Apariciones de Perdón imposible en los medios: Reseña de Federico Romero en el BILE |
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Me dicen que
"en casa del hererro cuchillo de palo", a lo que yo respondo que "el mejor
escribano echa un borrón" e incluso que "aliquando bonus dormitat
Homerus". |
Prólogo |
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De mis años escolares recuerdo una anécdota atribuida a Carlos V (luego la he encontrado referida a otros reyes, pero nos dará lo mismo...). Al emperador se le pasó a la firma una sentencia que decía así:
Al monarca le ganó su magnanimidad y antes de firmarla movió la coma de sitio:
Y de ese modo, una coma cambió la suerte de algún desgraciado...
Las letras son el cuerpo de un texto, pero rodeándolas hay una nube de pequeños signos, a los que apenas prestamos atención, que constituyen el auténtico espíritu de las palabras. Los signos de puntuación son objetos misteriosos, que coexisten con las letras, pero no lo son: son las «letras de la cabeza», como decía una niña de cinco años, que «se piensan pero no se dicen» [nota]. ¿Por qué es importante reflexionar sobre la puntuación, sobre sus signos y cómo se usan? Por una razón muy sencilla: porque (al igual que las normas ortográficas que nos enseñan a manejar bes y uves, ges y haches) es clave para la comunicación efectiva por escrito. Además sus fallos redundan en la mala imagen del que los ha cometido; y a veces en que el resultado sea poco comprensible o equívoco. En palabras de un especialista: «Difícilmente se altera el mensaje por uno o varios lapsos de ortografía literal (hay, naturalmente, excepciones antológicas); en cambio, ¡qué penosa labor la de llegar a comprender cabalmente un texto mal puntuado!; ¡qué esfuerzo para hacerse con la posible articulación de la frase!» [nota]. Una persona culta no puede permitirse puntuar mal un escrito, y ése es uno de los sentidos que podemos asignar al título de este libro, Perdón imposible. Sin embargo, ¿cuánto esfuerzo se dedica a enseñar la puntuación en el sistema escolar [nota], comparado con el que se aplica a la ortografía de las letras? El resultado es que nuestros estudiantes apenas puntúan, o lo hacen erráticamente... La segunda razón por la que vale la pena reflexionar sobre la puntuación es que ésta (a diferencia de la ortografía de las palabras) no puede reducirse por completo a un conjunto de reglas. Puntuar un texto siempre tendrá mucho de arte, de toma de decisiones con frecuencia sutiles, y en caso de duda no habrá diccionario ni programa de ordenador que pueda darnos la solución correcta. Pensemos que hoy en día los procesadores de textos más usados ya informan al escritor descuidado de que ha escrito uelga o esdrujula. Pero ningún programa avisará de un párrafo mal puntuado... Y además, como dice un experto, «aunque pueda resultar inquietante, hay que acostumbrarse a la idea, más bien realidad, de que hay contextos de puntuación (prácticamente todos) que admiten no un solo signo, sino un variado conjunto de soluciones ortográficas» [nota]. Si no hay reglas tajantes: ¿habrá por lo menos una práctica literaria establecida de la puntuación? Tampoco: «el caos es ahí absoluto: pocos creadores o intelectuales contemporáneos muestran atisbos de una puntuación coherente, y quienes los muestran están lejos de coincidir entre sí» [nota], en palabras de un agudo observador del tema. Hay una razón complementaria: hasta hace relativamente poco los autores de libros o de artículos para la prensa podían esperar que entre su texto y la versión pública hubiera alguien que se encargara de la corrección, tanto de la ortografía como del estilo. Sin embargo, en muchos periódicos o editoriales de la actualidad el archivo de procesador de textos de un colaborador pasa sin más controles a convertirse en un artículo o en un libro impreso. Por otra parte, en esta época asistimos a la explosión de la autodifusión del texto: con frecuencia obras generadas por un particular o un profesional se divulgan inmediatamente en páginas web o en forma de boletín por correo electrónico [nota]. Estos textos tampoco pasarán por el filtro de un especialista en tipografía ni de un corrector, de modo que más vale que estén bien hechos... Por todas estas razones, en estos tiempos conviene como nuncaque se sepan utilizar los recursos que la lengua escrita pone a nuestro alcance. Además, en un mundo dominado por la tecnología electrónica de la escritura hay muchos usos de la puntuación que nos impone o que nos da por defecto el medio que empleamos [nota]: el teclado, el programa de ordenador (o mejor dicho, su «hoja de estilo» o sus herramientas de autocorrección y autoformato), o la arquitectura de las páginas web. Tenemos que conocer bien los procedimientos que han estado en uso en nuestra tradición ortográfica y tipográfica porque es absurdo cambiarlos sin razón... Los hablantes de una lengua suelen crisparse profundamente cuando se les amenaza con cambiar la forma en que la escriben (la pasada reforma ortográfica francesa [nota] y la actual alemana [nota] dan fe de ello); y sin embargo asumen con tranquilidad al cambio de usos que les imponen subrepticiamente los nuevos procedimientos tecnológicos.
¿Quiénes saben sobre puntuación? Los estudiosos del lenguaje han venido prestando una atención vacilante a este tema, de modo que durante siglos las personas que componían los libros [nota], los tipógrafos y correctores, han sido quienes más y más profundamente han sabido sobre el tema. La Real Academia tuvo una gran influencia en la normalización de nuestros usos de puntuación en el siglo XVIII, y ha incorporado a sus sucesivas Ortografías [nota] diversas reglas y consejos. Modernamente los Libros de estilo [nota], orientados a los medios de comunicación o de uso general, siempre han tenido apartados dedicados a la puntuación. Y sin embargo he aquí un nuevo libro sobre el tema... Ésta no es una obra que resuelva todas las posibles dudas de puntuación: como he dicho, creo que algo así no puede sencillamente existir. Tampoco ha querido mostrar un resumen exhaustivo de contextos donde se usa cada signo: ya hay muy buena bibliografía que lo hace. Su intención es más bien acompañar al lector en una reflexión ilustrada sobre las funciones de la puntuación, lo que incluye en algunos casos mostrar las zonas de indefinición o las divergencias que existen entre los entendidos. Se ha concebido como un libro para lectores no especializados, es decir personas de las que no se espera más formación gramatical que (tiemblo al decirlo ) la que se consigue en un bachillerato: se espera que el lector sepa qué es un sujeto, un verbo y un complemento, y poco más... Pero la lengua escrita no es sólo literatura. En este libro he querido reflejar, por supuesto, los muchos hallazgos expresivos que debemos a narradores, dramaturgos y poetas; pero también cómo funciona la prosa no literaria (científica o legal), los textos prácticos (recetas o manuales), los periodísticos e incluso las producciones de personas de poca cultura (en la calle o en la Web); los cómics y los textos publicitarios permitirán ver usos expresivos de la puntuación; y por último no he querido dejar de lado usos de textos manuscritos. Algunos de los ejemplos recogidos contienen usos extraños o aberrantes, pero también es interesante reflexionar sobre ellos. Por otra parte, aunque parto del español de España, he utilizado numerosas muestras del español de América. También he intercalado algunas reflexiones sobre la traducción de la puntuación: una gran parte de nuestras publicaciones provienen de traducciones, y tenemos que pensar en lo que hacemos con los usos de otras lenguas... Por último, he introducido ciertas notas de historia de la puntuación porque pienso que (aunque sea de forma necesariamente esquemática) conocer los complejos avatares de la formación del sistema actual puede tener un efecto saludable para el lector.
Este libro se desarrolla a lo largo de veintidós capítulos, tres de los cuales (de título adecuadamente entre paréntesis) se ofrecen como opcionales. El primer capítulo es introductorio; a continuación figuran ocho que se reparten los signos propiamente de puntuación según un orden ya tradicional (coma, punto y coma, dos puntos, punto, y puntos suspensivos), intercalando uno que agrupa los paréntesis y las rayas; sigue un capítulo, el 10 (sobre la puntuación del Quijote), que el lector no interesado se puede saltar; los dos siguientes capítulos analizan los signos de entonación: la interrogación y la admiración, y los otros dos están dedicados a las comillas; el capítulo 15 (sobre la puntuación en la traducción) puede también dejarlo de lado el lector no interesado; los dos capítulos siguientes analizan los signos internos de palabra: el guión y el apóstrofo; los otros dos los signos «menores» o los usos «menores» de otros signos; el 20 y el 21 se dedican a la ausencia de la puntuación y a la puntuación aislada, y a continuación otro, el 22 marcado asimismo como prescindible y dedicado a los signos en combinación deja paso a la conclusión. He querido como es lógico en un libro de este alcance descargarlo en lo posible de estorbos, con lo que no tiene notas, y únicamente está dotado de una bibliografía somera. Sin embargo, y como es evidente, me he servido de muchas fuentes, tanto en el corpus de ejemplos que voy citando como en las obras que me han informado. Todas ellas están incluidas en esta página web. |
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La palabra coma proviene del griego comma, que significa trozo, corte[nota], y en efecto: la coma representa el menor corte, la pausa más pequeña que se marca dentro de un enunciado. Tiene la forma de un «rasguillo curvo»[nota], según lo definía hace un siglo una ortografía para niños. Con su forma y su función moderna ya estaba en uso a mediados del siglo XVI[nota]. Una de sus utilidades es unir oraciones o partes de una oración que tienen la misma función, como en estos ejemplos de Baroja y Alberti:
Puede suceder que el último término de una enumeración vaya unido por la conjunción y, y en ese caso no lleva coma, como en esta frase de una web guatemalteca, que contiene dos enumeraciones, una dentro de otra:
Fijémonos en que a pocas palabras de distancia la coma está funcionando a dos niveles muy distintos: uniendo oraciones («realizamos...» y «compartimos...»), y uniendo complementos directos dentro de la última oración («peras» y «manzanas»). Puede parecer extraño decir que la coma une, pero es así: si suprimiéramos los miembros que llevan la conjunción lo más normal sería que las comas se transformaran en y:
Pero en realidad lo que decide el significado de la coma es la preposición que está al final de la enumeración: el siguiente artículo del Código Penal castiga la «fabricación o tenencia» de materiales o de instrumentos o de sustancias..., porque la enumeración la cierra la conjunción o.
Por otra parte, ¿por qué se ha puesto una coma tras «aparatos»? Tal vez para que no haya ninguna duda de que la frase «específicamente [...] anteriores» se refiere a todos los miembros de la lista, desde los útiles hasta los aparatos (y no sólo a estos últimos). La prosa legal [nota] no debe dejar margen para la ambigüedad, aunque a veces lo consiga mediante la sobrepuntuación.
Sin motivo, no hay por qué poner una coma antes de la conjunción y u o de una enumeración. Ponerla antes de y era frecuente en la época de Cervantes lo veremos en el capítulo 10, aunque hoy no se usa (en inglés, en cambio, es muy frecuente verla, de modo que los traductores deben estar alerta). Sin embargo hay casos en los que indica la adición de nuevas circunstancias cada una de las cuales refuerza la impresión inicial, como este ejemplo de Miguel Mihura (en el que sin embargo me sobra la segunda coma, tras «niños»):
La coma que puede asegurarse con alta probabilidad que es innecesaria es la que separa el sujeto y el verbo de una oración. Veamos esta declaración cubana:
Esta coma tras el sujeto no hace ninguna falta (salvo cuando se inserta algún tipo de aclaración o complemento, como sería «Todos los hombres, jóvenes o viejos, merecen...»). Sin embargo, se la encuentra con cierta frecuencia en escritos de personas poco cultas. Hay quien ha justificado la necesidad de usarla cuando el sujeto es extenso, «porque la frase es larga, y es menester poder respirar», como en este ejemplo de un tratado de hace medio siglo[nota]:
La verdad es que esta frase es larga, y que puestos a hacer una pausa para respirar uno lo hace con más tranquilidad entre dos elementos funcionalmente independientes (sujeto y verbo) que entre un nombre y su adjetivo (como entre «telas» y «catalanas»), pero también es cierto que la puntuación no refleja necesariamente todas las pausas habladas: lo veremos en el siguiente capítulo.
Las comas también pueden aislar un complemento en el seno de la frase, como en este caso de las memorias de Alberti en las que se cuenta cómo Lorca le presentó a Dalí:
Si la frase siguiera el orden normal no harían falta comas: «Federico me lo presentó en una de mis espaciadas visitas otoñales».
La coma se ha convertido en el representante de la menor porción de un escrito, en frases hechas como «no tocar ni una coma»:
Este signo suele también usarse para ejemplificar las consecuencias que puede acarrear aun el menor de los cambios (ya hemos visto en el Prólogo el caso atribuido a Carlos V). En las letras españolas hay un ejemplo famoso al final de Los intereses creados de Jacinto Benavente:
El descuido o la oficiosidad de los correctores pueden provocar más de un problema. Recojo el siguiente caso del periodista Néstor Luján[nota], que en 1984 escribía en La Vanguardia a propósito de las devastaciones de la Revolución Francesa:
Y aquí está el texto tal y como fue publicado:
¡El corrimiento de la coma convirtió al bueno de Luján en un adalid de la violencia revolucionaria! Y hay un ejemplo famoso que puede indicar las consecuencias incluso teológicas que puede tener la puntuación: se trata de la interpretación del pasaje evangélico de Lucas, 23, 43. Las palabras de Jesús al «buen ladrón» se traducirían literalmente así: Verdaderamente te digo hoy conmigo estarás en el paraíso [nota] En la escritura de la época no había, claro está, signos de puntuación, con lo que cabe una ambigüedad de interpretación. La puntuación del texto se encarga de resolver el sentido, para los católicos:
y para algunos protestantes:
La diferencia tiene profundas consecuencias doctrinales sobre el cielo y el purgatorio (a las que no podemos ni asomarnos), pero para nuestros fines baste notar que se trata de una ambigüedad resuelta mediante la puntuación: en las traducciones que hemos manejado se trata de una coma, aunque en otras se resuelve con los dos puntos, o incluso sin puntuación, con una oración subordinada:
Sí: no olvidemos que la puntuación es sólo una de las formas en que se puede dar cuenta de la estructura de una oración... |
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Conclusión
¿Para qué sirve la puntuación? Para introducir descansos en el habla (pero no se descansa en cada signo, y se puede descansar donde no hay signos), para deshacer ambigüedades (pero no todas se pueden eliminar mediante la puntuación, ni ésta es el único modo de hacerlo), para hacer patente la estructura sintáctica de la oración (pero esto se hace también por otros medios), para marcar el ritmo y la melodía de la frase (aunque no todos los signos tienen estos efectos), para distinguir sentidos o usos especiales de ciertas palabras (pero para eso se pueden usar también tipos de letra, como la cursiva), para citar palabras de otro separándolas de las propias (pero eso se logra también con tamaños de letra y sangrados), para transmitir estados de ánimo o posturas ante lo que se dice o escribe (pero no todos tienen un correlato en la puntuación, ni éste es único), para señalar la arquitectura del texto (pero eso también lo hacen los blancos, y las mayúsculas). Este es el espacio de la puntuación: un espacio con muchas funciones, que sus signos cubren sólo parcialmente, y que no sólo se cubren con sus signos. Pero es un espacio insustituible... Puntuar bien es un arte, un reto: una necesidad. Su dificultad más grande proviene de que exige un desdoblamiento: el que puntúa debe ponerse en el lugar del que va a leer, sin abandonar el lugar del que está escribiendo. Y tener en cuenta al otro (que horas o decadas después vendrá sobre nuestro texto) siempre supone un esfuerzo... ¿Entenderá mi lector lo que digo? ¿Soy equívoco o ambiguo? ¿Separo bien lo que digo yo de lo que dicen otros? ¿Transmito adecuadamente los estados de ánimo que quiero indicar? ¿Marco como tal una información complementaria, no esencial? ¿Señalo claramente a qué elementos de una enumeración me estoy refiriendo? Cuando uso una palabra en un sentido que no es el habitual, ¿lo doy a entender bien? ¿Señalo mis enunciados incompletos como tales? ¿Me adelanto a una posible mala interpretación? Y también: ¿estropeo lo que quiero decir por exceso de signos, de intromisiones? Estas son algunas de las preguntas que se plantea (aun sin saberlo) la persona que puntúa. Y a todas ellas debe dar respuesta con estos pequeños signos...
Este libro habrá cumplido su cometido si ha sembrado en la mente de sus lectores la imagen de la puntuación como un sistema increíblemente dinámico, tanto en su historia como en su aplicación, y la idea de que quienes escriben hoy español tienen a su disposición no un procedimiento cerrado, sino un abanico de recursos donde encajar una gama aún mayor de matices de la sintaxis y de la expresión. He querido invitar a hacer uso de este abanico de la forma más rica y creativa posible... En la coma palpita aún la retórica griega donde nació su nombre, el rasguillo curvo con que se inscribió en los manuscritos, la forma que le imprimió Aldo Manuzio en la imprenta, y siglos de prácticas editoriales, normas académicas, textos escolares y libros de estilo que intentan guiar en su uso. Que en el momento de empuñar el bolígrafo o golpear una tecla para escribir un signo de puntuación el lector se sienta al tiempo inmerso en una tradición de siglos, y libre para dar expresión a sus ideas: uno no puntúa para dar gusto a los especialistas, sino para comunicarse con sus semejantes. Si además el lector es capaz de detenerse y ver con nuevos ojos viejas páginas de libros o novedosos textos en pantalla saboreando hasta los más minúsculos de sus componentes y espacios, mi placer habrá sido completo. |
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El mejor compendio que conozco sobre el tema es José Martínez de Sousa, Ortografía y ortotipografía del español actual, Gijón, Ediciones Trea, 2004. Sin embargo, por su minuciosidad y profundidad, está más bien dirigido al especialista. Con una perspectiva más gramatical, es muy recomendable: José Antonio Benito Lobo, La puntuación, usos y funciones, Madrid, Edinumen, 1992. La Real Academia Española incluyó en su Ortografía de la lengua española (edición revisada por las Academias de la Lengua Española, Madrid, Espasa, 1999), y como había venido haciendo desde el siglo XVIII, normas para la puntuación. Muchas de ellas se han corregido y completado en la siguiente obra: Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua Española, Diccionario panhispánico de dudas, Santillana, Madrid, 2005, artículo SIGNOS ORTOGRÁFICOS. Para consultarlo en la web de la Academia, http://www.rae.es, haga clic en la columna de la izquierda, en "Diccionario panhispánico de dudas"; en la página que aparezca, debajo de la caja de búsquedas, haga clic en la columna de la derecha en "Articulos temáticos" y por fin en "SIGNOS ORTOGRÁFICOS". O vaya directamente por este atajo: ../DPD. Muchos libros de estilo y obras sobre ortografía tienen capítulos dedicados a la puntuación. Por dar sólo tres ejemplos: Arturo Ramoneda, Manual de estilo. Guía práctica para escribir mejor, Madrid, Alianza Editorial, 1999; Alex Grijelmo, El estilo del periodista, Madrid, Taurus, 1997 y Leonardo Gómez Torrego, Ortografía de uso del español actual, Madrid, SM, 2000. Un estudio fascinante sobre la adquisición de la puntuación (y otros aspectos relacionados con la escritura) en los niños es: Emilia Ferreiro et al., Caperucita Roja aprende a escribir. Estudios psicolingüísticos comparativos en tres lenguas, Barcelona, Gedisa, 2ª edición, 1998. Un texto apasionado y polémico es el de José Polo, Manifiesto ortográfico de la lengua española, Madrid, Visor Libros, 1990. Los interesados en la historia de nuestra puntuación verán muy útil este artículo: Ramón Santiago, "Apuntes para la historia de la puntuación en los siglos XVI y XVII", en José Manuel Blecua, Juan Gutiérrez y Lidia Sala (eds.), Estudios de grafemática en el dominio hispano, Ediciones de la Universidad de Salamanca/Instituto Caro y Cuervo, 1998. Sobre el mismo tema se puede consultar Fidel Sebastián Mediavilla, La puntuación en los siglos XVI y XVII, Bellaterra, Universitat Autònoma de Barcelona, Servei de Publicacions, 2002. Pero para escribir este libro se han consultado más de un centenar de referencias bibliográficas y se han extraído ejemplos de casi doscientas fuentes. La bibliografía utilizada, la fuente de los ejemplos y otras muchas cosas se pueden encontrar en este sitio web. Y con mucho gusto recibiré cualquier sugerencia, comunicación o corrección en: |
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Manuel Bonsoms me enseñó hace muchos años en Ediciones Cátedra gran parte de lo que sé sobre este tema. Los libros de José Martínez de Sousa, y las charlas con él, me han aportado mucho. Pero en mi práctica (que empezó hace treinta años en Editorial Fundamentos) y en mis estudios me he ido también forjando mis propias opiniones. Patricia Schjaer, de RBA Libros, me invitó a escribir esta obra (y una vez acabada la trató con todo cuidado). El encargo no habría sido posible sin el éxito de Eats, shoots & Leaves, de Lynne Truss: la singular confluencia de un best-seller y del tema de la puntuación. Juan Blanco Valdés, José Manuel Blecua, Pedro Cátedra, Mariano Esteban, Juan Igartua, Alfredo Landman, Mercedes Molleda, José Moreno, Marcos Ordóñez, José Antonio Sánchez Paso, Ana Rodríguez, Ramón Santiago, Manuel Seco y Francisco Yus me han proporcionado bibliografía y acceso a textos a los que de otra forma me habría sido muy difícil llegar. En este capítulo tengo que destacar el apoyo que me viene prestando desde hace años la Facultad de Letras de la Universitat de Girona y que agradezco en las personas de Francesc Eiximenis (), Jorge García López y sobre todo Xavier Renedo. Paquita Ciller, Beatriz Coll, Carmina y Pepe García Pleyan, Manuel Imaz, Eduardo Mendoza, Inés Miret, Viviana Narotzky, José Antonio Pascual, Jorge Serrano Cobos, Emili Teixidó y Beatriz Vera me han ayudado de muy diversas maneras. Montserrat Millán y Luis Íñigo Madrigal se han leído distintos estadios del manuscrito, y sus sugerencias me han ayudado mucho. Sin la existencia de textos accesibles por línea, y las herramientas que permiten trabajar con ellos, mi trabajo habría sido muchísimo más difícil (y, en algunos aspectos, imposible) . A pesar de que sus búsquedas no indizan signos de puntuación[nota], he hecho un uso extenso de Google y de los corpus de la Academia CORDE y CREA. La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes ha permitido que yo (y los lectores que lo deseen) accedamos a facsímiles o a textos electrónicos de todo tipo de obras. Es un placer trabajar en una época que facilita estas cosas... |
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Creación, 20 de enero del
2005 |