nudos recordatorios, a una oralidad ausente, truncada, inaccesible, pero tanto más valiosa.

Diríase que el patrimonio humano trasmitido a través del tiempo, ha sido el resultado de una inestable y fortuita ecuación de memoria-olvido, un cruce entre Funes, el memorioso y Pierre Menard, autor del Quijote.

  

 

Dos eventos dramáticos, separados por casi cuatro siglos, pudieron haber tenido un efecto demoledor sobre la evolución de la comunicación oral. El primero fue el surgimiento y posterior derrumbe del imperio alejandrino, que dejó un vacío enorme en el mundo mediterráneo oriental, inició la decadencia de las tradiciones autóctonas y de sus diferentes versiones del Estado-Templo surgido en Mesopotamia. Introdujo una lengua franca extranjera, el griego, y un orden político y social que se superpuso, sin sustituirlas del todo, sobre las formas de vida locales. En una palabra, el griego se convirtió en la lengua de una casta dirigente alienada de la masa popular con la que estableció una relación colonial.Esa lengua adoptó en el Cercano Oriente un carácter oficial, formalista y relativamente abstracto, carente de un centro de referencia concreto, con la posible excepción de Alejandría. La literatura griega de la época tendió a repetir modelos y motivos del pasado y de otras latitudes, carentes de equivalentes inmediatos; en cierto sentido, fue una lengua viva describiendo una realidad extinguida. El relativo convencionalismo de esta lengua sin un contexto presente, favoreció el papel de una escritura autocontenida, ensimismada y evocadora de un pasado alimentado por la fantasía y la convencionalidad.

El segundo evento crítico fue la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70 DC. La última versión del Estado-Templo nacido en Súmer hacía mas de tres milenios, fue arrasada por las legiones romanas de Vespasiano y Tito. El trauma, mayúsculo, fue interpretado por muchos como segura señal del fin del mundo. Dos grandes movimientos nacieron de este cataclismo. Ante la pérdida de la institución monárquico-sacerdotal y la creciente mezcla de comunidades debida a movimientos de población provocados por las secuelas del orden post-alejandrino, a comienzos de los años 70, San Marcos compuso su evangelio en el que presentaba por vez primera la vida de una figura heroico-divina: Jesús el Cristo de la Pasión, posiblemente inspirada vagamente en la figura de Alejandro Magno, que se consideró hijo del dios Amón. Esto se agregaba a la idea de un Reino de Dios cosmopolita, ya surgida en los años 30 y 40 del siglo; tal vez una versión idealizada del desmembrado imperio alejandrino. Durante los años 50, San Pablo ya había introducido un enfoque universal del discurso bíblico en guisa de una Nueva Alianza abierta a todos, y en especial a los paganos, de acuerdo a una versión griega  del Antiguo Testamento, la Septuaginta (una edición per export de la Biblia encargada por la dinastía ptolemaica egipcia).

Una particularidad decisiva de este planteamiento fue la fijación escrita de la doctrina y de su unicidad significativa en un canon. Una única Verdad, independiente de todo contexto local, plasmada en la Buena Nueva, una  noticia de ruptura con la tradición, “Vuestros padres dijeron... pero yo digo” (Mateo, 5:21-22), por lo que su contenido tenía ahora que sostenerse por sí solo. Como eso es imposible, San Pedro fue ungido como fundador de un linaje de autoridad con prerrogativas exclusivas de interpretación. Este linaje establece con las diferentes comunidades una relación colonial, es decir, exterior, similar a la que los asentamientos griegos ­cleros­   habían establecido con las comunidades locales de Asia Menor tres siglos antes. El Antiguo Testamento se leyó desde entonces, retroactivamente, desde el Nuevo, cerrando el paso a la gran variedad de interpretaciones que de aquél se difundían.

Por otra parte, los sectores más ortodoxos y hebraicos de Israel, se aglutinaron en torno a Rabí Akiva en Yavne e intentaron preservar ­en torno a una Biblia igualmente canonizada, seleccionada de entre la profusa literatura judía de la época­, la continuidad virtual del Estado-Templo, sin santuario, sin rey, y pronto sin tierra, en la dispersión de la diáspora. En lugar de un Mesías portador de una Verdad absoluta y revelada, Rabí Akiva estableció una serie de reglas de interpretación prácticas del texto bíblico que servirían de referencia durante casi dos milenios. A un texto absoluto correspondió una interpretación abierta, fórmula ésta que encuentra un sorprendente eco en la sentencia de Wittgenstein, según la cual “una regla es arbitraria, pero su aplicación no lo es”. Arbitraria o absoluta, que es decir lo mismo, una regla cobra sentido en su aplicación, no contiene en sí misma sus instrucciones de uso.

Mientras que la versión cristiana de la tradición bíblica sobrevivió adoptando una idea nueva, la de una única comunidad universal, o humanidad; la judía, por su parte, buscó asegurar la persistencia de una única comunidad particular dentro de un mundo global, extra-territorial.

Es interesante que la primera consigue un desquite histórico, ya profetizada por el libro de Baruc, curiosamente excluido del canon judío: “…El enemigo te ha perseguido, pero pronto verás su perdición, y pondrás tu pie sobre su cuello [...] Pues así como [Roma] se alegró en tu ruina y se regocijó en tu caída, así habrá de entristecerse de su propia soledad”  (Baruc 4:25,33). Efectivamente, los cristianos, producto del desastre del Segundo Semplo, se apropiarán a su debido tiempo, del imperio responsable de su cataclismo fundacional.

La ruptura de la tradición bíblica en sus dos nuevas manifestaciones en el exilio, tuvo grandes consecuencias en cuanto a los respectivos sistemas de comunicación que instauraron. El judaísmo rabínico, o “tradición oral”, como se denominó a sí mismo, expandió el esquema sinagogal (de “sinagoga”, comunidad) que ya se había esbozado en el período inmediatamente anterior a la destrucción del templo. Fue en este entorno donde surgió la figura de Jesús, el predicador de la primera época en Nazareth y en Cafarnaum, aún no Jesucristo. La progresiva decadencia del Templo y su clase sacerdotal, la intensificación de una corriente profética informal, opuesta a los desmanes de reyes y sacerdotes, los encuentros de grupos locales en las sinagogas y, finalmente, la dispersión, generaron una nueva red de comunicación, al margen de la transmisión convencional del saber por medio de escribas institucionales.  La profecía planteaba nuevas estrategias comunitarias, sobre todo una proyección mesiánica de un pueblo a la deriva, y en la sinagoga la drashá u homilía, reinterpretaba de forma actualizada las prescripciones del texto bíblico.

Una vez desaparecida la referencia del Templo, la comunicación judía se centró en una continua recopilación de interpretaciones “autorizadas” de su Biblia, espontáneamente seleccionadas por las propias comunidades, en torno a las sinagogas. Si bien al texto del Canon se lo juzga absoluto, sagrado y completo –olvidando que había sido recopilado recientemente por unos pocos sabios, de forma que a menudo se nos antoja arbitraria: ¿por qué  se incluyó el Cantar de los Cantares y no el Libro de Ben Sirá?– se lo considera vacío de significación sin el corpus de la interpretación rabínica. Aunque estas recopilaciones de los debates en torno a la Biblia, fueron recogidas por escrito –Misná, Talmud de Jerusalén, Talmud de Babilonia, Rashi, Maimónides, etc.– la transmisión de su variopinto y a menudo contradictorio contenido siguió dependiendo del estudio con un maestro exegeta. Es decir, estos textos conservan un componente oral aleatorio, y por ello, a pesar de estar publicados, son libros en cierta medida herméticos, o incluso, secretos…

Apartada de una forma de vida única y concreta, institucional, y de jerarquías formales universalmente reconocidas; dispersa y asociada en gran parte a una actividad mayoritariamente ritual y doméstica, esta tradición produjo incontables corrientes de interpretación difusa, múltiples itinerarios para una travesía perpetua por el desierto del exilio, en pos de una esquiva, huidiza, redención.

  

 

La estrategia del cristianismo ha sido la inversa. Una única verdad universal y homologada, difundida primero activamente por los apóstoles (trascendentalmente inspirados por La Divina Providencia), y luego asentada por la novedad de la conversión evangélica.

La ecclesia (también “comunidad”) se erigió en institución única, depositaria del mensaje contenido en la Biblia, oralidad congelada, eco de un libro durante siglos prohibido para el común de los feligreses.

Por una parte, un texto conocido por todos, pero de significación desconocida, o por lo menos indeterminada; por la otra, un mensaje absoluto, sostenido por un texto mantenido en secreto.

Cristianismo y judaísmo, herederos de la tradición bíblica, establecieron un modelo de control/descontrol de la comunicación en Occidente, conviviendo como centro y periferia.

El libro, metáfora del saber perdurable, o de la reinterpretación perpetua de ese saber, se erige en el centro de un mundo extraterritorial, para unos por ser universal, y por los otros por evocar, desde el exilio, una realidad perdida.

Con el tiempo un pensamiento laico, la Ilustración, disputó la primacía de la doctrina religiosa, y esa batalla, igualmente universal y extraterritorial, también se desarrolló sobre el campo de batalla de la escritura, inspirada esta vez por la búsqueda de una nueva verdad revelada: la de la Razón.

 

 

El descubrimiento de las Indias Occidentales (en sí mismo un ejemplo de aberración del lenguaje, considerando que no se trataba de la India, y de que sus mal llamados “indios” ya se habían descubierto a sí mismos), aportó una de las más sugerentes ilustraciones del choque entre una modernidad fundada en la escritura y formas de vida “arcaicas” asentadas en la oralidad.

Según el Inca Garcilaso las fuerzas de Pizarro estaban concentradas frente al despliegue del ejército de Atahualpa.  El Padre Valverde se adelantó desde las filas españolas y se dirigió hacia el Inca con un libro en la mano.

“Este es el mensaje del Dios verdadero”, le dijo.

Atahualpa cogió el libro, lo acercó a su oreja, escuchó atentamente durante unos segundos, como si fuera una concha marina, y finalmente tiró, decepcionado, el ejemplar al suelo.  “No oigo nada”,  sentenció.

Valverde se volvió hacia los suyos exclamando:  “¡Este es un enemigo de Dios! ¡En nombre de la fe, atacadles!”

 

  

2. A bit of something

 

Leonardo Sciascia diferenciaba entre dos estrategias de control ideológico. Una de ellas actúa por inclusión, es decir, convirtiendo a la humanidad entera  en sujetos de un solo plan maestro, otra lo hace por exclusión, es decir, extirpando de entre los miembros de la humanidad a aquellos individuos o grupos superfluos, ajenos, inferiores, o contaminados por ideas enfermizas.

Comunismo y nazismo representaron respectivamente, en el siglo XX, los extremos paroxísticos de estos dos modelos.

Cada uno de ellos tuvo su libro de referencia y su clase sacerdotal, exclusivamente autorizada para definir el pensamiento único que pretendidamente esos libros señalaban unívocamente. A diferencia del Mein Kampf, una gran parte de la literatura marxista fue y es de una riqueza y variedad incontestables. La perversión de las nociones marxianas de realización personal dentro de la comunidad y de los peligros de la alienación de esa realización, demuestra, por el contrario, el peso que tuvo la interpretación intencionada y, sobre todo, la fuerza insuficiente del texto literal.

Una vez finalizada la II Guerra Mundial, la Guerra Fría fue el extremo del enfrentamiento por el control, concreto, literal, definitivo y total del espacio humano. Y desde la óptica del progreso sostenido, a éste se le subordinaba también, nada menos que la naturaleza terrestre y el espacio sideral, la última frontera del delirio colonial.

En este entorno, y desde la perspectiva de un post-Armaggedon, surgió Internet. Ideada por las autoridades militares americanas para conservar el control en el muy probable caso de colapso de las comunicaciones como resultado de una conflagración nuclear, nació un sistema de comunicaciones prácticamente incontrolable.

La paradoja es sólo aparente: frecuentemente la vocación absoluta de control, genera su propio antídoto. Así la tradición bíblica que generó una versión cristiana del control universal, se desdobló también en la versión rabínica, fomentando una  casuística descontrolada.

Según el Coloquio de los Doce, recogido en lengua nahuátl por los primeros franciscanos llegados a México para evangelizar a los indígenas, éstos se quejaban de que el reduccionismo doctrinario que los curas utilizaban para convertirlos a una verdad única que les era completamente ajena, forzaba, a causa de su extremo literalismo, la “ruptura “ del lenguaje:

 

Entra su reino,
entra en nuestras almas el Verdadero Dios.
Marchita está la vida
Y muerto el corazón de sus flores,
Los que lo estiran todo hasta romperlo,
Dañan y chupan las flores de los otros...
No hay verdad en la palabra de los extranjeros.

[traducción de López Portilllo]

 

La formulación absoluta está condenada a la insensatez.

La implantación de los grandes ordenadores en los años sesenta, finalmente pareció aportar la herramienta definitiva de control. Sin embargo, seguidamente la proliferación de los ordenadores personales y, eventualmente el libre acceso  a una multitud de hosts globales, sugiere la tendencia contraria. En ciertos aspectos incluso, se perciben, desde la más futurista tecnología de la comunicación, ciertas características que evocan a las desaparecidas comunidades orales arcaicas.

Además de la pretendida literalidad de la escritura, o los linajes de autoridad auto-ungidos para interpretarla, las doctrinas de control siempre se han amparado en un concepto riguroso de la identidad. Si el ideal social es la institución formal, venida, como el cleros alejandrino desde fuera, en sustitución de la comunidad tradicional, sus miembros también son estandarizados como feligreses, ciudadanos, consumidores racionales o meros sujetos personales, inspirados también ellos en un ideal trascendental, definido por la doctrina de turno.

La identidad dura, esencial, esa que está más allá del hacer y las circunstancias de los individuos, no se concebía en las sociedades de comunicación oral. El individuo como obra de arte, o bien como una “estación de relevo” activa dentro de la corriente de la memoria comunitaria, se veía como parte autónoma dentro de un organismo. A diferencia de la identidad marcada por unos atributos fijos, una territorialidad corporal y una adscripción tribal, el individuo premoderno cruzaba con facilidad estas fronteras, como también las de su comunidad, a condición de reconocer el principio de “en Roma, haz como los romanos”. Temístocles el héroe griego terminó refugiado y honrado entre sus antiguos enemigos persas, numerosos españoles venidos con la Conquista, se integraron en comunidades indígenas, Cuzco reflejaba el calidoscopio de su imperio multi-étnico en la variedad de sus barrios, etc.

Internet ha vuelto a romper los esquemas cerrados de la identidad. En los chats, los individuos se rebautizan con seudónimos, se inventan una historia personal, e incluso una descripción física. Y además, esas fabulaciones no tienen por qué ser permanentes. En un foro de debate electrónico, un chico que sufrió un rechazo, advirtió que pronto volvería como lesbiana militante.

El mundo digital tiene que ver con  la personalización. Mientras que los átomos tienden a ser repetidos como artefactos de la era industrial salidos de una línea de montaje, los bits se pueden cambiar fácilmente para entregar un producto adaptado al consumidor [Negroponte 10.98].

Según Negroponte, objetos y servicios están en proceso de personalizarse. Pero podemos ir más allá: la propia identidad, representable como una posible configuración de átomos, está siendo sustituida por la personalización, bits en movimiento. De ser sólida y esencial, la persona pasa a ser fluida; un repertorio o escenario de posibilidades creativas e interactivas.

Si identidad se asocia con reconocimiento, como sugería Hegel, curiosamente la personalización supone anonimato. Podemos, removiendo bits, crearnos y recrearnos, sin ser descubiertos, sobre todo porque no hay nada definitivo que descubrir.

Se ha escrito mucho acerca de la identidad digital, sobre todo acerca del uso de la Red para encarnar papeles, para fingir que eres alguien distinto a quien eres. No se ha escrito casi nada sobre el valor de ser nadie –no alguien diferente, sino nadie en particular. La primera vez que me asaltó el poder del anonimato digital fue al observar una comunidad electrónica para gente preocupada porque su cónyuge tuviera Alzheimer. A causa del anonimato que permitía la sala de chat, la gente estaba deseando hacer preguntas que nunca habría formulado en otras condiciones, y formar parte de la comunidad [Negroponte 10.98]. 

Contra lo que suponía Hobbes, para quien la vida social no sometida a un poder institucional, con sus categorías predeterminadas a las que se reduce al individuo, equivaldría a la barbarie, las  comunidades en la Red son el producto de un proceso continuo de transacciones informales entre individuos anónimos e indeterminados, envueltos en un cohesivo rumor digital.

En muchas  más ocasiones de las que hoy puedes imaginar, no querrás ninguna identidad en las transacciones. Querrás no ser nadie [Negroponte 10.98].

De hecho, las grandes figuras míticas del pasado remoto carecen de los atributos básicos que asociamos con una identidad concreta. Generalmente de origen enigmático (como Moisés, Jesús o el propio Alejandro), no se acomodan a los convencionalismos de una biografía; a través de ciertos actos, gestos y sentencias que se les atribuye, proyectan una personalidad tan avasallante como transferible. Precisamente, esa falta de singularidad, los hace ejemplares. Es aquello mismo que hace inolvidables a algunos personajes de ficción, desde Jasón el Argonauta hasta Don Quijote.

En tanto en el ágora se juzga a Sócrates, un manojo de átomos, él mismo se remite a su daymon, su personalidad, su sombra, sus bits. Precisamente el zelem enosh – proyección divina del hombre–, es lo que les está prohibido representar visualmente a los judíos. Como medida de precaución, y para librarse de la tentación de una reducción idólatra del hombre, se prohíben a sí mismos la representación de cualquier imagen (dmut) humana.

“El etos [la forma de vida] de cada hombre es su daymon [personalidad, divinidad]”. Así puede traducirse el  célebre fragmento de Heráclito.

 

  

Pero la regresión/progresión digital más significativa radica, creo, en la recuperación de la oralidad.  La modernidad, con la posible excepción de los judíos y su hermenéutica desenfrenada, se centraba en la perdurabilidad del texto y de su significado verdadero. La veneración del libro, que no siempre de la lectura, dependió de su percepción como depositario de un patrimonio monumental, completo, definitivo, acumulable y apropiable.

Internet ha acabado con todo eso. El mero carácter virtual de los textos electrónicos, los hace accesibles, transformables, y por ende, poco fiables. Internet es el anti-canon. Dado que cualquiera puede publicar y manipular la información, ésta, aunque más profusa, prácticamente infinita, es difícil de localizar y aún más de valorar. De nuevo surge la necesidad de una “autoridad”, nunca excluyente, reconocida espontáneamente por la comunidad digital, que pueda orientar al “navegante”.

En realidad, la autoridad vuelve a suplantar a la autoría. Y este proceso se hace aún más marcado, considerando que la cadena de transmisión es prácticamente infinita; de link en link, se fomenta la evolución de un mensaje variable, como cuando las historias se paseaban de boca en boca; el modelo benjaminiano del Narrador.

La red es, más que ninguna otra cosa, un organismo variable de cita y atribución. La “descarga” libre de contenidos es su mecanismo fundamental.

La noción convencional de “fiabilidad” sugiere sometimiento a una autoridad preestablecida, exterior, inapelable, a veces coercitiva. En su lugar, la red introduce el criterio de “credibilidad”, el encuentro crucial, parcial o fallido, entre mensajes y destinatarios casuales (sin olvidar que “destinatario” proviene de “destino”). Fiabilidad es un argumento para un reclutamiento de emergencia, militar y militante, atributo de que debe hacer gala un ejército. En cambio la credibilidad es constitutiva de comunidades que animan a la acción conjunta, normal, cotidiana y cambiante a la vez. Otra atribución aproximativa a Aristóteles se aclara a la luz del concepto de credibilidad: a menudo la ficción es más cercana a la verdad que el mero dato factual.

El concepto mismo de contenido digital como “producto”, se transforma. A pesar de la creciente comercialización de la red, los accesos a sus páginas y portales corporativos se liberaliza cada vez más. Al antiguo concepto de rentabilidad basado en el volumen de suscripción de pago, se opone el valor del “impacto” medido en número de “visitas”, y éste es el verdadero indicador del valor de un portal. Y esa es la razón de que, después de muchos titubeos, el acceso en Internet a la Enciclopedia Británica finalmente se haya hecho gratuito, así como el de muchos de los medios de información más prestigiosos del mundo.

Los bits son bits, pero no todos los bits fueron creados iguales. Todo el modelo económico de las telecomunicaciones ­basado en cobrar por minuto, por milla o por bit­ está a punto de caer. A medida que las comunicaciones entre humanos se hacen cada vez más asíncronas, el tiempo carecerá de significado (te mandarán cinco horas de música en menos de cinco segundos). La distancia es irrelevante: Nueva York está sólo cinco millas más lejos de Londres que de Newark, vía satélite. Cierto: un fragmento de Lo que el viento se llevó no  puede tener el mimo precio que un fragmento de email. De echo, la expresión a bit  of something[3] tiene un nuevo y gigantesco doble sentido.

Además, carecemos de claves acerca de la propiedad de los bits. La Ley de Copyright se desintegrará. En los Estados Unidos, los copyrights y las patentes no están ni siquiera en la misma sección del gobierno. El copyright tiene poca lógica: puedes tararear Cumpleaños feliz  en público a alguien a quien quieres, pero si cantas la letra, debes una regalía. Al fin y al cabo los bits son bits. Pero cuánto cuésten, quién los posea y como interactuemos con ellos, es algo que está en el alero [Negroponte 1.95].

 Los derechos de autor se diluyen, la solidez de la obra se deshace, la consistencia  de la identidad estalla en añicos.....

 

En un primer momento, la aparición del espacio de comunicación digital no tardó en generar unas reglas de ética en la red de forma espontánea, constituyendo círculos concéntricos y secantes de afiliación voluntaria a comunidades de la más distinta índole.

Desde entonces, Internet también se ha prestado a la difusión masiva de mensajes de odio, a los tráficos ilegales y a la explotación de pornografía. Sin embargo, en eso no hace más que conceder representación a unas actitudes ya existentes. Pero de no desearlo, podemos excluir completamente esas áreas de nuestro ámbito electrónico, que en la realidad física se encuentran irremediablemente entremezcladas con las de nuestra preferencia. El casco histórico de las ciudades alberga también a prostitutas y drogadictos, los suburbios prometen una comodidad espesa junto a la soledad y la envidia. Por el contrario, en la red se navega exclusivamente por sitios dictados por la afinidad. El cruce de itinerarios personales configura el territorio virtual y variable de comunidades, ideales en tanto que están exclusivamente pobladas por buenos vecinos...

Sólo en el universo digital, nuestro espacio es perfectamente inalienable. La vulnerabilidad está afuera, y es desde dentro desde donde el hacker penetra los espacios tradicionales del poder institucional, el Pentágono, bancos, etc.

A pesar que al escribir estas líneas no existe prácticamente ningún negocio de Internet que dé beneficios, éstos últimos años hemos asistido a un flujo gigantesco de inversión de capital en la red. Nadie ha sido capaz siquiera de sugerir un plan de negocios con alguna viabilidad garantizada a medio o largo plazo, y no obstante, el mundo del capital -en sí mismo constituido como nuevo ente digital: the electronic herd-  ha intuido que aunque el negocio es más que incierto, el crecimiento futuro de la actividad de la red es imparable. Aunque sea bajo condiciones radicalmente diferentes que las existentes en el mercado presente, la cultura empresarial, incapaz de someter Internet a la lógica convencional de cuentas de resultado y posición dominante, entiende que no puede quedarse marginada de este proceso. También aquí las compañías con más perspectivas, nos remiten a un mundo comercial que parecía desaparecido: en lugar del shelf space de la gran superficie, lo que prospera es el suk, nombre árabe del mercadillo tradicional (nuestro zoco), donde la relación circunstancial entre vendedor y comprador prima sobre el valor presuntamente intrínseco del producto.

Este nuevo suk conecta a compradores y vendedores cada vez más “personalizados”, intercambia o vende objetos de colección idiosincrásicos, presencia asociaciones improvisadas y cambiantes de compradores que negocian rebajas especiales con el fabricante evitando los intermediarios, etc. Desde las alturas de la tecnología punta, se experimenta una atmósfera artesanal: grabaciones caseras, talleres virtuales, distribución improvisada. Post-capitalismo arcaico.

No se puede experimentar un bit. Para que los seres humanos lo disfruten, debe convertirse de nuevo en átomos. Mientras que el proceso de convertir bits en átomos se ha hecho rico para los sentidos, la dirección inversa ­convertir átomos en bits­ es casi desoladora. El input humano a las máquinas es paleolítico y provoca que la mayoría de nuestros padres y amigos no estén conectados.

Los cuellos de botella son el habla (que se promete hace mucho) y la visión (que normalmente no se considera) [...] Mientras que [las videoconferencias] han sido creadas para transmitir tu voz y la imagen de tu cara a una máquina remota similar, podrían servir elegantemente para introducirse en el ordenador de uno ­no teleconferencia, sino conferencia local con tu máquina. De modo que, Intel, asegúrate de que el audio y el video son procesables, de modo que mi máquina vea mi rostro y oiga mi voz. A veces realmente quiero estar en una sociedad de uno [Negroponte 1.95].

  

Una sociedad oral, conversacional, compuesta por un solo individuo que potencialmente los engloba a todos.

 ... Creo realmente que ser digital es positivo. Puede aplastar organizaciones, mundializar la sociedad, descentralizar el control y ayudar a armonizar a la gente más allá de que no sepan si eres un perro o no. De hecho hay un paralelo, que no he logrado describir en este libro, entre sistemas y sociedades abiertos y cerrados. Del mismo modo que los sistemas propietarios fueron la caída de compañías que una vez fueron grandes, como Data General, Wang y Prime, las sociedades abiertamente jerárquicas y conscientes del estatus se erosionarán. La nación-estado puede desaparecer. Y los beneficios mundiales de que la gente pueda competir con la imaginación harán algo más que subir [Negroponte 1.95].

Interfaz de la público a lo privado, y de lo privado a lo público. Una posible convergencia entre máquinas y humanos (consumer-friendly machines, machine-friendly humans) hasta el punto de sugerir nuevas posibilidades, aún desconocidas, de la individualidad. Como delante del monte en el desierto, un mensaje con múltiples acepciones, y una multitud de voces que componen un único rumor.

 


[1] Es posible, además, que Dios confiara la escritura a Moisés, porque al enfrentarse a la idolatría del pueblo, en esa situación interpretó correctamente el significado de los Diez Mandamientos, como: “Rompe las tablas!”.

[2] Precisamente el abandono del ideograma, situado en las antípodas del kipu, que practicaron otras civilizaciones fue muy probablemente causado por el reconocimiento de la imposibilidad de ligar directa, necesaria y literalmente, una representación con lo representado.  

[3] Tanto “un fragmento de algo”, como “un bit de algo”.

El artículo es © de su autor

Última versión, 20 de agosto del 2001

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