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El lector Control + F

José Antonio Millán

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Leer no es ni siquiera leer. Leer es volver a leer. Leer es mantener un diálogo al menos en dos direcciones. Un diálogo con uno mismo: con aquel que fuimos cuando leímos la obra por primera vez. Y un diálogo con los otros: para proponer lecturas nuevas, o para compartir las antiguas. Creo firmemente que la existencia de libros íntegros en la Red contribuye a esa práctica social de la lectura hasta extremos sorprendentes.

Comencemos por el diálogo con nosotros mismos. Cuántas veces nos hemos parado a pensar: ¿dónde leí yo tal frase? ¿Dónde leí que la vida es “una sucesión de instantáneas rutilantes”? ¿En qué ensayo o novela? Si la frase nos impactó en su primera lectura tal vez la subrayamos (¡y qué sensación de vértigo recorrer nuestros subrayados de hace veinte años!). Pero si no recordamos ni la obra, tendremos que recorrer nuestra biblioteca, picoteando aquí y allí, a la búsqueda de esas palabras. Y no hace falta que nuestra lectura haya sido hace mucho tiempo: ¿acaso no hemos vuelto sobre un grueso libro recién leído para localizar un nombre o una cita perdida? Porque ademas ¿se han dado cuenta? cada vez menos libros tienen un índice de autores o temas que permita esos rastreos.

Pero el lector actual de páginas web ya sabe que ante una duda de este estilo tiene una solución mágica: pulsar Control + F. Aunque ¡maldición!: ¡a este precioso volumen que me ha acompañado durante las últimas vacaciones le falta el teclado!

Y sin embargo hoy en día, el libro que nos acompañó con sus páginas ahuesadas y su buena tipografía a lo largo de un verano de lectura puede tener el complemento riquísimo de una version en la Red. En Amazon, en Google, en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, en algo que aún no existe o en el sitio web del editor: ya lo iremos viendo. Pero, en palabras del experto inglés Cory Doctorow (un novelista cuyos libros están íntegros en la Web): “si no posees el libro electrónico, no posees el libro”. ¡Qué curioso!: ¿y nosotros que pensábamos que si no poseíamos el libro en papel no poseíamos el libro? Creedme: el lector del presente quiere tener al tiempo lo mejor de los dos mundos.

El lector moderno se caracteriza por otro rasgo particular: es un lector que está en diálogo con los demás, porque es un lector que escribe. Apartémonos por un momento de esa reducción empobrecedora, pero que nos domina, según la cual “leer” es “leer novelas”. Gran parte de la lectura contemporánea es lectura profesional (¿recuerdan lo de “formación a lo largo de la vida”?), o lectura de actualidad: prensa u otras publicaciones. Y es una lectura que desemboca en escritura. Leer para redactar un informe. Leer para dictar un curso. Leer para dar luego noticia de lo leído en nuestro blog. O incluso en la lectura literaria: leer y luego enviar fragmentos sugerentes, evocadores, a quien no ha leído lo mismo que nosotros, para que acaben leyéndolo.

¿Se dan cuenta de dónde quiero llegar? Me da igual si mando un fragmento de una novela a un amigo, o si inserto un trozo de algo que he leído en un informe: ¡no me apetece copiarlo penosamente! El lector Ctrl+F usa naturalmente el copia-y-pega (¡es también un lector Ctrl+C y Ctrl+V!), y puesto en la tesitura de teclear afanosamente un fragmento de ese precioso volumen que le ha acompañado durante las vacaciones, se le llevan todos los demonios. El autor o el traductor disponían ya del texto electrónico, el editor por supuesto también, ¡y heme aquí fabricando otro! ¿Por qué no puedo acceder en la Web por lo menos a un par de páginas de ese libro, aunque sólo sea a las dos que me interesan?

Además de este acceso electrónico en paralelo a libros que ya hemos leído, las bibliotecas digitales de obras del pasado, pero también del presente nos pueden dar todo un tesoro: la búsqueda a lo largo de millones de páginas que nunca hemos leído. ¿Qué libros hablan de la latitud? No pregunto qué libros tienen la palabra en el título: esa información ya está en diversas fuentes. ¿Qué libros tienen la palabra en cualquier parte de su texto? Llegaremos así, por ejemplo, a la página 59 del libro Capitán y primer oficial, pero también podremos encontrarnos (en un acto de serendipia, o hallazgo casual que es consustancial a la búsqueda electrónica) con el verso de Valente “la luminosa latitud del vientre”...

¡Es la apoteosis del lector: el acceso a algo que ni siquiera sabíamos que queríamos leer! Pero además es la culminación de las formas en que los lectores avanzados se han venido apropiando de los libros. En el siglo XIII esforzados frailes dominicos compilaron a mano el índice de todas las palabras de la Escritura, en lo que se llamaron concordancias. Tres siglos después un Tesoro de predicadores editado en Barcelona decía que no hay, aparte de las Escrituras, libro más importante que sus concordancias. ¡Y henos aquí, ahora, a un paso de tener acceso pleno vía las concordancias electrónicas a una parte importante de los textos producidas por el hombre!

Que los editores difundan digitalmente el acceso a sus libros vivos, limitando como les parezca el máximo de páginas que quieren dejar ver: 3, 10... (y si son generosos, van a sorprenderse...): que lo hagan vía Google, Amazon, o como ellos quieran, pero que lo hagan.

Cada año en España salen a la calle más de sesenta mil títulos nuevos. Pero la masa total de títulos vivos que soportan los libreros y las editoriales es de unos 310.000: ¡equivalente sólo a la producción de cinco años! ¿Y el resto de los libros que han ido apareciendo? Con suerte, en alguna biblioteca... Que las bibliotecas digitalicen sus textos del dominio público (y que el fruto de su digitalización no salga del dominio público). Que los autores aprovechen también los medios que hoy existen para difundir sus obras inéditas o agotadas.

¿Quien va a salir ganando con esta situación. Todos: los autores, a los que el voraz flujo de novedades en las librerías ya no va a privar de lo que más les interesa: ser leídos (¡aunque sea en pantalla!). Los editores, porque gracias a los índices electrónicos mucha gente va a saber qué hay en el interior de sus libros, y gracias a las páginas de muestra los lectores van a transmitir su entusiasmo a otros. Y los bibliotecarios, porque ni soñando podían haber pensado en un cumplimiento mejor de su misión.

Pero sobre todo van a salir ganando los lectores, los lectores que leen y releen, que buscan y comparten, que encuentran y que escriben. Los nuevos lectores Ctrl+F, que a través de los cuerpos de celulosa con almas electrónicas van a tener lo mejor de ambos mundos...

Este texto se publicó por primera vez en La Vanguardia, el 23 de abril del 2006.

Creación, 13 de diciembre del 2006

 

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