La intervención hostil que se transformó en librería

03 febrero 2018 17:17

En Barcelona (como en otras muchas ciudades españolas y de otros lugares) proliferan los medios para desalojar a los mendigos y gente sin techo de los edificios y lugares públicos. Es una batalla constante, en la que hay escaramuzas en ambas direcciones. Lo que sigue es una historia que se ha desarrollado a lo largo de tres años en el Paseo de Sant Gervasi de Barcelona.

Érase una vez una institución bancaria, situada en una calle concurrida. Quiso el azar, o la inexperiencia del arquitecto que diseñó el local, que un gran ventanal de la fachada tuviera una zona hundida, lo que dejaba un zócalo ancho y de pocos centímetros de altura, adecuadamente protegido por un tejadillo del mismo marco. Como suele ocurrir en esos casos, este entrante permitía a las personas necesitadas encontrar un refugio donde dormir, pedir limosna, o ambas cosas al tiempo. (perdón por la calidad de algunas de estas fotos, pero fueron sacadas al paso, con mala luz, y sin saber que un día contarían una historia).

El zócalo fue pronto ocupado por un mendigo, que lo hizo suyo y en el que se instalaba día tras día. Normalmente estaba durmiendo, cubierto con alguna ropa, con el vasito para monedas al lado, aunque a veces se sentaba en el pequeño escalón y pedía a los transeúntes. Pero en un momento dado complementó la mendicidad con la venta de libros, que exponía a su lado.

No es infrecuente ver a gente pobre vendiendo libros por las calles de la ciudad. A veces parecen simples recolecciones azarosas, procedentes quizás de la basura, pero otras veces da la impresión, mucho más triste, de que estas personas están poco a poco poniendo a la venta sus propios libros. Y éste era el caso del ocupante del ventanal bancario…

(Por cierto: la coexistencia de los locales de los bancos, con sus alegres mensajes y su representación de familias felices, y las personas sin techo que suelen utilizarlos para vivir da lugar a imágenes escalofriantes, de las que volveremos a hablar…).

Se ha dado en llamar “arquitectura hostil” a la que intenta impedir el uso y la ocupación de espacios por parte de los menos favorecidos. De ella forman parte los bancos con divisiones metálicas que impiden tumbarse sobre ellos, los asientos públicos individuales y separados, o los pinchos en zonas que invitan a sentarse. Pronto alcanzaría al local de Sant Gervasi: un día aparecieron en el zócalo unos arcos de metal, dispuestos con ciertas pretensiones de ornamentación, pero que en la práctica impedían que nadie se tumbara en la zona:

El usuario del zócalo ya no pudo dormir en él, pero al menos se las ingenió para poder seguir sentándose, gracias a un dispositivo de cartones que le protegían de los arcos de metal:

Y en cuanto a su actividad comercial, tampoco sufrió, sino que más bien se vio beneficiada por la reutilización de los elementos hostiles como soporte para los libros (véase detalle, un tanto borroso):

Con lo que la “librería” callejera quedó mucho mejor dispuesta de lo que estaba antes de la intervención hostil.

Durante muchos días, el ingenioso ocupante continuó instalando su puesto con la ayuda involuntaria de los arcos metálicos. Hasta que, una mañana, no volvió más.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado…

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