La impresión
bajo demanda,
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Desde que hace aproximadamente veinte años se produjeron en el territorio común que comparten las artes gráficas y la edición unos cambios sin precedentes en las formas de trabajar, he tenido serias dudas sobre la capacidad de comunicación de nuestra lengua cuando entramos en el léxico técnico y científico. Me refiero con ello a que, a pesar del paso de los años, seguimos denominando nuevas tecnologías a unos procedimientos de publicación que algunos comienzan a estar ya talluditos, salvo que la novedad que les otorgamos la estemos estableciendo en comparación con la vetusta prensa de imprimir del abuelo Gutenberg. Por otra parte, me resisto como filólogo, además de editor, a seguir denominando tecnología a lo que sin más ni más es puramente una técnica, cuando menos ésta a la que, por llamarla de alguna manera, llamaré edición digital, contraviniendo el título que acabo de poner más arriba. En el ámbito anglosajón, donde nació, han dado en denominar casi con unanimidad a esta modalidad de edición/impresión Print On Demand. En español tenemos no menos de una decena de denominaciones para lo mismo: edición o impresión bajo demanda, edición o impresión por demanda, edición o impresión sobre pedido, edición o impresión bajo pedido, edición o impresión según pedido, edición o impresión por pedido, edición o impresión a pedido, edición o impresión a la carta, producción a demanda y, por último, libro instantáneo, son las que he podido encontrar en distintas fuentes. Sin embargo, desde el sector de las artes gráficas, luminosamente, coinciden en una única denominación que a mi parecer es la más acertada en nuestra lengua: impresión digital. Lo llamemos como lo llamemos, se trata simplemente de una técnica que hoy ha penetrado en el mercado y que sin duda es la menos visible, pero una de las más consolidadas de las que han irrumpido en los últimos años: la impresión de libros sobre papel mediante máquinas de una nueva generación, que previamente fueron compuestos electrónicamente, como ocurre hoy en día con casi todos los libros, y cuyo aspecto final en nada difiere de los que durante las últimas décadas, por no decir siglos, hemos venido manejando los lectores. Será interesante ver la Panorámica de la edición española de libros 2003. Comparando la serie 2001/2002/2003, ha descendido espectacularmente el número de microfichas (de 872 a 189 y a 19), ha subido algo el de videolibros (de 174 a 170 y a 195), repuntan los audiolibros (de 79 a 54 y a 115) y prácticamente han desaparecido los libros que incorporan diapositivas (de 10 a 1 y a 5). En cambio, el libro electrónico va creciendo claramente en los últimos años: en el 2000, 2.011 títulos; en el 2001, 3.198 títulos; en el 2002, 3.317 títulos; en el 2003, 3.912 títulos. La edición electrónica aumentó un 17,9% respecto al año anterior. Es notorio, a los efectos del concepto que se tiene de lo que es un libro electrónico, que los libros fabricados en impresión bajo demanda o impresión digital, como prefieran, no son tabulados en la Panorámica. ¿Por qué? Indudablemente porque en la ficha de registro de un nuevo libro de las que proporciona la Agencia Española del ISBN no existe un casillero para tipificar esa modalidad, y seguramente no lo haya porque su aspecto final no difiere en nada de los libros tradicionales, por lo que es fácil suponer que este tipo de libros se encuentran en ese limbo en el que la concepción del mismo se aprovecha de los nuevos procedimientos de edición, pero se vuelca sobre formatos tradicionales porque, al fin y al cabo, se imprime, y la estadística del ISBN ya no se entretiene en distinguir los libros que están impresos en serigrafía, offsett o impresión digital. Las grandes apuestas en el ámbito latino por el libro electrónico a principios de esta década, es decir, hace dos días, resultaron efímeras y hoy están hibernadas. Hablo de casos conocidos como veintinueve.com, bol.com o submarino.com. En la red sobreviven, en cambio, aventuras más modestas, que combinan la edición on line, la edición en CD-ROM y la edición digital, con propósitos editoriales de un orden concreto sobre el que luego volveré. Los argumentos de este retroceso de la edición electrónica son conocidos: la falta de aceptación de los soportes novedosos por parte de los lectores, los dispositivos de lectura que resultaban y resultan farragosos y de difícil lecturabilidad, y los potenciales usuarios de Internet que parecen haberse ido por otros derroteros. ¿Qué nos queda, pues, ahora mismo, de las nuevas tecnologías? Nos quedan los libros en CD-ROM, que son más depósitos de información que libros de lectura; los archivos de Internet como los que está creando la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, que se prestan más a la consulta que a la lectura; y la edición bajo demanda o impresión digital, que silenciosamente está desde hace tiempo en las librerías, formando parte ya de la industria del libro tradicional. Jason Epstein, en su libro sobre la industria editorial, auguraba que para el año 2010 el 50% de los libros se realizarían en impresión digital. Yo creo que se va por ahí, efectivamente, que estamos ante una técnica de concepción y fabricación de libros que se acabará imponiendo en las formas de hacer de muchos editores, pero sospecho que, al menos en nuestra área, no va a ser un proceso tan rápido como para que en cinco o seis años más alcance esas cifras que anunciaba Epstein. Cuando hablamos de impresión digital convendría distinguir dos hechos: por una parte, se trata, como ya dije antes, de una técnica de impresión, novedosa en sí con respecto al omnipresente offsett. Hace unos veinte años, cuando las grandes empresas de fotocopiadoras y ordenadores comprobaron que ya no podían crecer más en su espacio natural, decidieron ampliar su mercado abriéndose al sector de las artes gráficas, entrando en competencia con los tradicionales fabricantes de maquinaria pesada para la impresión. En ese contexto nace Print On Demand. Empresas como Xerox, IBM, Konica, AGFA, Toshiba, etc. buscan ganarle cuota de mercado a Heidelberg, KBA, etc. Con el paso de los años esta técnica de impresión fue adquiriendo una serie de prestaciones novedosas, cada día mejores y más próximas a la calidad estándar que significaba el offsett, de ahí su crecimiento. Por otra parte, la puesta en mercado de esa técnica con unas garantías de prestación aceptables se convirtió en un recurso para el editor, un recurso absolutamente innovador en todo excepto en un hecho: los libros siguen teniendo el aspecto tradicional, es decir, son objetos tridimensionales hechos con papel, cartón y tinta. El lector a cuyas manos llega un libro hecho en impresión digital no nota que se trate de una nueva técnica o tecnología, puesto que al lector general no al bibliófilo, más exigente no le preocupa si su ejemplar está impreso artesanalmente, con offsett, serigrafía, huecograbado o digitalmente. ¿Qué es exactamente la impresión digital? ¿Qué significa ahora mismo la impresión digital? Como vengo diciendo, es simplemente un procedimiento de producción editorial, a medio camino entre el libro electrónico y el libro impreso por el que, en el mejor de los casos, se edita sin necesidad de imprimir, al menos hasta que no hay venta de ejemplares, pero que en el peor de los casos, precisamente por las facilidades que ofrece la nueva técnica, puede significar que se imprima sin editar, es decir, se obtenga un ejemplar de un título impreso en papel, sin que nadie se haya cuidado de su edición. Técnicamente se trata de la digitalización de textos e imágenes, algo a lo que ya no es ajeno casi ningún libro, y su posterior impresión con potentísimas impresoras de chorro de tinta o láser según las necesidades del editor: en pequeñas tiradas o, incluso, ejemplar a ejemplar, cuya comercialización y venta se realiza por los mismos canales y métodos de los libros tradicionales. También podríamos entender que esta técnica nos permite invertir los pasos que siempre se han dado para llegar al lector: digamos que podemos primero distribuir y luego imprimir. ¿Cómo? La impresión digital nos permite editar el libro sin llegar a imprimirlo, tenerlo listo en nuestro catálogo y, por lo tanto, poder ofrecerlo al público sin disponer de ejemplares en el almacén. Podemos publicitarlo sin tenerlo físicamente impreso, sin hacer inversión de estocaje. También podemos hacer una pequeña tirada de sondeo de mercado y, a la vista de los resultados, hacer ya una tirada considerable si el título comienza a venderse, mantenerlo en el cauce de la impresión lenta si no remonta el vuelo o, si no alcanza demanda, dejarlo ahí, en catálogo, por si acaso. Lo que no permite, afortunadamente, es mandarlo a saldo o, peor aun, a la guillotina, porque estamos hablando de cantidades mínimas de ejemplares. Aunque sus avalistas máximos predican una altísima inmediatez entre la máquina y el lector, lo cierto es que su producción, aun siendo veloz, requiere algún mínimo tiempo. Con el original ya puesto en página en el ordenador, las mejores máquinas pueden disponer de un ejemplar en 15 minutos, con una calidad óptima en blanco y negro, para una entrega que, en el mejor de los casos, puede producirse en 48 horas, pero que la realidad lleva a varios días más. La impresión digital tiene por virtud la invariabilidad del coste unitario del ejemplar, se impriman los que se impriman, siendo sólo virtud en el caso de que la tirada no sobrepase los mil ejemplares, a partir de los cuales ya conviene volver a la máquina de offsett. Más notoria es la rentabilidad del capital, puesto que, si las cosas se hacen bien, además de la reducción de costes de impresión no se producen gastos de almacenaje, no hay ejemplares invendidos, no hay devoluciones y se elimina el inventario. Otras virtudes que ha traído la impresión digital es la actualización constante e inmediata del contenido del libro, si fuera precisa; la posibilidad del exterminio de las erratas detectadas a partir de un ejemplar concreto; el límite a la fotocopia; la posibilidad de dotar de mayor vida a un título concreto y disponer de un catálogo más amplio, así como que los derechos de explotación se puedan revertir inmediatamente al autor en caso necesario. Más aún, se puede personalizar un ejemplar o una tirada concreta, por mínima que sea, en el tipo de cubierta, color y textura del papel, cuerpo de composición o inclusiones de dedicatorias o patrocinios. Introduce, además, conceptos nuevos en el mundo de la edición que rompen incluso los articulados vigentes de las leyes de propiedad intelectual. Así, el viejo concepto de la tirada ahora está en entredicho, porque con esta técnica se convierte, si el autor y el editor lo desean, en ilimitada, o en instantánea, o en variable. Ya no vale el concepto de primera edición, tan querido a los bibliófilos o los eruditos universitarios, porque podemos estar hablando de una edición permanente, que va cambiando de ejemplar en ejemplar. Y, por supuesto, se ponen en cuestión conceptos como libro agotado o libro descatalogado. No todo, sin embargo, es una panacea en la impresión digital: empresas como Xerox, HP, Canon, Minolta, Toshiba o Epson se presentaron en Graphispag 03, en Barcelona, con máquinas de impresión digital de gran formato en color, aunque todavía no es óptima su calidad; por otra parte, hay algunos problemas de encuadernación que no permiten que un volumen pase más allá de las 740 páginas. Más inquietante es la posibilidad del fraude que estas nuevas máquinas ponen al alcance de cualquiera. Si es ya clásica la desconfianza que a veces se produce entre autor y editor por los ejemplares impresos, esta nueva modalidad, a medida que se vaya incrementando su uso, provocará dudas y recelos en más de un caso. Aunque las máquinas vienen dotadas de dispositivos que permiten tener un control de los ejemplares que se producen en ellas, no cabe duda de que la invisibilidad de la tirada provocará más de una discusión. Por no hablar ya de la posibilidad de la piratería pura y dura de los títulos más vendibles, algo que en España todavía no se ha producido pero que en algunos países de América Latina comienza a ser un nuevo quebradero de cabeza para los editores. ¿Para qué tipos de libros es útil la impresión digital? De entrada, para las tiradas menores de mil ejemplares, pero también para hacer un test de mercado antes del lanzamiento de un título, para la recuperación de títulos agotados cuya demanda es insuficiente para hacer una tirada siquiera mediana o, incluso, como hicimos en la Universidad de Salamanca, para la recuperación de los descatalogados que siguen teniendo una demanda baja en un público constante a lo largo de los años. Es decir, en este sentido estamos hablando de que resulta muy útil para editoriales universitarias, científicas, especializadas, institucionales, locales, de empresa o, la que más auge está teniendo, la edición de vanidad, es decir, esos libros de autores que más que un público buscan una satisfacción personal y están dispuestos a pagar por ello. Es muy útil, por ejemplo, para libros de permanente necesidad de actualización, como los manuales, las guías, los anuarios, las obras de referencia, las obras de dato variable, etc. La impresión digital existe y funciona, y cada vez más, porque tiene prestaciones propias del libro electrónico pero, hoy por hoy, cuando queremos leer algo que ocupa 300 páginas, todos seguimos queriendo que la lectura sea fácil y cómoda, porque todavía no se ha superado la lecturabilidad del papel y la comodidad de la encuadernación. ¿Quién está haciendo uso hoy de la impresión digital? Cuando en 1996 en la Universidad de Salamanca iniciamos nuestro proyecto de edición digital denominado Bibliotheca Altera, en colaboración con la imprenta leonesa Celarayn y la compañía Xerox, ésta, desde su sede estadounidense, nos solicitó permiso para hacer uso publicitario de nuestro proyecto con la intención de difundirlo por Latinoamérica y abrir mercado a la impresión digital. Entonces no había casi nada de todo esto, ni en España ni en Latinoamérica. Hacer hoy un inventario de quienes están trabajando con impresión digital resulta en estos momentos ya imposible. Hace unos años, se contaban con los dedos de una mano los pioneros de esta técnica, pero ahora cada día encuentras la noticia o el comentario de alguien más que trabaja con esta modalidad. Podemos hablar, en todo caso, de conocidas imprentas que ofrecen ya impresión digital y de editoriales que aprovechan esa nueva técnica para hacer lo que han hecho siempre, aunque detrás del catálogo o de la cubierta haya habido un profundo cambio de gestión de sus recursos. En España, por ejemplo, Publidisa, con sede en Sevilla, se ha convertido en la mayor y más conocida empresa de impresión digital, con máquinas Xerox y un servicio integral de gestión editorial on line, que ofrece la edición de libros electrónicos, para su venta en la red o en impresión digital, poniendo al servicio de sus clientes editores un sitio web (www.todoebook.com) en el que ofrece distribución internacional. Estamos, con casos como éste, ante un ejemplo de los nuevos agentes que se están creando en la industria editorial, cuyo papel recoge aspectos del impresor, el almacenista, el distribuidor, el librero o el administrador de cuentas. Habremos de acostumbrarnos a esta ruptura de los compartimentos estancos a los que estábamos habituados, donde el impresor era impresor, el distribuidor distribuidor, el librero librero y el editor todo lo demás. La impresión digital se ha comenzado a desarrollar en América Latina en los últimos cuatro años, especialmente en los países cuya producción editorial es más potente, principalmente México, Brasil y Colombia. IBM confesaba tener tres máquinas Infoprint 4000 trabajando en México en enero de 2004 en el sector de artes gráficas, y otras 40 máquinas más de este tipo en bancos y otras empresas de gran producción en ese mismo país; al tiempo, tenían previsto instalar otras cuatro o cinco en el sector impresor a lo largo del mismo año, en buena medida en alianza con Carvajal México, del Grupo Carvajal, segunda empresa de artes gráficas de Latinoamérica, con sede en Bogotá, que ya trabaja con máquinas IBM en Colombia, México, Brasil y España; en opinión de IBM, si todos los editores mexicanos migraran hacia la impresión digital, bastaría con unas 70 máquinas para cubrir el mercado; en otros países del área, IBM tenía prevista para las mismas fechas la instalación de una o dos máquinas por país. Otra empresa de artes gráficas conocida, como es Impresiones Modernas (Imprimo), trabaja en México desde hace diez años con máquinas de impresión digital Heidelberg; también tienen ya equipamientos de impresión digital en México el Grupo Infagón, Suimprenta.com, 101 Digital Print; Solar Servicios Editoriales, Paper Express en Brasil o Zetta Printer en Colombia, Panamá y Perú. Al margen de su uso cada vez mayor por los editores tradiciones para los propósitos que hemos enunciado, la implantación deInternet y la impresión digital ha provocado en los últimos años el nacimiento a un lado y otro del Atlántico de distintos sellos extramuros al sistema editorial tradicional conocido, editoriales de nuevo cuño que en muchos casos surgen con el propósito de ocupar esos nuevos papeles mestizos entre el impresor y el distribuidor para un tipo nuevo de mercado cuya única ubicación es la red; ese papel en buena medida subsidiario del editor se desfigura en ocasiones cuando esos mismos nuevos agentes se convierten a su vez y al mismo tiempo en editores que se ofrecen directamente a esa legión de autores que no entran en el circuito comercial, por precario que sea, de las editoriales intramuros al sistema. Digamos que de alguna forma la aparición de estas nuevas editoriales que usan la impresión digital está dando cauce a un nuevo negocio, marginal en cuanto a lo que entendemos por el canon de la industria editorial, pero muy suculento en ese campo de la edición de vanidad que hasta ahora se canalizaba a través de las artes gráficas y que ahora cuenta con aparatos editoriales que le dan una aparente cobertura de mercado, aun cuando todavía no ha surgido ese éxito de ventas que lo refrende. Entre tanto, lo que veremos probablemente en los próximos años será un aumento de las estadísticas de títulos registrados en el ISBN, por arte de este nuevo campo que entrará en las estadísticas, sin que ello signifique una mayor competitividad en el mercado ni, por desgracia, nuevos lectores. Algunas de estas nuevas editoriales que ofrecen exclusivamente libros en red o en impresión digital llevan ya años funcionando, cada una con un perfil personal y propósitos particulares, lo que demuestra que se ha abierto un mercado donde los servicios editoriales, la impresión y la distribución funcionan con reglas que están todavía por explorar pero que empiezan a configurar un mercado nuevo y abierto, reglas que seguramente serán de utilidad para muchos editores en el futuro. Algunos de estos nuevos sellos son, por ejemplo, Libronauta (www.libronauta.com), que tiene su sede en Buenos Aires y ofrece servicios de edición electrónica, proveedor de contenidos digitales e impresión bajo demanda; Libros en Red (www.librosenred.com), que opera desde Montevideo con libros en formato digital con impresión bajo demanda, siendo distribuidos por Ingram, que abastece de títulos a Barnes&Noble (www.barnesandnoble.com) y Amazon (www.amazon.com); Comala (www.comala.com) con sede en Venezuela desde el año 2000 y más recientemente en Estados Unidos; Editorial Todo Libro (www.editoriales.8k.com), con sede en Uruguay y que opera también en Estados Unidos, Argentina, México, Brasil y España; E-libro (www.e-libro.com) con sede en Miami y sucursales en Buenos Aires, México y Madrid; Aldea Global Ediciones en México; Papel & Virtual Editora, en Brasil, o Premura (www.premura.com), Libros A la Carta (www.librosalacarta.com) o Literaturas (www.literaturas.com) en España. Desde la primera vez que oí hablar de la impresión digital hasta que me decidí a usarla pasaron cinco años. Como nos suele ocurrir a todos, tuve una fuerte resistencia a la novedad. Ahora no me cabe ninguna duda de que el experimento que puse en marcha en la Universidad de Salamanca hace ocho años me transformó como editor desde el momento en que entendí que el oficio que aprendí estaba sometido a cambios convulsos. Experiencias como la nuestra o como la que puso en marcha la Universitat Politécnica de Catalunya con sus libros descargables de la red enteros o por capítulos han abierto caminos que editoriales minoritarias, como son las universitarias, están obligadas a transitar. Los editores académicos tenemos un universo de público cerrado y disperso por el mundo entero, lo cual dificulta enormemente el contacto. De ahora en adelante, en las próximas décadas, habrá una nueva relación con los lectores en tanto que el propio sitio web o la alianza con portales estratégicos hará posible que libros antes imposibles de conseguir se pongan al alcance de la mano de forma inmediata. Pero esto no es útil solamente para determinadas editoriales. Es útil para todos. Una editorial de Oviedo, o de Málaga, o de Veracruz, o de Cuzco podrá presentar sus libros en mercados hasta ahora ajenos y obtener resultados. Bastará con entender que los libros que hoy imprimimos debemos al mismo tiempo tenerlos almacenados digitalmente, encontrar las alianzas de visibilidad en la red que permitan que, en lugares remotos, se puedan imprimir y vender a costes razonables, y no esperar resultados espectaculares. Algunas de las nuevas editoriales que he mencionado caminan ya por esa senda, pero surgirán más y se establecerán esas alianzas que podrán al alcance del lector puntos de venta visibles para que un libro editado en Salamanca y digitalizado en Sevilla, se imprima en Buenos Aires y se venda al instante.
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Versión
modificada de una in tervención en el XX Encuentro sobre la Edición: "La
situación del libro y la lectura en Iberoamérica: realidades y perspectivas" © José Antonio Sánchez Paso, 2004 Creación: 5 de noviembre del 2004
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